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Aventuras y desventuras húmedas: Tercera etapa (Fin)

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Parados al lado de la puerta, ambos se miraban con timidez. Había sido apoteósico, a Mari sus piernas todavía le flaqueaban y seguirían así el resto del fin de semana, con Sergio era muy similar, se sentía en una nube de la cual no podía bajar. Sin embargo, de nuevo esa sensación de estar haciendo algo incorrecto les recorría el cuerpo.

—Es hora de irme. —Mari le dio un beso rápido en la mejilla a su hijo y subiéndose la cremallera de la chaqueta se giró.

—Mamá, —no quería que volviera a pasar lo de la otra vez— fue una maravilla, perfecto. —ella le miró con esos ojos azules que tanto le gustaban— Recordémoslo como algo precioso y ya está, no le des más vueltas, yo no lo haré.

—Lo intentaré. Es complicado. —quitó la mano del pomo— Sabes que puedes volver a casa… —Mari tenía cierta arrogancia prescindible que no la dejaba pedir disculpas.

—Sí, tengo muchas ganas de volver. —con el pensamiento de Carol muy presente acabó por añadir— Sin embargo estoy muy bien aquí. Puedo estudiar lo que quiera, tengo más intimidad y puedo centrarme en la carrera, creo que me quedaré aquí hasta final de curso.

—Como quieras, te pasaré el dinero que necesites.

—No te preocupes de eso ya se encargó la tía.

De pronto Mari dio un paso hacia delante queriendo zanjar todo, abalanzándose a su hijo sin poder remediarlo. Los brazos rodearon el cuello de Sergio, imprimiendo tanta fuerza que tuvo que dar un paso hacia atrás para no desestabilizarse.

—Te quiero y… —apretó aún más. Si Sergio no hubiera estado feliz recibiendo aquel abrazo, le hubiera pedido que parara, le estaba ahogando— siento todo lo que ha pasado.

—Y yo mamá. —deshizo el nudo y las manos de Sergio fueron cada una a una mejilla de la mujer— Te quiero.

Con un último beso en los labios sellaron su anonimato, después de eso, volverían a ser lo que fueron toda la vida, madre e hijo, nada más. Los sentimientos pasionales deberían quedar aparcados, no ocultos bajo losas, sino simplemente apartados para no enturbiar la familia. Era amor lo que sentían, pero sabían que el deseo de un momento a otro se evaporaría.

Sergio cayó dormido a la primera y Mari lo mismo, sin contestar a las preguntas de su marido sobre si se lo había pasado bien. Ni siquiera podía comentarle que había sido la mejor tarde de toda su vida, solo dijo que estaba dolorida, como era verdad y se metió en cama para soñar.

El joven también soñó, pero con algo que no tenía nada que ver con la tarde que habían pasado. Vivió una mañana feliz junto a otra mujer, una que durante esta última etapa siempre ocupaba sus pensamientos.

Se despertó para seguir pensando en Carol, en como últimamente no dejaba de preguntarse qué tal estaría y las ganas que tenía de verla. No se podía mentir más, dejando ya a un lado los problemas familiares y superados con nota, su mente pareció decirle, “vale, ya estás preparado. Te gusta Carolina, ¡asúmelo!”.

Duchándose tranquilo pensó si sería buena idea mandarla un mensaje, le dijo que iba a hablar con Paola, esperaba que todo hubiera ido bien. ¡No!, se estaba engañando, quería que le fuera mal… pretendía que aquella chica le dijera que no iba a dejar a su novio y que Carolina se diera un cambio de “aires”. Quería que de un momento a otro recuperase la fe en los chicos, esa que no sabía que la jovencita estaba recuperando gracias a él, y que decidiera darle una oportunidad.

Pero aquello era mezquino, Sergio no era así y rápido recapacitó que lo único que deseaba y de corazón, era la felicidad de la joven, ya había sufrido bastante. Con el móvil en la mano comió tranquilo, con ganas de que sonara, mirándolo una y otra vez por si en la pantalla salía una llamada o un mensaje de Carol.

No hubo nada, llegó la tarde y el móvil solo se iluminó por mensajes de sus amigos y alguno de su hermana, ningún otro. No podía aguantarse, quería hablar con ella, estar a su lado. Era raro que no hubiera vuelto ya, cada vez volvía más pronto los domingos. “¿Para verme? Ojalá…”.

Las horas de la tarde corrieron rápidamente, sorprendiéndose por no haber recibido ninguna noticia de su amiga, aquello era extraño. Salió de su cuarto dando dos golpes en la puerta donde tantas veces había entrado, no hubo respuesta.

Mirando el móvil vio su última conexión, era antes de comer sobre la una de la tarde, aquello ya le hacía pensar demasiado. Conocía las opciones, o bien la conversación con Paola estaba siendo grandiosa, u… horrible.

Se vistió para dar una vuelta, pero con las ideas fijas de encontrar o ver a su amiga. Bajó a los bancos de enfrente de la residencia y después de diez minutos esperando impaciente cogió el móvil y dio el paso. Marcó el número y esperó, hasta el cuarto tono no hubo respuesta, pero después… al fin escuchó su voz.

—¿Sergio?

—El mismo.

—¿Ha pasado algo?

—No, ¿por qué iba a pasar?

—Nunca me has llamado. —la voz al otro lado del teléfono se notaba rara, con un tono compungido y cierta aspiración de mocos que era evidente.

—Siempre tiene que haber una primera vez, ¿no? —escuchaba el ruido de fondo. El viento aullaba con fuerza y el sonido de las olas rompiendo contra la arena, el mar estaba embravecido— ¿Qué tal estás?

—Bien. —si hubiera querido mentir a conciencia, no habría sido tan realista.

—Eso parece sí… —la ironía era una moneda que le apetecía devolver— ¿Te apetece que vaya a buscarte?

—¿Sabes acaso dónde estoy?

—Me la jugaría que sí al noventa por cien. Además, que seguramente hayas ido en autobús o te hayan llevado…

—Me han traído.

—Voy.

El parking de la playa estaba prácticamente vacío, era domingo a la tarde y el aire soplaba gélido pese a las pocas nubes que había en el cielo. Sergio anduvo descalzo por la playa con las zapatillas en la mano, tenía un destino conocido, y allí encima de una duna, le esperaba Carol.

Comenzó a subir, viendo como su amiga le miraba detrás de sus lentes desde la lejanía. Estaba sentada, con los brazos anudados a sus rodillas y el rostro algo cabizbajo. No hizo falta acercarse mucho para saber que había llorado, además recientemente.

—¿Esta vez sí que vas a admitir que estás llorando?

Carol negó con la cabeza, sonriendo por primera vez en todo el día. Sergio se sentó a su lado rodeándola con un brazo y atrayéndola hacia sí, la chica se dejó hacer porque era lo que deseó todo el día.

—¿Qué tal con Paola? —Sergio fue al grano, no quería dar rodeos.

—Muy bien. La verdad que muy bien. —las palabras salían junto con una sonrisa incrédula.

—Pues espero que no haya pasado nada grave.

—No, Sergio, no ha pasado nada. —con la mirada fija en el infinito mar se acurrucó aún más sobre su amigo— ¿Qué tal con tu madre?

—Todo bien, ya está todo arreglado. Fue todo sencillo, creo que ya no habrá más problemas en casa.

—¿Vas a volver a casa? —escuchaba el corazón de su amigo palpitar con calma, como la relajaba.

—No. He preferido quedarme en la residencia hasta final de curso, para algo pagué al fumado de Marco, ¿no te parece?

—Entiendo… —se humedeció los labios para poder hablar—Estuve comiendo con Paola. Fue todo muy bien, me dijo que estaba enamorada de mí, que iba a romper con su novio y lo haríamos público cuando yo quisiera. Estaba muy contenta por querer empezar una relación conmigo, sonaba muy cierto lo que me decía. Ha sido como siempre quería que fuera.

Hubo un silencio entre ellos que ni el sonido de las olas más bravas podía ensombrecer. Sin mirarla, con el tono más serio que disponía, Sergio fue a sacar toda la verdad.

—Carol, ¿por qué lloras?

—Porque… —pausó sus labios sin creerse lo que había hecho— después de todo lo que me ha dicho, de esperarla tanto, de aguantar… la he rechazado…

Con el brazo todavía rodeando a la chica ambos miraron como el sol caía por el horizonte. Las nubes que comenzaban a emerger no conseguían tapar el astro que brillaba con fuerza con los últimos rayos del día. Sergio se levantó, cogiendo de la mano a su amiga y llevándola por la arena sin decir nada. Llegaron hasta la orilla, donde el agua congelada les mojaba sus pies.

Ninguno dijo ni una palabra, solo miraban como el sol se escondía debajo del agua. El silencio entre ellos era completo, hablaban con sus mentes, con sus almas, con sus… corazones. Solo el viento les rodeaba, parecía que estaban solos en una playa desierta en el confín del mundo. Seguían de la mano, bien agarrados, sin querer soltarse.

No había dudas, no había barreras, sus sentimientos habían aflorado y ya no podían esconderlos. Calorina sabía lo que sentía, Sergio sabía lo que sentía y con la tensión que respiraban, sabían lo que el otro sentía.

Sin soltarse de la mano, caminaron tranquilamente, como si el tiempo no les afectase, porque era su momento. Sergio tomó la palabra, con voz calmada, con el tono justo para que el viento no le interrumpiese.

—Le dije una vez a mi tía, que no soy muy bueno teniendo amigas…

—¿Por qué acabas queriendo siempre algo más?

Sergio la asintió con una sonrisa, ella hizo lo mismo. Sus ojos brillaban tras las gafas con un verde tan vivo que deslumbraba.

—Tengo que preguntártelo, porque necesito sacar lo que siento. Carol, ¿por qué la has rechazado?

—Sergio, ¿por qué no vuelves a casa?

—No es de buena educación responder una pregunta con otra.

—Sabes que mi fuerte no es la educación.

Los dos giraron sus cuerpos, quedándose frente a frente, con ambas manos entrelazadas fuertemente. Se miraron a los ojos, de una forma muy diferente de la que solían hacer. Dejaron a un lado la vida de amistad, porque eso no era para ellos. Liberándose de los pesos que los marcaban ya no tenía sentido seguir escondiendo lo que sentían.

Carol había quedado con Paola a sabiendas de que la rechazaría, no podía soportar pensar una y otra vez en Sergio cada vez que se iba. Incluso no paraba de hablar con sus amigas sobre él. Estaba claro que ellas la conocían muy bien, porque ese mismo sábado la dijeron que mandara a la “mierda” a la chica y echara el resto por Sergio.

—Joder… —colocó la frente en el pecho de su amigo— Soy muy complicada…

—No es que yo sea una fiesta… ya sabes mi “oscuro” pasado. Carol, —alzó los ojos para mirarle— me gustas desde la primera vez que te vi, lo que pasa que no me di cuenta, tenía la cabeza en otra parte.

—Sergio… —soltó sus manos y rodeó la espalda del chico— quiero estar a tu lado… aunque no sé si me saldrá la desconfianza… no digo en tema de celos, sino en lo demás. No podría soportar que tú también me fallaras…

—No puedo prometerte nada, no tengo la capacidad de ver el futuro y mucho menos soy perfecto. Carol, alguna vez te voy a fallar y tú a mí también, eso es ley de vida. Solo puedo prometerte que mientras estés a mi lado voy a tratar que no vuelvas a pasarlo mal. Me quiero reír como hacemos siempre, tener confidencias, que sigamos siendo amigos, pero un paso más allá. Llámalo como te salga, compañero, ligue, novio, marido… me da lo mismo. Lo único que quiero es estar a tu lado todo el tiempo que me sea posible.

Carol hundió la cabeza en el pecho de Sergio, soltando unas lágrimas, a la vez que su sonrisa salía como nunca.

—Esta vez lloro de felicidad… —dijo antes de que el joven la soltara un comentario irónico— No creía volver a encontrar un tío que me importase tanto. Pasaste tan rápido de ser mi amigo a algo más, que ni me di cuenta. Me obcecaba en pensar en Paola por no querer pensar en ti. Siento que era una excusa a mí misma, por querer dejar a un lado a los chicos. Queriendo hacer pagar a todos por las cagadas de unos pocos. Nunca más. Quiero estar contigo, Sergio, siempre a tu lado.

—¿Juntos entonces?

—Juntos.

Se miraron a los ojos con un profundo amor. Sergio alzó su mano hasta la mejilla de su novia para limpiarle las últimas lágrimas que fluían por su rostro, pidió a todos los dioses del universo nunca más verla sufrir. Ojalá se cumpliera ese deseo, aunque era bastante complicado, pero si hiciera falta, daría su propio corazón para que sucediera. Se había dado cuenta de que la amaba con todo su ser.

—Nuestro primer beso…

—Cállate. —Carol no pudo soportar la risa— Bésame, y calla…

Sus labios se juntaron mientras el sol tocaba el horizonte sin querer perderse el magnífico beso de una nueva pareja. El agua fría les alcanzó los pies sin que se dieran cuenta, sus labios se movían al compás mientras sus brazos se sujetaban con fuerza, queriendo convertirse en uno solo.

Dos vidas se unían, dos almas destinadas con el sol como testigo en una playa desierta. El comienzo de una nueva historia se empezaba a escribir con tinta tan afectuosa que salía del mismo corazón. Con un beso eterno, todo fue sellado.

EPÍLOGO

Carmen tecleaba en su casa con rapidez. Durante estos últimos meses había adquirido bastante maña con el portátil. Cerró la pantalla, tomando un sorbo del café que tenía en la mesa, levantándose después para admirar como quedaba el árbol de Navidad. Le encantaba como estaba decorado, sobre todo con el adorno que su sobrino le mandó por correo.

—Un pene igual hubiera quedado mejor que una bola.

—¿Decías algo, cariño?

—No, Pedro. —mirando al sofá donde su marido esperaba a sus invitados— Estaba pensando en cómo terminar el libro, ya no me queda nada.

Su marido soltó un pequeño graznido que sonó a “me alegro”. Carmen tenía años de experiencia con aquel idioma, lo dominaba a la perfección. Mirando el reloj se dio cuenta de que faltaba poco para que los invitados llegasen, por lo que echó una ojeada al móvil y vio el mensaje de su hermana.

—Abrid la puerta, en cinco minutos estamos.

Salió rápido, avisando a su marido para que pulsara el botón de la verja de la entrada. No esperó ni dos minutos, que al fondo de la carretera, bajo la noche de diciembre, hizo acto de presencia un coche.

No era de color rojo, “una pena”, sino de un plateado gastado que Dani conducía desde hacía años. Entraron en sus dominios mientras Carmen sonreía de oreja a oreja inquieta porque salieran del coche.

—¡Hola, familia!

De forma efusiva se abalanzó a abrazar a su hermana que fue la primera en abrir la puerta del coche sin que este se hubiera detenido del todo.

—Apenas habéis tardado. —a Carmen no se le borraba la sonrisa— Entra Mari, que hace frío, ahora hablamos.

—¿Pedro? —preguntó su hermana cogiendo su bolso, para ir a saludar a su cuñado.

—En la sala, tirado en el sofá, como no. —miró hacia la puerta del coche donde salía Laura echa toda una mujer con los dieciocho años ya a su espalda— ¡Mi princesa! No se puede ser más guapa que tú, cariño. —la dio un sonoro beso que la jovencita recibió con risas.

—Estás preciosa, tía, ¿gimnasio?

—Un poco… Tú y yo tenemos que hablar de chichos, que algo me ha contado tu madre…

—Carmen… —dijo Laura ruborizada metiéndose en la casa con una pequeña maleta.

Dani se fue al maletero sacando todo lo demás y andando hacia la casa, mientras Carmen le saludaba con dos besos y giraba por el coche buscando a alguien muy importante.

La puerta trasera se abrió y de allí emergió un joven, algo espigado, parecía que hubiera crecido, pero para nada. El pelo desaliñado y unas ropas cómodas para el viaje que seguramente hubiera sudado.

—Mi sobrino favorito…

—Tía. —se fundieron en una abrazo sentido que ambos disfrutaron. Al despegarse, Carmen miró hacia dentro, sabía que había alguien más.

—¿Dónde está mi nueva sobrina?

Del coche salió una joven con el pelo moreno ondulado que coronaban unas mechas de un azul precioso. El cabello más largo que hacía meses le caía hasta los hombros, escondiendo sus preciosos ojos verdes detrás de unas gafas de color idéntico a su cabellera. Menuda, pero con un cuerpo cuidado y bonito, que tenía un rostro de facciones preciosas.

Sergio le tendió la mano para que saliera con más comodidad, aunque Carol era ágil y no la necesitaba, sin embargo la cogió, sentir la mano de su pareja siempre era agradable.

—Esta es Carol. Carol, Carmen, mi tía.

—Encantada. —el rostro de la joven se coloró al instante. Sergio había descubierto lo nerviosa y tímida que era con su familia, en especial con sus padres.

—¡La que está encantada soy yo, cielo! Eres toda una reina. ¡Qué suerte has tenido, chaval!

Ambos sonrieron y Carol mantuvo una pequeña mueca sin llegar a reír, siempre le pasaba lo mismo delante de su suegra y con Carmen, no iba a ser diferente.

Se adentraron en la casa, mientras la tía hablaba y hablaba, Carol sujetaba con fuerza la mano de su novio, sin querer que le soltase en ningún momento. Aceptó pasar las Navidades con Sergio, porque lo amaba con locura y tenerle cerca todos los días era un placer, pero le costó viajar con sus suegros. Pese a tener una buena confianza con ellos, todavía le daba mucha vergüenza y sabía… que siempre se la daría.

Con Mari se llevaba de maravilla, incluso le traía de vez en cuando ropa de su tienda, Sergio se quejaba de que a él no le compraba nada, que gracia le hacía ver su cara. Con Dani era un trato más cordial, muy amable y siempre con buena cara, pero poco más, tampoco habían profundizado mucho, Carol en casa de Sergio era una chica de pocas palabras. ¡INCREÍBLE!

La que más le encantaba era su nueva cuñada, con Laura había conectado desde el primer momento. Estaban unidas por las mismas aficiones y cuando visitaba a su novio, no perdía el tiempo en ir al cuarto de la joven a saludarla.

—Carol, —escuchó la voz de Laura llamarla desde lo alto de la escalera— sube, que dejamos aquí la maleta.

Soltó la mano de su novio a duras penas, como una chiquilla saliendo de las faldas de su madre. Se perdió en la habitación con la joven, mientras Sergio la miraba embobado, con esa mirada que solo tienen los enamorados.

—Cariño, —le llamó Mari desde la cocina— ven a ayudarnos con la cena, que vamos tarde. —se encaminó donde su madre— Los hombres van a beber un poco en la sala… hombres… y deja que tu hermana le cuente a Carol lo de su novio.

—¿Tiene novio?

—Se la ve en la cara. —Carmen apareció por la espalda, entrando en la cocina y quedándose los tres solos en el pequeño espacio.

Sergio lanzó un vistazo nostálgico, recordando hace más de un año las perfectas vacaciones que pasó y como todo había cambiado tanto desde entonces. Las mujeres hablaban la mar de tranquilas después del mal trago que vivieron y de estar un tiempo sin comunicarse. Él… que feliz estaba ahora con su nueva novia… y esperaba que en un futuro… se convirtiera en su mujer.

—A ver —llamó la atención de las mujeres— dejen paso, que llega Sergio para ayudar.

—Entonces mejor llamo a un restaurante… o a los bomberos.

—Tan graciosa como siempre, tía.

Como tiempo atrás los tres rieron, felices y sin nada de preocupaciones, con sentimientos comunes de una familia. Pero con unos recuerdos que aún traían a la memoria alguna que otra vez.

El momento de la cena llegó y Mari avisó a su hijo de que Carol estaba arriba, que fuera a buscarla para que no bajase sola. La mujer no era tonta y ya sabía lo tímida que era, la ayudaba en todo lo que podía y le encantaba que formara parte de su familia, en verdad, Sergio había encontrado una gran mujer.

—Cielo, ¿estás lista? —golpeó la puerta donde hacía más de un año durmió solo.

—Pasa, Sergio.

Su chica estaba en medio de la habitación, contemplándose en el espejo del armario y colocándose unos pendientes para completar su perfecta figura. Abrió la boca tanto como pudo para no esconder su asombro.

Tenía el pelo suelto en ondulaciones hasta la mitad de su cuello, con unas preciosas perlas como pendientes. Se había quitado las gafas, poniéndose unas lentillas que pocas veces usaba, prefería las lentes, en palabras suyas, se sentía menos pato. Se arregló un poco más el vestido, quitando las últimas pelusas que encontraba y vio cómo su novio se acercaba.

—Carol…, estás espectacular.

—Me lo compró tu madre, y los pendientes me los dejó Laura, ¿me ves bien? Me siento un poco rara.

—No digas bobadas, eres un ángel.

—¿Sergio? —cuando estuvo a su lado, vio como la miraba. Esos ojos los conocía muy bien— ¿Estás poniéndote cachondo?

—No.

—No me mientas. —le rodeó por la cintura mientras ella colocaba sus manos en sus hombros. Contactaron… con lo más salido que poseía el cuerpo de Sergio, su pene— La tienes dura…

—Lo siento. No puedo contenerme, me produces cosas que no puedo controlar.

Como le gustaba a Carolina hacer que su novio perdiera el control de su cuerpo y que su deseo descarrilase. Sin embargo, no podían hacerlo con toda su familia en la parte de abajo.

—Si quieres otro día… —ambos miraron el precioso vestido— me lo pongo, cuando tengamos un momento más íntimo…

—¿Cómo el de la semana pasada? —rememoraba el tiempo que pasaron solos en casa de Carol.

—Parecías un mono en celo… —la chica acercó sus labios, pero no llegó a tocar los de Sergio— Gracias por cumplir mi fantasía, aunque disfrutaste bastante conmigo de gatita ¿no?

—No lo sabes bien, cariño. Creo que la fantasía la cumplí yo.

—Que sepas, que aún me duele un poco el culito y que… me sigue saliendo un poco de tu leche. —esto último no era verdad, pero sabía que a su novio le pondría. Como le gustaba verle así.

—Carol… mejor para… no me digas esas cosas.

—Podemos usar este vestido otro día o… —bajó la mano hasta palpar el pene tan duro de su novio. Siempre le hacía perder el sentido. Lo agarró con fuerza y Sergio se meció hacia delante— Tengo algún que otro disfraz en mente.

—Cariño…, para… o no respondo… ya lo sabes.

—Lo sé… —amasó el prominente bulto del que esperaba fuera el padre de sus hijos y le añadió— Lo sé muy bien…

—¿Chicos?

Desde detrás de la puerta se escuchó la voz de Laura, que metió ligeramente la cabeza en el interior para ver a la pareja agarrada.

—Vamos, que hay que cenar. ¡Madre mía, Carol! ¡Estás preciosa! Sobre todo por los pendientes.

—Muchas gracias, Laura, eres la mejor, te quiero. Y tú sí que estás guapa…

Con esto Laura se sonrojó, sonriéndola sin poder aguantarlo. Carol la solía lanzar más de un piropo a modo de broma. Aunque la joven sí que opinaba que su cuñada era una belleza, incluso en alguna ocasión, le dijo a su novio que si se portaba mal le cambiaría rápidamente por su hermana. Sergio siempre fruncía el ceño, no sabía hasta qué punto era una broma.

—Oye, Sergio, gracias otra vez por invitarme a ir a Cantabria con vosotros. Fue increíble, me lo pasé genial.

—No es nada, ya sabes que te debía una, aunque la gran idea nació de Carol, ella es la máxima culpable. Si se da la ocasión podemos repetirlo, invitó yo, ya lo sabes. —su hermana le mandó un beso. Dejándoles solos después de bajar por las escaleras y reunirse con los demás.

—Vamos, mi vida. —ambos apretaron fuertes sus manos. Como se amaban, estaban locos el uno por el otro.

—Me tienes que contar lo del novio de Laura.

—¡Ah, no! Eso es secreto de chicas, yo calladita.

—Carol… venga…

La joven sonrió ante las quejas de su novio y le dio un buen beso antes de atravesar la puerta. Sergio bajó a cenar con su familia relamiéndose los labios, el buen sabor que le dejaba su pareja era mejor que cualquier otra cosa en el mundo.

Cenaron en familia, faltando solamente las hijas de Carmen y Pedro, que estaban con sus respectivos maridos e irían en Nochevieja. No obstante también era bueno, de ese modo la casa no se saturaría.

Hablaron de todo y rieron como siempre, una familia unida como otra cualquiera con sus más y sus menos. Quizá esta tuviera cierto pasado enterrado bajo una densa alfombra, pero… todo fue producto del amor, ¿no?

Carol se metió en la cama con el pijama abrigado que Sergio le regaló antes de ir. Le encantaba, sobre todo lo amoroso que era.

—Hoy me da que no… —dejó caer Sergio metiéndose en la cama junto a su novia.

—Otro día, me da cosa hacerlo en casa de tu tía.

—Entiendo. Aunque si a la noche te apetece, despiértame. —un guiño muy cómplice salió de su ojo.

—Salido… —le dio un pequeño golpe en el hombro, pero dejó abierta la puerta a esa opción.

—Entonces, ¿mañana quieres ir a ver la casa de mis abuelos?

—Por mi bien. —no le parecía mala idea, era un lugar donde Sergio había pasado buena parte de su infancia y vacaciones. Conocer más cosas de su chico siempre la gustaba.

—Me alegro, cariño. —un beso en la frente, dulce y tierno como a ambos les encantaba. Había momentos para la lujuria y para el amor, algo que se sincronizaba de maravilla— Qué duermas bien, te amo.

—Y yo.

El sueño no fue del todo gratificante, las pernoctaciones en casa ajena nunca suelen serlo. Aun así, pronto salió el sol y casi sin darse cuenta de cómo había llegado allí, ya estaba en dirección a casa de los abuelos, con Mari, Carmen, Carol. Sergio al volante recorría los pocos kilómetros de distancia.

Sonrió pensando en lo irónico y curioso que parecía que las tres mujeres de su vida estuvieran reunidas en un pequeño espacio. “Quizá me falté Marta” acabó por reírse de forma nasal, de Alicia, prácticamente se había olvidado.

Aparcó delante de la puerta, viniéndole a la memoria el momento con Carmen tan apasionado y esperando que hubiera arreglado el cabecero que reventaron. Con la mano de su chica bien aferrada se encaminaron a la entrada. Su tía sacó las llaves y abrió la puerta con rapidez.

Todos pasaron uno por uno, parándose ambas mujeres en la escalera mientras Sergio veía como Carol cerraba la puerta en último lugar. Echó la llave, quitándola después y dando dos pasos donde su chico.

Sergio estaba mirando a su tía y su Madre, tan parecidas y a la vez tan diferentes, seguían siendo dos diosas de la belleza. Sobre todo Mari que había dado un gran cambio desde que trabajaba, ahora se cuidaba en todo sentido, Carmen seguía en su línea de perfección, sin variar.

Algo las pasaba y el joven se percató. Tenían una mirada diferente, escondiendo algo que él no sabía, le miraban con media sonrisa desde lo alto mientras sus ojos azules destilaban una curiosidad que casi tenía olvidada.

Podría preguntarse muchas cosas, quizá perder el tiempo en suposiciones, pero no le dio tiempo, Carol le dio la respuesta. Desde su espalda dos brazos le sujetaron, uno dejando la mano en su pecho y otro a la altura de su bajo vientre. Sintió el beso tierno en el cuello que le daba su novia y en un futuro su esposa. El vello de todo su cuerpo se erizó al momento.

Carol conocía muy bien ese punto y solo lo usaba en situaciones muy concretas. Volvió a sentir otro beso, este más profundo con un pequeño mordisco mientras su tía y su madre miraban atentas. Giró el rostro algo desconcertado, viendo a Carolina con la mirada que ya tenía bien aprendida.

Era esa cara que siempre ponía en momentos realmente calientes, cuando perdía el sentido. Como la semana anterior, cuando vestida de gatita le pedía a su novio que le quitase la cola y la diera un gran sexo anal. Le había mirado con ese rostro lujurioso mientras la penetraba una y otra vez… que pronto se corrió…

La preciosa jovencita, con sus gafas puestas, alzó la cabeza. Llegó de puntillas hasta la oreja de su futuro marido y padre de sus hijos (esperaba que dos). Habló con el tono más meloso que disponía, haciendo vibrar los sentidos del joven y susurrándole al odio.

—¿Subimos?

FIN

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Aquí terminamos con esta maravillosa aventura. Fue un camino duro, no lo voy a negar, pero a la par satisfactorio hasta un nivel increíble. Nunca me había imaginado poder escribir un libro y menos una historia con sentido, y bueno… al final, después de un año, escribí tres y creo que el hilo narrativo fue bueno.

Pediros disculpas por no haberos podido contestar todo lo que me hubiera gustado en los comentarios, pero la verdad que apenas tenía tiempo, aun así, siempre os he intentado leer. Por eso agradeceros a l@s que leísteis desde un único capítulo, hasta los que habéis estado aquí desde el comienzo. L@s que me habéis comentado, leído y votado en casi todos los relatos, deciros que habéis sido un gran apoyo para seguir adelante. Viendo las notas y los buenos comentarios me hacíais seguir escribiendo.

Ahora llega el turno de despedirse después de esta fantastica aventura, pero no es un adiós, sino un hasta pronto. Toca descansar un poco y refrescar el cerebro con ideas nuevas, espero traer algún que otro relato dentro de no mucho, aunque una historia tan densa no sé si seré capaz.

Os animo a que me sigáis por Twitter (está en mi página de perfil) para tener más noticias mías y que estéis al tanto de los nuevos proyectos que vayan saliendo. Gracias de corazón a todos los que me acompañaron en este viaje, os mando un abrazo increíble.

Un beso, hasta pronto y… ¡Disfrutad!

(9,80)