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Cogiendo a full las mellizas polacas en la selva misionera
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Tiempo de lectura: 15 minutos

Hace cinco años, partí en mi camioneta 4×4 a recorrer varias provincias, tenía un camper colocado, donde dormía, tenía un pequeño baño y una cocinita. Era suficiente para mí. Durante un mes, recorrí dos provincias, hasta llegar a Misiones, una provincia impactante si uno la recorre por los caminos de tierra. A mediados del siglo pasado, llegó a la provincia una cantidad importante de polacos que se afincaron en el interior. A una finca de sus descendientes llegue una tarde buscando un lugar para pasar la noche.

Me recibió una mujer de unos 45 años, rubia y de ojos celestes. Fornida, de grandes pechos y culo.

– Hola, buenas tardes. Disculpe que la moleste.

– Buenas tardes. Dígame, en que lo puedo ayudar.

– La verdad es que calculé mal el tiempo y está empezando a hacer de noche. ¿Me permitiría estacionar dentro de su finca, para no quedar en el camino?

– ¿Está Ud. solo?

– Si, y no voy a molestar, yo duermo en la parte de atrás, tengo baño y una cocina, solo necesito un lugar para estacionar.

– Pase, estacione debajo de aquel árbol. Dijo la mujer.

Estacioné y la mujer se acercó.

– Si necesita algo, solo golpee la puerta.

– Gracias señora, no quiero molestar. Bastante que me deja estacionar.

Se fue y me quedé pensando lo que debía haber sido esa mujer cuando joven. Me subía al camper y me puse a escribir en mi notebook alimentada por baterías solares, mi bitácora de viaje. Lentamente la noche fue llegando y los golpes en la puerta del camper me sobresaltaron justo cuando estaba por empezar a hacerme una sopa. Abrí y era la mujer.

– Muchacho, venga a cenar a la casa. No va a comer solo estando en nuestra casa.

– No, por favor, no tengo problema. Le agradezco, pero no quiero molestar.

– Insisto. Ah, mi nombre es Berta.

– Bueno, gracias. El mío es Nicolás. Nico.

– Venga Nico.

La acompañe y cuando entramos a la casa me sorprendió lo hermosa que era en su interior. Fuimos a la cocina y casi me muero de la impresión. Dos copias exactas de Berta, pero con muchos años menos. Y también kilos.

– Nico ellas son mis hijas, Dulce y Estela.

– Encantado. Dije estrechando sus manos.

No podía creer lo hermosas que eran las dos. De haber estado en Buenos Aires, no dudo que serían modelo las dos. Sirvieron una comida típica polaca, y la madre me contó que vivían solas, que su marido había muerto poco después que nacieron las hijas, que eran mellizas. Ella se hizo cargo de la finca y de la educación. Las chicas me miraban, se miraban entre ellas y se reían.

– Tontas, dejen de reírse como tontas. Dijo sonriendo la madre.

– Madre… Dijo Dulce.

– No es normal que vengan muchachos por la finca Nico. Por eso están exaltadas las nenas.

– ¿Nenas?

– Bueno, para mí son nenas. Pero tienen 22 años ya.

– Como para toda madre.

– ¿Hace mucho que anda con la casa a cuestas?

– Dos meses y medio. Es una forma barata de viajar y conocer lugares como este. Estoy enamorado de los caminos, la vegetación.

– Es muy lindo. Mañana las chicas lo pueden llevar a un salto de agua, aquí cerca. Se va caminando, y abajo hay una olla para bañarse.

– Me encantaría, sobre todo si es un lugar donde no llegamos los turistas, virgen.

– Por aquí es todo virgen. Dijo la madre y las dos chicas se rieron.

– Bueno, yo no claro. Dijo también riendo la madre. No pude más que reírme con su salida.

Terminamos de cenar, agradecí y me fui al camper. Antes de subir me quedé sentado en el pasto escuchando los ruidos de la selva misionera y disfrutando de una noche estrellada.

– ¿Molesto? Me preguntó Berta mientras se acercaba.

– No, por favor.

– Le traje Vodka, otra bebida fuerte no hay en la casa. Dijo.

– No se tendría que haber molestado Berta, gracias.

– Por favor, un gusto. Dijo y se empezó a marchar.

– Berta, venga, no me deje tomando solo.

– Pero solo un tiro. Dijo sonriendo.

Busque los dos únicos vasos que tenía en el camper y nos serví. Brindamos y nos pusimos a charlar.

– Supongo que es muy difícil la vida aquí, más sola y criando a las chicas.

– Bastante. Sobre todo se extraña la presencia de un hombre…

– Sí claro. Tuvo que hacerse cargo de todo, la finca, la crianza de las chicas, su educación.

– Si… Y para otras cosas. Dijo mirando el monte y sonriendo.

– También para eso. Dije.

– Sobre todo para eso. Dijo.

– Le sirvo otro. Dije.

– Dale Nico. Dijo ya tuteándome.

– ¿Cuántos años tenes? Pregunté.

– 44 años. Vos muchos menos.

– 30 años. Que lastima.

– ¿Qué lástima que?

– Que tus hijas están adentro, y seguramente espiando.

– ¿Cuál es el problema?

– Que si te beso no voy a poder detenerme.

– Vení. Me dijo y se levantó.

Caminamos un poco alejándonos de la casa y se quedó apoyada en un árbol.

– Nico, hace 20 años casi que no estoy con un hombre… No pidas maravillas.

– La maravilla sos vos. Tenes un cuerpo espectacular para tu edad. Dije y nos comenzamos a besar.

Esa mujer era fuego puro. De inmediato se sacó la camisola que llevaba y dos tremendos pechos aparecieron. Me puse a chuparlos con todo. Ella gemía de placer y acariciaba mi cabeza. Esos pechos eran espectaculares, grandes y muy firmes. Seguí chupando y levante su pollera para acariciar su concha. No estaba depilada.

– Nico, me estás haciendo excitar mucho. Dijo con la respiración entrecortada.

La acosté en el suelo y levante por completo su pollera, le quite el calzón que llevaba la comencé a chupar. Ella se sobresaltó e intentó correrse, le pedí que se quede quieta y lo hizo. Tomo su camisola y se la puso en la boca para tapar sus gemidos y grititos de placer. En pocos minutos tuvo un orgasmo tremendo. Se sentó para acariciarme la pija por sobre el pantalón.

– Eso no me va a entrar. Dijo Berta mordiéndose los labios sin haberla visto.

Me paré y me quite mi pantalón y como no uso ropa interior, mi pija quedo expuesta ante sus ojos.

– No me va a entrar. Repitió Berta poniéndose de rodillas. Me la acariciaba y no dejaba de mirarla.

– Bésala. Dije.

Ella fue dándole besos a todo lo largo, y abrió un poco su boca para chuparla. Lo hacía como podía, mis gemidos le indicaban que iba bien. De a poco mejoraba y se la trato de meter toda en la boca, no pudo.

La hice poner en cuatro y con cuidado fui metiéndola.

– Espera, dame la camisola. Dijo.

Se la di y nuevamente se la metió en la boca. Seguí penetrándola, su concha era muy estrecha, y se abría al paso de mi verga. Ella gemía sin parar. Poco a poco fui moviéndome y ella ya gritaba de placer. Sus fluidos vaginales ayudaban a mis movimientos, ahora ya me movía con todo. De repente arqueó la columna y sus músculos vaginales apretaron mi pija con todo. Casi me hace acabar.

Me salí un poco y me puse a chuparle el orto.

– No seas cerdito. Me dijo separando sus cachetes con todo.

Le metí un dedo en el culo y ella resoplo con todo. Lo moví un poco, moje otro dedo en su concha y lo metí.

– Sos muy cerdito, Nico. Dijo y se empezó a mover ella.

Sin sacar mis dedos, se la metí de nuevo en la concha. Ella casi no llega a morder la camisola cuando dio un tremendo grito de placer. Tome su mano y la lleve a su clítoris. Se acariciaba con todo mientras yo la penetraba por los dos lados.

– No me termines en mi concha, por favor.

– ¿Dónde queres?

Ella giró la cabeza para mirarme a los ojos y dijo:

– Donde vos quieras, menos ahí.

– Ponete de rodillas.

Se puso de rodillas y me masturbe junto a su cara, ella abrió su boca y le acabe adentro. Trago toda mi leche y se sonrió. Levantó su calzón, lo guardó en un bolsillo y se puso la camisola. Volvimos al camper.

– Necesito vodka. Dijo cuándo se sentó

Serví para los dos y me sonrió.

– Gracias, hace muchos años… y mi marido no tenía eso. Es grande en serio. Dijo.

– Más o menos.

– Pensé que ibas a terminar en mi culo.

– Tuve miedo de lastimarte. Por eso.

– Gracias. Supongo que te estarás riendo de esta gringa. Vieja, con un calzón horrible de vieja, toda peluda. Vi en internet que ahora se usa otra cosa. Solo que acá, para que… si hubiera sabido que ibas a venir… hasta perfume me pongo. Dijo sonriendo.

– Berta, sos una mujer hermosa, y muy caliente. Olvidate del resto.

– ¿Te puedo pedir algo Nico?

– Si está a mi alcance, no hay problema.

– No embaraces a las chicas. Están con las hormonas a mil por hora, nunca estuvieron con un chico. Y están super excitadas con tu llegada. Solo eso, no las embaraces.

– Berta, me parece que divagas.

– Soy su madre, tienen mi misma sangre. Las escucho cuando a la noche se masturban mirando la computadora. ¿Qué les voy a decir? Yo también lo hago. Una noche las espié y se estaban tocando mutuamente y dándose besos. Somos tres mujeres solas y aisladas Nico.

– Primero quiero tu culo.

– Cerdito.

– ¿Te gustó chuparla?

– Me encantó, nunca lo había hecho. Y tragarme tu leche, muy rica.

– Anda a ver si se durmieron. Dije.

Ella se levantó y fue a ver.

– Si, ¿Qué queres hacer?

La tome de la mano y fuimos detrás de la camioneta, donde no nos podían ver. Me acosté en el pasto, baje mi pantalón y le dije que me la chupe. Ella comenzó a chupar con todo. Acomode su culo, poniéndolo hacia mí, y mojando dos dedos en su concha, los metí en el culo.

Berta chupaba enloquecida, un tercer dedo entro a su culo casi con facilidad.

– No doy más, métela. Me pidió Berta.

Me paré y de a poco se la fui metiendo. Ella mordía la camisola para no gritar. Se la metí toda y empecé a encularla con todo. Ella no paraba de gemir y gemir. Su culo era estrecho y ella ayudaba cerrando su esfínter. Atenazaba mi pija en su culo. No tarde en acabar adentro dándole un fuerte chirlo en el culo. Se la saque y se la di a chupar. Ella me chupo con todo, terminado de sacar mi leche y dejándola limpia por completo.

– Me gustó mucho. Fue mi primera vez. Dijo Berta.

Se levantó y fue para la casa. Yo entre al camper y me tire a dormir. Me despertaron los golpes en la puerta.

– Nico, a desayunar. Dijo una de las chicas.

– Voy. Dije.

– Buen día. Dije cuándo entre a la cocina.

– Muy buen día. Me saludó Berta desde atrás de las chicas con una sonrisa.

– Hola, Nico. Dijeron las dos a dúo.

– Nico, no quiero molestarte, pero, ¿Podes llevar las chicas al pueblo, no es lejos, tienen que comprar algunas cosas? Siempre van caminando, pero parece que hoy están vagas.

– No hay problema, las llevo. ¿Necesitas que saque el camper para cargar en la caja?

– No, no, no es necesario.

Terminamos de desayunar y subimos a la camioneta. Las dos estaban excitadas por ir conmigo, hasta pelearon por quien iba adelante. El trayecto era de cuatro kilómetros.

– Nico, ¿Tenes novia?

– No Dulce no tengo novia.

– Ah. Raro, sos muy lindo. Dijo Estela.

– Gracias, Ud. son hermosas. Dije y ellas se rieron.

– Cuando volvamos, tenemos que hacer algo en casa y después vamos a la cascada. Dijo Dulce.

– Bueno, no hay problema.

Llegamos al pueblo y me pidieron que las deje en un supermercado. Yo estacioné y fui a caminar y conocerlo. Casi una hora después vi que me esperaban al lado de la camioneta.

– Listo Nico, podemos volver. Dijo Estela.

El camino de regreso fue casi en silencio, solo interrumpido por sus risitas cuando miraban las bolsas con lo que habían comprado. Llegaron y entraron corriendo a la casa. Me puse a ordenar el camper adentro con la puerta abierta y escuche a Berta que me decía.

– Te lo dije, están con las hormonas a tope.

– ¿La pasaste bien anoche?

– Muy bien, me hiciste sentir joven y deseada.

– Sos joven y yo te deseo.

– Sos tremendo. Ahí mate un lechoncito, esta noche lo comemos asado.

– ¿No te molesta si cuando volvemos de la cascada nos sentamos a charlar, anoche y hoy estuve pensando y se me ocurrió algo?

– No, como me va a molestar. Va a ser un gusto escucharte. Solo espero que estas dos te dejen fuerza para hablar…

– Berta…

– Nico, se lo que digo. ¿Por qué pensas que fueron al pueblo? ¿A tomar un helado?

– Espero que sí. Dije y ella se fue riendo a carcajadas.

Un rato después aparecieron las dos. Ya no con los vestidos de campesinas. Cada una con un short, bien ajustado, una remera bien pegada al cuerpo y una tremenda sonrisa. Cerré la puerta y me puse una sunga brasileña, una remera y zapatillas y en mi sunga escondí un preservativo. Cuando baje del camper las dos se quedaron mirando mi bulto.

– Hey, ¿Vamos? Les dije.

– Sí, claro, vamos. Dijo Dulce. Berta nos miraba riendo desde la casa.

Fuimos por un sendero, habremos caminado unos dos kilómetros y llegamos a la cascada. Era hermosa, unos cincuenta metros de caída de agua y con un buen caudal.

– Llegamos. Dijo Dulce y se quitó el short y la remera. Abajo tenía una tremenda bikini.

Estela la siguió. Su bikini era aún más diminuta. Las dos se metieron en la olla de agua. Me saque la remera y me metí. Ellas jugaban como criaturas en el agua, yo a un par de metros admiraba los tremendos cuerpos que tenían. Salí del agua y me senté a mirarlas. Dulce vino y se sentó a mi derecha.

– Sos aburrido. Es aburrido venir con vos. Dijo mirando como su hermana chapoteaba en el agua.

– ¿Por qué soy aburrido?

– Porque no jugas con nosotras… y la verdad, no nos sentimos cómodas. Nosotras siempre nos bañamos sin ropa… Con vos… ¿Te gustan las chicas?

– Si claro que me gustan. Y mucho.

– No se nota. Dijo y se paró nuevamente. Se sacó el corpiño y luego la parte de debajo de la bikini. Me miro con una sonrisa y se metió al agua. Estaba totalmente depilada. Estela la vio, y también se sacó la bikini y me la tiró. Las dos se pusieron a jugar nuevamente, pero ahora el juego fue cambiando hasta que las dos se besaron con todo. Me saque la sunga, escondí el preservativo, y me metí de nuevo al agua.

– ¿Estoy bien así?

– Muy bien. Dijo Dulce.

Las dos se pusieron a jugar conmigo, el juego era tocarme. Y fue juego hasta que Dulce logro su objetivo y pudo agarrar mi verga. Se quedó dura, como mi verga. La tome de la mano y la atraje hacia mí. Le di un terrible beso y ella gemía ya por mi beso. Luego tome la mano de Estela y la llevé a mi pija. Me miro con cara de susto. Salimos del agua, y nos tiramos en el pasto. Estela también estaba depilada.

– ¿Sigo siendo aburrido? Le pregunté a Dulce.

– No…

– Entonces, chupala, alguna peli porno habrán visto.

Las dos se rieron y Dulce se puso a chuparme torpemente mientras yo me besaba con Estela y la acariciaba.

– Es más grande que las de la peli. Dijo Estela.

– Y gorda. Dijo Dulce.

– ¿Alguna vez jugaron entre Uds.? Pregunte sabiendo la respuesta.

– Si… nos besamos, nos acariciamos y una vez Estela me metió dedos en el culo.

– Entonces veni. Le dije a Estela y la hice sentar en mi boca.

Me miraba con los ojos abiertos totalmente. Cuando la empecé a chupar, ella me siguió mirando y gimiendo con todo. Se daba vuelta y la miraba a Dulce que no dejaba de chuparme la pija. No tardó mucho en tener un orgasmo.

– Ahora chupame vos Estela, y vos Dulce, reemplaza a tu hermana en mi boca.

Hicieron el cambio y Estela chupaba mejor que Dulce. Cuando ella sintió mis labios gritó de placer. Chupé su concha un rato y luego su orto. Su cara era fenomenal. Cuando estuvo bien lubricado por mi saliva, le metí dos dedos en el culo.

– Si, méteme los dedos. Dijo Dulce.

– A mí también. Dijo Estela acercando su culo.

Así estuvimos un buen rato, hasta que busqué el preservativo que había escondido en mi sunga.

Me lo puse y mire a Estela. Ella se mordió los labios y se acostó. Me puse sobre ella y la fui penetrando de a poco hasta que sentí su himen.

– ¿Sigo? Le pregunté.

– Si. Dijo Estela.

Empuje un par de veces y ella dio un grito de dolor. Me quedé quieto y ella me abrazo, tenía los ojos llenos de lágrimas. La besé y de a poco fui entrando y saliendo. No tardó nada en empezar a gemir como loca, era tan caliente como la madre. No fueron más de 10 minutos que estuve con ella y Dulce nos miraba tocándose la concha y tratando de meter un par de dedos. Estela tuvo un orgasmo y me beso con todo.

– Gracias. Me dijo sonriendo.

– Por favor acostate. Me dijo Dulce.

Me montó y se puso mi pija en la concha. Mordió su labio inferior y se dejó caer. Su grito fue terrible. Pero lentamente fue moviéndose arriba y abajo. Empezó a gemir sin parar y a apretarse las tremendas tetas que portaba.

– Esto es hermoso, no lo imaginaba así, me encanta sentir tu pija en mi concha.

– Las dos son hermosas, dos tremendas mujeres.

– Gracias… sos re dulce.

– Estela, chupale las tetas. Dije.

– Siii.

Las empezó a chupar y Dulce gemía y saltaba sobre mi pija. Parecía que hace años había perdido la virginidad.

– Mamá nos dijo que sos cerdito. Dijo Estela mientras le chupaba las tetas.

– ¿Eso les dijo? Pregunte sonriendo.

– Si…

– ¿Y Uds. quieren que sea cerdito con Uds.?

– Yo sí. Dijo Dulce.

– Yo también. Dijo Estela.

– Pero para eso, las dos tienen que ser muy cerditas. Dije y ellas se rieron.

– Estela, metele un par de dedos en el culo, y no dejes de chuparle las tetas. Dije.

De inmediato lo hizo, y ahora Dulce gritaba directamente. Tuvo un tremendo orgasmo y la quite de encima de mí.

– ¿Saben lo que es hacer un 69? Pregunté y las dos se rieron con todo.

– Si. Dijo Dulce.

– Entonces háganlo, vos arriba Dulce, las quiero bien calientes y cerdas, muy cerdas.

Lo hicieron y con torpeza empezaron a chuparse las conchas. Y comenzaron los gemidos de inmediato. Me puse detrás de Dulce, le escupí el orto y le metí tres dedos en su orto ya dilatado por Estela. Me quite el preservativo y puse mi pija en su orto. Lentamente lo fui penetrando, Dulce gemía y hundía su cara en la concha de Estela que miraba absorta como yo cogía el culo de Dulce.

– Dulce, prepárale el culo a Estela. Dije y chupo dos dedos y se los metió. Estela dio un grito de placer y se puso a chupar como loca la concha de su hermana.

Estuve en ese culo hasta que tuvo un fuerte orgasmo y las hice girar. Apoye la pija en el culo de Estela y entraba más fácilmente que en el de Dulce. Estela estaba literalmente loca. Gritaba pidiendo más y más. Dulce la volvía loca con su boca en la concha. Tuvo un orgasmo genial y las hice poner de rodilla las dos.

– Como dos buenas cerditas, se van a tragar toda mi leche.

– Si Nico. Dijo Dulce.

Me masturbe frente a sus caras y acabe regando de semen sus caras y bocas. Las dos se miraron riendo y se chuparon las caras, limpiándolas por completo. Los tres fuimos al agua y nos besamos con todo.

– Sos un genio Nico. Tal como dijo mamá. Dijo Dulce.

– ¿Qué les contó?

– Todo… No quiso que nos veas con los pelos y las bombachas que usamos… somos chicas de campo.

– Son hermosas. Me encantan las dos… y su madre…

– Sos cerdo en serio. Dijo riendo Estela.

Salimos del agua y nos recostamos nuevamente en el césped. El lugar era idílico, y esas dos tremendas mujeres, rubias, de ojos celestes, y con cuerpos esculturales me hacían sentir el hombre más dichoso del mundo.

Los tres nos besamos tocamos y mimamos durante un largo rato. Sin que les diga nada hicieron un 69, y se dieron con todo solas por un rato. Me puse de rodillas ofreciéndole mi pija a Estela, y se puso a chupar hasta dejarla bien dura.

Como no tenía otro preservativo, las cogía las dos por el culo. Ninguna de las dos se opuso, al contrario. Ellas mismas se lo abrían. Dulce quiso montarme con la pija en el culo. Gritaba como loca mientras Estela le chupaba las tetas y jugaba con su clítoris. Tuvo un tremendo orgasmo y le dejó el lugar a Estela.

– Quiero escucharte gritar hermana. Dijo Dulce y le chupaba las tetas mientras le daba chirlos en el culo.

Y claro que la hizo gritar de placer. Esta vez puse a Dulce en cuatro patas y le termine en el culo, llenándolo de leche. Estela me chupo la pija para limpiarlo y el culo de Dulce que gritaba de placer sintiendo la lengua de su hermana limpiándoselo.

Un rato después, nos pusimos las mallas y volvimos a la casa ellas, yo al camper. Me puse un short y fui a la casa.

– Me voy a poner celosa. Dijo Berta cuando me vio.

– No te preocupes, que algún cartucho me queda.

– Espero. ¿Todo bien?

– Si, son dos bestias. Vas a tener que tener cuidado.

– Lo sé. ¿Qué me querías comentar?

– Vos acá, aparte de la plantación, tenes un lugar espectacular para hacer un resort, chico, pero podría funcionar muy bien.

– Lo sé Nico, lo pensé. Pero estoy sola. No es un problema de plata, pero se necesita un hombre. Para pelear con los proveedores, los constructores, los empleados. Y la verdad, yo no tengo fuerzas para empezar algo nuevo y las chicas, no tienen carácter. Y lo que es peor, seguro que pronto levantan vuelo.

– Claro. Entiendo.

Fue a buscar un par de cervezas y nos sentamos a mirar como se hacía el lechón. Al rato se nos acoplaron las chicas.

– Chicas, que prefieren: ¿Tenerlo a Nico como padrastro, como novio de alguna de las dos, o de las dos? Preguntó guiñándome un ojo Berta.

– Como novio de las tres. Dijo Dulce.

– Eso, estoy de acuerdo. Dijo Estela.

– Tan cerdas como la madre. Dijo Berta.

– ¿Te quedas Nico? Pregunto Dulce.

– Ni sé de que habla tu madre, para mí que tiene un cortocircuito en la cabeza. Dije.

– Tu idea es muy buena, pero para gente que necesita ganar mucha plata, que no se conforma con vivir bien, que se vuelve loca saltando de negocio en negocio y no disfruta lo que gana. Y sinceramente, nosotras vivimos muy bien, ganamos muy buena plata. Y aunque viniera un hombre, hacer ese resort, nos cambiaría la vida que llevamos. Yo no pienso abandonar mi lugar, mi tierra. Como te dije, sé que ellas van a volar. Y yo me voy a quedar con eso… No Nico. No necesito más problemas ni gente caminado por acá.

– La puta, cuánta razón tenes. Este lugar es maravilloso, tenes razón, no lo toques. Dije.

– ¿Y vos, que vas a hacer de tu vida? ¿A que te dedicas además de viajar?

– Soy programador de computadoras. Trabajo para empresas de otros países.

– Ah… algo leí, dicen que ganan mucha plata trabajando desde la casa.

– Algunos, otros ganamos muy bien.

– ¿Y cómo sería trabajar en un lugar así?

– Increíble, con esta paz, rendiría mucho más. Yo con una buena conexión de internet, puedo trabajar en cualquier lado, incluso en el camper.

– Ah… entonces es cuestión que te decidas. Dijo Berta y fue a mover las brasas del lechón.

Me quedé pensando, bajo la mirada de Dulce y Estela. No se volvió a hablar del tema durante la cena. El lechón estaba delicioso. Las chicas habían preparado una torta de postre. Cuando terminamos de cenar, ellas entraron a la casa, Berta trajo el vodka y sirvió para los dos.

– ¿Qué pasa Nico? Me preguntó.

– Me hiciste pensar mucho con todo lo que dijiste. Lo de correr atrás del dinero, vivir en un lugar así. Sos muy inteligente. Te admiro. Dije.

– Nosotras tenemos una conexión de internet buena. ¿Por qué no probas? Un tiempo, no perdes nada. Y todos probamos. Me gustaría mucho tenerte de compañero, podría descansar tranquila.

– Me estas tentando mal. Y lo sabes.

– Si, y también te digo que Dulce esta re metida con vos. Casi tanto como yo. Pero ella es más joven, te necesita más que yo. Y por tus miradas, no te disgusta nada.

– Bruja.

– Te dejo pensando. Hasta mañana. Dijo Berta y se fue a la casa.

Me quedé tomando otro vodka, mirando como se extinguían las brazas del fuego.

– ¿Puedo acompañarte? Me preguntó tiernamente Dulce.

– Si. Dije.

Ella se sentó junto a mí en silencio. Los dos mirábamos las brasas. Estuvimos así hasta que se extinguieron.

– Me voy a acostar. Dije.

– Esperá un minuto Nico.

– ¿Qué pasa Dulce?

– Sé que no soy una de esas mujeres de la Capital que vos conoces, soy bruta, no se muchas cosas, apenas termine el secundario. Ni soy elegante ni tengo la gracia que tiene ellas. Pero me gustas, y quería decírtelo. Así, como soy yo.

– Sos hermosa. Y sana. No muchas pueden decir eso Dulce.

– Pero no puedo competir con ellas. Yo…

– ¿Te puedo abrazar? Le pregunte.

Por toda respuesta ella me abrazo a mí y me dio un beso genial. Un rato después fuimos al camper y los dos dormimos abrazados en mi cama de una plaza.

Nos despertamos temprano y cuando entramos a la cocina Berta sonrió.

– Tengan un buen día. Dijo.

– Hola mamá.

– Buen día Berta.

Llego Estela y le dio un pico a Dulce y las dos se abrazaron.

– ¿Todo bien hermana? Preguntó Estela.

– Si Estela, todo bien.

Desayunamos y le pedía Berta salir a caminar.

– Te escucho. Dijo.

– Estuve pensando. ¿Puedo dejar el camper, y que me cobres un alquiler por el espacio por unos meses?

– Si a dejar el camper. No a cobrarte un alquiler. En la casa hay una habitación, no pensarás que voy a dejar que mi hija duerma en una cama de una plaza con vos.

– Sos hermosa.

– Lo sé. Aunque pensándolo bien, te puedo cobrar un alquiler es especias cada tanto. Dijo sonriendo.

– Si tu hija me deja…

– Esa es la respuesta que quería escuchar.

– ¿Me dejas viajar a Bs.As., con Dulce para buscar mis cosas?

– Por supuesto. ¿Ya le dijiste?

– No, primero quise hablar con vos.

– Gracias. Eso es ser un hombre bien ubicado.

Volvimos a la casa y le dije a Dulce que me iba a Buenos Aires. Casi se larga a llorar.

– Hey, vos podes venir conmigo. Vamos a buscar mis cosas. ¿Me acompañas?

Ella salto a mi cuello y me dio un tremendo beso. Saque el camper de la camioneta y a la tarde empezamos el viaje. Hicimos noche en un hotel, haciendo el amor como locos. Al atardecer del día siguiente, llegábamos a la capital. Su cara de asombro era increíble. Por suerte llegamos temprano y pudimos ir a un shopping para que se compre la ropa que quería. Su metro ochenta, destacaba por sobre todas las mujeres. En cada local que entraba a comprar algo se quedaban admiradas de su belleza.

Esa noche se puso un conjunto de ropa interior impresionante, pero no tanto como ella. Al día siguiente pase a saludar unos amigos y cenamos con dos parejas amigas. Nadie podía creer que fuera tan hermosa, y mi novia. Salimos de cenar y me dijo:

– Nico, ¿Cómo podes vivir acá? Siempre hay ruido, sirenas. Es una locura esto.

Al día siguiente emprendimos el regreso a Misiones. Hace cinco años que somos pareja, tres casados, Wenceslao, nuestro hijo tiene dos años, lleva el nombre de su abuelo materno. Estela, conoció a un muchacho en el pueblo y se fueron a vivir juntos. Berta, cada tanto juega con nosotros a la noche.

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