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Con mi prima después del gym
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Tiempo de lectura: 7 minutos

Soy bisexual desde hace mucho. Hace bastante tiempo de esto, mis inicios. Exactamente ese día en que aumentó mi percepción del sexo.

Antes de mi primera experiencia sexual con una chica, por supuesto, que ya conocía el sexo con los chicos y no era virgen. Pero quería probar algunas cosas nuevas a las que por otra parte tenía muy fácil acceso. Y lo sabia, quien era la persona con la que podía experimentar esas cosas nuevas.

Este relato lo escribí por entonces así que mis habilidades como narradora no estaban muy desarrolladas. Espero me disculpen las deficiencias en estilo y narrativa. He hecho alguna corrección para intentar adaptarlo a los tiempos que corren pero intentando mantener el espíritu del relato intacto.

Un dia cualquiera estaba en casa de mi prima Marta, que vive sola. Yo todavía habitaba con mis padres. Veníamos del gimnasio después de haber hecho ejercicio, camadas, sudadas pero también relajadas.

No teníamos puestos mas que los pantalones cortos y las camisetas de tirantes. Nos habíamos quitado el resto del chándal, hacia calor. Todo lo que llevábamos era bastante fino y estaba sudado.

Se podía apreciar una porción bastante amplia de nuestros senos. Casi como en un concurso de camisetas mojadas. Además a traves de la fina lycra blanca se le notaba incluso la morena pelambrera de su coñito. Ni siquiera nos depilabamos en esa época.

Me invitó a su ducha y mientras me mostraba donde tenía las cosas yo me quité la camiseta sin esperar a que me dejara sola. Sabía que ella era lesbiana, habíamos hablado mucho de sexo. Pero hasta entonces no me había dejado tocar ni por ella ni por ninguna otra chica.

– Quédate prima, podremos conversar y necesito que alguien me lave la espalda.

Le dije que no se marchara, que podíamos charlar mientras me duchaba o que podría enjabonarme la espalda. Ella me miraba ojiplática, pues hasta entonces apenas había podido verme sin ropa.

– ¿Estas segura?

Me saqué el pantalón y me acaricié sin ningún pudor los dorados rizos de mi coño. Me metí en la bañera y abrí el grifo dejando que el agua caliente resbalara por mi piel.

Ella tomó una pastilla de jabón, sí, aún se usaba eso y sosteniéndola con la palma de la mano, los dedos bien extendidos. Empezó a recorrer mi espalda acariciándome al principio con algo de miedo y respeto, por si yo protestaba. Pero al ver que la animaba con mi silencio y con algún gemido de placer siguió acariciándome y tocándome.

– Sigue.

Estaba de pie y ella trazaba círculos con su mano en mi espalda cada vez mas abajo. Pronto llegó al culo y continuó con él metiéndome la mano y el jabón por la raja. Manteniéndome bien abiertas las nalgas, me las acariciaba con la otra mano. Me gustaba que su dedo enjabonado jugara con mi ano. A veces intentando entrar dentro de mí.

Entonces me dí la vuelta y la emprendió con mis senos, se cansó pronto o más bien le entró prisa y empezó a bajar por el vientre. Deslizando un dedo juguetón en el ombligo. La sensación de su mano, una sola todavía, recorriendo mi piel era sensacional. Aunque para entonces ya deseaba más, su boca y su lengua.

Llegó al coñito que acariciaba con los dedos mientras sostenia el jabón sobre el monte de venus justo por encima de la almeja. Llenando de espuma la pelambrera de mi xoxito.

Fue entonces cuando le quité la pastilla de la mano y comencé a desnudarla. Decidida por fin a hacerle el amor, tomando yo más iniciativa. Pronto le quité la camiseta por la cabeza, arrojé la prenda dentro de la bañera y me detuve un poco en jugar con sus pezones.

Mientras rodeaba sus pechos con mis manos, noté como se le ponían duros los pezones como antes lo habían hecho los míos. Acariciaba esas dos preciosas masas de carne, no podía parar.

Por fin nos besamos con pasión en la boca, sus labios carnosos, gruesos y rojos los dientes marfileños. Cada vez que se remojaba los labios con la lengua a mí me daban ganas de mordérsela. Primero exploré su boca con la sin hueso y después la mia recibió gustosa la suya. Mientras cruzábamos las lenguas y se acariciaban la una a la otra.

Le fui bajando el pantaloncito despacio y la metí dentro de la bañera conmigo. Tirando de su manita. Donde me arrodillé y en un gesto de adoración me puse a chuparle el coñito. Metiendo mi lengua entre sus otros labios, hasta el punto mas alejado posible de su vagina.

Apartando sus rizos morenos de mi camino y sintiendo el salado sabor de su intimidad. Poniéndome el hermoso y delicado clítoris entre los labios, besándolo y chupándolo.

A cada lamida ella se retorcía de placer y sus jugos casi resbalaban por mi garganta. Jadeaba y se contorsionaba. Marta tenía un sabor maravilloso.

Pero no se conformaba con eso, ella quería darme placer a mí. Me sentó en el fondo de la bañera para lamer mis pies. Nunca habría imaginado que fuera así de pervertida, pero todo lo que me hacía me encantaba y me daba placer.

Mi prima cerró el agua y salimos. Cogí una toalla y me puse a secarla con cariño, primero los hombros morenos, los pechos abundantes que podía amasar suavemente de grandes areolas oscuras y pezones que salían casi un centímetro de ellas.

Lamía sus axilas levantando sus brazos por encima de la cabeza. El vientre plano y el ombligo profundo, el vello profundamente oscuro del pubis y los muslos fuertes y un poco gruesos. La espalda en la que los omoplatos enmarcaban la fina línea de la columna y las caderas generosas con las amplias nalgas.

Mientras hacía esto besaba con delicadeza la piel que ya había secado, suavemente rozando únicamente su suave epidermis con los labios.

Ella hizo lo mismo conmigo. Mimándome contenta de tenerme al fin a su disposición como una amante entregada. Aprovechó para, teniéndome sentada en el lavabo con un pie apoyado en el bidet y los muslos bien abiertos lamerme el coño anhelante de caricias, provocándome espasmos de placer.

Yo sujetaba y aprisionaba su cabeza contra mi cadera y ella deslizó uno de sus dedos entre mis nalgas hacia mi ano. Nadie me había comido el coño así, aunque más de un chico probó a hacerlo antes. Me corri en su lengua sin ninguna vergüenza.

Nos dirigimos a su dormitorio, por fin.

– ¿Quieres probar algo? Lo compre pensado en que algún día estaríamos así.

De una mesilla sacó un vibrador que directamente me clavó en la vulva. Era una cosa fea de plástico teóricamente de color carne. Demasiado duro, aunque la forma fálica estaba bien conseguida. Incluso tenía un par de huevos por debajo.

La diferencia que hay con las cosas que se venden ahora en la tiendas eróticas, mucho más sofisticadas. Por aquel entonces todo eso me importaba un pimiento dispuesta a disfrutar de todo lo que mi prima quisiera hacer conmigo.

Me dijo que lo había comprado en honor a mi heterosexualidad esperando tenerme algun día así, húmeda en su cama. Me la imaginaba entrando en un sex shop cutre con su imagen de niña buena y un montón de pervertidos comiéndosela con la vista y casi me daba la risa.

Se puso a mover el dildo con delicadeza dentro de mí y a girar sobre mi cuerpo hasta que se colocó encima en un sesenta y nueve.

Así mientras yo gemía por el placer de la profunda penetración del juguete y su lengua traviesa en mi clítoris. Ella se corria una y otra vez a causa de mis inexpertos dedos y mi lengua curiosa en su vagina. A pesar de ello no debía hacerlo mal del todo pues le arrancaba jadeos. Recorriendo sus labios o intentando penetrar en sus secretos.

Al cabo de un rato de profundos orgasmos me pasó el consolador y comprobando que ella tampoco era virgen con dos dedos, lo utilicé para seguir dándole placer. Con una mano manejaba el dildo y deslizaba por turnos los dedos de la otra en su culito amplio.

Marta también jugaba con mis nalgas duras y respingonas mientras me chupaba el coñito. Más atrevida que yo deslizaba un dedo en mi ano. Nos corrimos muchas veces y me indicó que me diera la vuelta quedando boca abajo sobre las revueltas sábanas.

Metió su carita entre mis nalgas clavando su lengua en el ano. Me gustaba jugar con esa parte tanto como a mí. Nunca había sentido algo así, era mi primer beso negro. Menos mal que después de la ducha lo tenía bien limpio. Gemía y suspiraba como una vieja locomotora de vapor.

Se sujetó el consolador, menudas palabrejas de usaban por entonces, a la cintura. Cosa que el aparato permitía usando un arnés que parecía cuero pero en realidad era scay, de lo que se hacían los sofás, o un material similar. Lo deslizó entre mis nalgas intentando abrirse camino hacia el ano.

Lo dejó fuera en el canal entre mis nalgas el tiempo justo para untarlo de lubricante en la imitación de glande. Al principio me dolía mucho pues aunque no era la primera vez que me lo penetraban si lo era con algo tan enorme. Sentia su peso sobre mí manteniéndome sujeta contra el colchón, sus labios cariñosos en mis hombros besándome el cuello y la nuca.

El dolor pronto pasó pues me encanta que me follen el culo y clavando los antebrazos me puse a gatas levantando las caderas. Para así poder masturbarme si no lo hacía ella, pues alcanzaba a acariciarme la vulva con la mano.

Con la otra ella me sujetaba del hombro y tiraba de mí para que el consolador entrase mas y mas en el ano. No dejaba de acariciarme la espalda, el culo o las deslizaba por las ingles hacia el coñito.

Cuando me lo sacó del culo lo hizo solo paró para lavarlo y metérmelo en la vagina prácticamente sin que yo pudiera moverme. Tan anonadada estaba por el placer.

Por fin cambiamos de postura y la tuve a mi disposición a cuatro patas, con el consolador enganchado a la cadera la penetré primero la vagina roja y profunda y luego el ano mientras no paraba de acariciar el culazo o masajear sus hombros. Tuve que lavar el aparato.

Sujetándola del hombro le di la vuelta para que quedara de espaldas y volviendo a la postura clásica del misionero. Sintiéndome como uno de los chicos que me habían follado a mí la besé en la boca, lamiendo sus labios, la acaricié los pechos.

Fui metiendo la falsa polla abriéndome camino suavemente entre los labios de su vagina mientras ella me agarraba las nalgas y cruzaba las piernas por detrás de mis rodillas.

Seguíamos besándonos en la boca mientras frotábamos nuestros pechos en los movimientos del coito, los míos pequeños y duros sobre los suyos generosos y abombados. Perdí la cuenta de los orgasmos que tuve o los que ella tenía para cuando me arrancó el dildo de la cadera para volver a colocárselo ella.

Situando su precioso cuerpazo sobre mí, sujetándose con los brazos rectos. El torso levantado y mirándome a los ojos, se dedicó a calentarme. Sin penetrarme, rozando solo los labios que se abrían al más mínimo toque dejando que acariciara la punta de mi clítoris con el falso glande vibrador.

Entonces puse mis manos en su culo y tiré de ella con todas mis fuerzas obligándola a hundirse en mí. Luego no las quité de allí y se las amasaba mientras me follaba, mis piernas sobre las suyas.

Ahora se lo que es la piel de melocotón, la increíble suavidad de la piel de una chica frotándose contra la mía, la suya de todo el cuerpo. De sus senos generosos, de sus nalgas suaves merecía con creces ese calificativo, puedes creerme pues se los besé y acaricié una y otra vez.

Ahora conozco la sensación de ser multigiorgásmica y de correrme una y otra vez y conseguir que mi amante vaya de orgasmo en orgasmo.

Para entonces nos encontrábamos algo cansadas y nos pusimos a vestirnos con ropa limpia la una a la otra renovando nuestros eróticos juegos. Deslicé las bragas por sus muslos arriba y volvió a correrse antes de que la prenda llegara a cubrir su pubis gracias a mi lengua.

Marta me colocó unas braguitas y volvimos a besarnos en la boca, a frotar nuestros pechos y a deslizar ella los dedos en mi coñito antes de terminar de tenerlas puestas.

Mi minifalda le volvió a permitir acariciarme los muslos y sus vaqueros de pata de elefante fueron una excusa para mis manos acariciadoras. lo siguiente fue su sujetador y camiseta y volví a mimar chupar y tocar sus hermosos senos. Luego fue mi blusa abierta la que provocó sus besos y caricias en mis pechos. Apenas podía separar sus manos y boca de mi piel.

Entonces nos pusimos a charlar, como no, una vez mas sobre el sexo, el amor y las demás chicas.

Le confesé el por qué por fin me había decidido a hacer el amor con ella después de tantos años de conocernos y de amistad en los que no me había dejado tocar. Del desarrollo de mi deseo por mi primita poco a poco, pensando en tener sexo con otras mujeres era evidente que ella había de ser la primera.

Me contó como ligaba en la piscina o se acostaba con mujeres casadas hartas del egoísmo de sus maridos, de su indolencia y falta de imaginación. Y de como eran precisamente esas mujeres las más pervertidas y con ideas eróticas que siempre desarrollaban con ella. Me relataba sus aventuras sin pelos en la lengua, pero Marta siempre había sido así.

También me relató su primera experiencia sexual con otra mujer: una preciosa pelirroja de pechos enormes, suaves nalgas y una vagina tan caliente y húmeda como la que más.

Le había metido mano en el cine cuando fueron a ver juntas una peli que oh casualidad resultó ser de lesbianas. Hicieron el amor por primera vez en el coche de la pelirroja y luego en el piso de mi prima.

A la pelirroja la conocería dos días después, todo un volcán de sensualidad y deseo. Marta nos dejó una habitación para nosotras mientras ella hacía el amor con otra de sus amigas, pero pronto nos juntamos las cuatro para disfrutar encima de la misma cama. Toda una orgía en la que disfruté aún más del sexo con otras mujeres.

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