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Derechos de madre (1)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

La historia que escribo aquí es producto de dos entrevistas que tuve con la mama de un joven, que acudió a mi consultorio porque decía que la culpa no la dejaba vivir. Al terminar, tuve que recomendar otro psicólogo, más experimentado que yo en temas de incesto. Con el paso del tiempo y pacientes, olvide la historia hasta que, regreso a mí en una mudanza que hizo aparecer estas notas. Transcribo aquí, las palabras de “una madre con derechos” como ella misma gustaba de llamar a la peculiar relación que tenía con su hijo.

Para comodidad del lector organice la entrevista en un relato del cual quite mis preguntas. Para mantener el anonimato, llamo con las iniciales de la relación parental a uno y otro. Ella será M y el H. Advierto al lector que por momentos, la primera y la tercera persona se confunden como si contara cosas que pasaron y que siguen pasando…

Primero doctor quiero que me asegure que lo que diga acá usted no se lo va a contar a nadie…

Me da mucha vergüenza decir esto y me parece espantoso pero estoy casada con mi hijo. Si, legalmente. Viajamos apenas cumplió sus 21 años a un país de Europa del Este y allí, en un lugar apartado, nos casamos.

Como empezó todo?? Esa es la pregunta más difícil y me la hago desde la primera vez que estuvimos juntos. Como empezó, como llegue hasta acá, como me deje estar tanto.

Lo primero que me acuerdo… quería que alguien me sacara de casa y por eso me case con el papa de H. Era joven y todavía era virgen pero sabía que mientras me abriera de piernas mi marido no iba a quejarse mucho. Él era un médico muy respetado de la zona, un señor, y aunque me parecía horrible, que me eligiera tenía algo de Cenicienta.

Al poco nació H. Él era chiquito, yo me quedaba en casa, cuidándolo, jugando con él, mirándolo crecer. Algunos fines de semana mi marido nos sacaba al centro a tomar un helado o pasear por la feria de la plaza.

La vida era una rutina porque uno se acostumbra a todo. Él bebe crecía y con el mis obligaciones y preocupaciones mientras que su padre, se ocupaba de poner la comida en el plato como repetía una y otra vez cuando algo le molestaba.

El tema del sexo no parecía interesarle. Todas mis amigas casadas contaban historias de terror sobre la noche de bodas y la convivencia con hombres más grandes que ellas. Decían que eran degenerados, que bajaban a chuparte entre las piernas o a sentirte el olor de la cola. Mi marido apenas si cogió conmigo dos o tres veces, y de la manera más normal, y luego se olvido o dejó de importarle.

Nos hicimos más grandes, H se volvió rebelde y peleaba mucho con mi esposo. Me veía arrastrada a esas peleas y todo terminaba en la acusación de ponerme siempre de su lado, que éramos tal para cual y las amenazas lanzadas al cielo de que por tenerlo bajo mis polleras el chico iba a salir puto, afeminado, maricon.

Luego vino la pandemia del coronavirus y ahí la vida, se nos dio vuelta.

De pronto, de un día para el otro, estaba sola, encerrada con mi hijo y sin esposo, porque al estar considerado esencial, tenía que salir a trabajar y por eso prefirió, alquilar algo y así no exponernos al contagio.

En principio la vida con H tenía sus choques y peleas pero pudimos ajustarnos y con el tiempo nuestra nueva convivencia se volvió agradable, divertida y cariñosa. Nunca habíamos pasado tantos tiempos solos, sin su padre.

Aquí doctor comienza la parte más repugnante de mi relato, aquella por la que seguro me vea arrastrada al infierno.

Una noche, el tiempo en pandemia es difícil porque dormíamos y despertábamos muy tarde, estaba poniéndome el piyama para después, regresar al sillón donde teníamos nuestras maratones de series, y descubrí que H espiaba como me desnudaba.

Primero fue una sombra, un movimiento reflejado en la esquina del espejo que lejos de asustarme hizo que creyera que estaba por entrar o por cruzar el pasillo. Además todavía tenía puesta parte de la ropa. Se de gente que en pandemia vivió en pijama, pero con H nos impusimos vestirnos cada día como si fuéramos a salir, el a la escuela yo a ningún lado, y lo que empezó como un conjuro contra la depresión se transformaría en un juego.

La sombra seguía allí. No sabía bien que pensar y decidí probar una teoría. Sin mirar, baje la bombacha hasta mis pies y la arroje al cesto de la ropa sucia. Como conservaba puesta la camisola azul la sombra no había podido ver nada pero si saber que abajo no tenía nada.

Tengo grabado en el recuerdo hasta el capítulo que teníamos pausado ese día. Así que regrese, una camisa que me llegaba hasta debajo de la cola desnuda y propuse hacer unos pochoclos antes de seguir y le pedí ayuda. Acudió como un perrito.

Le di la espalda para cocinar. Podía sentir como me miraba la cola, la parte del cuerpo que menos me gusta y aun así, sentía como atraía la atención de mi hijo. El maíz explotaba contra la tapa de la sartén y regresaba hecho pochoclo así que con un gesto de la mano le pedí que buscara un bol donde poner todo.

Lo sorprendió que me sentara en una banqueta a comer algunos en la cocina. Estiraba mis piernas y comía distraída los pochoclos fingiendo estar interesada en el techo y de reojo podía ver como miraba el borde de la camisola esperando ver más allá. Me miraba. A partir de ahí podría hacer una lista de las pruebas que le puse.

Me espiaba cuando despertaba y cuando me iba a dormir. Espiaba cuando me bañaba. La idea de vestirme se transformó en un show para él. Salía de la cama desnuda y a pesar de que no me gustaba mi cuerpo sentía que era una mujer muy sensual la que se demoraba en poner el corpiño y la tanga para que su hijo la mirara. Empecé a usar polleras de jean con bombachitas abajo. Usaba corpiños, es obligación cuando se te caen las tetas, pero vestía camisolas transparentes que mostraban todo. Me puse calzas y elastizados que me levantaban el culo y hacían ver mis piernas más lindas.

El no despegaba los ojos, donde fuera mi cuerpo su vista me seguía como cuando era un bebe y creía que, si no me veía, podía ser que no estuviera más.

Fue un proceso lento con los días confundidos de la cuarentena.

No, el nunca quiso tocarme o hacer nada conmigo. Se portaba con timidez y espiaba en silencio, además estaba más dulce, más obediente.

Me da mucha vergüenza decirlo pero me sentía linda, que podía excitar a un joven que sí, claro, era mi hijo, pero aunque estuviera mal eso era lo que pasaba. Veía las publicidades, las dos hijas de la vecina, las pendejas del pueblo, y sentía que mi cuerpo no entraba con el modelo de mujer. Desnuda, mis tetas ya no se podían sostener solas y caían, separándose un poco una de la otra. No eran feas, el pezón era arrugado y se veían sexys a pero igual las levantaba con las manos pensando ojala fueran así, más firmes, más altas. Pensaba por suerte no estoy gorda. Las presiones en las mujeres son muy fuertes. No estas gorda pero estas redonda y miraba los rollos suaves a mis costados y un ligero babero que empezaba a insinuarse debajo del ombligo. Podía verlo. Y faltaba lo más feo de mi cuerpo, los muslos y la cola. Sentía la carne caída, percibía la celulitis, las estrías… y a esa horrible mujer, un joven le devolvía el reflejo de una mujer hermosa??… la caída era inevitable.

Un resumen la pandemia comenzaría así: Comimos hamburguesas, dulces y nos agotamos de ver series. Jugamos a las cartas y a los dados, a la escondida en la casa y a las preguntas y respuestas. Además, cada vez que las tetas o la cola de mama quedaban al desnudo, los ojos de H estaban allí, espiando. En el momento en que la mano probaba el agua para bañarse, en la cerradura, estaba el, deseando el cuerpo desnudo de su mama. Cuando la bombacha subía por la rodilla y todavía podía verse la cola blanca, el pubis y los labios gruesos de la concha de mama, cuando se secaba lento o cuando no se secaban y se ponía así, desnuda y llena de gotitas a revolver los cajones del baño. Cada vez estaba el. Lo sentía respirar, sentía su calor a través de las puertas. Una mama sabe esas cosas.

Como me satisfacía doctor no se lo voy a decir, pero tiene que saber que nunca me vio haciéndolo y yo tampoco. Esa es una de las cosas que lo hacían parecer inocente frente a mis ojos, una tontería del encierro que le servía para alimentar sus pajas, con la única mujer cerca.

Con el fin de las disposiciones de aislamiento, se flexibilizaron las salidas y los chicos tuvieron que regresar a clases. También estaba planteado que mi esposo, su padre, regresara. Eso nos ponía incomodos como si amenazara con pinchar la burbuja de la felicidad. Pero mi marido no parecía demasiado apurado en regresar, la pandemia seguía, y los días se alargaban en esa incertidumbre.

Una mañana H falto al colegio porque se sentía mal y con el correr del día comenzó a levantar temperatura. Me asuste. Me daba rabia pensar que justo a la salida de la pandemia mi hijo fuera a contagiarse y rece, no me avergüenza decirlo aunque mi lugar sea el averno, pidiendo que no fuera nada. Acostado en su cama, monte en su cuarto mi campamento de enfermera. La fiebre subía y a pesar que intentaba bajarla con paños fríos, su cuerpo hirviente los secaba. Con esfuerzo, tiene tres veces mi tamaño a pesar de tener 18 años, lo puse de pie y lo lleve al baño. Con miedo a dejarlo caer lo senté y abrí el agua fría. Usaba de pijama un pantalón deportivo. Nada más. Me acuerdo porque después, mojado, fue muy difícil sacárselo y eso, provoco que yo también me mojara la ropa en el intento.

A pesar del baño la fiebre seguía alta y apenas si reacciono para volver a acostarse. Porque no le puse la ropa?? No lo sé, su cuerpo hervía y las sabanas empapadas lo hacían parecer una mala idea. Porque me quite ahí mismo la ropa mojada pudiendo hacerlo en el baño tampoco puedo explicarlo. Eran una bombacha común y un corpiño liso que me sostenía las tetas. En ese momento pensaba solo en él, y es una verdad en mi corazón y ante los ojos del supremo que va a condenarme.

También es cierto que le mire mucho la pija. Para alguien que tanto espiaba había algo gracioso ahora en el hecho de ser mirado. En el baño con los esfuerzos para desnudarlo, envolverlo en el toallon y regresarlo a la cama casi no había visto nada. Ahora tenía para mis ojos de amor maternal el cuerpo desnudo de mi hijo.

Fue la primera vez que sentí, paralelo al amor de madre, deseo de mujer por el cuerpo de un hombre.

Sus piernas eran largas y musculosas. Allí donde se unían, en el centro, arriba de una bolsa oscura y arrugada, se levantaba una torre de carne ligeramente más oscura que la piel del resto del cuerpo. Estaba surcada de venas, algunas finitas que solo se veían luego de un rato y otras que sobresalían hinchadas, llenas de sangre. La piel parecía finita, sensible, y no era chica, aun dormida parecía grande. Y gorda. Podía ver que era gruesa. La cabeza estaba cubierta por un borde de piel y apenas si asomaba una piel rosada como si dentro guardara un cariñoso animal de un solo ojo.

La tarde siguió como una cadena de preocupaciones. La fiebre se mantenía constante como si fuera una tormenta y recorrí una y otra vez el camino al baño para humedecer un trapo o renovar las toallas empapadas con las que secaba su transpiración.

Con la caída del sol empezó a subir la fiebre, rozando los 40 grados a delirar. Hablaba solo, palabras sueltas, y cuando lo abrace y sostuve contra mi pecho vestido solo con el corpiño, dijo mama como si fuera un niño y respirando contra mí, se durmió al influjo de las caricias que hacía en su pelo acunándolo. Luego lo recosté, cuando se durmió y parecía bajar la fiebre.

Desperté minutos antes de la medianoche, la voz de mi hijo gritando: mama, mama, y su cuerpo ardiendo. Esta vez sus delirios parecían concentrados en mí.

Mama te amo- decía- siempre te amé mama y extendía sus manos para aferrarme.

Por supuesto que me acerque y me deje agarrar, conteste que también lo amaba y no me importo que su cuerpo desnudo se abrazara a mí, porque lo sentía arder y quería consolarlo.

Lo vi dormitar, revolverse inquieto en fragmentos de sueños. En un momento comenzó a murmurar mi nombre y a dibujar, con sus manos, la forma de un cuerpo sentado sobre su pija. Podía ver, por la fuerza de sus caderas, la sabana moverse como si fuera un cuerpo real.

Mi hijo soñaba que me estaba cogiendo. No pude resistirlo y aparte las sabanas a un costado para mirar. La pija se levantaba como si en la columna durmiera un rascacielo que se levantara ahora en todo su tamaño. La cabeza del animal aparecía entera, brillante, el ojo como una boca que respirara temblorosa, o un bastón agitado en el aire, la carne gorda, un poco más oscura, del tronco de su pija, empujándola adentro del cuerpo soñado de su madre.

Empezó a decir mama, ma, mami, varias veces mami y decía te amo y decía tu cola mami y la agarraba en sueños y soñaba que me cogía así agarrado.

Es una confesión, pueden creerla o no. Lo cierto es que toque su frente. Volaba. Me senté al borde de la cama, de espaldas a esa pija que hasta ayer no sabía que se había puesto tan hermosa y gorda y seque el pecho desnudo, las axilas. Tocaba su piel con la toalla y en mis oídos retumbaban sus palabras: mami te amo, te amo mami, y era como sentir el aroma de un perfume que me mareaba.

Deje de pensar y seguí secando, recogí el sudor de su ombligo y después en su pubis. Pronto muy pronto me choque la pija y la empecé a acariciar, de arriba abajo, y aunque todo comenzó como una preocupación de madre en algún momento cruce el puente de estar haciéndole una paja.

La mano izquierda apoyada en su muslo, la derecha subiendo muy suave a la cabeza y bajando, recorriendo la pija y apretando, deslizando la piel y frotándola en el círculo de la mano. Arriba y abajo porque no llego a cubrirla toda. Pruebo con las dos y tampoco. Me siento orgullosa de la pija de mi hijo y me rio. Me digo que soy una mama muy puta y me rio aunque acelero la paja. Agarro los huevos, los acaricio, los aprieto suave, como si fueran míos, se los estiro apenas. Siento que va a acabar. Una mama sabe esas cosas.

Me paro y lo envuelvo con la toalla. Agarro con la mano la pija que ahora parece una carpa y acaricio su pecho mientras recupero el ritmo de la paja. En ese momento en la habitación son su pija y el sonido de su voz, las palabras mami te amo mami te amo.

Acaba. Su cuerpo se dobla y después se estira hacia arriba como si su pija fuera una espada del amor y el la clavara hasta el puño. Grita mi nombre, me llama mama y de a poco se relaja.

No tengo pensamientos reales, solo recuerdo soltarlo, caminar de espaldas hasta la silla, sentarme con las piernas levantadas al borde y corriendo mi bombacha con la mano izquierda tocarme la concha. Y acabar. Acabar mucho.

De que siento vergüenza, de verdad lo pregunta?? Siento vergüenza de decirle acá tenes a tu mama para usarla como puta, de pedirle que me coja como a una perra, de decirle soy mama vaca mama cerda, tu esclava puta. Vergüenza de decirle te amo pero decirlo como mujer y no como madre mientras me hacia esa paja…

Pero más vergüenza me da todo lo que paso después…

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