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El polvazo

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Suena el timbre de la puerta. Voy a abrir. Abro. "Qué sorpresa", exclamo. Es mi vecina la que está frente a mí. Va vestida con un pijama burdeos de dos piezas. La camisa la lleva muy abierta, puedo ver el nacimiento de sus tetas y casi al completo el canalillo.

"Vienes a follar, supongo", aventuro; "No, anda, apártate que voy a entrar", dice. Entra Maribel, mi vecina. "Ves, has escrito mi nombre, de esto quiero hablar contigo".

Se sienta Maribel en el sofá. Yo, después de cerrar la puerta, la sigo y me siento a su lado. "Mira", comienza, "creo que ya te estás pasando, das muchos detalles personales en tus escritos, y eso no está bien, porque cualquiera que los lea reconocerá enseguida a tu personaje y verá que existe, que no es una ficción, que es real, lo cual perjudica bastante, por otra parte dudo de que te lean, tus relatos, en fin, no son gran cosa, pero bueno, has escrito mi nombre y dices que soy tu vecina..."; "Hay muchas mujeres llamadas Maribel que son vecinas de alguien"; "Ya, claro, ya".

Aclarado este punto, Maribel y yo vamos al dormitorio. Enciendo la lamparita de noche. Me desnudo. Ella se desnuda. Su cuerpo fofo me encanta. "Has escrito que tengo el cuerpo fofo, yo tengo el cuerpo fofo", dice Maribel; "Hay muchas mujeres que se llaman Maribel y tienen el cuerpo fofo"; "Y que además es tu vecina"; "De alguien será vecina". Me acuesto. Maribel se acuesta a mi izquierda.

Me volteo para besar sus gruesas tetas. Me detengo lamiendo el lunar de su teta izquierda, a tres centímetros del pezón. "¡Oye!", protesta;" No me irás a decir ahora que vas enseñando las tetas por la calle"; "No, sólo se las enseño a mis amantes". Vislumbro su peludo coño bajo su barriga, ese coño por donde le nacieron un hijo y una hija. "Te has pasado, yo tengo un niño y una niña"; "¿Y qué?, muchas mujeres llamadas Maribel tienen un niño y una niña"; "Y además es tu vecina"; "Vecina será de alguien".

Extiendo el brazo para acariciarle el coño con los dedos mientras la beso en la boca una y otra vez silenciando sus gimoteos. "Ay, me pones..., pero no escribas que gimoteo"; "También te reconocerían por eso"; "No, claro, pero pon que grito fuerte, me gusta más"; "No, gimoteas". Maribel coge mi polla con su mano izquierda, que la tiene más libre... "Soy zurda". Porque es zurda... "Pero no lo pongas". Porque es zurda. Estoy muy empalmado.

Sitúo mi cuerpo entre sus piernas abiertas y penetro a Maribel tumbándome sobre su blanda carne, chupando su cuello graso, sus hombros. "Ah, ah, ah", grita Maribel. "Ahora, sí, es verdad, grito, ¡sigue, sigue!". A punto de obtener un orgasmo, Maribel aprieta mis nalgas y me atrae hacia su centro para dar más profundidad a la penetración, también se abre más de piernas, alzándolas hacia el techo.

Maribel se asfixia, se asfixia y se corre justo cuando mi semen sale expulsado a borbotones al interior de su coño.

"Uff, Maribel, qué caldazo", digo; "No escribas eso del caldazo o te reconocerán a ti".

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