Nuevos relatos publicados: 18

El secreto de tía Laura (capítulo 1)

  • 19
  • 39.918
  • 9,60 (50 Val.)
  • 1

Domingo 4 de febrero del 2018.

Este es mi diario íntimo, sí. Y aunque yo mismo me reiría de la idea, si alguien me la hubiese dicho unos meses atrás, acá estoy. No soy una adolescente romántica que necesita plasmar su crisis existencial en algunas frases poéticas. No vengo a volcar mis inseguridades y mi miedo, no. De hecho, no soy (una) adolescente, sino (un) adolescente. Bueno, eso siempre y cuando Wikipedia esté en lo cierto al definir el límite de la adolescencia en los diecinueve años, la cual es mi edad. Con respecto a mi sexo, estoy seguro de él, por el momento.

Por suerte no necesito de un cuaderno con un pequeño candado. Sería muy molesto tener que ocultarlo. Y si me vieran mis amigos con él, sería la burla de cada juntada que hiciéramos, hasta el final de los tiempos.

Para eso existe internet. Una ventana en modo incógnito, registrarme en una página de relatos pornográficos con un seudónimo, y listo.

Ayer hice un descubrimiento que me empujó a escribir estas líneas. Pero antes de llegar a eso, como intentaré fingir que soy un buen relator, empezaré por el principio.

Hace casi dos meses, en noche buena, tuvimos una visita que, al menos para mí, fue inesperada.

Suelo pasar las fiestas navideñas con papá y mamá, y en general, se suman algunos tíos que viven no muy lejos de nuestro barrio. En esta ocasión la cosa fue bastante concurrida. Dos tíos solterones de mamá, dos primos de papá con sus respectivas parejas, y varios primos de mas o menos mi edad.

A eso de las diez de la noche el asado ya estaba listo. Notaba a mamá un tanto apesadumbrada, a pesar del jolgorio general, cosa que me extrañó, porque a ella siempre le gustaron las fiestas. De repente, cuando estábamos a punto de cenar, sonó el timbre.

Yo estaba hablando con el primo Germán, sobre algunos animes que nos gustaban a ambos, así que no le di mucha importancia. Supuse que se trataba de algún vecino que pasaba a saludar antes de tiempo. Pero cuando mamá volvió a entrar, con el rostro iluminado, con ella venía una mujer que no conocía.

Como buen pendejo virgen, me quedé aturdido al ver a la muñequita que llegaba, charlando animadamente con mamá. Estaba bronceada, y eso le daba un hermoso aspecto a su piel marrón. Llevaba un vestido bastante corto. Sus piernas eran, quizás, demasiado musculosas para mi gusto, pero no dejaban de ser atractivas, más aún cuando vi el tatuaje que tenía en la parte de atrás de la pierna derecha, varios centímetros encima de la rodilla. Era una frase escrita en letra cursiva.

La chica estaba en forma, tenía un cuerpo tipo fitness. Cuando la miré desde atrás, mientras saludaba y se presentaba con mis parientes, vi la espalda musculosa, pero, sobre todo, vi su voluminoso orto. No necesitaría tocarlo para corroborar lo duras que estaban esas nalgas, ya que a simple vista se notaba, aunque ganas de hacerlo no me faltaban. La cintura era delgada, y eso, comparado con sus grandes pechos y sus sinuosas caderas, hacía que tuviera una silueta inverosímil, de esas que uno solo encuentra en internet.

Yo no era el único que se había quedado impactado con ella. Más de un tío la siguió con la mirada, apenas sus respectivas mujeres se distraían.

— ¿Quién es? —preguntó el primo Germán, quien también había caído en el hechizo.

— Ni idea —contesté.

— Qué buena que está —dijo él.

— Muy musculosa para mi gusto —dije yo mintiendo. Si bien la chica estaba muy marcada, no llegaba al punto de perder esa gracia que tienen los cuerpos femeninos.

Por fin se acercó a nosotros. Me mostró unos perfectos dientes, cuya blancura resaltaba en medio de ese mar de caramelo que era su piel.

— Ella es Laura —dijo mamá, como si yo tuviese que reconocer a la chica. Cuando se dio cuenta de que mis neuronas no procesaban la información, agregó—: Laura, mi hermana. Te hablé muchas veces de ella ¿Te acordás?

Mi cerebro hizo clic. Laura era producto de una relación clandestina del abuelo Eduardo. Mamá solía decir que a su padre le había agarrado el viejazo, y por eso se había encamado con otra mujer, cuando rondaba los cuarenta. Fue una cosa pasajera, salvo por el hecho de que había dejado una criatura por el camino. La abuela Mirta jamás le permitió tener una relación fluida con su hija extramatrimonial, y mamá creció desconociendo la existencia de aquella hermana. Recién de adulta se enteró del chanchuyo del viejo.

No culpen a la abuela. Es de otra generación, y siempre fue muy orgullosa. Además, esta historia no va ni de ella, ni de mamá.

Laura, como era de esperarse, era mucho más joven que mamá, quien contaba con cuarenta años, o cuarenta y uno, nunca recuerdo ese detalle. En fin, Laura tiene veintiséis años.

La noche siguió su rumbo. Nos sentamos a cenar, y, como era de esperarse, Laura fue el centro de atención. Los tíos, y sobre todo las tías, la llenaron de preguntas, a las que ella respondía cortésmente, aunque a mí me pareció que por momentos quería que la tragara la tierra, sobre todo cuando se ponían pesadas con el tema de si tenía pareja o no.

Cuando terminamos de cenar, pintó el bailongo. Me fue difícil quitarle la mirada de encima a mi, hasta ahora, desconocida tía. Germán y Lauty, mis primos, se habían animado a sacarla a bailar. Y Germán en particular, aprovechaba para agarrarla de la cintura. Sus manos estaban muy cerca del culo de la tía. No hace falta aclarar que ni Germán ni yo fuimos los únicos que parecíamos omitir el hecho de que nos unía un parentesco cercano con aquella chica. Algunos disimulaban mejor que otros, pero la imponente presencia de Laura era imposible de eludir, incluso para mi padre.

— ¿Vos no bailás? —me preguntó Laura, cuando se sentó a mi lado, acalorada, después de terminar de bailar.

— No, no me gusta —dije tímidamente.

Por cierto, aclaro que escribiendo desde el anonimato puedo parecer más descarado de lo que soy en realidad. En la vida cotidiana soy bastante apocado.

Tuve una corta conversación con Laura, en la que me comporté de manera torpe, por lo que no vale la pena mencionarla. Sólo intercambiamos información básica como la edad, trabajo, y esas cosas. Por cierto, ella es profesora de zumba.

Después del brindis, y de que vimos los fuegos artificiales, la joda siguió por un par de horas. Yo no soy muy dado a las fiestas en general, y los tíos suelen ponerse pesados cuando se ponen en pedo, así que cuando pude, me recluí en mi cuarto, total, ya había visto a tía Laura tantas veces como quise, y no es que fuera a tener una historia con la hermana de mamá. Esas fantasías mejor las dejaba para mis noches solitarias.

A eso de las dos, ya empezaban a irse todos, no porque ya hubiese llegado la hora de dormir, sino porque seguirían el festejo en otros lugares. Los primos tenían pensado ir a algún boliche, mientras que los tíos seguirían tomando y divagando en la casa de algún amigo.

Sabía que, si no bajaba a dar una mano con la limpieza, mamá me lo echaría en cara al otro día. Y yo andaba corto de efectivo, así que no era buena idea darle motivos para que no me ayudase cuando lo necesitara. Entonces, cuando dejé de oír el jolgorio, bajé un rato.

Laura estaba lavando unos platos en la cocina, mientras mamá terminaba de levantar la mesa.

— ¿No te da vergüenza hacerle lavar los platos? —le dije a mamá medio en serio, medio en broma.

— Me dijo que no lo haga, pero yo insistí —dijo Laura, y siguió en lo suyo.

Me gustaba verla así, de espaldas, un poco inclinada, con una pierna flexionada. Era una posición perfecta para hacerle el amor. Me imaginé levantándole el vestido, y cogiéndola ahí nomás, en la cocina.

— ¿No te invitaron los primos a ir al boliche? —le pregunté.

— Sí, pero preferí quedarme acá con tu mami, tenemos muchas cosas de qué hablar —dijo Laura.

— Además, Lauri tiene mala suerte —se metió mamá, guardando la comida que había puesto en un tupper en la heladera—. Tus primos son muy chicos y los tíos muy viejos. Se aburrió mucho al no estar con gente de su edad.

— Nada que ver, ¡la pasé genial!—dijo Laura.

— ¿Y papá? —pregunté.

— Ya está durmiendo —dijo mamá, y se fue a ordenar el comedor.

— Así que te quedás a dormir —le pregunté a Laura.

— Sí, es que vivo lejos, en Pilar.

— ¿En un barrio cerrado? —pregunté sorprendido.

Pilar es una localidad llena de barrios privados. Me sorprendió que una simple profesora de zumba pudiera costear una propiedad así.

— Sí —contestó ella.

— ¿vivís sola? —pregunté, recorriendo su cuerpo con la mirada, desde su cuello, pasando por su espalda trabajada, su orto profundo, y sus piernas imponentes.

Ella giró, pescándome infraganti, creo. Pero como desvié la mirada enseguida, tal vez me salvé.

— Sí, vivo sola. Un día deberías ir a visitarme, así nos conocemos mejor.

— Me encantaría —contesté, imaginando mil escenarios fantasiosos, uno más perverso que el otro.

Luego mamá volvió a la cocina, y no paró de hablar. Se notaba que quería recuperar el tiempo perdido con su hermana. Habrá sido extraño empezar a entablar una relación siendo ambas adultas, y todo por un mandato materno. A mamá le había costado empezar a acercarse a Laura, incluso cuando se enteró de su existencia. La cosa fue lenta, y por fin estaban juntas. Así que las dejé en paz.

Era común hacerme una buena paja antes de dormir, y no había motivos para no hacerlo usando a mi tía como musa inspiradora. Ya sé que es la hermana de mamá, pero yo qué culpa tenía de haberla conocido recién ahora. Si la conociese desde chico sería otra cosa. No podría evitar relojearle el culo, obvio, pero no llegaría al punto de masturbarme pensando en ella. Pero, para empezar, nuestro primer encuentro fue cuando yo ya era un pendejo con las hormonas revolucionadas, en segundo lugar, cuando vi a la hembra que entraba por la puerta, no sabía que era mi tía, sólo sabía que estaba buenísima. Luego, cuando me enteré de nuestro estrecho parentesco ya era tarde.

El hecho de que estuviese en la habitación contigua sumaba morbo. Así que estuve un buen rato acogotando el ganso. Tuve que contener el gemido cuando por fin acabé.

Cuando estaba amaneciendo, me dieron ganas de mear. Fui al baño, soñoliento, sólo vestido con el bóxer. Mientras orinaba recordé que tía Laura estaba durmiendo en casa. Fue muy tentador pasar frente a su cuarto. Me incliné delante de la puerta, y vi a través del orificio de la cerradura. Pero desde ese ángulo no podía ver la cama en su totalidad. Apenas pude observar las piernas desnudas, bañadas por unos rayos de sol que se filtraban en el cuarto.

Cuando me levanté, al mediodía, ella ya no estaba. Hasta ahora no volví a verla personalmente. Mamá me comentó en una ocasión, que fuimos invitados a pasar un fin de semana en la casa de Laura. Una casa grande con piscina, según me contó. Pero yo preferí no ir. Papá, por su parte, dijo que era mejor que las hermanas disfruten el tiempo juntas.

La verdad es que me hubiese encantado ver a mi tía en bikini, zambulléndose en el agua. Podría ver detalles que en la fiesta no conocí, pero sería incómodo hacerlo estando mamá presente. Si embargo, esta idea, la de poder verla en bikini, me dio una idea. La agregué a Instagram, esperando ver montón de fotos sensuales de ella. Una chica tan joven y linda, debía subir selfis todos los días. Pero, para empezar, la cuenta era privada. Tardó dos semanas en aceptar mi solicitud, y cuando accedí al perfil, me encontré con uno demasiado austero en cuanto a imágenes. Una decepción.

A estas alturas, quizás algunos se pregunten si en algún momento me recriminé por estar fantaseando con mi tía. La respuesta es un simple y rotundo no. Siempre fui bastante pervertido, e incluso, un fetichista. Los relatos de incesto y dominación son mis favoritos, y cuando pensaba en tía Laura, ambas temáticas se entrelazaban deliciosamente en mi cabeza. Me gustaba visualizarla, con su escultural cuerpo desnudo, atada de manos y pies, con una venda en los ojos, mientras yo hacía de todo con ella.

Pero a pesar de todo, soy virgen. Esto, sumado a la obsesión que tenía últimamente con tía Laura, me llevaron a tomar una decisión. Ya era hora de dejar de imaginar cómo sería coger, y pasar a la práctica.

No lo haría con mi tía, claro está. No estaba tan loco como para creer realmente que ella se sentiría atraída por mí. Incluso si no fuese mi tía, sería difícil conquistar a un mujerón como ella, que era mayor que yo, y tendría dos mil pretendientes.

Mi plan era más simple: me iría de putas.

Ya contaba con unos billetes que me había dado el viejo. No tener trabajo era un problema, y muchas veces me sentía humillado por tener que mendigar dinero, pero ahora lo necesitaba de verdad. Así que conté la plata que tenía. Hasta el otro mes no me daría un centavo más, y yo pensaba gastarlo todo en un polvo.

Busqué en internet, a ver qué escort tendría el privilegio de hacerme perder la virginidad. Abrí varias páginas, pero algunas tenían imágenes de mala calidad. Finalmente me quedé con dos webs donde se ofrecían servicios sexuales. Las mujeres aparecían en un cuadro rectangular. Debajo de sus fotos, estaba su supuesto nombre y un teléfono para contactar con ellas. Pero haciendo clic en la imagen, se abría una nueva pestaña donde había más datos de las chicas, y también más fotos.

La selección fue, por sí sola, una experiencia estimulante. Tener a todas esas mujeres en una pantalla, como si estuviese frente a la góndola de un supermercado, me daban una sensación de omnipotencia que nunca había sentido. Una vez que eligiese a la escort, haría una cita, y durante un par de horas sería mi sirvienta sexual. La idea me fascinaba.

Fui abriendo, uno a uno, los perfiles de las chicas que más me atraían. Ahí estaba Stefi, que decía tener veintiún años, medir uno sesenta, y hacer un servicio completo. También decía ser simpática y fina. La verdad que esas cosas no me interesaban, mientras fuera complaciente en la cama. Luego estaba Rocío, una rubia estilo vedette con unas enormes tetas operadas. También había una negra panameña, increíblemente sensual.

Muchas de las mujeres tenían el rostro cubierto, o borroneado. Cosa que me pareció lógico. No todas quisieran que un conocido se enterase de que estaban alquilando su cuerpo por hora.

Instintivamente, cuando veía una imagen de una chica con el cuerpo trabajado y la piel marrón bronceada, abría el perfil sin dudarlo. De esas había cinco o seis. Al final, se abrieron mas o menos treinta pestañas. Fui mirando, perfil por perfil, desechando a las que no terminaban de convencerme. Me di cuenta de que en cada perfil había comentarios de clientes, que dejaban sus opiniones sobre las escorts, como quien opina sobre qué tan bueno había sido el restorán a donde habían cenado. Eso también me sirvió para ir descartando putas.

Finalmente, la sorpresa llegó cuando la preselección iba por la mitad. Estaba frente al perfil de una de las chicas que me habían llamado la atención por tener un aspecto similar al de tía Laura. Pero el parecido de esta mujer en particular, era mucho mayor de lo que podía haber imaginado.

Se hacía llamar Jade, y era una de las chicas que tenían el rostro cubierto. Sin embargo, el parecido con la chica que había aparecido en mi casa era notable. Su cuerpo cimbreante estaba completamente bronceado. Sus piernas eran anchas y musculosas, pero aun así atractivas, al mejor estilo de Sol Pérez. Sus pechos, enormes. Su cabello castaño oscuro. Pero noté que en las fotos aparecía lacio, mientras que en la fiesta Laura lo llevaba ondulado. Finalmente, cundo vi una foto en la que estaba de espaldas, mostrando un espectacular orto entangado, pude ver un tatuaje en la parte trasera de su muslo derecho, justo por encima de la rodilla. Eran unas palabras en cursiva.

Me quedé pasmado por varios minutos ¿¡mi tía era una puta!? No podía ser. Pensé que quizás mi imaginación me estaba jugando una mala pasada. Vi detenidamente las fotos. La chica tenía una contextura física muy parecida a la de Laura, era cierto. Pero no era lo mismo ver una foto que ver a alguien en persona. El tatuaje era muy parecido, sin lugar a dudas, pero ¿De verdad era el mismo? Creo que cuando vi el tatuaje de mi tía conté dos líneas escritas, igual que sucedía con Jade, pero andá a saber si realmente eran dos, y no una, o tres.

Vi los datos que había de la mina. Veinticinco años. Laura tiene veintiséis, muy cerca. Jade trabajaba en microcentro, Laura vivía en Pilar. Los lugares eran bastante lejanos, pero eso no tenía por qué ser una prueba de que no se trataba de las mismas personas. Más bien todo lo contrario. No creo que una escort trabaje en el mismo lugar donde vive. Seguro tenía una doble vida: En pilar, una modesta profesora de zumba; en Capital, una prostituta VIP. Jade decía medir un metro setenta. No tenía idea de cuánto medía Laura, pero me pareció recordar que era un poco más baja que yo, que mido un metro setenta y seis. De todas formas ¿Qué mierda estaba flashando? Andá a saber si los datos que ponía la prostituta eran reales. Incluso podría tratarse de alguien que robó las fotos y las usaba para atraer clientes. Aunque, por otra parte, las fotos no eran amateurs. Algún profesional se las había hecho en un set. Y muchas de las otras putas se habían sacado las fotos en un lugar muy parecido.

Me estaba volviendo loco. Tenía que llamar a esa puta y confirmar si se trataba de Laura o todas eran imaginaciones mías.

Maquiné pensando qué carajos haría si mi tía realmente era una puta. Me la cogería, obvio. Pero había un pequeño problema: ¡ella me mandaría a volar apenas me reconociese! Tendría que ir con un aspecto totalmente diferente. Me podría teñir el pelo, usar ropas de un estilo completamente distinto a las que uso normalmente, fingir un tono de voz diferente… No, puras estupideces. De todas formas, me reconocería.

Me puse a leer los comentarios que dejaban lo clientes, sobre sus experiencias con jade. “Esta mina es un infierno, te coge como si no hubiera un mañana, y se deja acabar en la boca, eso sí, no traga, escupe”, decía Pedro1975. “Una puta como pocas, apenas llegué me dio un beso tipo novios, después me la chupó hasta sacarme toda la leche, y en la siguiente hora me la cogí en todas las posiciones. La próxima pienso hacerle el culo”, escribió Juancaporongadura. “Los mejores trescientos dólares gastados en mi vida”, decía concisamente EduFeiman.

Tenía la pija totalmente al palo. La idea de que mi tía era una puta y que seguramente se había acostado con centenas de hombres, me calentaba como una caldera. Tenía que descubrir si de verdad se trataba de ella.

Se me ocurrió que, si de verdad lo era, y yo se lo decía, quizás retribuía mi silencio con unos buenos polvos. Parecía un argumento sacado de una novela berreta, pero quien sabe, el mundo estaba llenos de locos ¡Yo no era el único! Otra opción sería simplemente extorsionarla. “Mirá tía, te entregás, o todos se enteran”, le diría.

Vi el celular que había registrado. Sería cuestión de revisar en el teléfono de mamá, a ver si los números coincidían, aunque no creí que fuera tan torpe de usar el mismo número para sus chanchadas.

Seguí mirando, una a una las fotos, mientras me pajeaba como loco. Una vez que acabé ya tenía la mente un poco más clara.

Puse mi teléfono en modo privado, para que no se vea mi número. Laura no lo tenía, pero en algún momento podría pedírselo a mamá. Marqué el número y llamé.

— Hola — me saludó una voz femenina, que bien podría ser la de Laura, o la de otras miles de mujeres.

— Hola, llamaba por el aviso de escortsvips —dije, haciendo que mi voz suene más gruesa de lo normal.

— Estoy trabajando en microcentro, en un departamento privado —dijo la puta que quizás era tía Laura—. Mis tarifas son de 300 dólares por un servicio completo de una hora.

— ¿Servicio completo?

— Sí, el servicio es con masajes, caricias, bucal sin globito, anal, vaginal, lo que vos quieras —comentó Jade, como quien dice los precios de mercaderías. Pensé que por trescientos verdes debía ser una regla brindar el servicio completo. Yo seguía intentando decidir si esa voz podía corresponder a la de la tía, sin poder hacerlo, aunque por suerte tampoco sonaba lo suficientemente diferente como para verme obligado a descartar la idea— También hago tríos, y atiendo a parejas. El precio es de quinientos la hora.

— ¿Orgías hacés? —pregunté, después de que una idea se me cruzara por la cabeza.

— Sí, eso cuesta setecientos dólares, y durante una hora y media pueden hacerme lo que quieran. Eso sí, nada de celulares, y todos tienen que venir bien higienizados.

Setecientos dólares era demasiada guita. Le dije que lo pensaría y la volvería a llamar. Necesitaba tiempo, pero ya estaba elucubrando una idea. Tenía que saber si jade y Laura eran la misma persona. Tenía que cogerme a mi tía. Cueste lo que cueste. Sería la experiencia más intensa que viviría.

Abrí la foto donde salía el tatuaje de Jade. Agrandé la imagen y leí lo que decían esas palabras en cursiva. “Si no hay amor, que no haya nada entonces…”. Una frase curiosa por tratarse de una puta.

El primer paso sería ese, diario. Confirmar si el tatuaje era el mismo. Si lo era, ya casi no habría dudas.

Ya ves diario, que no soy un adolescente depresivo con una crisis existencial, soy un chico perverso que intenta cumplir sus sueños.

Continuará

(9,60)