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El tanga rojo, los hermanos
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Tiempo de lectura: 7 minutos

—¡Cómeme!

Estaba deseando decírselo. Había salido de copas con unas amigas como tantos sábados por la noche. Pero a altas horas de la madrugada ellas encontraron ligues e hicieron mutis sin pensar en mí.

Cuando salí de la disco llovía a mares, una tormenta de verano en un ambiente asfixiante, y desde luego no había ningún taxi a la vista. Es lo que pasa cuando los necesitas.

Desesperada, pues no me atrevía a volver a casa andando con la mini, el top y sin ni siquiera una ligera cazadora eché mano a mi último recurso, llamé a mi hermano para que pasara a recogerme con el coche de papá.

Mi mala suerte hizo que lo despertara pues esa noche por culpa de la lluvia había vuelto pronto a casa. Pero como es un encanto se puso unos vaqueros y un ajustado jersey que yo le había regalado y sin ninguna queja vino a buscarme.

Como venía en el coche con la calefacción a tope no necesitaba impermeable ni paraguas. Y sin protestar demasiado antes de un cuarto de hora Mario paraba frente al portal en el que estaba refugiada.

Con las prisas de entrar en el coche sin mojarme aún más de lo que ya estaba la mini se subió casi hasta el tanga rojo cuando me senté a su lado. Me había comprado media docena de esos baratos en una tienda de todo a euro precisamente para esas ocasiones. Para que se desintegran en las manos del chico o la chica que me gustara.

Seguro que pudo echarle un buen vistazo a mis tetas cuando me ahuequé el top para que se secara sin congelarme. Me incliné hacia él para agradecerle el favor con un beso en la mejilla muy cerca de sus carnosos y dulces labios y un buen frotamiento de mi teta sin sujetador con su bíceps que hice durar lo mas posible.

Me encantaba como se marcaba su torso trabajado en el fino jersey que yo había elegido ad hoc y se me escapó un piropo. Le dije:

– Estas guapísimo con ese jersey, tato. Deberías ponértelo para ligar. Se te echarían las tías encima. Deberíamos hacer esto más, charlar y "eso".

Lo tomó con una sonrisa y le pedí:

– Sube más la calefacción del coche, por fi.

– Pensando que tendrías frío y estarías mojada ya la tenía a tope.

– ¡Eres un cielo! Mario, me encanta como me cuidas tato.

Me quité los tacones y subí las piernas al asiento de cuero, recogidas bajo mi culo, con lo que la escasa falda terminó de recogerse dejando ver a mi hermanito el tanga rojo al completo.

Mis rodillas quedaron tan cerca de la palanca del cambio que las rozaba con sus dedos en cada semáforo y cambió de marcha. Con una caricia a su poderoso pecho le pedí:

– No tires hasta casa, busca un algún sitio tranquilo para aparcar, pasar un rato juntos y poder charlar.

El enorme aparcamiento de un centro comercial vacío a esas horas era el sitio perfecto. Veíamos resbalar el agua sobre los cristales y algún otro coche a lo lejos y ocupado por parejitas liadas a esas horas. Yo estaba entrando en calor por todas partes.

Hablábamos relajados. Comentábamos cosas de nuestras vidas y le tuve que contar mi desastrosa noche. Tumbé el respaldo de mi asiento con mi escasa ropa completamente descolocada, sabía que él podía ver mi piel casi entera y eso me gustaba. Veía sus ojos golosos que miraban de reojo mi cuerpo y eso aún me gustaba mas.

Mis largos muslos podía verlos al completo pues la falda la tenía recogida del todo en la cintura. Estiré los brazos por encima de la cabeza y el movimiento subió el top terminando de desnudar mis pechos duros y cónicos y que no estaban cubiertos por ningún sujetador. Le provocaba sin vergüenza:

– ¿Estoy más buena que Sonia?

Yo sabía que la chica, no puedo decir criada pues nadie la considera así en casa, y él eran follamigos desde hacía una temporada. Ella misma me lo había contado, desnudas las dos en mi cama y después de haber pasado un rato cariñoso juntas. Antes de que ella tuviera que hacerla claro.

Sonia es bisexual y sé que además estaba encoñada con nuestra madrastra, puede que de todos nosotros, casi es de la familia.

Entonces fue cuando él me preguntó:

– ¿Estas jugando conmigo? Yolanda. Me provocas. Sé que Sonia ya te lo cuenta todo.

Con mi mejor cara de lascivia le contesté:

– El juego llegará hasta donde tú quieras…

Lo estaba provocando descarada.

Le llamé con un gesto de la mano, sin palabras. Se inclinó sobre mí y lo recibí con los labios entreabiertos. Apoyó una mano en mi vientre sin dejar caer su peso sobre ella. Solo acariciando mi piel. Mientras se inclinaba sus dedos calientes quemaban mi dermis. Y por fin juntó sus labios a los míos. En cuanto las bocas se unieron su lengua pasó a juguetear con la mía.

La mano se desplazó a mi pecho para acariciar un pezón. Mientras con la otra se sujetaba a mi respaldo para no aplastarme. Saber que estábamos haciendo algo prohibido me excitaba aún mas. Pero no lo hacía solo por eso, quería agradecerle el ser tan buen hermano y hacerle saber a la vez que lo amaba, mucho y de todas las formas posibles.

Al mirar sus abultados vaqueros me di cuenta de lo excitado que estaba. De que él me correspondía. Sin dejar que separara su boca de la mía conseguí llevar una mano a su paquete y cuando bajé la cremallera descubrí con agrado que no se había puesto nada bajo el pantalón cuando se vistió para venir a buscarme. Sabía que dormía desnudo del todo, más de una noche calurosa lo había espiado destapado en su cama.

– No debemos.

Me dijo. Intentó pararme sujetando mi muñeca durante un segundo, pero mi lengua juguetona dentro de su boca pronto le hizo cambiar de opinión.

Su polla dura, cabezona y con las venas marcadas salió directa a mi mano. Se la acaricié y también los huevos depilados para ponerlo aún mas cachondo por si la visión de mi escaso tanga y nuestros besos no bastaban para ello.

Apoyé el pie derecho en el salpicadero para indicarle donde quería tener su mano en ese momento. Mi largo muslo le indicaba el camino hacia mi pubis. Por fin hizo a un lado mi breve lencería y posó dos dedos en mis húmedos labios. Tan excitada estaba que mi primer orgasmo vino al notar esa caricia incestuosa.

Desde luego que no me bastaba. Necesitaba mucho más. La mano que tenía en su nuca revolviendo su cabello la usé para empujarlo hacia mi pubis. Con los muslos bien abiertos y un pie descalzo en el techo, el otro en la esterilla del suelo, recibí con alegría la lengua en la vulva.

Aunque me lo hizo desear, pasó por mis pechos mordisqueando mis pezones y lamiendo mi ombligo, la cara interna de los muslos. El flexible caliente y húmedo órgano acariciado desde mi clítoris a los labios, al perineo y al ano. Todo mi depilado pubis.

Notar como me abría el coño con dos de sus dedos me daba mas placer, mas orgasmos, más rápidos y más fuertes de los que nunca había tenido con ningún otro chico.

Pero quería más, lo necesitaba en mi interior así que le arranqué el jersey, sujeté sus muñecas con la tela mientras me incliné a mordisquear sus duros pezones. Pasé un buen rato lamiendo sus duros pectorales, me encantaba el sabor del sudor de su piel de recién levantado de la cama.

Aún no sé cómo conseguí bajar sus vaqueros ajustados hasta las rodillas. A tirones supongo y ayudada por que él levantaba el prieto culo del asiento.

Le hice tumbar en mi asiento para poder sentarme sobre su duro rabo. Le costó pasar sobre la consola central hasta que no se quitó del todo los pantalones. Era mi deseo, tenerlo para mí al menos esa noche. Levanté la rodilla para que se pusiera bajo mi pelvis.

Yo tenía la falda recogida en la cintura y en ese momento me saqué el top. Mis pezones durísimos apuntaban hacia la ventanilla de atrás. Me los cogió entre sus dedos poniéndome aún más cachonda.

Deseaba cabalgarlo para clavármelo lentamente, llenándome, notando como mis jugos lo lubricaban deslizándose por el tronco hacia sus huevos. Si me incorporaba daba con la cabeza en el techo del vehículo, pero esa no era mi intención.

Me inclinaba para mordisquear sus labios dulces, lamer su barbilla rasposa por la sombra de la barba e incluso chupar su recta nariz. Apoyando las manos en su pecho y pellizcando sus pezones, devolviendo el favor que él me hacía en los míos.

Su polla entraba en mi coñito como un cuchillo en mantequilla caliente hasta que mis labios se juntaron con su depilado pubis. Sus huevos me tocaban el perineo.

Llevé sus manos con las mías a mis tetas para que no dejara de tocarlos, de amasarlos, de pellizcar mis pezones y yo lo hacía con los suyos. Hacía fuerza con la cabeza en techo del coche para que me entrara aún mas su polla.

Subía y bajaba mi cadera follándome a mi misma con su pene. Apenas podía apoyar las rodillas en el cuero de los lados del asiento, no es tan ancho pero si lo suficiente. Buscaba mi placer pero a la vez él conseguía el suyo.

– ¡Vamos tato! ¡lléname de leche! Sabes que tomo precauciones.

Como él sabía que nuestra madrastra me había llevado al ginecólogo para que pudiera cuidarme y me recetara la píldora no corríamos ningún riesgo. Yo ya me había corrido dos veces cuando él descargó su lefa en mi interior.

Me derrumbé con la respiración alterada sobre su poderoso pecho. Mi cabeza en el hueco de su hombro lamiendo el sudor de su cuello de toro. Recuperándome sin prisa mientras besaba su cuello mimosa.

Él me acariciaba la espalda y mi cabello con cariño bajando a veces hasta amasar mis nalgas desnudas. Me las agarraba con fuerza y las amasaba. No recuerdo cuando me sacó el tanguita rojo, o me lo arrancó y simplemente se desintegró entre sus dedos, nunca llegué a recuperarlo. Pero lo único que me quedaba puesto en ese momento era la minifalda.

Y deseaba más, quería toda su atención, todo su cuerpo. Menos mal que estaba descalza o hubiera desgarrado el cuero. Me pasé entre los asientos al de atrás, dejando mi culo en pompa. Sujetó mi cadera inmovilizándome. Con una pícara sonrisa en sus bonitos labios se giró y enterró la cara entre mis nalgas.

Volví a correrme en cuanto noté la lengua en mi ano. Y él recogió mis jugos y el semen que chorreaba de mi coño con su lengua antes de que manchara algo, lo que hizo que volviera a correrme. Apenas podía moverse con los anchos hombros encajados en el asiento pero ni le hacía falta para poder darme gusto.

Después de toda la noche y todos esos orgasmos estaba agotada pero él volvía a tenerla durísima. Terminó de quedarse desnudo del todo, solo le quedaban los calcetines y bajo la lluvia salió del coche y se vino al asiento de atrás conmigo.

Aún riéndome por su ocurrencia lamí las gotas de agua de su piel, de su espalda. Acariciando su cuerpo y besándolo. Chupando sus pezones como hubiese hecho con una de mis amigas. Metiendo la lengua en su ombligo en un camino lento pero inexorable hacia la durísima polla. Su vientre plano y duro como esculpido en mármol. Iba a ser la primera vez que la tuviera en mi boca y pensaba disfrutar el momento.

Después de admirar su aparato, le pasé la lengua por el escroto, lo que le provocó un escalofrío. Estaba indecisa sobre dónde quería su siguiente corrida, si en mi boca o culo pero tenía claro que lo único que impediría que la tuviera sería un policía tocando el cristal de la ventanilla. Seguí chupando sus huevos como si fueran caramelos.

Gemía y suspiraba mientras le chupaba. Me mojé un dedo con saliva para jugar con su ano, para acariciarlo. La caricia pareció gustarle, pues su polla al lado de mi mejilla se puso aún mas dura. Subí con la legua por el tronco dejando mis babas en la piel del rabo.

Hasta que me metí el glande entre los labios para acariciarlo con la lengua. No tuve más que pajearlo unas pocas veces para que me llenara la boca de lefa.

Mirándolo a los ojos con lujuria subí con su semen en la lengua a besarlo. Me recibió abriendo la boca para que le metiera la lengua en ella. No se cortaba chupando mi lengua y su leche. Era lo más lascivo que había conseguido nunca de un tío y solo con dos de sus dedos en mi clítoris volví a correrme.

Abrazada a mi hermano, viendo el agua resbalar por la luna del BMW me sentía querida y mimada. El tanga rojo no aparecía así que tuve que volver a casa solo con la mini y el top. Cada uno a su cuarto, lo que me dio rabia, me hubiera encantado dormir desnuda abrazada a su cuerpo fibroso.

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