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Emma se descubre a sí misma

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A la mañana siguiente mis padres me despertaron a las nueve en punto.  Tenían planeado salir de viaje durante el fin de semana y, como era costumbre, yo tendría que pasar esos días en la casa de mi tío Omar. Yo recién había cumplido los dieciocho años y creía que ya podía pasar un fin de semana solo en mi casa, pero mis padres opinaban distinto. El plan era salir de la casa, llevarme al departamento de mi tío y continuar el camino hacia su destino. Tomé mi teléfono y eché un vistazo a la conversación a través de mensajes que había tenido con Julián la noche anterior. Mi ano aún estaba resentido por la brusquedad con la que mi amigo había hurgado en mis entrañas, pero mi corazón estaba feliz, lo amaba. Después de haber llegado a mi casa, él y yo habíamos platicado durante un rato. “Casi logré entrar”, me había escrito. Yo le respondí que deseaba sentirlo dentro de mí y le prometí que, cuando regresara, me entregaría a él. “Te amo”, me dijo al despedirnos, y yo le respondí que también lo amaba. En el fondo me sentía frustrado, había faltado tan poco para que hiciéramos el amor y me reproché no haberme relajado lo suficiente como para permitirle entrar en mí.

Después de platicar con él, me desnudé y me recosté sobre la cama. Separé mis piernas y comencé a masajear mi ano. El primer dedo entró sin problema. Luego el segundo y el tercero. Yo llevaba unos meses preparando mi ano para ser penetrado, Julián me lo había pedido. “Quiero que te prepares”, me había dicho una tarde que hablábamos sobre el inicio de nuestra vida sexual. Aquel día estábamos en un parque y yo iba vestido con una ligera playera de algodón y unos shorts de mezclilla muy cortos que dejaban a la vista por completo mis muslos. “Dentro de poco comenzaremos a tener relaciones y no quiero lastimarte”. Yo estaba emocionado. Julián ya había sugerido con anterioridad que en nuestra relación yo iba a ser “la mujer”, pero esa tarde fue la primera vez que habló directamente sobre meter su pene por mi ano. Él y yo estábamos muy cerca el uno del otro sentados sobre una banca. Yo me sentía como una hermosa jovencita a la que su novio intenta convencer de tener relaciones por primera vez. Las personas que pasaban cerca nos miraban y yo imaginaba que todos sospechaban lo que estaba sucediendo ahí.

- ¿Deseas sentirme dentro de ti? – me había preguntado.

- Si… - respondí apenado.

Me masturbé recordando aquella tarde. Penetré mi ano con mis dedos y masajeé mi pene con la otra mano. “Faltó tan poco”, me dije una y otra vez “esta noche pude haber tenido su pene dentro de mí”. Unos minutos después tuve un orgasmo espectacular y mi semen cayó sobre mi rostro. Luego caí rendido y me quedé dormido.

Una hora después de que mis padres me hubieran despertado estábamos listos para partir. Durante ese tiempo me di un baño, preparé una mochila con un cambio de ropa y tomé un desayuno ligero: café y pan tostado con mermelada. Mi madre iba guapa, llevaba un vestido verde con estampado de flores, escotado y que le quedaba unos diez centímetros arriba de las rodillas. Sentí envidia, yo quería andar por la calle vestido como ella, pero ya tendría tiempo para hacerlo; después podría tomar prestado ese vestido. Me pregunté qué diría Julián si me viera usando esa ropa. La mayoría de las personas cercanas a la familia siempre habían dicho, desde que podía recordar, que yo era idéntico a mi mamá. Cuando era niño a mí no me importaba que dijeran esas cosas, yo sabía que era hijo de mis padres, pero con el paso del tiempo comencé a sentir orgullo en parecerme a ella. Mi madre siempre ha sido una mujer muy atractiva y eso explicaría porque los hombres comenzaron a buscarme con intereses románticos desde que yo era tan joven. Me pregunté si Julián estaría enamorado de mi madre, ¿acaso por eso me había incitado a ser su pareja?

El departamento del tío Omar se encontraba al otro lado de la ciudad y al cabo de una hora de camino habíamos llegado. Tomé mi mochila y bajé del automóvil. Saludamos a mi tío y después me despedí de mis padres. Al acercarme a la ventanilla del copiloto no pude evitar mirarle las piernas a mi mamá, sus muslos lucían hermosos. “Diviértanse, pillos”, pensé. Después de agradecerle a mi tío por cuidarme mis padres retomaron su camino y entonces nos quedamos solos el tío Omar y yo.

Al entrar a su departamento el tío me preguntó si quería hacer algo aquella tarde. Yo le dije que cualquier cosa me vendría bien. Mi mente estaba ocupada recordando una y otra vez los eventos de la noche anterior. Lo que me hubiera gustado hacer era bajarme el pantalón y pasar el resto de la tarde acostado en la cama y estimulando mi ano, pero ya que no era posible hacer eso, realmente no me importaba mucho lo que hiciéramos.

- Ven, vamos a que te instales.

Nos dirigimos a la habitación de invitados. El departamento era pequeño pero muy elegante, además de la estancia, tenía cocina, un baño y dos habitaciones: una que usaba mi tío y otra que se usaba como cuarto de invitados: mi morada durante ese tiempo.

- Hay que ventilar este cuarto – me dijo y abrió la ventana por completo – Tengo que atender unos asuntos de trabajo, pero terminaré en un par de horas, ¿qué te parece si después vamos al cine?

- Me parece muy bien – le respondí fingiendo entusiasmo.

- De acuerdo. Pues bienvenido, ponte cómodo.

- ¡Gracias!

¿Ver una película? Al parecer mi tío pensaba que yo aún tenía diez años. Mis padres hacían ese misterioso viaje juntos cada dos o tres años y siempre me traían a pasar ese tiempo con mi tío Omar. El tío lo hacía lo mejor que podía, pero la mayoría de las veces su mejor esfuerzo consistía en llevarme al cine y comprarme muchos caramelos. Me tumbé sobre la cama y cerré los ojos. “Falta mucho tiempo para regresar a casa”, pensé. Me pregunté qué es lo que estaría haciendo Julián. ¿Estaría masturbándose pensando en mí? No tenía caso pensar en eso, lo mejor sería preguntárselo a él. Tomé mi teléfono y le envié un mensaje, “¿Estás pensando en mí?” le escribí. Pasaron diez minutos, pero no obtuve respuesta. Boté el teléfono sobre la cama y cerré los ojos nuevamente. Esta vez me quedé dormido.

- Despierta, ¿no quieres ir al cine? – le escuché decir.

Me incorporé. Habían pasado algunas horas y mi tío había terminado con sus pendientes.

- Sí, claro, ¿cuál vamos a ver?

Al llegar al cine contemplamos las opciones. Mi tío me preguntó si ya estaba preparado para ver películas que no fueran infantiles.

- Por supuesto, ya no soy un niño – respondí con orgullo.

- De acuerdo, hay una que tengo muchas ganas de ver…

Me explicó de que se trataba, pero yo no puse atención, me encontraba andando en piloto automático. Yo lo que realmente deseaba era regresar a mi casa y continuar con mi vida, y me tenía sin cuidado de lo que iba la película que él quería ver, aun así, respondí alegremente.

- ¡Sí, veámosla!

Después de comprar un cubo grande de palomitas y un par de bebidas entramos a la sala. La película era una especie de thriller de espionaje. Un detective investigaba un caso de corrupción y tenía que enfrentarse a las mentiras que decían los funcionarios vendidos. La película me hubiera aburrido desde el inicio si no hubiera sido por una cosa: el actor que interpretaba al detective se parecía mucho a mi futuro novio, era como Julián. El detective Dubois era alto, fuerte y varonil, llevaba la barba de días y sus ojos eran de un azul tan profundo que me enamoré de él. Su cabello era negro, su piel blanca y, por lo que se podía apreciar, era bastante alto: igual que mi amigo. Si la belleza de ese hombre no había sido suficiente para captar mi atención, la escena de sexo terminaría por atraparme por completo. Sucedía casi al final de la película e involucraba al detective guapo y a la secretaría de uno de los villanos, la hermosa Emma.

En la primera aparición del interés amoroso del detective ella usaba un vestido tan escotado que parecía que sus tetas saldrían de él en cualquier momento. “Vaya puta”, pensé al mirarla por primera vez y tomé una nota mental, “tengo que comprarme un vestido así”. En todas sus escenas, Emma aparecía en la pantalla haciendo alarde de un bellísimo cuerpo atlético. Las faldas siempre eran cortas, entalladas y sus tacones llegaban hasta el cielo. “Yo voy a ser como ella”, me repetía cada vez que la miraba en pantalla. Cuando Emma y Dubois finalmente llegan a la cópula, ella usa una falda tan corta que no encuentra ningún problema para abrir las piernas y sentarse en el guapo detective. La escena no era pornográfica, pero faltaba muy poco para mostrar explícitamente sus genitales conjugándose; era una escena intensa. Emma estaba enamorada de Dubois, lo había conocido cuando el detective había comenzado a investigar a su corrupto jefe, se había vuelto de su lado al haberle ayudado a conseguir la información que necesitaba y lo había visto enfrentar a los villanos con sus puños y con su pistola. ¿Cómo no enamorarse de él? Emma se entregaba a él con pasión. En su rostro se veía el amor que sentía por él y, evidentemente, nos daba a entender que el detective tenía un pene formidable.

Al terminar, Emma no acababa de bajarse la falda nuevamente cuando comienza el tiroteo final. Dubois protege a su hembra, mata a los malos y luego salen de la escena del crimen tomados de la mano. El jefe de la policía les pregunta si hay algo entre los dos y Dubois le responde que se encuentran trabajando en ello. Emma solo sonríe y se acomoda el cabello al tiempo que se mira los pies. Entonces comenzaron los créditos.

Yo me quedé quieto sobre la butaca, estaba atónito. No podía creer lo que acababa de ver. La película en la que yo no tenía ningún interés me había dejado boquiabierto. Cuando finalmente pude voltear y mirar a mi tío descubrí que él se encontraba igual que yo. Estaba con la mirada clavada en la pantalla y parecía apenado.

- Discúlpame, no sabía que la película incluía una escena como esa – me dijo cuándo pudo articular palabra.

- No te preocupes - le dije – ya no soy un niño.

Entonces ambos reímos.

- ¿Te gustó?

- ¡Mucho! – respondí alegremente, pero oculté, evidentemente, los verdaderos motivos de mi emoción.

- Es una película que quería ver desde hace mucho porque…

Mi tío me explicó muchos aspectos técnicos y artísticos del filme mientras salíamos de la sala. Yo asentía a todo pero, como se estaba volviendo mi costumbre, mi mente estaba en otro lado. Yo no dejaba de pensar en Julián y en el momento en el que tuviéramos relaciones sexuales por primera vez. Pensaba también en Dubois, pero sobre todo pensaba en Emma. Me identificaba con ella. Intentaba grabar en mi mente cada detalle del personaje para poder replicarlo cuando llegara el momento indicado. Quería vestirme como ella y quería entregarme en la intimidad del mismo modo que ella lo hacía en la película. Estaba emocionado pero, sobre todo, estaba cachondo. Quería estar con Julián, quería ser su novia y quería sentirlo dentro de mí.

“Solo son dos días”, me dije, “después estaré con él”. Yo no imaginaba que perdería mi virginidad esa misma noche y que el hombre que caminaba a mi lado hablando con tanta alegría sería el primer hombre en penetrarme.

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