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En tu departamento

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En tu cubículo del trabajo cogíamos muy rico, pero una vez me pediste que te acompañara para disponer de más elementos para concluir unas cotizaciones.  Fuimos a dos compañías donde nos mostraron y precisaron las ventajas y desventajas de algunas máquinas. Nos atendieron rápido y al terminar aún nos quedaba mucho tiempo antes de regresar al trabajo.

En el auto me preguntaste si yo quería coger. “¡Claro que sí!”, te contesté apachurrándote el bultote que traías. “Bueno, te llevaré a un lugar donde lo podemos hacer tranquilos. Quiero que estemos completamente desnudos”, dijiste dándome un beso y lamida en la oreja antes de echar a andar el motor del carro. Pensé que iríamos a un hotel, pero pronto llegamos al estacionamiento de un edificio donde al bajarte, me abriste la puerta y al bajar me diste un beso muy dulce. Subimos al primer piso y abriste un departamento.

– Aquí es mi estudio –señalaste hacia el interior donde había librero en todas las paredes y un par de mesas con sillas a los lados.

Me senté mientras fuiste hacia la cocina por unas copas, Al regresar abriste una botella de vino tinto, lo serviste y brindamos por nosotros. Con las copas en nuestras manos, platicamos un poco, mientras me mostrabas el departamento. Libros por todas partes. “Aquí me vengo a trabajar cuando quiero estar solo”, dijiste al abrir la puerta de un cuarto que tenía un escritorio y una computadora.

Luego me llevaste a la recámara principal, la única pieza donde no había libros. Dejaste las copas en el buró y empezamos el morreo. Me fuiste desnudando poco a poco y cubriéndome de besos cada centímetro de piel que quedaba descubierta. Yo me sentía en el paraíso, con las caricias y los besos.

Al estar encuerada completamente, cogiste una cámara que tenías a la mano y me empezaste a tomar fotos. Posé con una sonrisa de deseo y alegría, me acomodaste en diferentes poses, ¡hasta agachada mostrándote las nalgas!

–¡Qué hermosa eres! –dijiste al acostarme y tomar la última foto antes de dejar la cámara en el sitio de donde la habías cogido.

–¿Te gusto? –pregunté colocándome de lado, recargando mi cabeza en la mano.

–¡Sí, estás muy buena! –exclamaste empezando a desvestirte con rapidez.

–Pues qué esperas, nene, ¡cógeme…! –exigí, abriendo las piernas.

Lo que recibí en mi panocha fue tu lengua, que se abrió paso entre la mata de mis vellos y de inmediato me subió la calentura. Apreté tu cabeza contra mi triángulo y tú apretaste una teta con una mano y una nalga con la otra. Empecé una serie de deliciosos orgasmos, grité como si el mundo sólo fuésemos tú y yo. Tallé tu rostro en mi vagina y seguí viniéndome… Al fin quedé exhausta de tantas corridas que tú recogías con la lengua y las tragabas a placer.

Me dejaste descansar, mientras besabas mi cara, mamabas mis tetas y lamías mis axilas. “¡Sí, esto es el Paraíso!”, pensaba para mí misma, ya que mi marido, aunque siempre me ha cogido bien, no me chupaba la panocha, ni tampoco me daba tantos besitos y caricias.

Volviste a tomar la cámara y me fotografiaste en plena calma. También hiciste zoom in a los vellos revueltos y brillosos por tu saliva y mis flujos, mis pezones erectos y chupados, hasta mi panza con sus estrías y las marcas del resorte de los calzones; “¡Eres fanático del cuerpo de la mujer!, te dije. “De las mujeres hermosas que son reales, sin maquillajes y con el cuerpo normal”, precisaste acariciándome con tu mano al pasarla desde mi cuello hasta la punta de mi pie, el cual tomaste para cubrirlo de besos.

“Esto es la Gloria”, dije y me penetraste contestando “Sí, esto es la Gloria”. Te moviste sacándome otra secuencia de orgasmos hasta que tu amor cubrió con su calor el interior de la vagina, quedando yerto sobre mí, mezclando nuestro sudor. Limpié tu rostro y te besé con mucho amor, agradeciendo tanta dicha que me hacías sentir.

Al bajarte de mí te tomé de la mano mientras reposábamos de tanto orgasmo.

–¿Aquí traes a tus conquistas para cogértelas? –te pregunté.

–¿Crees que cojo con muchas? –devolviste la pregunta.

–No sé, por eso pregunto, ¿con cuántas coges? –insistí.

–Contigo, con mi esposa y con mi ex –contestaste, aunque seguramente te tiran otras ahí de vez en cuando.

–¡¿Sigues cogiéndote a tu ex?! –exclamé sorprendida.

–Sí, la sigo amando y sus tetas me encantan –dijiste cerrando los ojos, seguramente recordándola con amor y deseo, por la expresión que hiciste.

–¿Si la amas, ¿por qué se divorciaron? –pregunté extrañada.

–Porque ella es muy puta y no quería ser discreta, pues le daba lo mismo andar con sus amantes por todas partes, incluso llevarlos a la casa para coger, mientras yo trabajaba –confesaste dejándome asombrada porque a ti no te preocupaba que ella cogiera con otros, sino el que fuese muy descarada.

–A mí me gustaba que fuera muy caliente –continuaste contándome–, incluso, me gustaba chuparle la pepa cuando llegaba muy cogida a la casa. Me acostumbré a ese sabor a puta cogida, por eso te he pedido que te cojas a tu marido antes de verme, para chuparte la panocha que sabe tan rica como la de ella –concluiste, dejándome perpleja.

–¡Pero yo no soy puta! –grité indignada, pero tú no te inmutaste.

–No, pero tu panocha sabe a lo mismo porque te cogemos mucho –contestaste y te pusiste a mamármela.

–Sí, nene, ustedes dos me cogen mucho, son muy putos –acepté acariciándole los cabellos al empezar a sentir otro orgasmo más.

Como pude, te puse bocarriba, con la cabeza entre mis piernas en la orilla de la cama, mis pies en el suelo y deteniéndola con las manos me hice una paja con tu boca y nariz, viniéndome un y otra vez “¡Mámame, nene, límpiame la leche que me echaste sobre la de mi marido! ¡Para eso me pides que me lo coja, para chupármela como se la chupas a la puta de tu ex! ¡Mama, mama, putooo…!, dije antes de sentir que me desmayaba de placer y me dejé caer de espaldas hacia tu cuerpo.

¡Cómo gocé esa ocasión! Fue la primera de muchas en las que te dejé la cara llena de mi flujo, con las cejas y pestañas revueltas y mojadas.

Sí, cada vez que cogemos ahí, a mí me va excelentemente, creo que a ti también, aunque te friccione la cara tanto. ¡Te amo!

¿Sabes una cosa más? No siento celos porque te sigas cogiendo a la puta de tu ex. Es más, se lo agradezco porque yo disfruto mucho dándote mi panocha y que te ilusiones creyendo que es la de ella, lástima que mis chiches no estén tan grandes como las de tu ex…

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