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Enseñando a mi sumiso a comer pollas
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Tiempo de lectura: 11 minutos

Sé que otras Amas, en tu vida pasada (esa que ocurrió antes de pertenecerme y que ni siquiera deseas mencionar) te ordenaron comer pollas a sus sumisos o a algunos juguetes en alguna sesión grupal en la que participaste hace bastante tiempo.

Pero hoy es el primer día que YO voy a ordenarte comerte una polla para mí. No lo sabes, y eso me excita aún más. Crees que esta noche haremos una de esas cenas de jamón, queso, vino y BDSM que tanto nos gustan los viernes. Pero esta noche no será exactamente como otras. Esta noche no estaremos solos. Tengo una sorpresita para ti (o unas cuantas más bien).

Era un viernes de invierno. Uno de esos días desapacibles de viento, lluvia y frío en Madrid. Como todos los viernes, los dos habíamos teletrabajado por la mañana, habíamos comido juntos en un restaurante japonés que nos encanta, y nos habíamos ido a dar una vuelta por el centro de la ciudad, porque te había dicho que quería comprarme algo de “ropita sexy” que había visto por internet.

Por supuesto, aceptaste la invitación y me acompañaste encantado. Te gusta acompañarme de compras porque, aunque no te gusta el hecho en sí de ir de compras… sabes que siempre tengo alguna sorpresa en los probadores de mis tiendas de referencia. Y aquel viernes no fue una excepción.

Mientras miraba ropa de un perchero a otro, sentía que estabas detrás de mí, como el perrito faldero que eres. Pero te notaba ausente. Aburrido. Quizás ese fue tu primer error esa tarde. Si hubieras estado atento, te habrías dado cuenta que elegí varios leggings de látex para llevarme al probador. Con un giro de cuello y después de darte un fugaz beso, te dije:

“¿Me acompañas al probador para ver qué tal me sientan estos leggings, mi amor?”.

Sin dudar, sonreíste y nos dirigimos a la zona de probadores. De rodillas me descalzaste y me ayudaste a quitarme las mallas negras. Cuando salieron por mis pies, y aprovechando que estabas de rodillas, agarré tu cabeza con fuerza y la llevé a mi entrepierna diciéndote:

“Huele, puta… Dime, ¿A qué huele tu Dueña?”

Moví mis caderas para hacerte sentir mi coño frotándose con tu nariz y boca, y cuando solté algo la presión, contestaste:

“Huele a gloria, Ama. Este es mi lugar favorito del mundo”.

Te besé y te dije que eras muy tonto, pero me arrancaste una sonrisa y te miré con ojos de amor. Es increíble cómo me pueden dar tantas ganas de humillarte y de abrazarte en la misma décima de segundo. Es parte de nosotros. De nuestra magia. Pero dejé de pensarlo para seguir adelante con mi plan, y te dije que me ayudaras a ponerme los leggings que había elegido.

Me quedaban increíbles. Perfectos de culo, me hacían unas piernas estilizadas y además, a pesar de mi escaso 1,60, también me quedaban perfectos de largo. Estaba contenta, y también me gustó ver la erección que me devolvían tus vaqueros, así que aprovechando la situación, te dije que ya que estabas empalmado, te quitaras los pantalones.

Estoy segura que cuando obedeciste y te quitaste los vaqueros pensabas que jugaría contigo. Lo sé por la cara que se te quedó cuando te di los segundos leggings que había cogido para ti. No entendías nada, hasta que te dije:

“Pruebatelos, bonita. Quiero ver qué tal te sientan, y así podemos vestirnos igual. ¿No te hace ilusión, puta?”.

Con la cara que se te pone cuando algo te da vergüenza, y una erección todavía mayor, me contestaste que claro que te hacía ilusión, y te los probaste para mí. Después de algo de trabajo, conseguiste cerrarlos. Te quedaban muy apretados, y todavía se marcaba más la erección de tu ridícula polla bajo el látex negro y brillante… pero me encantaba lo zorra que te hacían. Aún más de lo zorra que eres, ya que el hábito no hace al monje. Casi nunca. Porque tengo la suerte de tener a la más puta. Por dentro y por fuera.

Muy contenta de comprobar lo bien que nos quedaban los leggings a los dos, pagamos y nos fuimos para casa. Ya lo tenía todo pensado y estaba feliz, así que nos fuimos directos al salón, encendimos la chimenea y nos tomamos un café en el sofá mientras charlábamos de lo divino y de lo humano.

Al rato pusimos música y nos sentamos cómodamente a leer. Yo en el sofá y tú a mis pies, con la espalda apoyada en el sofá, y mis pies jugando con tu cabeza y con tus hombros. Después de un buen rato me di cuenta que no podía concentrarme en leer. Estaba muy excitada pensando en aquella noche de viernes, así que cogí el teléfono y abrí Skype. Allí estaba Mario. Un juguete al que me había follado el verano pasado en nuestras vacaciones en Málaga, y que casualmente me había contactado tres o cuatro días atras para decirme que pasaría ese fin de semana en Madrid. Lo que tú no sabías, es que Marío sería nuestro invitado durante el fin de semana.

Hablé un rato con él para asegurarme que el plan que había trazado hace algunos días seguía adelante. Mario me contestó que por supuesto contara con él, y que estaría a las 20:30 en el portón de casa. Le di instrucciones precisas de cómo quería que fuera el encuentro. Quería sorprenderte y comprobar tu reacción, así que le pedí a Mario que recogiera la llave de casa que dejaría para él en la cafetería que está a escasos cuarenta metros de casa y le indiqué que entrara por la puerta de la cocina a las 20:30 en punto. Le pedí que atravesara la casa, se desnudara y se sentara en el sofá del salón. Después de confirmar que lo había entendido todo y que estaba de acuerdo con el plan, solté el teléfono y entonces descubrí que me estabas mirando.

Me conoces muy bien, y notaste perfectamente mi cara de ilusión y de excitación, pero conseguí “engañarte” (una de esas mentirijillas piadosas) diciéndote que te estaba preparando una sorpresa para dentro de unos fines de semana, y que estaba hablando con Javier (otro de nuestros juguetes estables)… pero que aún no podía decirte nada. Me miraste con ojos de cordero degollado y buscaste mis pies con tu boca. Me dejé hacer. Adoro cómo lames mis pies. Cómo te entregas a ellos. El ansia de tu mirada y sentir tu lengua recorrer dedo a dedo mis bonitos y pequeños pies. Pero no te dejé seguir. Buscabas subir a mi coño, pero no te di permiso y cuando -atrevido- quisiste subir para meter tu cabeza en mi entrepierna te dije que siguieras con los pies hasta que yo te lo dijera.

Por supuesto, obedeciste sin rechistar, aunque noté cierto halo de decepción en tu mirada. Cuando pensé que era suficiente, y sin dejar de mirar el reloj, te dije que fueras a Sánchez Romero a comprar medio kilo de jamón ibérico, otro medio de lomo ibérico, una cuña de queso muy curado, nueces y uvas. Teníamos muchas botellas de vino, así que no hacía falta que comprases.

“No te entretengas, mi amor. Tengo hambre y eso que apenas son las 19:30”.

En cuanto saliste de casa para meterte en el coche y comprar lo que te había ordenado, subí a la habitación. Preparé mi ropa y también la tuya. Elegí para los dos lo mismo. Leggings de látex negros, zapatos de tacón negros, un tenga negro para cada uno, y un top rojo muy apretado. Ni tú ni yo llevaríamos sujetador. Quería que vieras mis pezones duros y excitados con la sorpresa que tenía preparada.

A las ocho en punto de la tarde, apareciste por casa con la compra. Te pedí cortar el lomo y el queso y preparar la mesa con dos copas y una botella de Mauro de 2014 que también te pedí abrir para que fuera aireándose. Te dije que cuando terminaras de prepararlo todo y de poner la mesa, subieras a ducharte conmigo, así que fue lo que hiciste, aunque cuando llegaste a la ducha, viste que yo estaba vistiéndome. Adoras ducharte conmigo, jabonar mi cuerpo, echarme crema, secarme… pero no teníamos mucho tiempo… aunque claro, tú eso no lo sabías.

Mientras me vestía y maquillaba, fuiste duchándote. Eran las 20:20 y salías de la ducha. Miré el reloj y pensé que había conseguido cuadrar los tiempos perfectamente. Imaginaba que Mario estaría pidiendo las llaves en el bar, pero por asegurar que nada salía mal, abrí Skype en el móvil y le pregunté. Efectivamente ya tenía las llaves en el bolsillo y estaba esperando a que fueran las 20.30 para cumplir mis órdenes, entrar en casa, y desnudarse en el sofá.

Cuando saliste de la ducha y viste que me había puesto los leggins negros, mis zapatos de tacón de aguja negros y un top rojo, a juego con mis labios y bien maquillada, preguntaste en plan de broma si se celebraba algo. Sonreí y te indiqué que tenías tu ropa encima de la cama de nuestra habitación. Te ordené que fueras vistiéndome, porque quería maquillarte y pintarte los labios con la misma barra de labios roja que lo había hecho yo.

Sin dudar, obedeciste mis órdenes. Te pusiste los leggings negros de látex, tus zapatos negros de tacón, un tanga negro y un top rojo, y con esos andares torpes que sueles tener cuando te subes en los 11 cm de tus zapatos, te acercaste a mí. Según te vi me pareció que estabas muy sexy vestida de mujer, y te besé. Tus manos empezaron a recorrer mi cuerpo, y te contesté separándome de ti y dándote un buen tortazo. Te quedaste inmovil junto a mí. Entonces te escupí en la cara y te volví a besar mientras te ordenaba ponerte de rodillas para pintarte los labios.

Te maquillé y te pinté los labios. Te dije que estabas muy guapa, y que tenía muchas ganas de ese viernes de jamón, queso y BDSM. Sonreiste y pude ver tu erección marcarse claramente por debajo de tus apretados leggings negros. No pude evitar sentir cómo me mojaba al pensar lo que vendría después.

Cuando estuvimos listo, te puse el collar de cuero negro con la correa dorada, y nos dirigimos al salón. Al entrar, te diste cuenta de que aquel chico con quién habíamos jugado en la playa, estaba desnudo y sentado en el sofá. Te ordené que te quedaras de rodillas en mitad del salón, con la frente apoyada en el suelo, y fui a saludar a nuestro invitado.

Al verme así vestida, o al pensar en lo que ocurriría, Mario comenzó a excitarse… y agarrando su buena polla con la mano, le dije que le veía con ganas de jugar, a lo que Mario contestó con un breve:

“Llevo toda la semana pensando en ti. Llevo todo el día excitado. Siempre es un placer poder estar a tus pies, Laila”.

Sentía que estabas apretando la mandíbula arrodillado en medio del salón. Alguna vez me has dicho que prefieres prepararte mentalmente cuando hay juegos con mis juguetes, pero sabes que haremos siempre lo que yo desee.

Mientras charlaba con Mario, y de forma intencionada, iba soltando comentarios que sabía que irían preparándote. Quería humillarte y que ambos disfrutáramos de ello, así que hacía comentarios algo forzados sobre la dureza de la polla de Mario, lo bien depilado que estaba, o las ganas que tenía de subirme encima de su polla mientras te besaba. Incluso te pregunté:

“Cariño, ¿tienes ganas de besarme mientras me follo a Mario?”.

Sintiendo tu humillación y casi viendo el rubor en tus mejillas, me contestaste que tenías muchas ganas de disfrutar de mí placer, y que te apetecía muchísimo besarme mientras cabalgaba a Mario.

Entonces, y sin que esperaras nada parecido, te dije que te acercaras al sofá en el que Mario y yo estábamos sentados charlando. Cuando estuviste muy cerca, ordené que te levantaras para que Mario viera lo guapa que estabas. Y sin apenas darle tiempo al juguete a elogiarte, me levanté y me puse a tu lado. Era evidente la diferencia de altura, pero Mario se dio cuenta de que estábamos vestidas y maquilladas iguales, y comentó:

“¡Qué morbazo, Laila! Llevas a tu puta vestida igual que tú. No se te ocurre una idea buena. Jajaja”

Me reí y le pedí a Mario que se pusiera de pie a nuestro lado. Llegó a nuestro lado con una buena erección, y al mirarte, descubrí (no sin esperarlo) que tu mini polla estaba excitada y empujaba el leggings, mostrando un bultito que indicaba tus ganas. Te ordené ponerte de rodillas frente a Mario, que tenía su miembro de 17cm a escaso medio metro de tu boca.

Entonces, te sorprendió ver que me arrodillaba a tu lado, sacaba un condón del bolsillo trasero de mi leggings, y le colocaba el condón a Mario con mis propias manos. Cuando estuvo bien colocado, comencé a comerle la polla. Tú no te movías, y yo le comía la polla con calma, haciendo círculos con mi lengua en su glande, y metiéndome cada uno de sus 17 cm dentro de mi boca. Estaba muy excitada por sentir cómo crecía más y más… y cómo estaba cada vez más dura, mientras sus gemidos aumentaban de intensidad, pero me excitaba aún más prácticamente escuchar el crujir de tu mandíbula al verme hacer lo que tanto te gusta que te haga a ti.

En un momento dado. Paré y miré a Mario desde el suelo, para preguntarle:

“¿Te gusta, Mario?”

Obviamente, Mario contestó que le estaba encantando, y que hacía unas mamadas increíbles. Sin más dilación, continué chupando, a ratos solo con la boca, y en otra ocasión acompañando mis movimientos con la mano. Mario estaba cada vez más excitado, y preferí bajar un poco el ritmo hasta que paré y me giré a ti. Estabas de rodillas, observando de cerca como le daba placer al juguete mientras te dejaba de lado.

Entonces, te pregunté:

“¿Quieres un poco, mi amor? ¿Te gustaría comerle la polla a Mario?”

Agachando la cabeza, dijiste que te encantaría, así que te invité a comerle la polla como mejor supieras.

Quizás por los nervios o quizás por la sorpresa, estuviste bastante torpe. Mario se retiró en una ocasión porque le hacías daño con los dientes, así que delante de él, y a modo de disculpas, te di varias bofetadas en la cara sin pausa. Fueron 10 o 12. Una en cada lado. Después de cada bofetada, con la voz cada vez más rasgada por la humillación y por la excitación, te hice repetir:

“Perdón Mario por ser tan torpe. Gracias Ama por enseñarme a comer pollas y a ser la mejor puta”.

Después de sentir que tenías la cara ardiendo y que mis propias manos me quemaban, te animé a seguir, poniendo algo más de atención. Sabes perfectamente lo mal que me sienta que no hagan disfrutar a mis juguetes como yo misma lo haría, así que esta vez te esmeraste mucho más y le dedicaste una buena mamada a nuestro invitado.

Estaba tan caliente, que le pedí a Mario que se sentara en el sofá, acercando el culo al extremo, de modo que los dos (cada uno por un lado) nos besábamos mientras nuestros labios le hacían una mamada al unísono. Con los labios pintados de rojo, estábamos dejando el condón con muestras de carmín. Así estuvimos un buen rato. Compartiendo esos maravillosos 17 cm de polla como una piedra, hasta que paré de golpe y mirándote a los ojos, te pregunté:

“¿Qué prefieres, mi amor? ¿Quieres que me suba encima de Mario y me lo folle ahora que está bien duro, o prefieres que sigamos juntos comiéndole la polla hasta que se corra?”

Odias esas situaciones. Aunque has mejorado mucho, siento la tensión en tu mandíbula. No contestabas, así que, para ayudarte un poco, te escupí en los ojos y te pegué un buen bofetón, requiriendo una respuesta inmediata.

Cuando levantaste la mirada, había fuego en tus ojos. Mirándome de frente, me dijiste:

“Quiero que te lo folles, mi amor. Pero quiero besarte mientras lo haces. Hasta que te corras”

“Muy bien, preciosa… como desees”, contesté.

Y sin perder más tiempo, me subí encima de Mario para follármelo pausadamente. Me pediste un beso, y te dije que sí. Que te colocaras detrás del sofá y me besaras. Y eso hicimos. Un beso precioso, largo… excitante, que duró los 5 minutos que tardé en correrme mientras subía y bajaba de su deliciosa polla, tratando de controlar mis gemidos y las ganas de morderte los labios.

Tú no lo sabías, pero le había ordenado a Mario que no se corriera bajo ningún concepto si se daba la situación en la que follábamos. Quería que se corriera en tu boca, así que, después de limpiarme el coño, las piernas y el culo con tu lengua, te di una orden concisa y sencilla, que cumpliste inmediatamente.

“Ponte a cuatro patas y cómele la polla a Mario, corazón. Te he visto con ganas de chupársela como lo hace una buena puta. Venga. Cómetela para mí, cariño”.

Sin dudar, te agachaste y comenzaste la labor. Le estabas haciendo una buena mamada, acompañada por gemidos, miradas desde abajo y un ansia que jamás te había visto. Apenas pasaron 3 minutos, cuando Mario no aguantó más y, después de pedirme permiso, se corrió en tu boca. Dentro del condón, pero agarrándote la cabeza y provocándote alguna arcada que otra mientras sus caderas empujaban dentro de tu garganta al ritmo de su corrida.

Al mirarme con los ojos llorosos por el esfuerzo, me diste las gracias por enseñarte a comer pollas, y yo me acerqué a ti para besarte. Mientras te miraba, después de besarte, no pude evitar volver a excitarme. Tu rimen corrido, el maquillaje de tus ojos resbalando por tus mejillas, el pelo mojado por mi corrida y mis escupitajos… y cuatro dedos marcados en cada lado de tu cara. Te miré y te djie que ahora sí que te habías convertido en una auténtica comepollas. Una zorra. Una puta de manual. Sin poder evitar el escalofrío que recorrió mi espalda le dije a Mario que te desvistiera.

Desnudo y con su polla en estado morcillón te desnudó, y os coloqué hombro con hombro.

“Eres patético, mi amor. Tu polla erecta es más pequeña que la de Mario después de haberse corrido. Pero no te preocupes… no es lo que voy a utilizar de ti ahora mismo”.

Y sin mediar palabra, tiré de la correa y te coloqué en el suelo a cuatro patas, ante la mirada de Mario. Te pedí que pusieras tus manos en la espalda, y las até con una brida. Me encanta esa postura. Estás tan indefenso ante cualquiera de mis embestidas… Pero no quería que te cayeras al suelo, y utilicé a Mario de parapeto. Le pedí colocarse a cuatro patas delante de ti, para que le comieras el culo. Mientras lo hacías, me coloqué el arnés y no tardé en entrar dentro de ti. Al principio despacio, pero cuando el último centímetro del dildo desapareció en tu culo de puta, comencé a follarte más fuerte. Gemías como la puta que eres, pero no querías desobedecerme, así que eran unos gemidos ahogados, ya que tenías la lengua ocupada en el culo de Mario, que también gemía de placer mientras, con su mano derecha comenzaba a masturbarse.

Me excitaba muchísimo la imagen. Yo follándote. Tú comiéndole el culo mientras tanto a nuestro invitado, y este último, que acababa de follarme y que no hacía ni cinco minutos que se había corrido en tu boca, masturbándose. Era un espectáculo digno de ver. Respiraciones agitadas. Gemidos incontrolados… y yo acelerando el ritmo y la intensidad de mis embestidas. Entonces, mientras seguíamos en esa posición, y sin parar un instante, agarré tu ridícula polla y comencé a masturbarte. Al principio me costó, porque no estabas dura… pero aquello no tardó en coger robustez. Entonces, saliste un segundo del culo de Mario y me pediste correrte, a lo que contesté.

“Os vais a correr a la vez, como los buenos amiguitos. Y lo haréis en 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1… ¡ya!”

Tu orgasmo fue inmediato. Te descargaste inmediatamente mientras yo apretaba tu pollita, pero Mario no pudo correrse. Avergonzado, me pidió perdón, pero le contesté que no se preocupara… que él no era mi prioridad. Que mi prioridad siempre sería mi puta, y que había cumplido con parte de lo que quería de él. Entonces, te pedí que le acompañaras a la ducha, le dieras una toalla y le llevases su ropa.

Al bajar, te ordené vestirte como la puta que eres. Con tus leggings, el tanga, los tacones y el top rojo. Nos besamos y te dije lo orgullosa que estaba de ti. Lo bien que te habías portado y lo feliz que me hacía ver tu evolución. Te pregunté si te apetecía que Mario se quedase a cenar y a dormir con nosotros, y contestaste que sí. Pusiste otra copa, otro servicio, y pasamos una agradable noche de jamón, queso, vino y… BDSM.

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