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Estrenando pashmina (1)

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Durante dos semanas, Saúl me vio tejiendo, y pensó que era algo para mis nietas. “¿Haces un suéter?”, preguntó cuando la prenda empezó a tomar forma. “Es un pulóver”, le contesté y empecé a cantar ‘El pulóver que me diste tú, el pulóver, tiene una virtud: guarda el calor que me diste tú’, canción del italiano Gianni Meccia. “Ja, ja, es lo mismo”, dijo y luego me lanzó la etimología anglo sajona de los nombres ‘suéter’ y ‘pulóver’, además de los lugares donde se utilizaba. “…particularmente, y por eso la canción que cantas, se emplea en Italia y, de allí, vino a América por Argentina”, concluyó y tomó la prenda para sentir la textura. “¡Es cashmere!”, exclamó. “El estambre te ha de haber costado una buena suma”, dijo en un tono connotativo, como preguntando el valor. “Sí, pero vale la pena. ¿No te gustaría un suéter así?”, pregunté, poniéndolo sobre su pecho, extendiendo las mangas”. Sí, pero las mangas me van a quedar un poco cortas y está algo ancho para mí. “Es que no es para ti, así está bien…”, dije continuando mi labor. Saúl me vio a los ojos y lanzó una risa sardónica moviendo negativamente la cabeza y se retiró diciendo “pues lo vas a acabar mucho antes de que llegue el invierno”. “¡Na…!, el invierno ya llegó”, rumié para mis adentros, pensando en el hemisferio sur.

Poco tiempo hubo para que Pablo hiciera trasbordo, apenas el suficiente para recogerlo del aeropuerto y llevarlo al hotel para echarnos un “rapidito”.

–¡Tanto tiempo sin amarnos! –exclamé después de que nos besamos.

–Pues aunque sea una cogida que te dé, porque en menos de tres horas tengo que estar otra vez aquí para salir rumbo a Argentina –explicó en el automóvil, además de la razón para estar con anticipación, y comentó sobre una escala técnica que el vuelo haría en Panamá– ¡Puf, lo que podrían ser diez horas de vuelo, quizá se conviertan en doce!

–Acepto las venidas que quieras darme, mi amor –Dije metiéndonos a un hotel cercano.

Apenas habíamos entrado al cuarto, el cual yo pagué a pesar de sus protestas, nos besamos repetidamente al tiempo que mutuamente nos desnudábamos. Ya encuerados se alejó un poco para mirar mi cuerpo, y me rodeó para verme por todas partes.

–¡Sigues hermosísima! –Me dijo agarrando las tetas y poniéndose a mamar como becerrito.

–Mentiroso, están más caídas –le contradije, disfrutando el placer que me estaba dando con sus manos y su boca.

Me cargó para llevarme a la cama y allí su boca fue directamente a mi triángulo. Me abrió las piernas y olfateó los vellos antes de chuparme. Se entretuvo bastantes minutos y logró probar el flujo de las venidas que su lengua me provocaba.

–¡Me encanta este olor y sabor de mujer hermosa que tienes! ¿Hiciste el amor en la mañana? –me preguntó, volviendo a saborear mi vagina y mirarme a los ojos, a lo cual respondí afirmativamente con la cabeza y cerré los ojos para gozar otra oleada de orgasmos– ¡Qué rico! A ver si así se me pasa algo de la sabiduría de tu marido –dijo sin remilgos, pues admira mucho a Saúl.

–¡Me hubieras dicho, para exprimirle hasta los sesos, puto! –le dije tallando su cabeza en mi pubis.

Me penetró de misionero, besando la boca y sujetándome un seno en cada mano para moverse con rapidez. Al sentir los viajes de su firme pene, grité de placer y lloré de alegría, viniéndome otra vez más. Pablo eyaculó tres chorros seguidos, cuyo calor me hizo gritar más y quedó exhausto sobre mí. Descansamos un poco con nuestras frentes y narices juntas, respirando el aire que salía de la boca del otro. Ya tranquilos, saqué de mi bolso el suéter que le había hecho.

–Póntelo, quiero ver cómo te quedó –le pedí a Pablo, ayudándolo a que metiera su cabeza.

Se puso de pie para acomodárselo bien y me modeló con él. “Se te ve muy bien, además te ayudará a soportar el frío invernal de aquel lugar”. Sonrió y volteó para verse en el espejo e hizo un gesto de satisfacción. “Ahora póntelo tú”, me pidió, “quiero ver cómo lo llenan tus tetas”. Me puse el suéter, el cual me quedaba muy bien, “Tu tórax y el mío miden lo mismo”, dije cuando se acostó y yo veía cómo me quedaba.

“Ven a moverte arriba de mí” me dijo. Antes de montarme, tuve que chupar esa rica verga para que se pusiera rígida nuevamente. “Qué lindo se cuelga mi suéter contigo, mi amor” dijo mirando el vaivén de mis tetas moviendo el suave y acariciante tejido. Me moví hasta que me vine y me acosté jadeante sobre él. Pablo ya no se vino y volvió la flacidez a su miembro, hasta que se me salió. Miró el reloj y, dándome un beso se levantó para meterse a bañar. Volví a guardar el suéter poniéndolo esta vez en su maleta manual de viaje.

Lo alcancé en la regadera, pero él ya había terminado. “sólo fue para quitarme el sudor, ya no hay tiempo para que te bañes, linda”. Tomé la toalla y lo sequé. Nos vestimos y salimos apresuradamente. Le indiqué que ya había puesto el suéter en su maletín, antes de darle el beso de despedida y le recordé que me avisara la hora en que nos veríamos a su regreso. Se puso el cubre bocas, bajó del auto y se metió al edificio del aeropuerto.

De regreso, pasé al centro comercial a comprar otras madejas del mismo estambre, pues me había sobrado del suéter que le hice a Pablo y quise hacerme otro igual. Cuando llegué a la casa ya estaba Saúl haciendo algo de comer en la cocina. Lo saludé y vio que traía la bolsa con el estambre que había comprado.

–Nena, te invito a comer, pues no alcancé a hacer algo, yo también acabo de llegar –me dijo y salimos.

En el restaurante, me contó lo que había hecho y la razón por la que llegó con cierto retraso. Noté que cada vez que me daba un beso olfateaba mi cara, mis brazos y mi cuello. El mesero nos llevó la carta, la cual no leyó y mientras yo escogía me metió la mano bajo la falda. Cerré las piernas instintivamente. Él me miró, acercó su cara y me dio un riquísimo beso en la boca, el cual me hizo abrir las piernas y metió su mano en mi vagina. “¿Ya escogiste qué comer?, me preguntó y se llevó la mano a la nariz. “Sí, y tú”, pregunté. “También, ¿se te antoja una langosta?” contestó y lamió sus dedos. “¡Sí, eso!”, dije feliz por la opción. “A mí se me antojó jaiba, pero aquí no hay”, dijo volviendo a meterme la mano. No tuve duda que ya sabía lo que yo había hecho…

“Por lo visto ya entregaste el pulóver, Nena”, dijo, como plática casual, mientras comíamos, pero yo me hice como que no escuche bien y comenté sobre la tercera ola de la pandemia. Saúl ya no insistió y continuó la plática con el pie que le había dado. Tomó bastante vino rosado, yo sólo probé una copa y él se terminó la botella. “Tú manejarás de regreso”, me dijo cuando le sirvieron la última copa.

Al legar a casa, lo primero que hizo, después de lavarse las manos, fue sacar la botella de vino blanco que había dejado en la nevera al salir. La descorchó en la sala y, mientras se aireaba, llevó un par de copas.

–¿Vas a seguir tomando? –le pregunté con preocupación.

–Quiero que brindemos por el amor, mi Nena –dijo obligándome a sentar a su lado.

Sirvió las copas, me dio una. “Brindo por la mujer más hermosa que ha existido sobre la Tierra”, dijo chocando su copa con la mía y se bebió de golpe su copa, ante mi azoro. La dejó y me comenzó a desnudar. Mi marido se sirvió una copa más y con cada prenda brindaba por cada uno de los hombres con quienes yo había hecho el amor, empezando por el primero, después de él: “Salud. Roberto, donde quiera que estés, descansa en paz que nosotros la seguiremos atendiendo muy bien”, dijo y me estremecí. Choqué mi copa y dije ‘Salud” sin poder evitar una lágrima y tomé todo el contenido. Él me sirvió más vino y yo estuve dispuesta a emborracharme.

Ya sabía yo lo que seguía, se le notaba a Saúl una erección tremenda…

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