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¡Hijo, me tienes harta!

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María entró aquella mañana por tercera vez en la habitación de su hijo. Abrió la puerta con ganas y vio que el joven seguía tumbado en la cama, hecho un verdadero bollo con las sábanas.

—¡Levántate ya, joder! —le vociferó como todos los días.

Eran las ocho y media de la mañana y ni siquiera había puesto un pie en el suelo. La habitación olía a cerrado y con cierto aroma fuerte que María sabía de donde vendría. El consumo de clínex era exagerado y el muy guarro no se le ocurría tirarlos a la basura. Los dejaba en la mesilla para que se secaran y que “alguien” los recogiera, por supuesto, siempre era su madre.

Javi hizo un sonido ronco como si todavía estuviera soñando, aunque bajo las sabanas tenía los ojos abiertos y esperaba que su madre se largase para estar tranquilo.

—Vas a llegar tarde a la universidad. —tiró de las sabanas y el joven, únicamente con sus calzoncillos, se acurrucó en posición fetal al notar que no tenía la protección de la manta— Siempre llegas tarde a la primera hora. ¡Levanta, vamos!

—Voy…

La voz de ultratumba dio unos segundos de paz al muchacho que vio cómo su madre se iba de la habitación con fuertes pasos. Nunca le dejaba dormir tanto como quería, ¿Qué más daba la primera hora? Lo que un joven necesitaba era dormir y bueno… las pajas, aunque eso nunca le faltaba.

Llegando a la cocina con el entrecejo torcido, Manuel levantó la vista del móvil viendo como su mujer llevaba el mismo cabreo que todos los días.

—Cálmate, cielo, es lo de siempre. Es un vago sin remedio.

—¿Y qué hacemos? ¿Dejamos que haga lo que quiera? Todos los días igual… no hace nada. —María se sentó al lado de su marido mirando el desayuno de su hijo que llevaba 20 minutos preparado. Lógicamente, estaba frío.

—Cuando tenga un trabajo, seguro que madurará. Al menos, cuando requiere, se pone las pilas, está sacando la carrera… ¿No?

—Saca la carrera con cincos de mierda porque no le apetece estudiar más, —el enfado mañanero todavía no se diluía— solo duerme, está frente al ordenador… —no quería añadir que también se masturbaba sin control— y sale de fiesta. ¡Esa es su vida!

—Cariño, como todos los adolescentes.

—Pero ¿y en casa qué? Ni siquiera hace la cama, ¡su puta cama! Y no la hace… —no la gustaba soltar palabras malsonantes, pero es que su hijo la sacaba de quicio.

—Ya te lo he dicho miles de veces, —Manu mantuvo un tono calmado, esperando que su mujer no la pagase con él— no le hagas su habitación.

—¡Claro, qué fácil! ¿Cómo no se me ha ocurrido antes? —su esposo casi podía sentir el sarcasmo golpeándole en la cara— Y que nos coma la mierda. Ya dejé de limpiar su cuarto durante una semana y no quiero volver a tener que limpiar semejante basurero como ese. —vio a su marido como movía la cabeza indicando que Javi llegaba.

—¡Coño! —María giró su cuello para ver, de que forma su pequeño entraba con pasos lentos— El bello durmiente. ¿Ya has dormido tus quince horas diarias para funcionar?

Levantó la mano como si quisiera pedir calma. Aquel pasotismo a María la encendía como pocas cosas y tuvo que levantarse para empezar a limpiar lo que había en el fregadero, así no pensaría tanto en el vago de su hijo.

—Mamá, —se dio la vuelta para mirar, como sujetaba la taza con ambas manos— está fría. ¿Me la calientas?

—¡Hazlo tú! —le aulló mientras Manuel se levantaba en dirección al baño para escapar, podía oler la dinamita a punto de explotar y él, quería conservar todos sus miembros— Tienes unas bonitas manos para hacerlo, ¡levanta el culo y mételo en el micro!

Javi no lo hizo, dejó la taza en la mesa y se tomó su desayuno totalmente congelado, menos mal que siendo verano y con el calor que hacía le venía bien algo fresquito. María, en cambio, se mordió el labio para no decir más y cuando terminó de fregar, salió de la cocina con paso acelerado, para hacer… la habitación de su hijo.

Al escuchar que los dos hombres de la casa se marchaban, uno para la universidad (llegando tarde) y otro al trabajo, María se dejó caer en el sofá. Tenía todo más o menos terminado, quizá después de un rato relajándose le tocaría planchar, pero lo complicado, que solía ser la habitación de su hijo, era una tarea que estaba finalizada.

Aprovechó la buena mañana para ir a comprar por el barrio, se enfundó sus mayas de yoga, las zapatillas deportivas y con su pelo moreno recogido en una coleta, salió de casa sonriente. Pasó por dos tiendas, haciendo caso omiso a las miradas lascivas que SIEMPRE le lanzaba el panadero.

Le visitaba desde hacía veinte años y el muy viejo verde no cambiaba ni un poco sus ojos de depredador. Aunque era normal, María se conservaba en una buena línea y el yoga la ayudaba a mantener un cuerpo esbelto y tenso. No como Manu, que, avanzados los cincuenta, cayó en picado, cuesta abajo y sin frenos. Ella todavía a mitad de la cuarentena se mantenía a las mil maravillas.

Mientras caminaba con las bolsas de la compra, pensó en como poder acercarse Javi. Dentro de una semana terminarían las clases y le tendría metido en casa… todo el día. Aquello derivaría en miles de discusiones para que estudiara, no lo podía evitar. Alguna vez había meditado sobre si era demasiado dura, sobre todo cuando su marido le decía que dejara más manga ancha al joven, pero… igual Manu era demasiado blando.

Volvió a casa con varias miradas clavadas en su trasero, el yoga lo mantenía en su sitio sin grasa y con mucha dureza. Principalmente, los ojos del panadero eran los que más sentía, incluso salía de la tienda para saludarla con una amable sonrisa y después… mirarla con tal descaro que no podía disimular.

Ordenó la compra en la nevera y los cajones, aprovechando el rato libre que le quedaba para ponerse una serie en la televisión y descansar de toda la mañana. Esta no había sido especialmente dura, pero con el calor que hacía, parecía que las tareas del hogar pesaran el doble.

Cogió el móvil, aprovechando para hablar con su marido, que sabía que estaría cerca de la pausa para comer. Desbloqueando la pantalla y moviendo sus gráciles dedos le mandó un mensaje.

—Este verano va a ser movido…

—¿Por qué? —Manu se había adelantado a la hora y ya estaba comiendo.

—Con Javi en casa, va a ser peor que los años anteriores. ¡Cada año que pasa es más vago!

—Mujer, relájate un poco. Es una fase, sigo creyendo que cuando tenga un trabajo seguro que se normaliza. —no confiaba en ello a pies juntillas, más bien, era su esperanza. La verdad que a Manu le sorprendía lo vago que podía ser su hijo.

—No estoy de acuerdo. Nació vago, es vago y está más que claro que seguirá siendo vago, Manu.

—María, te pasas, en serio. —a la mujer le molestaba mucho que no la apoyase, pero se lo calló— Tienes que ser más cercano a él, últimamente solo os escucho discutir. Lleváis un año que tela…

—Si me apoyases, seguro que no discutíamos tanto… —no se pudo reprimir, casi nunca le ayudaba cuando discutían, siempre la decía que no pasaba nada o no era para tanto. El punto de vista que no veía María en eso, era que tal vez no quería echar más leña al fuego.

—Bueno, no creo que sea mi culpa. Pero sea como sea, tienes que acercarte más a él. —en casa cada vez se veía más en mitad de una guerra que no le gustaba.

—Tú me dirás como me acerco a un adolescente que solo le gusta dormir y vaguear. —porque del tercer vicio que eran las pajas prefería olvidarse.

—No sé, le gusta mucho el ordenador, me suele hablar de juegos, de películas, de chicos que hablan en internet… los llamo algo así como youtubers o estimer.

—Stremers, sí. Estoy algo más a la moda que tú, carcamal… —Manu se rio sabiendo que su mujer también lo estaba haciendo al otro lado del móvil. Se conocían demasiado— Te dejo comer tranquilo, yo también voy a picar algo.

—Come un buen plato que te vas a quedar en los huesos. —estaba delgada, pero no para tanto.

—No tengo mucha hambre, tengo una ensalada preparada, dejaré la mitad para la cena.

—Al final, te vas a consumir. Va a quedar un esqueleto con dos tetas y nada más…

María rio en el sofá. Tenía unos buenos senos, que parecía hubieran agrandado a medida que adelgazaba, porque estos no habían decrecido con la perdida de varios kilos. Meditó sobre lo poco que lo hacían últimamente, el deseo sexual de Manu se estaba apagando por la edad, algo normal, aunque a ella todavía le quedaba una gran hoguera.

—No veo que te quejes mucho de eso —le añadió varios guiños y corazones mientras sonreía de forma coqueta delante de la televisión.

—De ese cuerpo tuyo… nunca. Eres preciosa, mi vida.

La esposa le acabó mandando un corazón y se levantó para dar buena cuenta de la ensalada. Cierto era, que no tenía mucha hambre, pero era hora de comer y se tenía que meter algo en el cuerpo.

****

Pasaron dos semanas y Javi ya se encontraba en casa estudiando. Aunque gran parte del tiempo la pasaba con el móvil, sobre todo hablando con sus amigos. María le veía sentado en el escritorio, pero nada más era una excusa para que su madre no estuviera echándole la bronca de continuo.

La mujer estaba hartándose, con solo una semana juntos, no le soportaba más. No aportaba nada, se tumbaba en el sofá, no hacía su cuarto, no ayudaba en casa… solo estaba en el ordenador, veía películas y estudiaba… esto último cuando le gritaba. Al menos, parecía que si leía los libros más que de costumbre, o eso pensaba la mujer, ya que no sabía todo lo que estaba con el móvil.

—Mamá, voy a salir un rato. —soltó Javi desde la puerta sin mirar a su madre, que estaba tumbada en la sala.

—¿Has estudiado? —le miró por encima de la revista, tratando de comprobar si le iba a mentir. El joven asintió, pero María no le pudo ver la cara— Vale, ¿vas a venir a cenar?

—No sé. —el tono de voz era de lo normal, sin ningún tipo de emoción, como si hablar con su madre no le importase.

—¿Te hago la cena? —el chico alzó los hombros sin saber muy bien que haría.

—Ya me haré yo algo cuando llegue.

—Javi… eso… nunca pasa. —levantó una ceja sorprendiéndose de la tontería que decía su pequeño. No pudo contener una leve sonrisa que nacía en su boca debido a la incredulidad de la frase— Anda… Avísame por el móvil y te hago algo.

Se despidió con la mano y María se quedó sola en la casa, su marido llegaría en breve, pero le apetecía disfrutar un poco de la soledad. En multitud de ocasiones y, principalmente, esa semana, los momentos en los que la casa estaba en completo silencio eran los mejores.

Aprovechó para levantarse y darse una buena ducha, sin que nadie entrara preguntando donde estaba el pan Bimbo o las llaves del coche. Quería una pequeña relajación… quizá una buena masturbación con gemidos y sin contenerse, de esas que tan poco se podía dar.

Pero al pasar por la habitación de su hijo, algo le picó en el cerebro. Fue como una llamada y atravesó la puerta abierta para adentrarse en los dominios de su pequeño. No pudo evitar fijarse un poco en cómo estaba todo, pese a haber hecho su cuarto a la mañana, el escritorio era claro ejemplo de su “organización”.

Los libros y papeles que tenía de la universidad se agolpaban sobre toda la longitud de la mesa, de un extremo a otro, casi sin dejar ver la madera que los sostenía.

—En el caos, hay orden —dijo para ella misma, sin recordar donde había podido escuchar esa frase. Aunque tampoco se la creía, más parecían unas palabras salidas de alguien que quiere dar validez a su desorden.

Al menos, le pareció que su hijo estaba hincando los codos, o por lo menos… su “estudio fingido” estaba bien orquestado. Esa llamada mental para entrar en el cuarto, había venido de la mano de las palabras de su marido por acercarse más a su hijo. Por lo que hizo memoria sobre sus gustos, lo que Manu le decía por el teléfono, ya que ella… no los conocía. La verdad que conocía muy poco de él, últimamente solo discutían y eso no era bueno, aquella reflexión la disgustó.

—¡Menuda mierda de relación que tengo con mi hijo! —murmuró mientras tocaba los papeles de encima de la mesa para apartarlos un poco.

Se sentó delante del ordenador, moviendo el ratón por la única parte del escritorio sin libros y sacando el teclado de la parte de abajo por si lo necesitase. La pantalla se encendió, comenzado a navegar con calma por las carpetas que encontraba. La gran mayoría eran juegos que, obviamente, María no conocía.

—Seguro que de matar… Este también… —viendo un rifle en el icono, no pudo evadir un comentario sarcástico— Toda la pinta de que es muy didáctico, sí…

Dejando a un lado esa parte de la pantalla, bajó el ratón para buscar en internet. Por supuesto, ese ordenador solo lo utilizaba su hijo, ella apenas se metía alguna que otra vez si quería imprimir una cosa y Manu… dudaba de que supiera encenderlo.

Las páginas que tenía de inicio tampoco decían nada, alguna de periódicos deportivos, la de la universidad donde miraba las notas y redes sociales, nada donde rascar. María meditó si sería buena idea abrir el historial de navegación, se imaginaba lo que podía encontrarse, pero también sacaría en claro los gustos de su hijo.

Pulsó el ratón y ante ella apareció una larga lista de páginas web. Era evidente lo que veía, su hijo no ponía pestañas ocultas porque nadie jamás le había espiado como ahora lo hacía su madre. Si lo hubiera sabido, se hubiera cuidado un poco.

El porno que consumía Javi parecía desmedido, al menos para una madre en mitad de la cuarentena que no estaba puesta en ello. Si las demás madres hablasen del mismo tema o vieran lo que había dentro de los móviles u ordenadores de sus hijos, todas llegarían a la conclusión, que pese a ser mucho… era lo normal entre los jóvenes.

Bajó y bajó por la gran lista, viendo que también alternaba el porno con otras búsquedas, viendo stremers en directo y videos de YouTube. Sin embargo, se sorprendió de la gran cantidad de páginas web que visitaba…

—¡Normal que me deje sin papel…! —dijo en voz baja sacando una pequeña sonrisa.

De pronto, una curiosidad nació en ella, algo que ni siquiera fue un pensamiento, únicamente una inquietud a la que todavía ni siquiera le había dado forma. El dedo que tenía encima del ratón pulsó de manera impulsiva, dándole “sin querer” a una de las páginas para adultos y, en un instante, se puso en la pantalla.

Antes de esa milésima de segundo en la que la página se cargó, María ya quería buscar el icono de la X para deshacerse de ella. Pero cuando sonó el primer gemido de un video que estaba a la mitad, sus manos soltaron el ratón como si la hubiera empezado a quemar, para dirigirse tan rápidas como torpes a bajar el volumen.

Quedó con los dedos pétreos en la pequeña ruleta que encontró en uno de los dos altavoces, con la mirada fija y casi hipnotizada en la mujer que cabalgaba como posesa a un hombre tumbado en el suelo. Le hizo gracia la estampa, porque la mujer, con unos pechos realmente grandes, vestía un pequeño disfraz de policía… o lo que quedaba de él.

—¿¡Es esto lo que le gusta a Javi!? —se preguntó con una ceja levanta y una sonrisa que no podía disimular.

Calmando su curiosidad, pulsó el anterior video que salía en la lista. Otra mujer vestida de policía salía a escena y María, esta vez, se tapó la boca para no reírse. No es que le fuera gracioso que a su pequeño le gustase “ese rollo”, pero la situación le era tan extraña… que la sacaba una ligera sonrisa. No todos los días se descubren los secretos sexuales de un hijo.

Descendió por la lista y seguía habiendo mujeres disfrazadas como agentes de la ley. Daba la impresión de que su hijo tenía un fetiche, no era nada extraño, quizá peculiar, pero a María no le asombró. Solamente se le pasó una broma por la cabeza, una pequeña frase que le hizo sonreír de la tontería que era y acabó brotando de sus labios.

—Si me vistiera de policía, seguro que recogía su habitación.

Cuando sus labios se volvieron a sellar, le pareció tal locura que volvió a reír, esta vez de manera estridente, porque en su cabeza de verdad le parecía de lo más gracioso. Aunque la idea de que consiguiera que Javi hiciera su habitación… la gustaba.

****

Pasó otra semana y aunque Javi seguía estudiando o eso parecía, las continuas broncas eran el pan nuestro de cada día. Manu solía escapar más temprano de lo habitual, dejando en el cuadrilátero a los otros dos miembros de la familia para que peleasen cuanto quisiesen.

Era la tónica de las mañanas, decirle veinte veces que se despertase, hacerlo a las tantas y después, ir al sofá a “estudiar” con el móvil al lado, porque hacerlo delante del ordenador, según sus palabras… le cansaba.

A María esa dejadez la ponía de los nervios, ella siempre había sido tan decidida y rutinaria para todo, odiaba cuando algo le quedaba sin hacer. En cambio, su hijo tan… tan… no sabía cómo calificarlo. “¡Esto es culpa de su padre, seguro!” pensó queriendo pagar su enfado con alguien más que con Javi.

—¿Ahí se vive bien? —le dijo mientras entraba en la sala recogiendo su desayuno. La miró y volvió a sus hojas, tenía el móvil con luz sobre su vientre, no estaba estudiando— ¿El cuarto? ¿Se hace solo?

—Voy en nada, esta página y ya hago la cama —contestó sin mucho entusiasmo.

—La cama, abre la persiana, tira esa basura llena de mocos, —clínex de semen para ser más exactos, pero María no lo iba a decir— la ropa que huela mal a lavar… ¿Sigo o te lo sabes?

—Te prometo que ahora voy. —eso olía a mentira.

María no pudo contener un bufido que trataba de ser una carcajada, aunque pareció más el sonido de una yegua rebuznando. Miró negando a su hijo y algo se le pasó por la cabeza. En un rayo de imaginación recordó todas las páginas porno con la que tenía el gusto de deleitarse. Sonrió de forma macabra, queriendo tirarle alguna pulla sobre todo ese contenido y quizá por la vergüenza que la hiciera caso, pero se serenó, solo dejando una pequeña frase.

—¿Sabes que debería hacer? —el joven no la miró, seguía con la vista fija en los papeles, no obstante, no movía los ojos— Voy a comprarme una porra. De policía, ¿eh? Nada de imitaciones. Real, de las negras que tienen madera por fuera y hierro por dentro, para cuando no me hagas caso, darte con ella. ¿Qué te parece?

En aquel preciso instante, en el que terminó de hablar, María contempló un milagro. Javi la observó detenidamente, apartando sus hojas de encima y se levantó del sofá, dejando todo allí, incluso el móvil. Pasó por donde estaba su madre sin ni siquiera mirarla, dejando un olor a semen y sudor que a María le hizo dar un paso disimulado alejándose de él. Era demasiado fuerte.

—Ya voy.

Fueron las dos únicas palabras que salieron de su boca mientras su madre le miraba tratando de contener la estupefacción que sentía. Parecía derrotado, vencido por una única frase que a María le había salido sin pensar. Y allí se quedó la mujer, con la boca abierta y escuchando los pasos de su pequeño, perdiéndose en la largura del pasillo.

María no se lo podía creer, se llevó la mano a la boca con los ojos abiertos como una lechuza en mitad de la noche. ¡Había vencido! Por primera vez había ganado a su hijo de forma clara. Solo había sido necesaria una alusión a la autoridad, nada más. Trató de ocultar su carcajada que se quería elevar por encima del sonido de la televisión y acabó por sentarse para tratar de calmar su euforia.

Al de un cuarto de hora, pasó algo temerosa por la habitación. Quizá su gran alegría ahora se convertiría en desesperación cuando viera que su hijo no había hecho nada. Sin embargo, menuda sorpresa cuando abrió la puerta y se encontró a Javi agachado bajo la cama sacando calcetines perdidos.

María se quedó parada en el umbral de la puerta, sin decir ni una palabra, ni tan siquiera querer respirar. Era como ver un fantasma o un cuerpo difunto levantarse de su tumba, algo tan imposible que por primera vez en su vida se preguntó si estaba despierta.

No sabía si entrar del todo o decir algo, cualquier movimiento pudiera romper ese halo de magia que cubría la mente de su pequeño. Al final, cuando el joven se levantó del suelo después de limpiar debajo de la cama, se decidió por decir algo.

—Muy bien… —no podía ocultar su asombro.

—Me falta el armario. —su tono era seco y casi avergonzado.

—No, no, no. —paró María a su hijo que afanosamente se encamina al armario para ordenarlo por completo— Tienes que estudiar, cielo.

Hubo un silencio, más por parte de María que por Javi. En su cabeza resonó una pregunta al haber escuchado semejante palabra cariñosa hacia su hijo. “¿Cuánto hacía que no le dedicaba una palabra amable?” No lo recordaba.

Pasó su mano con dulzura por el antebrazo del joven, sintiendo algo de humedad debido al sudor por tanta tarea mañanera y le añadió.

—Ya termino yo. Ponte a estudiar o… —no se creía lo que iba a decirle, pero tal vez su hijo se lo merecía— si te apetece, puedes descansar un poco.

—Mejor será estudiar, mañana tengo un examen y el viernes otro.

—Bien… muy bien. —no podía decir más, la expresión en su rostro tenía que ser un verdadero cuadro.

El joven se puso en el escritorio, abriendo de golpe un libro que contenía un buen puñado de papeles, mientras María cogía los calcetines desparejados que estaban sobre la cama.

Echó un vistazo rápido, estaba todo ordenado, más o menos de forma correcta, pero ¿qué se le podía pedir? Era su primera vez.

—Cariño, —qué raro sonaba en su boca, era como hablar otro lenguaje— te dejo mejor solo. Estudia mucho, ¿vale? —lo añadió en un tono dulce, conciliador, sin los gritos habituales. Una maravilla.

—Sí, mamá. Y, por favor, cierra la puerta.

María le hizo caso, arrimando la puerta mientras el joven se levantaba hacia la mesilla de noche y allí cogía algo. El sonido que la llegó a los oídos fue similar a un papel rasgándose. Supo al momento que su pequeño estaba cogiendo un trozo de papel de la caja de la mesilla, con toda seguridad para darse un momento de relajación y placer.

Por primera vez, no lo vio como algo asqueroso, sino como una situación normal. No la importaba, era de imaginar que en tales años la ebullición de sus hormonas le haría tener un ardor que ella apenas recordaba. “Que haga lo que quiera” se dijo María para acabar por añadir “se lo ha ganado”.

Anduvo la distancia que la separaba hasta la cocina, mirando extrañamente hacia atrás como si todavía estuviera soñando. No podía creerse que Javi… ¡Su Javi! La hubiera hecho caso a la primera, sin discutir y de manera tan eficiente. Solo por… decirle que le iba a dar con la porra policial.

Un extraño sentimiento afloró en ella, teniendo que agarrarse el pecho como si algo la estuviera oprimiendo desde dentro. No podía parar de sonreír y ya en la cocina, se dio cuenta de que el caso que le había hecho… esa posición de autoridad que había adquirido… la gustó. Tal vez, demasiado.

****

Toda aquella semana fue demasiado rara o, más bien, peculiar. Desde el día de la “porra” como ya lo llamaba María, Javier había estado totalmente servicial. Hacía su cama según se levantaba, desayunaba, estudiaba e incluso pedía permiso para salir.

No podía sentirse mejor, María había vuelto a sonreír a diario e incluso Manu le pregunto qué había pasado con el joven, porque no discutían. Únicamente tenía una respuesta para ello.

—Habrá madurado. —mientras ponía una sonrisa tonta que la hacía de lo más bella.

No era cierto y el poder de la porra era lo que había creado a un hijo del todo ordenado y responsable. Su madre estaba tan encantada que, sorpresivamente el sábado a la noche, mientras veía con su marido una película, un instinto sexual salvaje surgió de pronto.

Apenas lo hacían y la mujer ya se había acostumbrado, pero esa noche, con Javier lejos de casa, algo la picó entre sus piernas y despertó como un basilisco.

Se lanzó sobre su marido, dejando que este se quejase sin cambiar la media sonrisa que portaba. Lo empezó a besar, sintiendo el sabor de la cerveza en su paladar, al tiempo que el hombre no daba crédito a lo que pasaba.

Todo fue rápido, demasiado para María, que al de tres minutos de cabalgar a su hombre en el sofá, sintió como un cálido esperma la llenaba por dentro sin que llegara al orgasmo.

Manu pidió perdón, le había pillado todo por sorpresa, y María dijo que no pasaba nada. Sin embargo, sí que pasaba, el fuego no se había apagado y con la excusa del sueño, tuvo que apagarlo en su cama, con la cabeza sobre la almohada y las venas del cuello a punto de estallar.

No pensó en nada en particular, mucho menos en su marido. Sin embargo, sí que recordó la sensación que tuvo con su hijo, ese sentimiento de autoridad y de obediencia que hizo que su mano, después de un movimiento frenético sobre su sexo, se acabara llenando de jugo pringoso.

****

Las cosas no duran eternamente, y esta situación, no iba a ser la excepción. El lunes por la mañana, María no fue a la habitación de Javier y este se levantó sobre el mediodía. Pese a que la mujer se imaginaba que esto volvería a pasar, no esperaba que fuera tan pronto.

La rutina anterior al día de la porra volvió como si nada hubiera pasado. No hizo la cama, no abrió la ventana, ni siquiera desayunó, directamente se fue al sofá a tumbarse.

María no dijo nada y permitió que hiciera lo que quisiera, se había ganado un poco de manga ancha después de los días tan buenos. Sin embargo, aquello duró todo aquel lunes y a la noche, después de estar toda la tarde con sus amigos en la calle, María le abordó en la sala mientras Manu cenaba en la cocina.

—¿Vas bien con los exámenes? —usó el tono conciliador que esos días imperó en sus cuerdas vocales.

—Creo que sí, los de la semana pasada los bordé —“normal” pensó María imaginando una porra golpeando a su hijo— Esta semana me queda uno el viernes, es bastante complicado, no creo que lo apruebe.

—¿Por qué no? —preguntó sin dejar de mirarle y acomodándose en el sofá.

—No sé —resopló con algo de desidia— estoy muy cansado de tanto estudio. No me entra más.

—¿Qué dices? —por poco le sale una sonrisa al suponer que era una broma, pero no lo parecía— Si has tenido dos exámenes, no es para tanto. ¿Cuántos te quedan?

—Este y dos más, aunque a uno de ellos no sé si me presentaré.

María le miró con los ojos bien abiertos, meditando sobre si le había oído bien o no. Si no había entendido mal, su hijo no se iba a presentar a un examen porque estaba cansado y reposaba en el sofá. Recobrando su antigua personalidad y dejando a un lado el entendimiento a su hijo, le comentó.

—¡Ah! ¿No vas a hacer ese examen? —Javi trató de decir que no, pero no le dio tiempo— Lo vas a hacer y mañana mismo te pondrás a estudiar todo el día. ¿Qué es eso de no aprobar porque estás cansado? —se levantó para no seguir discutiendo y se encaminó hacia la cocina— ¡Como no estudies…! ¡Ya verás…!

No sabía muy bien lo que le haría, era una amenaza vacía, pero por algún motivo sintió que Javi la tomaba muy en serio. Tenía un rostro plano, mientras su pelo, de forma graciosa, apuntaba en picos hacia miles de lados, contrastaba con lo que estaría pensando.

María se tiró en la cama, después de pasar por la cocina y no responder a las preguntas de su marido sobre lo que pasaba. Tampoco indagó mucho más, se quedó a un lado de la conversación como siempre hacía, no quería recibir también un grito como su hijo.

Miró el móvil con calma, sin ningún objetivo en particular, al tiempo que reflexionaba sobre cómo hacer cambiar el parecer a su pequeño. Lo de la porra había calado en él, solo unos días, pero bueno, había sido un inicio.

¿Qué podía hacer para que Javi siguiera con la buena actitud durante más tiempo? Rebuscó en su cerebro, pero no se le ocurría más que decirle que le iba a esposar. Una tontería y según lo que le decía su lógica, el efecto sería tan breve como el de la porra.

Siguió oteando el móvil, alguna que otra amiga la había escrito en el grupo de yoga, pero no la hizo mucho caso. Sin embargo, viendo ese grupo, una idea rocambolesca colocada por la gracia del universo le apareció en la mente.

Era demasiado atrevida, no obstante, podría suponer tal shock para su hijo que igual cambiaba para un año entero o… para siempre. La idea había nacido después de pensar que tenía que comprar otro pantalón de yoga, el que tenía estaba viejo y alguna que otra mancha de a saber qué, no desaparecía.

Debía comprarse uno nuevo, no obstante, la última vez no encontró ninguno de color negro, solo de colores llamativos. Lo que dijo en aquel momento, mientras se dirigía a pagarlo, es que parecería que estaba disfrazada de payasa. Todavía tirada en la cama, una frase hizo acto de presencia en su cabeza, alumbrada con luces de neón para darle muchísimo más énfasis. “Como si fuera disfrazada”.

Fue con eso último que apareció una imagen muy nítida de ella. Estaba detrás de Javi, mientras este estudiaba sentado de manera afanosa en su escritorio, casi como un reo picando piedras en el patio.

Ella tenía una porra en una mano que mecía hasta golpear la otra de forma amenazante. Aunque no era solo eso, vestía un uniforme policial, uno intimidante que no permitía a Javier ni siquiera virar el cuello para mirarla.

La imagen de su hijo estudiando día y noche por miedo a las represalias abordó su mente como un germen que lo infectó todo. La idea estaba en marcha, exclusivamente tenía que comprobar que no era tan descabellada. Lo haría a la mañana, mientras su marido no estaba y si Javi se reía solo tenía que decirle que sabía que se masturbaba con policías. Con aquel argumento tan directo ganaría cualquier discusión y haría cerrar la boca a su pequeño.

Navegó un poco por internet, todos los disfraces que encontraba eran… demasiado subidos de todo y unos cuantos, excesivamente provocativos. María no tenía mal cuerpo, pero una cosa era vestirse de policía y otra de policía “sexy” como rezaba un anuncio.

Lo que tenía en mente era un uniforme más recatado, más acorde a la realidad, aunque parecía que no había nada similar y lo que se acercaba a lo que ella veía en las calles, era demasiado caro. Tampoco iba a gastarse un dineral en una cosa que no sabía si funcionaria, de no ser así, tan solo sería un trapo viejo oculto en el armario.

Se metió bajo las sabanas con la idea de probar. No tenía nada que perder, si no funcionaba solamente quedaría como una anécdota, le diría a su hijo que no sabía que más hacer para que centrase un poco la cabeza y ya. ¿Qué tenía que perder?

Así se durmió, con una sonrisa que no se borraba del rostro y un raro escozor dentro de su cuerpo que no podía calmarse ni aunque se rascase. Soñó con varias cosas, de las que ninguna recordaría a la mañana siguiente, sin embargo, durante la noche su vagina llegó a humedecerse.

****

Caminó bajo el sol de verano con descarada alegría. En su cara, sin saber muy bien el motivo, no podría borrar la sonrisa que tenía dibujada desde que amaneció. Había tenido una buena noche y con un sueño bastante satisfactorio que, lamentablemente, no recordaba.

Javier parecía que tenía la intención de hacer cosas, se había levantado pronto, al menos, eso era positivo. Aunque María, tampoco había perdido el tiempo en comprobar qué hacía su hijo, tenía otras cosas preparadas.

El nerviosismo la entró cuando atisbó a lo lejos la tienda de disfraces. Tampoco hacía nada malo, o eso se decía una y otra vez para borrar el temblor que emergía de su interior. Suspiró una vez delante de la puerta, echando una rápida ojeada y cuando la dependienta quedó liberada, entró para acudir directamente a ella.

—Buenos días. —la mujer entrada en años se contagió de su sonrisa— ¿La puedo ayudar?

—Buenas, sí. —se frotó el pantalón vaquero, queriendo hacer desaparecer esos nervios tontos que tenía encima— Eh… mire… buscaba un disfraz en concreto. He mirado por internet, pero no lo encuentro, no sé si me puede ayudar.

—Veamos si juntas lo encontramos. —la dulce mueca de la mujer, a María le recordó a la de su abuela y aquello, templó un poco su cuerpo— Dime, ¿qué es lo que en concreto estás buscando?

—Pues…

Por un momento se mantuvo en silencio con los ojos fijos en la mujer. La idea parecía del todo descabellada, estaba yendo a comprar un disfraz en mitad de verano sin ninguna festividad presente. Además, lo picante del disfraz podría hacer que aquella mujer pensara algo que no era lo correcto. Sin embargo, una frase emergió en su cerebro como si fuera un chasquido de dedos y le dijo con total naturalidad, “¿Qué más da lo que opine?”.

—Un disfraz. Bueno, eso es obvio. —sacó una sonrisa muy bonita que la dependienta volvió a copiar— Había pensado algo de… un disfraz de la autoridad… de policía…

—Entiendo. Creo que tengo alguno en la parte del fondo. —la mujer comenzó a andar y la hizo un gesto con la mano— Vamos a mirar, ven conmigo.

Recorriendo la tienda, que no era pequeña, llegaron hasta dos filas de disfraces colgados en perchas, una encima de otra. La mujer comenzó a rebuscar en una zona específica, asintiendo la cabeza justo cuando sacaba uno de los disfraces. Siguió buscando entre la montonera de ropa que pendía de una barra de metal y otros dos acabaron en sus manos.

—Estos son los tres que tengo para mujer. —echó un vistazo rápido y María sintió los ojos de la mujer recorriéndola el cuerpo— Creo que te van a sentar de maravilla.

En la puerta, el sonido de la campanilla advirtió a la dependienta que otro cliente había llegado. Se acercó a una mesilla de cristal cercana y los depositó en esta con sumo tacto, mirando después a María que estaba tensa como un cable de acero.

—No te preocupes, tienes tiempo. —la regente de la tienda era de lo más amable. Se dio la vuelta para mirar a la puerta y acabó de añadir— Voy a atender a esa chica, si necesitas otro disfraz o cualquier cosa me llamas. Te dejo sola para que puedas decidir.

María tenía delante de ella las opciones, y antes de que la mujer se alejase con pasos lentos y acolchados por unas cómodas zapatillas, ya tenía uno como elección principal. Era el más caro, pero también el más completo. El disfraz era que más se acercaba a la realidad, con un pantalón largo, un polo de manga corta y los demás accesorios básicos, era el idóneo, la viva representación de lo que imaginó en la cama.

Sin embargo, no quería precipitar su elección, por lo que ojeó los otros dos por mera curiosidad. Uno de ellos, directamente, lo volvió a colgar en la larga barra de metal, aislado con los demás disfraces a la espera de ser comprado. Era demasiado explícito, con una camisa de pocos botones que dejaba al aire el escote de forma directa y, una falda tan pegada como pequeña que más parecía un cinturón.

Puso atención en el otro que tenía, no lo quería descartar con tanta rapidez. Parecía más moderado, un vestido de color azul marino algo ceñido, tenía una cremallera que podía abrirse hasta el pecho y terminaba en una falda plisada que, por lo menos, la cubría los muslos. La modelo que posaba en la foto de la esquina superior derecha, se veía realmente sensual, pero también poderosa y autoritaria. Tenía un cinturón pegado que portaba tanto la porra, como las esposas, además de una pistola que enseñaba amenazante.

Cogió los dos en el aire, mirándolos detenidamente y cedió a unos impulsos que nacían dentro de su alma y que, desde la noche anterior, no podía detener. Colgó de nuevo en la barra uno de los disfraces que la amable dependienta le había sacado y caminó por la tienda con el otro en la mano.

No levantó el rostro y esperó paciente a que la mujer la atendiese para cobrarle el nuevo disfraz que iría directamente a su casa. María no podía dejar de mirar la foto de la esquina superior, meditando sobre porque había elegido ese… el más sexi de los dos.

Por supuesto, buscó excusas en su mente, el precio era menor y, para usar una vez o ninguna… no iba a gastar una burrada. Aunque se acabó riendo de sí misma, sobre todo en el camino de vuelta, después de que la agradable mujer la deleitaría con una pícara mirada.

A cada paso que daba miraba la bolsa, mientras el sol de verano la picaba en la piel como un enjambre de mosquitos sedientos. Ese pequeño trozo de plástico la pesaba y apenas quería que nadie la viera con ello en la mano, lo agarró con fuerza, como si dentro tuviera un millón de euros y trató de darse una última excusa.

—La gorra es mucho más bonita… —murmuró con una carcajada contenida en su garganta. Malas excusas que ocultaban la verdad, quería verse tan espléndida como la modelo de la foto.

****

El día de la compra pasó por completo y también el posterior en el que María miró por más de diez veces su armario pensando en lo que hacer. Pero al día que siguió a esos dos… la mujer la se encontraba en el baño, con el atuendo en la mano y una pequeña intranquilidad que no le dejaba ponérselo. El plan del día anterior era el mismo que este, la única diferencia era que hoy, al menos, lo había podido sacar del armario.

Sin embargo, se levantó con unas ganas diferentes y con una intención muy profunda por poner firme a su hijo y, ¿quién mejor para hacerlo que una agente de la autoridad?

Javi todavía estaba dormido y Manu hacía unos cuantos minutos que se fue por la puerta directo al trabajo. El “NO” imperaba en su cabeza, pero con el recuerdo fijo de la actitud de su hijo después del “momento porra”, la valentía aumentó. Se comenzó a convencer a ella misma, lo hacía por su hijo, esto era bueno para él, pero ¿ella tenía algo que ver?

Para la mujer solo era un juego, un leve e inocente juego del cual no pensaba sacar nada más que buenas notas para el joven. Se comenzó a quitar el pijama, viendo que las clases de yoga parecían hacer un gran efecto en su cuerpo. La piel estaba tersa, flácida en algún que otro punto como los codos, no obstante, eso era imposible de evitar. Pese a eso, estaba casi como en la adolescencia, no pasaba el tiempo por ella, más que esos mínimos “colgajos” y alguna arruga que ya se marcaba alrededor de sus ojos.

Se metió el vestido por las piernas, subiéndolo con lentitud y sin dejar de mirarse en el espejo, la figura que se reflejaba la estaba encantando. Todo se pegó a las mil maravillas y después de meter ambos brazos, subió la cremallera para tapar su escote.

Viró su cuerpo noventa grados, quedándose de lado con respecto al espejo para completar la silueta que, de perfil, se vio perfecta. El disfraz era una segunda piel, sin ninguna arruga que lo estropease y… la tela era tan fina que al estirar su torso, pudo percibir sus costillas.

Como se imaginó por la foto del paquete, la falda sí que le tapaba la mitad de los muslos, con la del otro disfraz, hubiera ido enseñando sus bragas, mejor así. Iba más… recatada.

De pronto, en medio del silencio del baño, con la luz de encima del cristal del lavabo iluminando su figura, un pensamiento repentino la inundó. La frase era clara, junto con ese vestido, el cual enseñaba mucho, su parte más ardiente le dijo “igual a Javi le gusta mirar un poco”.

Aquello no… no estaba bien. Era todo por el bien de Javi, por su disciplina, no para su gusto, pero… pensando en que “momentos” veía su hijo a las mujeres vestidas de policía, dudó. Tal vez la gustase verla así, igual le… ponía… esa idea se asentó en la mente de la madre, que seguía negándola una y otra vez. Sin embargo, esta vez no era ella… eso era cierto… con ese disfraz no era María, sino la agente especial Bermúdez.

—Me debería hacer una placa con mi apellido… —soltó de pronto con una sonrisa sin dejar de contemplarse en el espejo.

Ya bastaba de suposiciones estúpidas, el juego era por y para Javier, no para ella. Por lo que con los labios apretados y llenos de decisión, cogió el coletero de su muñeca y se recogió la cabellera morena en una fuerte coleta.

La melena aprisionada colgaba hasta su nuca de forma tensa, girando el cuello en dos ocasiones para ver como bailaba tras su cabeza. Lo siguiente fue colocarse el cinturón, que le estrechaba el disfraz encina de las caderas, dejándola una figura de escándalo. María se dio cuenta y cualquiera que la hubiera visto opinaría lo mismo.

—¡Joder…! —la palabra se le escapó del alma en apenas un susurro, pero es que era cierto— ¡Estoy muy buena…!

Se estaba poniendo demasiado nerviosa, todo el plan quizá era un poco desproporcionado. Con una nueva charla como en el pasado o una nueva mención a un atributo policía, podrían funcionar, al menos, durante un tiempo.

Sin embargo, a María le venía a la mente la idea de que su hijo aprobase todo y además con nota, como era capaz de hacerlo, pero que su vagancia no permitía. Hubo un último atisbo de duda, no obstante, al recordar de manera voluntaria como su pequeño le decía que no se presentaría al examen, fue el empujón clave que necesitaba.

Se puso unas botas de color negro que eran de su propiedad y que le venían como anillo al dedo a su nuevo atuendo. Una vez bien atadas se volvió a alzar en medio del baño, con la cabeza sin ninguna otra cosa que la imagen de Javi diciendo que igual no se presentaba, era su combustible para ayudarla con el objetivo que tenía en mente.

Cogió la gorra con ganas, enfundándosela por encima de la coleta y después, añadió unas gafas de estilo aviador que tenía desde hacía años. Era el toque final y cuando vio el mundo a través del color de sus lentes, no se podía ver más perfecta.

—Vamos… —se dio los últimos ánimos para que la mano le dejase de temblar— No eres María, ni su madre. Eres la agente Bermúdez que necesita poner en cintura a un maleante. Métete en tu papel o esto va a ser el mayor ridículo de tu vida. —volvió a mirarse en el espejo, si Manu la viera de esa guisa… no la daría tregua en mucho tiempo. Eso era bueno, el disfraz tendría un segundo uso— Igual me he pasado.

Recorrió la fina tela con sus dedos, podía notar su piel vibrando de la emoción. Estaba exaltada por lo que iba a hacer, sin saber muy bien si era por lo raro de la situación o por… la propia excitación.

Resopló con fuerza delante del espejo y salió del baño con una decisión como nunca antes. Tenía todo el equipo listo, vestido (con su placa y logos), cinturón con esposa y porra, gorra, gafas, botas y… unas ganas de lucirse por completo que no eran normales.

Anduvo por el pasillo con fuertes pisadas, como si se tratase de un desfile y ella fuera la que marcara el paso. Llegó hasta la puerta de su hijo y teniendo un leve instante de duda, detuvo la mano a unos milímetros del pomo. No era tiempo de dudar, el personaje que se había cultivado en su interior había tomado el mando de su cuerpo y con fuerza entró en el cuarto de su hijo.

Todo estaba oscuro, apenas unas líneas de luz entraban por las rendijas de las persianas que dibujaban extraños rectángulos en la alfombra. Javier estaba dormido, siempre lo estaba y aquello calentó más a una mujer que ya venía con un enfado preparado.

Dio zancadas poderosas, que resonaron en la habitación debido al peso de las botas. Con gran fuerza y sin reparar en el bienestar de la ventana, alzó la persiana dejando que el caluroso sol de verano inundase la habitación. Javier se despertó de golpe, aunque más bien, se tapó con la manta para que el sol no le desintegrara al igual que a un vampiro.

—¡Despierta! —gritó con la autoritaria voz que parecía concederle aquel disfraz.

Javi apenas reaccionó, solo se hizo una bola en la cama, totalmente cubierto por las sabanas, debajo de las cuales, se creía a salvo. Para nada iba a escapar de la agente especial Bermúdez, su especialidad eran los chicos díscolos y este no era más singular que los otros. Con gesto torcido y los mismos pasos sonoros que al entrar se colocó al lado de la cama.

Dio un fuerte tirón, hasta tal punto que si Javier las hubiera tenido aferradas con más ganas se hubieran desgarrado a la mitad. No fue el caso y la tela voló como un fantasma por encima de la cabeza de María hasta caer en un rincón al que nadie le importaba.

Javier estaba con su calzoncillo, colocado en posición fetal y tratando de volver a dormir o, al menos, simulándolo. María no quería que la engañara, sacó su porra del cinturón, meciéndola en su mano y obviando ese fuerte olor que de seguro nacía en el calzoncillo de su hijo. Un sentimiento fuerte, de poder… que nunca antes probó recorrió su alma, aunque también, una excitación que la abrasaba.

Levantó tras su cabeza el trozo de plástico, tenía cierta dureza y podía hacer daño a alguien si se lo proponía. María, o más bien la agente Bermúdez, después de alzar la porra en el aire, justo en el momento que la empezó a bajar, esperó provocarle un leve dolor a su hijo.

Le golpeó con fuerza en el muslo, emitiendo un sonido de choque que rápido se colapsó por el quejido de Javier, que abrió los ojos con una estupefacción completa sin tener ni idead de lo que estaba ocurriendo.

No le dio tiempo a asimilar por qué su madre la había golpeado, cuando se sentó en su cama y vio a María, no dio crédito. La sorpresa era tal que reptó por encima del colchón, escapando de esa figura que le era desconocida hasta que sin encontrar más donde apoyarse, cayó al suelo de forma torpe.

María en ese segundo que su hijo se encontraba con la cabeza en el suelo y las piernas en el aire tratando de levantarse, se llevó una mano a la boca de manera coqueta y evitó reírse.

—¡Vamos, sabandija! ¡Levántate ahora mismo! ¡No me hagas perder el tiempo! —exigía la progenitora en un tono alto.

A Javier le costó reconocer la voz de su madre, no era su grito habitual, parecía más cargado de autoridad real que, además, parecía incontestable.

—¿¡Qué haces, mamá!? —en su voz hubo duda y un leve carraspeo debido al levantamiento tan brutal. Pero María, recibió algo con agrado, porque también tenía un tono de… respeto.

—¿Mamá? ¿Acabas de llamar mamá? —su enfado fingido estaba siendo digno de un Óscar— ¡Cómo te atreves a llamarme así! ¡Soy la autoridad! —golpeó con fuerza la cama logrando un sonido amortiguado— ¡Ahora mismo, haz la cama! O si no… ¡Prepárate para las consecuencias!

Javier se puso de pie con la agilidad de la juventud. En un lado de la cama, estaba María vestida de policía y, al otro lado, su hijo con calzoncillos y un gesto de sorpresa que no le dejaba cerrar la boca.

Hubo dos segundos de duda, nadie dijo nada, el silencio lo inundó todo como el sol de verano al subir la persiana. Era el momento que se decidiría todo, si María podría seguir con aquello o no. Javier no sabía qué hacer, solo esperaba acontecimientos, el shock de la mañana había sido demasiado duro. La madre se dio cuenta de que su hijo iba a mover los labios, seguramente pondría un nuevo impedimento a todo aquello, debía detenerle, ese era su nuevo oficio.

Con rapidez y fuerza volvió a golpear la cama, haciendo que las sabanas se levantaran del colchón y que su hijo cerrara esa boca de vago que estaba empezando a abrir. Incluso se alegró cuando le vio dar un paso atrás.

—¿¡No tienes odios, jovencito!? ¡La cama…! ¡YA!

Otro segundo de duda, pero que se solucionó más rápido de lo esperado. Con gesto impaciente, Javier se agachó, comenzando a meter la bajera por su lugar y buscando las sabanas sin poder levantar la cabeza para mirar a su madre.

La cama estuvo hecha en un periquete y el poder que parecía ir creciendo en su interior, la hacía esbozar una sonrisa.

—Hazte el desayuno y luego ven a estudiar, estaré esperando. —su hijo escapó por la puerta obediente, aunque justo en el umbral, la voz de su madre le detuvo— ¡Si tardas…! —le apuntó con la porra y Javier tragó saliva— ¡Prepárate…!

No tardó, ¡vaya si no tardó! En menos de cinco minutos se preparó él solo el desayuno y se lo tomó a la carrera. María esperó sentada en la cama recién hecha, con las piernas cruzadas y los muslos medio desnudos, gozando de la sensación por la obediencia de su vástago.

Con aquella prenda se sentía cómoda y extrañamente sensual… si aquel era el único modo que su hijo reaccionase, lo repetiría. El fin justificaba los medios.

—¿Todo acabado? —preguntó María al ver a su hijo entrar con el pecho desbocado.

—Sí. —estaba jadeando y apenas parpadeaba.

—¿Has limpiado la taza? —su tono no dejaba de ser autoritario.

—Sí.

—Sí, ¿Qué?

—¿Señora…?

Se levantó de un salto, mostrando un exagerado enfado en su rostro y alzó la porra hasta la barbilla de su hijo. La mantuvo allí, levantándole la cara para que la mirase a los ojos, a través de sus lentes podía ver y casi sentir que Javi… disfrutaba.

—Señorita. —el plástico no dejaba al muchacho mover su cara— ¿O me ves vieja?

—¡No, señorita!

—Así me gusta. —quitó su arma y la dirigió a la mesa de estudio— Ponte a estudiar, no quiero que pierdas ni un segundo. ¿Me has odio?

—¡Sí, señorita!

El muchacho se puso a estudiar de inmediato, con una atención que María nunca había visto. Con los codos en la mesa apenas movía levemente su cabeza para tratar de mirar a su madre que caminaba a su espalda como un verdadero guardia. Cada vez que observaba como su hijo trataba de mirarla con unos ojos… curiosos, ella ponía la porra en la cabeza y se la fijaba en las hojas.

Verdaderamente, a Javier le gustaba “ese juego”, María se dio cuenta en el momento que su expresión habitual cambió. No la había mirado como todas las mañanas, con ojos perdidos y cierta desgana. Esta vez era directo, con unos ojos fijos y afilados que parecían chispear al sol del verano. Si la agente Bermúdez no se equivoca, esos ojos destilaban perversión.

Todo eso a María no le importaba, porque era normal. Estaba realmente guapa con el disfraz y, además…, no era su madre, era solo una agente de policía destinada a que cumpliera con su cometido, estudiar. El chico rebelde que tenía bajo su custodia, que mirase cuanto quisiese, porque ella mandaba y lo que importaba, el objetivo de la misión, era que estudiase.

—Quiero que lo estudies todo. ¡Todo! ¿Me entiendes? —Javier asintió sin mirarla— A la noche te lo voy a preguntar. Cada tema.

—¿Y si no me lo sé?

María detuvo su incesante paseo haciendo que el sonido de sus botas no fuera escuchado por su hijo. Javier agachó algo más la cabeza, sabiendo que había errado en preguntar aquello.

Sintió que una porra recorría su espalda desnuda con ligereza, hasta llegar a su nuca, donde se posó con cierta fuerza, haciendo descender su cabeza hasta casi rozar los folios con la nariz. María quitó la porra del lugar y se inclinó ella hasta que su hijo sintió su aliento en la espalda. Dio un leve golpe en la mesa, algo que hizo temblar a Javier, aunque no sabía muy bien el motivo, no tenía miedo… era otra cosa.

—Qué atrevido preguntando, ¿no? —no hubo respuesta, el chico prefirió esperar lo que tenía que decirle la autoridad— Estúdialo bien, porque te castigaré.

Durante todo el día, solo le dejó levantarse de la silla dos veces, la primera para comer y después porque no podía aguantarse más y debía vaciar su vejiga. María lo permitió a regañadientes, diciéndole al final que mientras ella se iba, debería de seguir estudiando.

—No te creas que me vas a engañar, —de nuevo en su espalda le puso una mano en el hombro y apretó— cuando yo no esté aquí, tú vas a estudiar. —la porra apareció en el hombro opuesto y Javier dirigió la mirada hacia allí— ¿A que sí?

—Sí, señorita. Lo haré.

—Muy bien, buen chico. —pasó la mano libre por la nuca, meciendo su cabello y finalmente dándole un leve empujón para que bajase la cabeza— No me gusta castigar a los chicos buenos.

Se alejó de su hijo, pensando en lo poco que quedaba para que su marido llegase, no era bueno que la viera de ese modo. Se volvió a inclinar sobre su pequeño, que seguía sentado en la silla como si estuviera pegado. Pasó su rostro hasta dejarlo paralelo al de este, tenía un sentimiento muy fuerte dentro de ella, muy parecido al que sintió al nombrarle con un apelativo cariñoso.

—De esto… ni una palabra, ¿me entiendes? —el joven asintió y ella giró su cara— Más te vale…

Acabó por hacer algo que tenía olvidado y que, como madre, le dolía no hacer. Dispuso sus labios, se acercó a la mejilla afeitada de su hijo y le puso un rápido beso antes de que el joven pudiera negarse o que, a ella misma, le diera reparo.

Salió con rapidez sin esperar reacción, dispuesta a ir al baño para cambiarse con las tripas que le revoloteaban como una lavadora en pleno centrifugado. Fue un momento especial, una mañana y parte de la tarde del todo atípicas, pero muy placenteras. Tanto fue así, que no le sorprendió lo que vio cuando se cambió la ropa en el baño.

Comprobó lo que estaba creyendo por imposible era cierto, mientras caminaba de un lado a otro. Se acercó la ropa interior, dando antes el chorro de la ducha para que su intimidad fuera total. Olía… tenía un aroma fuerte… un olor muy conocido, cuando pasó el dedo el corazón le tamborileó con fuerza, verificando que sus suposiciones eran más que acertadas. Durante todo aquel tiempo, había estado humedeciendo su braga.

****

—Oye, ¿has hablado con Javi? —preguntó Manu totalmente sorprendido mientras desayunaba. Había pasado por la habitación de su hijo y estaba despierto y… ¡Estudiando!

—¿Yo? Nada nuevo. —durante la noche estuvo pensando en qué decir a su marido si esta conversación se producía. Lo más lógico siempre era una buena excusa— Hablé con un poco con él y le pedí por favor que dejase de vaguear y se pusiera a estudiar.

—¡La leche…! —no podía creer que lo más fácil fuera también lo más útil— Pues parece que ha surtido efecto. Por lo menos de momento.

—Ya veremos… No cantes victoria. —María empezó a desear que su marido se marchase para ponerse el disfraz. Desde que se levantó era su único pensamiento— Creo que puede ser flor de un día, hay que estar encima de él. Pero tranquilo, yo me ocupo de eso.

—Tengo ganas de ver si sigue así. —se levantó de la mesa, dando un beso a su mejor en mitad de la frente— ¡Es que eres la mejor madre del mundo!

Manu, dejando la taza en su lugar, se limpió los dientes y se despidió de su mujer con un segundo beso. Parecía algo abstraída como si pensase en otra cosa, pero era normal, por mucho que se quejase de su hijo, a ella siempre le costaba espabilar por la mañana.

Mientras el hombre cogía su coche para ir al trabajo, María se encontraba en el baño, calzándose sus botas con rapidez para ir a “jugar” con su pequeño.

—¡Escoria! —entró María en el cuarto de Javi a grito pelado. Del susto que le dio, el joven saltó de la silla— Ayer no fallaste ni una pregunta, pero… tu madre te tuvo que ayudar en par de ellas. Qué te crees, ¿qué voy a permitir que eso suceda? ¡Espero que no vuelva a pasar, sabandija!

—No, señorita. Lo siento. —decía mirando a los folios de la mesa— Fue un fallo, nada más.

—No digas nada. —pasando la porra, por segundo día consecutivo, por la espalda desnuda de su hijo. Como le empezaba a gustar jugar con aquel trozo de plástico— Estudia y punto. Tienes que pelarte los codos, mañana es el examen y no quiero una nota menor de un siete.

—Pero… —no pudo decir más, porque la agente Bermúdez parecía enfadada.

—¿Osas…? —golpeó ligeramente un hombro de Javi y bajó el tono sonando más dura— ¿Contradecirme?

—No, señorita. —con ese tono parecía tornar a su más tierna infancia.

—Me gusta cuando no contradices a la autoridad.

—Pero… —esta vez María le dejó hablar— ¿si no consigo un siete o más?

—¡Castigo! —sonó grave y muy cerca del oído de Javi que tembló.

—¿Qué castigo?

María se alzó poderosa, sus botas le daban una mayor altura y con el disfraz parecía que midiera varios metros. Estaba demasiado metida en el papel y la insolencia de su hijo debía ser pagada. Cogió una de las sillas, la puso al lado del joven que la miraba con cierta inquietud, dándose cuenta de que los mismos ojos lujuriosos del día anterior seguían allí.

Su madre le contempló de arriba abajo, por encima de las gafas de sol que no se quitaba para nada. Javi estaba sentado en su silla, con el pijama habitual que portaba siempre, un bóxer pegado con alguna que otra delatadora mancha blanquecina y nada más.

María descendió la mirada paulatinamente y con descaro, observó con pausa el torso desnudo y delgado de su hijo. Las costillas se le marcaban al igual que a ella y unos pequeños pelos nacían por encima del calzoncillo.

Aunque lo más curioso era lo de más abajo. La agente Bermúdez y, no María, no quitó la vista. ¿Por qué debería hacerlo? La policía podía mirar donde quisiera, en esa casa, era la ley. Entre las piernas de Javi reposaba un bulto inquieto, una masa de músculos que reptaba bajo la tela queriendo salir de su encierro.

Allí permanecieron sus ojos por unos segundos, sintiéndose demasiado atraída a la par que su excitación aumentaba. El pene de su hijo parecía grande y se movía llamando su atención a propósito, en verdad era un chico demasiado descarado “tengo que reeducarle con dureza” pensó de forma erótica.

No se sorprendía de nada, el disfraz la confería otra mentalidad en la que estaba muy metida y cuando quitó los ojos de la entrepierna, colocándose las gafas de nuevo, no se sorprendió al notar su vagina húmeda. Por lo menos, esta vez había aprendido y con las piernas cruzadas, no había prenda que se fuera a manchar, quizá algo sus muslos e igual la silla, pero sus bragas no… porque no llevaba.

—Lo tengo que reflexionar. Pero te puedo prometer, niñato bocazas, que será duro.

La última palabra salió rodeaba de un aire caliente que le puso al joven la piel de gallina. La policía que tenía al lado era realmente estricta y debería hacerla caso, si no acabaría castigado. Aunque en su interior, ¿quería que fuera así?

—Quizá… —posó su porra en el pecho del joven y dio unos leves golpes mientras la bajaba muy lentamente— te dé con esto en alguna parte.

—¿Qué parte? —osó preguntar.

—¡Cállate y estudia! —casi le gritó por semejante descaro, aunque antes de ir a sentarse en la cama para vigilarle, le añadió— Desde ahora, llámame agente Bermúdez. Ningún otro nombre. ¿Queda claro?

No había más que decir, la autoridad había hablado. Con la mirada fija en sus libros, estudió durante todo el día, moviéndose esta vez únicamente por orden de su madre para que fuera a comer.

Cerca de la hora en la que el otro hombre de la casa llegaba, María todavía seguía sentada al lado de su hijo, en silencio, mirándole mientras este no sacaba su mente de los libros. Hacía calor, lo hizo durante todo el día y no parecía que fuera a cambiar. La cremallera se deslizó entre sus dedos, algo que hizo con premeditación, casi como una recompensa por lo bien que se estaba portando su chaval.

Al momento que topó con el final de esta, no se reconocía. Ya no era María, detrás de las gafas, su alter ego, la agente Bermúdez, había tomado su lugar.

—Te permito levantarte y descansar —dijo María con la cremallera totalmente bajada.

Javier, al voltear el rostro, lo vio en primicia, sus senos estaban apretados por la tela y por un sujetador que los dejaba casi perfectos. No pudo reprimir que su pene, se endureciera algo más de lo que había estado durante gran parte de la tarde. María, o en este caso, la agente Bermúdez, lo contempló y sonrió.

—Espero que mañana apruebes. —colocó la porra en los libros, por una vez, de forma calmada— ¿A qué hora es?

—A las nueve. —María frunció el ceño detrás de las gafas, Javier lo entendió— A las nueve, agente Bermúdez.

De pie frente a él, con la cremallera mostrando todo su escote, su hijo la observó como era en ese momento, una diosa, una mujer poderosa, una madre que se hacía respetar. Pero había algo más, un ligero olor que notó con levedad horas atrás y que desde hacía media hora era inevitable que no atravesase sus fosas nasales. Era fuerte y se le metía en la nariz con cierto gusto.

—Estate puntual, ¿me entiendes? —las gafas brillaban con el sol que entraba por la ventana y el muchacho asintió— Como no lo hagas… —en un movimiento veloz, la porra se posó con relativa fuerza en el pene del joven que estaba algo duro— ¡Ya verás! —lo quitó dejando que Javier sintiera un pequeño escozor que no llegó a doler. Añadió mientras caminaba a la salida— Me voy a duchar. Por cierto, limpia mi silla. Está mojada…

Cuando escuchó cerrarse la puerta del baño, lanzó un rápido vistazo a la silla de madera donde su madre estuvo sentada gran parte del tiempo. En el centro, reposaba un pequeño destello que se visualizaba mejor con los rayos del sol, podría haber sido sudor, pero necesitaba comprobarlo. Javier agachó su cabeza, colocándose de rodillas y acercando sus ojos para contemplarlo en óptimas condiciones.

Parecía agua, quizá sí que fuera sudor, pero estaba impregnado de ese olor que le había entrado en la nariz a la última hora. Volvió a asegurarse, porque no se podía creer lo que era, acercó su olfato tanto como pudo y aspiró con fuerza, no había dudas. Era flujo salido de una vagina, de la de su madre.

Con un temblor imparable en su cuerpo, se aferró con fuerza a la silla, quizá intentando parar una tentación incontrolable. No pudo. La lengua apareció tras sus finos labios y con los ojos abiertos hasta el punto de que se le iban a escapar, lamió las pequeñas gotas que había en la silla. Le supo glorioso y todo quedo como quería la agente Bermúdez, limpio.

****

—Manu, despierta…

El sonido era muy bajo y su marido solo hizo un sonido que más parecía el rugido de unas tripas hambrientas. No parecía reaccionar. María le agitó el brazo, haciendo que la parte izquierda se moviera y el hombre emitiría un graznido bajo.

—¿Qué quieres? —todavía tenía el tono somnoliento sintiendo que ni la lengua había despertado.

—No puedo dormir. —en plena oscuridad la voz parecía un grito

—¿Qué quieres que haga con eso?

—Es que me pica… —María se frotaba las piernas, la una contra la otra sin parar, había estado así por más de media hora.

—¿Qué te pica el qué?

De haber estado totalmente despierto se hubiera dado cuenta de lo que quería decir su mujer. Emanaba un calor muy reconocible, haciendo que el roce con su piel casi fuera ardiente en aquella noche de verano. María se acercó de forma melosa, dándole un beso en su mejilla con barba de tres días y fue subiendo hasta morderle el lóbulo de la oreja.

—Me pica el coño… —le susurró tan cerca de su oído como pudo.

Su voz era un bálsamo de lujuria. Manu sintió su sangre arder, toda en dirección a un pene poco usado que le costaba arrancar como un coche viejo.

—¿¡Ahora!? —se sorprendió al ver el reloj de la mesilla que marcaban las dos de la mañana.

Ella asintió en su oído, con la anterior frase le había activado, pocas veces era tan directa y en menos ocasiones utilizaba la palabra coño, solo cuando estaba realmente cachonda. Manu se fue a girar, pero el cansancio le podía, su pene estaba a media asta y no daba signos de querer pelea, prefería seguir durmiendo.

Por mucho que fuera suculento un coito nocturno con su bella mujer, cada vez le costaba más y, menos ganas le envolvían cuando estaba así de cansado. Se volvió a acurrucar, apretando las piernas para ahogar un poco a su serpiente y que no luchara por algo que ninguno de los dos querían.

Su mujer, en cambio, seguía deseándolo y le besaba con cierta calma pasional el trapecio desnudo de su marido.

—Un poco… vamos… solo un poquito… —María se sorprendía de lo ardiente que estaba, hacía muchísimo que no se sentía así, quizá desde la noche de bodas— Yo encima. No tienes que hacer nada. Te lo prometo.

—María… —Manu miró el reloj de nuevo, apenas se podía creer que le estuviera pidiendo sexo a esas horas. Necesitaba dormir, al día siguiente trabajaba— Mira qué hora es. Mejor mañana, que ahora es todavía muy pronto… o muy tarde… no son horas.

—Por favor… uno rápido —otro beso en el trapecio que acabó por ser el mordisco de una vampiresa sedienta. Sin embargo, Manu no reaccionó.

—Cariño, mañana, te lo prometo.

—¡Mierda…! —dijo con un aire malhumorado.

La mujer se levantó de la cama con un calor casi febril recorriéndole el cuerpo. Su marido le preguntó con medio ojo cerrado a donde iba, pero ella levantó la mano y de forma rápida respondió.

—¡A mear! ¡A ver si se pasa!

Iba realmente enfurruñada, mientras atravesaba el pasillo con pasos rápidos sin importarle los vecinos de abajo. Que se quejaran si eso era lo que les apetecía, ella tenía asuntos más importantes entre sus piernas.

Pasó la puerta de la habitación de su hijo, pensando por un segundo que seguro que él, en sus sueños, estaría haciendo las delicias de una policía muy autoritaria. Rio tontamente sabiendo la locura que era aquello, aunque… ¿Por qué no? No era su madre, solo la agente Bermúdez, que no tenía nada que ver con Javier. “No digas chorradas” se dijo al poner el pestillo del baño.

Sentada en la taza y mirando su braga con una mancha más que apreciable, escuchaba el hipnótico sonido del chorro golpeando contra el retrete. Se quedó mirando a la nada con la mente en blanco. El pis la había relajado una pequeñísima parte de lo que necesitaba y ahora, estaba allí, sentada en el baño con un calentón de tres pares de narices.

Casi por instinto humano, por necesidad real, miró hacia la entrepierna y ¡sorpresa! Su mano había descendido en secreto hasta una vagina que estaba empapada como cuando tenía dieciocho años.

Palpó lo abultados que estaban sus labios. Una fina capa de pelo los tapaba, pero no importaba, no notarlos era imposible. Mientras la luz fluorescente la iluminaba, ella buscó con acierto lo que tanto quería. Sus dedos separaron con gracia los labios, dejando un camino sencillo en la parte superior donde un prominente clítoris duro como una roca la esperaba.

—¡La Virgen María…! —suspiró al apretarlo.

Con dos de sus dedos, comenzó un movimiento circular, lento y profundo. Su vagina se abría ante las extremidades que resbalaban involuntariamente al interior de la cavidad. Sus labios, los que tenía en el rostro, también se separan tratando de expresar lo que sentía, pero María detuvo el gemido en su garganta, no era lo adecuado. Las venas del cuello se le notaban grandes y llenas de sangre, a punto de explotar como si fueran un volcán. Los músculos de su cuerpo se estaban tensando mientras los dos dedos entraban y salían de su interior.

Se inclinó hacia delante, casi llegando a colocar la cabeza entre las piernas. Una de las manos seguía con el entrar y salir placentero que le producían sus dedos mojados por todo el flujo. La otra, se aferraba a la barra de las toallas con tanta fuerza que, de estar un poco suelta, la hubiera arrancado.

Tuvo que coger una de estas últimas, justo la verde que solía usar para el pelo. Abrió la boca y con fuerza la mordió con sus dientes. Su mandíbula se cerró como la de un perro furioso, escuchándose solo unos gemidos contraídos que nadie en la casa lograría oír jamás.

Ambos dedos volvieron a entrar, dejando un placer tan profundo que no volvieron a pasar la puerta de entrada. Solo se centró en el clítoris, que llamaba con fuerza para que le hicieran caso.

María volvió a llevar ambas falanges a la zona más sensible de su cuerpo, creando movimientos más duros y rápidos. Los fluidos estaban haciendo que resbalasen y minúsculas gotas golpeaban en sus muslos debido al frenético movimiento.

Entonces lo sintió, la punzada de un cuchillo que le atravesaba la espalda la hizo ponerse de nuevo en un ángulo de noventa grados en comparación al retrete. Su columna se curvó, casi llegando a dar con la cabeza en la pared que estaba a su espalda llena de baldosas. Con la fuerza con la que se movió, podría haber reventado una por el cabezazo.

No hubo grito, solo un murmullo mientras la toalla estaba a punto de desgarrarse. María, miraba abstraída de todo el mundo, como el fluorescente la cegaba mientras sus ojos se abrían y blanqueaban al sentir un orgasmo casi divino.

Vibró, tembló de locura casi cayéndose al suelo y, soltando la toalla de sus dientes para que esta reposara en su regazo, tomó un aire que podría haber reventado sus pulmones. El labio se le movió de forma involuntaria, sacando una leve baba que brotó hasta la barbilla con rapidez. No importaba, nada más importaba que el orgasmo que estaba teniendo.

Al de unos minutos se levantó con el alma sonriente y unas piernas renqueantes que arrastraban con dificultad los pies. Cogió otra toalla, la que se le cayó al levantarse, era imposible atraparla, estaba en el suelo, un lugar tan lejano como otro planeta. Tenía en sus manos la de su hijo de color rojo, que pasó por su entrepierna limpiando el exceso que tenía en su vagina y también en los muslos.

—¡La policía te lo regala!

Susurró con los ojos a medio cerrar y con la voz de la agente Bermúdez, mientras dejaba de nuevo la toalla en su situó con su ADN en gran cantidad.

Tuvo que calmarse un rato, pensando en que solo a una pared de distancia, Javi dormía plácidamente, ajeno a que su madre, se había masturbado como una posesa. El orgasmo había sido glorioso y, momentáneamente, su ardor le dio una leve tregua.

Salió al pasillo, parándose en la puerta del joven, donde miró dentro, pudiendo observar en la oscuridad, como su pequeño descansaba sin saber quién le observaba. Por algún motivo, María se lamió los labios, para después morderse el inferior y resoplar lo más bajo que pudo. Quería vestirse, quería volver a ser la autoridad, pero… hoy no podía ser.

Volvió a su cama con su marido, que ya volvía a roncar mientras ella se quitaba la braga y dormía únicamente con el pantaloncito del pijama. Ahora se sentía mucho mejor, pero sabía que a la mañana… en unas horas, el fuego volvería a quemarla y no estaría su marido para sofocarlo. Quizás de ese modo… fuera mejor.

****

María se despertó algo más tarde de lo normal, eran cerca de las ocho y escuchó como alguien se preparaba en el cuarto de al lado. Se levantó con gesto liviano, el cargamento de líquido que soltó unas horas atrás parecía que pesara infinidad de kilos.

Fue donde su hijo, para ver que estaba haciendo. Esta vez no espió desde fuera, tocó y sin escuchar el permiso, entró dentro.

—Javi, ¿qué haces levantado tan pronto? —la duda era más que razonable, esas no eran horas del “típico Javi”.

—Marcho, mamá, así voy con tiempo al examen —María echó la cabeza hacia atrás golpeada por la sorpresa.

—¡Qué bien, cariño! ¿Quieres que te haga el desayuno?

—No, no, ya desayuné. —le dirigió una sonrisa tierna mientras su madre seguía tan sorprendida por semejante cambio— Marcho ya, lo siento, es que voy con prisa. Quiero repasar un poco allí.

—Ah… pues… —no sabía qué decir y mejor de esa forma— Vale, cariño.

El joven se fue con paso rápido, pasando al lado de su madre y dándola un beso en la mejilla que María recibió con mucho afecto. Se palpó esa zona con la mano, sintiendo el calor que Javier había producido y miró como escapaba por el pasillo.

Escuchando el golpe de la puerta al cerrarse, se fue de forma incrédula a la cocina. El café le sentó de maravilla y su cuerpo se activó después del shock de ver a su hijo siendo tan responsable. Cogió el móvil, todavía no eran las nueve, faltaban veinte minutos y le mandó un mensaje a Javi.

—Según salgas, cuéntame qué tal el examen.

No obtuvo respuesta, porque su hijo estaba estudiando en uno de los bancos de la universidad, repasando los últimos puntos antes de entrar… ¡Quién lo diría…!

Manu se fue a trabajar y María quedó sola en casa, con el móvil en la mano, esperando la respuesta de su hijo. El tiempo pasaba despacio, con unas ganas incontrolables de que su pequeño acabase y la dijera que todo había salido de maravilla. Al final, el móvil vibró en la mesa haciendo que María diera un pequeño brinco por la sorpresa, estaba de los nervios.

—¡De maravilla el examen! Creo que voy a rondar el nueve seguro. —unas cuantas caras de felicidad completaron el mensaje.

—Me alegro mucho. ¿Vuelves a casa? —a la madre las manos le temblaban.

—Sí, ya estoy en el metro, en quince minutos estaré.

—Bien, ahora te tocan los otros dos exámenes para terminar. No te queda nada, cielo.

—Merezco un poco de descanso, ¿no? —otra carita sonriente volvió a aparecer en la pantalla.

A la mujer una pequeña sonrisa le esbozó en el rostro. Estaba llena de imaginación y como si tuviera puesto su disfraz policial, volvió a escribir en el móvil.

—No. No te mereces nada. ¡Estudia!

Su rostro se ruborizó al de pocos segundos, llenándose de un calor muy conocido que nacía entre sus pegadas piernas. El aire le sabía a poco y tenía que ventilar sus motores, cada vez le ponía más pensar en el juego que llevaba con su hijo. No entendía muy bien por qué, pero aquel rol dominante le hacía olvidar el parentesco entre ambos, cuando se lo ponía, era otra mujer.

Javi volvió a casa al de diez minutos, parecía que la parte que tenía que ser andando, la había hecho corriendo. Recorrió el pasillo con cierta curiosidad, no se escuchaba nada en la casa. Abrió la puerta de su cuarto y se quedó quieto al ver quién le esperaba.

La agente especial Bermúdez estaba sentada en la cama, con su atuendo habitual y señalando con la porra la silla de estudio. Tras sus gafas no se podía ver su expresión y, menos mal, el calor la estaba desatando y quería atravesar todos los niveles de ese juego.

El joven la hizo caso, sentándose en la silla mientras ella cogía otra y se colocaba a su lado. La cremallera estaba muy bajada, más de lo normal, y el escote que dibujaba el sujetador era visible, incluso un poco de la tela negra de la que estaba hecho el sujetador.

María no podía sentirse mejor. Miraba a su hijo con otros ojos, tras las lentes una mirada sedienta de amor y pasión observaba al joven como una depredadora. Apretando sus piernas cada vez más, sentía como un líquido pegajoso rezumaba de su interior para llegar de nuevo hasta la silla. No se podía contener, aquello era lo que más deseaba del mundo.

—¡Estudia…!

Su voz sonó autoritaria, pero sin poder ocultar un calor naciente que agarrotaba su garganta lasciva. Colocó la porra en el pecho de su hijo. Recorriendo lentamente un camino que conducía a la entrepierna de este, la tenía dura.

El bastón bajó hasta el lugar donde un bulto sumamente grande reposaba con ganas de romper la tela. María apretó con fuerza, tanta que su hijo se inclinó sobre la mesa, comenzando a sacar los libros. Su madre, sin dejar de presionar su duro pene, se acercó hasta el odio de su hijo, dejando que viera su escote desde muy cerca y le volvió a decir con un susurro.

—¡Estudia…!

El aire caliente y llenó de erotismo, logró que el cuello del joven se retorciera por el escalofrío que nació en su espalda, llegando a perturbarle cada vértebra de la columna. Las manos le temblaban y cerró los ojos para sentir como su madre estaba a escasos centímetros de su cuerpo. No dudo en echar un ligero vistazo a los senos de esta, los quería para él.

—Así… —se atrevió a hablar Javi con la voz temblorosa y con un tono levemente mayor que un murmullo— Así no puedo estudiar…

—¿¡Cómo dices!? —María se acercó mucho más, colocando su oído en la boca del muchacho para que le contestase. Repitió lo dicho— Repítemelo, que no te he oído. ¿¡Cómo dices!?

Javi tragó saliva realmente atemorizado por el respeto que le provocaba ver de ese modo a su madre. El pene dio un leve salto dentro del vaquero, algo que, desgraciadamente, María se perdió y que le habría encantado contemplar.

Logró humedecerse los labios, mientras miraba la perfecta oreja derecha de su madre como estaba muy cerca de estos. El pelo recogido en la coleta le caía por la espalda y en las gafas se podía reflejar su nerviosismo. Sacó todo el valor que pudo.

—No puedo… —tomó valor y decisión— No puedo estudiar con tu porra en mi polla.

Rápidamente, María volvió su cabeza para atrás, con la boca abierta del todo, fingiendo una sorpresa que rozaba la indignación. Se levantó de un salto mientras su hijo trataba de calmar su ansiosa respiración, algo que María ni siquiera ocultaba.

Empujó con una de sus botas la silla de su hijo, que hizo que las ruedas le separaron de la mesa, fue algo bruto, sin nada de ternura, la agente Bermúdez estaba enfadada. Se colocó delante del chico, mirándole desde arriba con el reflejo de sus gafas y con la porra, meciéndola en ambas manos. Javi olió algo, un néctar que nacía debajo de la falda de su madre, donde unas piernas abiertas descubrieron una gota que corría por el muslo.

—Como… te… —a la madre le costaba respirar y las palabras se le apelotonaban en una garganta seca de nervios y pasión— ¿¡Cómo te atreves, malnacido!?

Javi no podía hablar, apenas era capaz de respirar con tranquilidad. Solamente notaba su pene rugir con fuerza para enfrentar a la policía que estaba abusando de su poder.

—¿Quieres que te detenga, asqueroso? ¿Es eso lo que quieres? —María no dejaba de darse en la mano con la porra— Un buen correctivo policial es lo que te mereces, niñato.

La gota de flujo que corría por su muslo se había detenido, evaporándose debido al cuerpo ardiente de la mujer, que ahora comenzaba a sudar de puro nerviosismo. Su lívido estaba por las nubes y por nada del mundo bajaría.

En un lapso de tiempo que no supieron medir, se quedaron con los ojos fijos el uno en el otro. Javi vio como la mirada de su madre le analizaba por encima de las gafas, quizá a la espera de una contestación que diera permiso a toda la locura. No dudo en qué hacer, aunque no podía hablar, porque su garganta ya no le dejaba emitir ningún sonido, por lo que asintió.

—¡Sucio delincuente…! ¡Eres un deslenguado y rebelde! ¡Te mereces el peor de los castigos!

María no podía sujetar más la situación, no era una madre, no había dado a luz a Javi, solo era una policía cachonda con ganas de enseñar unas cosas a ese desobediente chaval.

Dio la vuelta a la silla quedándose en la espalda de su hijo. Cogió primero un brazo, después el otro y los sujetó detrás de la silla giratoria por las muñecas. De su cinturón sacó las siempre presentes esposas de plástico que, con muchos temblores, le logró ajustar en las muñecas.

—Esto es lo que querías, ¿no? No obedecer. Estás detenido. —María dejó las gafas en la mesa del escritorio y en un acto tan impulsivo como loco, se sentó con fuerza encima de las piernas su hijo— Te debería de dar porrazos sin parar. Eres peligroso, tengo que educarte.

La dura polla del joven atravesaba la vagina desnuda de la mujer. El prominente bulto estaba siendo masajeado por unos labios cada vez más hinchados que notaban el roce del vaquero.

Con fuerza, María deslizaba su cadera por encima de la entrepierna de su hijo mientras ninguno de los dos se dejaba de mirar, sus ojos tenían un brillo peculiar, un resplandor lleno de lujuria.

—¿Qué tienes ahí? —el roce cada vez era más intenso y la fuerza que hacia María la hacía resoplar— ¿¡Llevas un arma, pedazo de cabrón!?

Javi dejó caer la cabeza. Sumido en un placer que le producía la agente de policía más sensual de la tierra. Pensó en que haría si no estuviera atado, quizá coger el tremendo trasero de su madre y desnudarla. Lo meditó mejor, porque seguramente no se movería y dejaría hacer a María, por lo que tampoco la contestó.

—Si no me lo dices. Tendré que cachearte. —su voz siseaba de puro placer y una neblina parecía cubrir su visión, la agente especial Bermúdez tomaba el mando— Esto era lo que buscabas. ¿Verdad, mamonazo?

María se levantó, con la mirada fija en el pene que se hacía notar bajo la tela. Javi tenía que sentirse mal, le tenía que doler tener semejante animal enjaulado. Se colocó de rodillas mientras su hijo no la dejaba de mirar, le daba lo mismo, ese ya no era Javi, solo era un malvado convicto.

El botón del vaquero se soltó prácticamente solo y el sonido de la cremallera mientras María la bajaba inundó el silencioso cuarto. Un gracioso calzoncillos de perritos salió a la luz, con la tela pegada en el arma que la policía buscaba. Deslizó el pantalón junto a la ropa interior hasta dejarlo en los tobillos del joven, como si fueran otras esposas que no le dejasen caminar.

El miembro viril que María había visto tantas veces cuando era pequeño salió como un resorte. Aquel no era esa mínima salchicha que solía estar arrugada. Ahora se erguía ante ella un árbol lleno de raíces que llevaban sangre de forma copiosa. Era un obelisco en la mitad del cuerpo de Javi que se alzaba como un monumento de oración.

Por un segundo, María se mantuvo en silencio, observando la poderosa polla que la tenía hipnotizada con aquel capullo rojizo que la saludaba en una humedad incipiente. Se fijó con detenimiento en lo mojada que estaba la punta, los primeros líquidos preseminal estaban presentes.

—¿Ese…? ¿¡Esa arma!? —estaba escandaliza por semejante miembro y… por no verlo antes.

No podía estar más inquieta, las piernas le temblaban y por poco olvidó su juego. Debía seguir metida en su papel, porque necesitaba esa polla en su interior, la necesitaba ya mismo, de pensar que “eso” era de su hijo… todo acabaría.

—No puedes llevar algo como eso… —soltó con la voz cortada sin que su hijo la contestase— Por hoy. Solo por hoy… Voy a hacer la vista gorda.

—Mire… —La voz de Javi parecía perdida y sus ojos estaban llorosos— Agente…, mire a ver… si es peligrosa…

—¿Cómo? —su conversación era más silenciosa que un susurro.

—Escanéala… con el aparato policial… que tienes bajo la falda…

A María un relámpago le cruzó la espalda y su labio inferior comenzó a temblar. Todo se había unido para que el momento fuera del todo ardiente. Ella asintió, sin dudar ni un momento en lo que iba a hacer. Con su hijo arrestado en la silla, pasó cada pierna a los lados de joven, se levantó la falda y comenzó a sentarse.

No hubo momento de espera y mucho menos de duda. Mientras el cuerpo de la agente Bermúdez descendía con celeridad, el pene del reo se ponía en disposición para que lo escanearan. Como si lo oliera o si el propio miembro fálico del chico tuviera consciencia propia, se dispuso en el agujero de su madre.

Javi sintió cada centímetro meterse en un horno líquido que le abrasaba. María cerró los ojos con la boca abierta tratando de aspirar un aire que no la satisfacía. Pudo mirar al final a su hijo, cuando aquel pene… ¡Aquel pedazo de polla…! Estuvo completamente dentro de ella sacudiendo sus intestinos.

Los movimientos empezaron a acontecerse, una sucesión de golpes fuertes de cadera que hacían que el miembro de Javi nadase en los líquidos de su madre. Ya no había conversaciones y menos miradas, los dos estaban haciendo lo que querían, sabiendo que después, habría consecuencias.

De momento, les daba lo mismo. Javi quería desatarse de sus ataduras, pero no podía, aunque María, viendo que el pobre apenas podía moverse, se bajó la cremallera del todo. Apartó la tela que le cubría el sujetador, sacándolo para que el joven viera sus bonitos pechos apretados el uno contra el otro.

Apenas llevaba un minuto cabalgando encima del joven. El coito estaba siendo intenso, no tanto en rapidez, sino en sentimientos. Las manos de María atraparon en un abrazo la cabeza de Javi, que comenzó a lamer la parte de arriba de los senos que tenía a su disposición. La madre comenzó a gemir, estaba decidida a manchar el pene de su hijo con los jugos de su vagina, de igual manera que hizo en la silla o en sus bragas.

El joven apretó un poco sus nalgas elevándolas sobre la silla y haciendo que la penetración fuera más profunda. María lo notó tan dentro como le tenía permitido su cuerpo y soltó un ligero grito que rompió el silencio de la casa.

—¡Ya…! —resopló con fuerza, un bufido en medio de la sabana— ¡Dios…! ¡Ya!

Javi emitió un sonido silbante detrás de sus dientes, notando como sus genitales se contraían. El placer era inmenso y de incalculable potencia, las ganas de esos días, viendo a la agente policial responsable de sus estudios, explotaban en un instante. María apretó algo más, alzando sus rodillas para dejarlas caer de nuevo y que el pene de su hijo la penetrase como nunca antes le había pasado.

Dibujó una gran “O” en sus labios, sin prestar mucha atención a la cara de su vástago, que se contraía de placer mientras sus manos seguían atadas a la espalda. El pene había engordado (aún más) sintiendo en su interior un placer que había olvidado por completo. Fue entonces que miró a su hijo, como reclinaba la cabeza hacia atrás, casi rompiéndose el cuello y soltando un quejido mantenido. Un calor vibrante la llenó por completo, haciendo que su trasero se moviera en tres espasmos seguidos y sus ojos se entrecerrasen temblorosos.

El poderoso semen de su hijo, acumulado debido a que su madre estudiaba junto a él y le quitaba tiempo de pajas, chocó con lo profundo de sexo. El placer fue instantáneo y detuvo el movimiento para girar su cadera en círculos y detenerse paulatinamente.

El orgasmo había llegado, su vagina apresó con fuerza todo lo que tenía dentro, haciendo una verdadera llave de artes marciales con sus labios vaginales, para después, relajarse por completo.

Su cuello se tensó, las venas se vieron gordas y llenas de sangre, igual a las que rodeaban la gran polla de Javi. De su boca empezó a brotar un grito de placer, tan mantenido como sentido que salió de su alma.

—¡AAHH…!

El gemido continuó en el tiempo, mientras Javi, simplemente respiraba entrecortado con el corazón acelerado y con unas piernas que se movían poseídas por un demonio. La situación pareció calmarse al de un minuto, cuando la mujer logró levantarse con unas piernas temblorosas después de un único minuto de sexo.

Se quedó de pie, con las piernas abiertas encima de su pequeño. Javi miró a la agente especial de policía más erótica sobre la faz de la tierra y como por debajo de su falda, manaba un líquido espeso y blanco que cayó hasta su pene.

María bajó sus manos para separarse los labios vaginales con dos dedos. Tembló al hacerlo. Pero era necesario, tenía que sacar todo aquel exceso de semen que caía abundante de nuevo por donde había salido, la polla de su hijo.

La agente Bermúdez, alejándose paulatinamente de su papel, dio un paso atrás, chocando contra la mesa y llevándose una mano a la frente por el calor que en ella nacía. Se sintió mareada, como si la realidad le hubiera dado un guantazo en todo el mentón. No era la agente especial, era María, la madre de Javi, al cual se había beneficiado hacía escasos segundos.

Le dio un leve mareo, teniendo que apoyarse en el mueble aledaño a la mesa y caminó tambaleante hasta la puerta. Aunque no le dio mucho tiempo, tras de sí escuchó un leve clic, como si un cerrojo se hubiera abierto. Sin embargo, no era concretamente eso.

A su espalda, su hijo estaba erguido con las muñecas rodeadas por las esposas, con la cadena de plástico rota a la mitad. Su pene seguía tan duro como antes, incluso más grande debido a la sangre que viajaba con ayuda de la gravedad. Sobre este se podían observar las manchas blancas de sus fluidos mezclados con el propio semen que caminaba en borbotones hacia sus piernas. Una de las grandes gotas ahora yacía en su muslo, de una pierna que se movía hacia ella.

—¿¡Qué…!? Javi, ¿qué…?

No logró terminar su pregunta. Su hijo la rodeó con sus brazos, alzándola en el aire como una simple hoja seca de otoño. María se quedó de piedra, observando el movimiento de su hijo que la tenía en volandas mientras su polla oscilaba duramente de un lado a otro.

Por el propio movimiento rudo del joven, la silla salió volando hacia atrás con sus pequeñas ruedas. Javi dejó caer a su madre de forma pesada al lado del escritorio, formando un estruendo con las botas al tocar el suelo. No hubo miradas, solo podía ver el fuego que había en sus ojos, parecía que había despertado a la bestia.

Las manos la apresaron la cintura, donde su cinturón de pega sujetaba la porra y las esposas, ambas lejos de sus manos. María se quedó de cara a la pared, con el escritorio justo más arriba de la mitad de sus muslos, casi en su cadera. Con ligera fuerza, las manos de su hijo la empujaron, dejando caer la parte superior de su cuerpo sobre los libros.

—¡Estoy cansado de esta brutalidad policial! —María sintió el pene de su hijo, como golpeada pesadamente sobre su nalga derecha. Estaba empapado y resbalaba como si lo hubieran untado en mantequilla— Siempre abusa de su autoridad, agente Bermúdez. ¡Es momento de rebelarme!

No podía decir nada, estaba perpleja ante como había desembocado la situación. La polla de Javi reptaba por su nalga dejando un rastro de líquido caliente mientras uno de sus folios se pagaba en su rostro.

Notó la mano de su hijo agarrándola de la muñeca y colocándola a su espalda, al tiempo que la otra estaba dirigiendo su pene a un lugar muy cálido.

—Va a ver lo que las hago a las policías corruptas como usted. —en su voz se podía sentir el cargamento de lujuria.

Javi estaba súper caliente, más que en toda su vida, y metió dentro de su madre todo lo que la genética le había dado sin esperar una invitación o el permiso de la mujer. La espalda de María se curvó y apretó los dientes de la impresión, el poder de su pequeño era brutal.

El joven todavía seguía con la muñeca de su madre sujeta, aprovechando esa situación, la movió la otra la mano y le juntó ambas en el mismo punto, atrapándola con un agarre. María, en un visto y no visto, apresada, con la cara y las tetas en el escritorio lleno de folios, y con una enorme polla metida en su cuerpo, se volvió a sentir más cachonda que en toda su vida.

—¡Socorro…! ¡Socorro…! —simuló pedir ayuda volviendo a meterse de lleno en su papel— ¡Un preso, hijo de puta, desobedece a la autoridad!

De pronto, la primera temible penetración la silenció, surgiendo en su interior un temblor muy profundo que exteriorizó con un grito. Javi sonrió, el placer que había llenado a su madre fue algo que le satisfizo por completo y mucho más cuando escuchó como la agente Bermúdez se salía por primera vez de su papel.

—¡Joder, qué polla! Jamás había tenido una así… ¡Es enorme!

El joven enaltecido por el comentario que se salía de la boca de María, dio con más fuerza, con un brío que solo se conoce en la juventud. A la mujer, que posteriormente le dolería la espalda por soportar semejantes envites, trataba de encajarlos con cara de placer mientras su saliva caliente caía sobre los folios.

—¡Levanta la espalda! —pidió su hijo eufórico tocándola en los hombros.

—Pídelo, por favor —de nuevo ese tono autoritario que tanto gustaba al joven.

—Por favor…

María, con las muñecas liberadas, colocó sus manos en la mesa, alzó su espalda mientras Javi la rodeaba con sus manos y alcanzaba los pechos apretándolos con ansia. Lo que siguió fue una penetración dura y frenética digna de un adolescente, que se podría asemejar a un mandril.

—¡Sí…! ¡Así, así! ¡Házmelo así! —suplicaba la mujer sumida en un sexo que nunca había probado en su vida.

La madre pedía y pedía, notando el próximo orgasmo que no tardó en llegar, mientras Javi la estimulaba los pezones de unos pechos que habían emergido del sujetador. Sus senos se pusieron duros y en un movimiento fuerte que hizo que los genitales de Javi contactaron con el clítoris de María, esta se corrió.

—¡Mi amor! —aulló como un lobo en medio de la noche— ¡Qué…! ¡Qué…! —las palabras se le atragantaban en una garganta seca mientras su cuerpo vibraba sin control— ¡Qué bueno eres!

Unos cuantos envites más siguieron, sin detenerse para que la mujer pudiera asimilar semejante orgasmo que la estaba nublando el raciocinio. Aunque de pronto sintió un hueco, algo se había salido de su cuerpo dejando la vagina sin acompañante.

El jadeo de Javi era evidente y de estar más consciente, María se hubiera dado cuenta. El joven habida cesado en su movimiento sexual de penetrarla sin parar, porque se iba a correr. Mientras sonreía cara a la pared y sus pies tensos estaban de puntillas por semejante placer, la voz de su hijo la llamó rápidamente.

—¡Me corro! ¡Ven aquí que la tengo en la punta! —las peticiones eran exigencias y su tono era frenético.

Con su gorra mal puesta, la madre se dio la vuelta, viendo al pequeño pajeándose con insistencia un pene que parecía que fuera a reventar. Había dicho “ven aquí”, pero ¿a qué se refería con eso?

La mano de Javi se posó en el hombro de su madre, sujetando la tela con fuerza y haciendo saber dónde se tenía que poner. Debido a la presión, la madre se arrodilló delante de aquel trabuco, que no paraba de moverse de manera frenética y daba la sensación de llamarla con su punta morada.

—¡Chúpamela! —jadeó con pasión mientras entrecerraba los ojos— ¡Agente, sáqueme la leche!

Cesó en la masturbación, para meter de improviso el pene dentro de la boca de su madre. Ella se vio marcada por un calor inhumano al sentir semejante músculo tocando su paladar. Cedió a las súplicas de su muchacho y succionó a la par que las caderas de Javier metían y sacaban el pene.

El sabor era fuerte, podía degustar la mezcla tanto de su corrida como de la anterior que su hijo había combinado en su vagina. Estaba totalmente sucia y con toda seguridad no se la hubiera chupado a su marido si se lo hubiera pedido como Javi. Pero el momento era distinto, la lujuria la había poseído y cuando lamió por primera vez aquella polla, sintió que si su hijo lo requería, lo haría por horas.

Succionó tan fuerte como pudo, tratando de acompasar el movimiento de cadera de su hijo al de su cuello. Pero era complicado y dejó hacer a aquel preso cabrón, que se deleitase como quisiera.

El chico se estremeció con fuerza, con un grito que seguramente unos vecinos atentos podrían haberse percatado.

—¡Sucia, policía corrupta! ¡Toma de tu medicina! ¡Toma la medicina!

La polla topó con el final de la boca, llegando al comienzo de la garganta. Javi soltó el hombro de su madre, aferrándola de la coleta e introduciendo unos centímetros más su rabo de toro.

María sintió que eso se adentraba en su cuerpo, cerrando los ojos debido a un placer desconocido, al tiempo que se le humedecían por la brutal potencia. Fue entonces que lo sintió. No escuchó el aullido feroz de su hijo, pero sí que notó como un líquido espeso la golpeaba en su garganta para comenzar a bajar por su esófago.

Estaba incrédula sin saber lo que estaba ocurriendo o si aquello realmente era un sueño, hasta que tragó como pudo semejante carga que… ¡Menos mal que era la segunda!

La sacó cuando pudo, cogiendo aire y tosiendo para que el exceso de semen corriera por fuera de sus labios camino al suelo de madera. María se puso de pie, con un dedo limpiándose el labio inferior, puesto que una gota de semen buscaba salir. Se lamió la falange manchada, sintiendo un sabor que para nada era desagradable y lo engulló con ganas dejándolo con el resto en su estómago.

Su hijo estaba en el suelo, había caído de culo de semejante placer, con el pantalón en los tobillos, un pene medio muerto y las esposas rotas en las muñecas. Estaba como para hacerle una foto y humillarle de por vida, pero la agente Bermúdez decidió darse la vuelta con las piernas renqueantes.

Cogió la porra, se adecentó un poco el atuendo, pero sin limpiarle las gotas de semen que poblaban su barbilla y algo de sus senos. Con el joven todavía sentado en el suelo, se acercó hasta donde estaba y sin mediar palabra le propinó un buen golpe a uno de los muslos, para después ponerle una bota encima del menguante pene.

—Te libras del castigo porque hoy… me has puesto de buen humor. —apretó un poco la polla con su bota y sonrió— Te permito descansar un poco. Pero luego, a estudiar o tendrás doble castigo. ¿Lo entendiste, preso pervertido?

Un leve golpe de la porra alcanzó la parte baja de su abdomen, muy cerca de donde yacía la bota encima del pene. Javi se retorció como un gusano y gimió por el dolor que su madre le había propinado, mientras esta abandonaba la estancia con el repiqueteo duro de sus pasos. Sus botas resonaron en el pasillo mientras la sonrisa no le cabía en el rostro.

Javier descansó, solo un poco, para ponerse a estudiar de continuo. Pero no únicamente ese día, sino también todo el fin de semana. Parecía que la estrategia de María había obtenido buenos resultados.

****

El lunes de la siguiente semana, Javi se encontraba desayunando tranquilamente cuando apareció su madre. No hizo falta que le hiciera el desayuno, ya se lo había preparado antes de que llegase. Se sentó a su lado y se saludaron con indiferencia, al de tres minutos la mujer le preguntó.

—Esta semana, ¿vas a ir a los exámenes?

—Sí, claro. —lo dijo como si fuera la mayor obviedad del mundo.

—¿A los dos? —pese al cambio de esos días, quería cerciorarse de que todo seguía bien.

Este asintió mientras se comía una galleta de chocolate. Su madre le miró y sonrió de forma pícara, casi malvada, recordando un juego muy gustoso del cual no habían hablado. Removió la cuchara en su café y sintió un picor en su entrepierna que la puso a tono despertándola por completo.

—¿Vas a aprobar? —su marido estaba en el cuarto, pero le daba lo mismo.

—Por supuesto. —hubo un momento de silencio y Javier tragó el trozo de galleta que se movía en su boca— ¿Qué pasara si no apruebo o… si no saco un diez?

La mirada de Javi era retadora, María fue a contestar, pero las pisadas de su marido la callaron. Con paso lento y dormido, Manu entraba en la cocina saludando a dos personas que echaban fuego por sus ojos.

El joven se levantó, llevando al fregadero su taza, al tiempo que su padre ocupaba su lugar. Javi limpió la taza mientras su madre le dejaba la suya y le miraba con una respiración cortada del todo cachonda. Echó un vistazo a su marido que lo tenía de espaldas y en un movimiento rápido, su mano atrapó con suma fuerza la polla de su hijo.

La cuchara de Manu tintineaba dentro su café mientras su mujer manoseaba con fuerza el paquete de su hijo y se acercaba a su oído. Una única frase nació de su boca haciendo que Javi se empezase a empalmar como pocas veces en su vida.

—¡Te castigaré…!

Le soltó con rapidez al escuchar como su marido preguntaba si quedaban galletas. María se las alcanzó dándole un beso en la mejilla y viendo de reojo la polla dura de su hijo como marchaba a estudiar.

Se quedó a limpiar un poco la cocina, escuchando de fondo como su marido se marchaba y pensando que hoy debería dejar estudiar a su hijo en paz, el cual se había enderezado. “Mañana le tocará cacheo matutino. Me parece que empezaré… sí… ¡Por su polla!” acabó por pensar mientras una gota de flujo caía en su pantalón de pijama desprovisto de ropa interior.

FIN

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Saludooos!!!

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