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Incestos con la tía abuela, la tía y la prima

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La vieja Agustina.

Se llamaba Agustina y era la tía abuela de un amigo mío. Vivía en una casa en medio del monte, era delgada, baja de estatura, tenía muchos años, no estaba arrugada, y su cabello blanco lo llevaba recogido en un moño.

Paso a contar la historia cómo Lucho me la contó y cómo si yo fuera él.

Un día le fui a cortar leña. A la hora de la merienda, sentados a la mesa de la cocina, con un trozo de pan de maíz, un trozo de queso, una botella de vino tinto y un vaso delante, me preguntó:

-¿Qué tal de chavalas, Quique?

Yo en aquellos tiempos era un muchacho fuerte, de estatura mediana, ojos negros y pelo castaño, le respondí:

-Son cómo las anguilas, Agustina.

-Escurridizas, eh.

-¡Y tanto!

-¿Y con los chavales? Alguna mamada habrá.

Lo de la mamada me dejó descolocado, pero le seguí la corriente.

-Algunos las hacen, a mí no me va.

-¿Que darías por follarte a unas cuantas mujeres de este pueblo?

-¿A unas cuantas?

-Sí, a unas cuantas que van desde los dieciocho años a los cuarenta años.

Me entró la risa floja.

-¡Vaya surtido!

-¿Qué darías?

-Nada, porque eso es imposible.

-Si me haces un favor me encargo de presentarte a las primeras.

Me empezó a dar pena mi tía abuela Agustina.

-Esto de vivir sola le está afectando a tu salud mental, Agustina.

La vieja se levantó, cogió una libreta en un cajón y me dijo:

-Hice que se corrieran cientos de mujeres, de este pueblo y de pueblos de los alrededores, madres, hijas, hermanas, primas. Te enseño la lista si aceptas lo del favor.

Otra vez me pillaba descolocado. ¿Por qué me contaría algo tan íntimo? Echando balones fuera, le pregunté:

-¿Y de que me valdría la lista?

-Te podrías forrar.

Sus palabras solo podía decir una cosa.

-¡¿Fuiste puta?!

-¿Cuántas veces me has visto trabajar?

-Nunca.

-¿Ves que me falte de algo?

-Pues no. ¿Cómo empezaste en el negocio?

Se explayó en la respuesta.

-A los dieciocho años empecé a follar por dinero con hombres y mujeres casadas, solteras y viudas. Ellos me pagaban con dinero y ellas, unas me pagaban con oro y plata, en forma de cadenas, pulseras... Otras con garrafas de vino, otras con animales... El caso fue que los hombres hablaban entre ellos, y ellas, una se lo decía a su mejor amiga, esa a otra mejor amiga y así se montó la cadena. No sabían unas de las otras, por eso podían meterles los cuernos a los maridos o a los novios y seguir presumiendo de honradas, eso las que tenían pareja, claro. Me tengo corrido cientos de veces con ellos y con ellas. A los 50 años ya ellos dejaron de venir pero algunas siguen viniendo.

-Acepto. A ver qué material hay en esa libreta.

-Aún no sabes cuál es el favor.

-Me lo imagino.

-No creo. Quiero que me comas el coño.

-No se comerlo, si supiera te lo comía.

-Yo te enseño.

No me corté un pelo.

-Quítate las bragas y dime cómo se come.

Separó la silla de la mesa, se levantó el vestido, quitó las bragas y vi su coño. Tenía el pelo con mechas blancas, se sentó en la silla, se abrió las piernas y con dos dedos abrió el coño. Me puse en cuclillas delante de ella, y empezó la lección.

-Este bicho peludo que ves es el coño de una mujer, con la pepita arriba y la entrada del coño abajo y estos son los labios. Comerlo no tiene ningún misterio. Se le pasa la lengua de abajo a arriba y se le lame la pepita. Vete haciendo lo que te diga -fui haciendo lo que me dijo-. Mete la lengua dentro de coño, saca, mete, saca, mete saca... Lame la pepita -la señaló con un dedo-, de abajo a arriba, así, así, así, así... Alrededor, así, así, así... Hacia los lados... Méteme dos dedos en el coño y fóllamelo con ellos... Ahora lame el coño de todas las maneras que te enseñe.

Al rato me decía:

-Lame y folla más aprisa.

En nada Agustina me dijo:

-¡Me voy a correr!

Yo estaba empalmado cómo un toro. Me puse en pie, la levanté, la eché sobre la mesa y se la clavé hasta el fondo. Emilia, exclamó:

-¡Qué gusto, pichón, qué gusto!

La cogí por la cintura y la follé a toda hostia.

-¡Qué gusto, qué gusto, qué gusto! ¡¡Me corro!!

Agustina se corrió y yo me corrí dentro de ella.

Al acabar de correrse tenía una sonrisa de oreja a oreja. Le pregunté:

-¿Puedo ver la lista?

-Es toda tuya.

Regresando a casa me crucé con algunas de las que Agustina le comiera el coño: Marta, la mujer del panadero, una treintañera tan presumida que parecía que al caminar andaba pisando huevos. Pili, una joven tan vergonzosa que no levantaba la cabeza del suelo al pasar por su lado... Me crucé con más de diez, todas putas y nadie lo diría al verlas. Al llegar a casa me encontré con dos más de la lista, mi prima Laura y mi tía Emilia.

Una semana más tarde comenzó mi corta carrera de chulo de putas.

Mi tía Emilia

Mi tía Emilia, una mujer viuda de 32 años, se quitó la pañoleta, después, lentamente desabrochó los botones de su blusa negra. Un sujetador negro aprisionaba sus tetas. Lo quitó y dejo libres dos grandes tetas, gordas, caídas con areolas casi negras y pezones gorditos. Abrió el corchete de la falda negra y bajó la cremallera, la falda cayó al suelo cubriendo sus zapatos y sus tobillos. Luego bajó sus bragas negras. Un coño rodeado de una mata espesa de pelo negro quedó al descubierto. Se deshizo de los zapatos, de la falda y de las bragas y meneando sus caderas se fue hacia la cama donde la esperaba Agustina con un vaso de vino tinto en la mano, que bebió y después me lo pasó. Yo estaba desnudo, de pie, con la espalda apoyada en la pared y delante de un brasero luciendo mi cuerpo musculado. Llevaba puesto un antifaz y un bigote postizo al estilo Errol Flynn para que no me reconociera. Me había empalmado y apoyaba mi espada a la pared. No perdiera detalle del striptis que hiciera para mí. Posé el vaso sobre la mesita de noche y vi cómo Emilia se echaba sobre la cama. Agustina, que estaba vestida, me dijo:

-Menéala y cuando te venga córrete en su cara.

Mi tía Emilia me dijo:

-Dámela a chupar antes.

Aunque fuera ella la que pagaba la vieja Agustina mandaba y ordenaba, me dijo:

-¡Ni se te ocurra! Que sufra.

Yo no hablaba para no delatarme. Agustina me dijo:

-Mira cómo se comen unas tetas.

Vi cómo cogía con las tetas con las dos manos, cómo las apretaba y cómo hacía que sus pezones apuntaran hacia arriba, los lamió y los aplastó con la lengua, después lamió las areolas y las mamó. Chupó las tetas por todos los lados... No dejó ni trozo de piel sin lamer ni chupar... Mi tía ya gemía sin parar cuando me corrí. Le cayó un diluvio de leche en la cara. Mi tía se lavó la cara con la leche y después se chupó los dedos.

Antes de meterse entre sus piernas, Agustina, me dijo:

-Así me gusta, ahora dásela a chupar mientras yo le como el coño.

Le metí la polla en la boca. Mi tía Emilia la mamó con ganas atrasadas. Agustina siguió con la lección. Le levantó las nalgas con las dos manos. Mi tía se abrió de piernas y Agustina le lamió el culo. Era como si lo estuviera limpiando con una hoja de verdura alta, pues su lengua era enorme y lamía periné, ojete y muslos. Mi tía comenzó a gemir... Cuando Agustina le folló el ojete con la punta de la lengua mi tía mamó mi polla como si no hubiese mañana. Me corrí en su boca y se tragó toda mi leche. Agustina hizo que flexionara las rodillas y le lamió el clítoris muy despacito de abajo a arriba, mi tía levantó la pelvis para apretarlo contra la lengua. Agustina lamió transversalmente y Emilia se puso cómo loca, luego hizo un remolino sobre el clítoris y casi se corre. Lamió el coño de abajo a arriba arrastrando todos los jugos que tenía en él. Metió un dedo en la boca, lo chupó y después le preguntó:

-¿Dónde quieres que te meta el dedo, Emilia, en el coño o en el culo?

Emilia paró de gemir para balbucear:

-En el culo.

Le metió el dedo medio de su mano derecha en el ano, le lamió el clítoris transversalmente, después de abajo a arriba y cuando le hizo el remolino se corrió cómo una perra, jadeando, temblando, echando un chorrito de meo primero y soltando jugos después.

Casi sin dejarla respirar, me dijo Agustina:

-Cómele el culo cómo se lo comí yo.

Aquel no era plato de buen gusto, pero había que comerlo, ya que cómo dije antes la vieja Agustina mandaba y ordenaba.

-Ponte a cuatro patas, Emilia -mi tía se puso a cuatro patas-. Ponte detrás de ella, huele su culo, lámelo y azótalo.

Le olí el culo, le di una palmada en una nalga y después le lamí el ojete y el periné. Agustina me dijo:

-Los azotes con más fuerza.

Le dio dos palmadas con sus gordos dedos y la rechoncha palma de su mano.

El culo quedó colorado, pero mi tía no se inmutó... Lamí de nuevo periné y ojete. Agustina me dijo:

-Lame también su coño.

Le azoté el culo.

-Amásale las tetas.

Le magreé las tetas, lamí, follé su culo con mi lengua, la azote... Le hice de todo... Al rato, follándole el culo con la lengua comencé a oír los gemidos de mi tía y me puse perro.

Agustina llegó con un bote de manteca, y me dijo:

-Unta tus manos con manteca y magrea sus tetas.

Lo hice y a mi tía le encantó.

-Echa más manteca y fóllale el culo, primero hazlo con un dedo, después con dos y luego con tres y no dejes de azotar su culo.

Sin decirme nada, y ya con tres dedos dentro del culo los moví alrededor para hacer sitio. Vi cómo mi tía Emilia se masturbaba... Mi polla latía una cosa mala y goteaba sobre la cama.

-Ahora unta la polla con manteca y métesela en el culo muy lentamente.

Unté mi tiesa polla con manteca y le puse la cabeza en la entrada del ojete. El ojete abriéndose y cerrándose me la besó. Empujé y entró la cabeza. Mi tía echó el culo hacia atrás y la clavó hasta el fondo... Le di caña de la buena hasta que se corrió sacudiéndose y jadeando.

Agustina me dijo:

-No te corras. Guarda tu leche para su coño.

Mi tía chorreaba por el coño cuando se la quité del culo. Ante mi sorpresa Agustina me cogió la polla, me la mamó y me dijo:

-Hace muchos años que no chupo una.

La mamaba de miedo. En nada notó que me iba a correr, la sacó de la boca y me dijo:

-Llénale el coño de leche.

Mi tía Emilia, la que daba lecciones de moral, la defensora de a virtud, estaba espatarrada en la cama. Su coño aún latía cuando se la clavé y me corrí dentro de ella.

Al acabar de correrme, me dijo:

-Sigue follándola hasta que se corra de nuevo.

Mi tía callaba, y quien calla otorga. Mi polla al correrse apenas se bajaba. Le volví a dar caña de la buena. Mi tía gozaba cómo una perra, jadeaba y subía el culo para que mi polla le entrase hasta el fondo. Cuando ya estaba buena de ir cerró las piernas para que la polla le entrara más apretada y me dijo:

-¡Dame duro!

Miré para Agustina, ella tenía la última palabra.

-Dale y vuelve a llenar su coño de leche.

Agarrándola por las tetas la follé al estilo conejo. A Emilia no le dio tiempo a correrse. Le volví a llenar el coño de leche. Agustina me dijo:

-Sácate de encima para que se dé la vuelta.

Hice lo que me dijo. Emilia se dio la vuelta.

-Cómele el coño hasta que se corra en tu boca.

Emilia flexionó las rodillas. Metí mi cabeza entre sus piernas y vi su coño. Tenía los pelos encharcados de jugos. De su vagina salió mi leche mezclada con sus jugos, bajó hasta su ojete y luego descendió hasta la cama. Le levanté el culo con las dos mano y lamí y follé su ojete y cómo se lo viera follar a mi tía abuela Agustina. Al hacerlo el culo y coño se abrían y se cerraban, lo que hizo que la vagina echase todo lo que tenía dentro... Cuando lamí el coño de abajo a arriba, Emilia me cogió la cabeza, movió a pelvis alrededor y dijo:

-¡Me corro!

Agustina aún me tenía que dar la última lección.

-Bésala hasta que se ponga cachonda de nuevo.

Le di un pico en los labios, pues no sabía besar de otra manera. Emilia me iba a aprender. Su lengua se metió en mi boca, se frotó con mi lengua, me la chupó y al ratito ya yo le comía la suya.

Agustina me dijo:

-Mete dos dedos en su coño y después mete y saca apretando hacia arriba.

Metí dos dedos dentro de su coño, aunque podía meter cuatro, ya que tenía coño de vaca... Metí y saqué cómo me había dicho.

-Come sus tetas cómo te enseñé.

Hice lo mismo que le viera hacer a ella, solo que yo lo hice con una sola mano, apreté la teta izquierda. Su pezón quedó mirando hacia el techo, lo lamí, lo apreté y lo chupé, chupé su areola y luego toda la teta... Después hice lo mismo con la derecha. Agustina siguió con la lección.

-Saca los dedos del coño, dáselos a chupar y después acaricia con ellos la pepitilla de abajo a arriba, hacia los lados y alrededor.

Acaricié su clítoris de abajo a arriba varias veces, de un lado al otro, y antes de que le hiciera el remolino soltó un chorrito de meo y retorciéndose, temblando y gimiendo, se corrió cómo una perra.

Cuando acabó de correrse, me dijo al oído:

-Cómo se entere tu madre de que faltaste al Instituto para trabajar de chulo te capa.

Conchi

Mi novia se llamaba Conchi y tenía mi edad, era delgada, de ojos color avellana, casi siempre llevaba coletas que le llegaban a la cintura, sus tetas eran pequeñas, sus piernas bien hechas, su cintura estrecha, sus caderas normales, su culo redondo y era muy guapa. Éramos novios, pero a escondidas, ya que éramos primos carnales. Empezáramos a serlo hacía mucho, pero no voy a perder el tiempo en contar cómo comenzó la historia. El caso era que yo tenía ganas de acostarme con ella y se lo había dicho decenas de veces, pero ella no dejaba ni que le diera un pico en los labios más que cuando nos despedíamos y no había moros en la costa.

Esa tarde estábamos en el cine. Echaban Por Mis Pistolas. Le dije:

-Tenemos que hablar.

-Ahora no.

-Es importante.

-No hay nada...

-Me acosté con otra mujer.

Se levantó y salió de la sala.

Lo primero que hizo al salir del cine fue plantarme una hostia en la cara que debía llevar semilla de amapola, ya que me la dejó roja.

-¡¿Cómo pudiste hacerme eso?!

-Tenía ganas, ella tenía ganas, tú no te dejas...

-¡Se acabó! No te quiero ver más delante.

-Es lo mejor. Así no me sentiré culpable cuando vuelva a follar.

Me miraba con ojos de desquiciada.

-¡¿Es que te vas a volver a acostar con ella?!

-Con ella, no sé, pero con otras, sí.

Rompió a llorar y echó a andar.

-Tú nunca me quisiste.

Caminando a su lado le di mi pañuelo, y le dije:

-Si no te quisiera no te diría nada y seguiría contigo.

Cogió el pañuelo y se secó las lágrimas.

-Si me quisieras no harías cochinadas con ella. ¿Quién es esa guarra?

-Se dice el pecado no la pecadora.

-¡¿Pecadora?! Es una puta. ¿Te gustó?

-Sí.

-¿Mucho?

-Mucho.

-¿Y ella se corrió?

-Varias veces.

Volvió a romper a llorar, esta vez con más ganas que antes.

-¡Vete, vete! ¡No te quiero ver más delante!

Un guardia municipal, de aquellos que llevaban un casco en la cabeza que parecía una bacinilla, le preguntó a Conchi:

-¿Te está molestando?

Conchi, se sonó los mocos, y le dijo:

-No, ya se iba.

Siete días después, en la fuente, llenando un cubo de agua y después de devolverme el pañuelo, me dijo:

-Quiero hacer cochinadas contigo.

No quería forzarla a hacer algo que no deseaba solo por volver a ser novios.

-Podemos volver a ser novios sin necesidad...

-Quiero hacerlas. ¿Sabes de algún sito?

No iba a desaprovechar la oportunidad, le respondí:

-Sí, la casa de señora Agustina, se va a Padrón y no vuelve hasta la noche.

-A las cinco estaré allí.

A las cinco de la tarde la vi llegar. Venía vestida con la ropa de los domingos, una falda marrón que le daba por encima de las rodillas, un jersey negro, una blusa blanca, unos zapatos marrones y con su cabello recogido en dos trenzas. Yo estaba en la puerta de la casa. Pasó por mi lado con la cabeza gacha sin decir palabra y se metió dentro de la casa. Cerré la puerta, le puse la tranca, y le dije:

-Te quiero.

Seguía con la cabeza gacha. Fui a su lado, le levanté el mentón con un dedo y posé un beso en sus labios, la miré y vi que estaba con los ojos cerrados. Pasé mi lengua por sus labios, abrió los ojos y me miró con extrañeza. Le puse un dedo en el labio inferior, abrió la boca y mi lengua acarició la suya. Se dejó besar y al final su lengua ya jugaba con la mía. Al acabar de besarla la mire y vi que tenía la cara roja cómo un tomate maduro, la abracé y al tocar mi cara con la suya noté que abrasaba. Le quité el jersey y después quité el mío. Me preguntó.

-¿De verdad que me quieres?

-De verdad de la buena.

-Házmelo con mucho cariño.

Le desabroché los botones de su blusa blanca, se la quité y le quise quitar el sujetador. No había manera, lo tuvo que quitar ella. Sus tetas eran más grandes de lo que yo pensaba, eran redondas y cómo naranjas de las gordas. Sus areolas eran marrones y sus pezones medianos. Aparté las trenzas que cubrían parte de sus areolas. Apreté sus tetas pero mis manos no se hundieron en ella. Estaban duras cómo piedras, piedras sedosas. Lamí sus tiesos pezones, los aplasté con la lengua, los chupé y chupé sus areolas, luego le lamí y chupé cada centímetro de piel de sus maravillosas tetas. Me agaché, le bajé la falda y después las bragas, unas bragas mojadas en las que los polvos de talco que se echara hicieran una plasta con sus jugos. Después le quité los zapatos y los calcetines blancos, la cogí en brazos y la llevé a la cama del viejo Agustín. La puse sobre la cama, me desnudé y me eché a su lado con un empalme brutal. Conchi mirando para mi polla volvió a hablar.

-Despacito, métela despacito que esa cosa es muy grande.

Me metí entre sus piernas, le cogí las nalgas, las levanté y su coño se abrió cómo una flor. No se veía la vagina con tantos jugos. Lamí su periné y su ojete, lamí sus jugos, y al lamer su clítoris: "Chiiiisss", un chorro de meo se coló en mi boca, y otro y otro, y otro... Y después se llenó mi boca con una corrida de jugos que más que una corrida parecía una riada. Conchi se sacudía con el inmenso placer que sentía y yo casi me corro viéndola y sintiendo sus gemidos.

Al acabar de correrse, le puse la polla en la entrada del coño, empujé y entró la cabeza y un poco del tronco, entraran tan apretada que la hice chillar.

-¡Ayyy! Despacito. Quique, despacito.

Al sacarla vi que salía con un poco de sangre. La había desvirgado. Si me había de cortar me excité aún más de lo que ya estaba. Despacito se la fui metiendo. Conchi apretaba los dientes y mordía el labio inferior, pero no le cayó ni una lágrima. Era dura cómo ella sola... Al tenerla toda dentro, la levanté y nos besamos. Con sus tetas apretadas contra mi pecho nos estuvimos besando unos cinco minutos. Llegó un momento en que no aguantaba más. Le dije:

-Tengo que quitarla, me voy a correr.

-Córrete dentro.

-¡¿Estás loca?!

-No, quiero saber qué siente cuando derraman dentro de una.

-Puedes quedar preñada.

Conchi me miró a los ojos y me dijo:

-Si me quieres córrete dentro.

Sus palabras aún me excitaron más.

-¡Me corro, Conchi!

Dándome picos y sin quitar sus pupilas de las mías vio y sintió cómo le llenaba el coño de leche, vio y sintió hasta que se comenzó a correr ella, ya que sus ojos se cerraron para no ver nada.

Cinco minutos después llamaron a la puerta. Era Agustina que regresaba de Padrón antes de lo que yo esperaba.

No volví a darle ganancias. Conchi no quedó preñada, pero se enteraron de lo nuestro y tuvimos que dejarlo, ya que su padre era muy bruto y sacaba el cinto con facilidad.

Quique.

(9,40)