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Isabel, te follaba una y otra vez (1/9)

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Pues bueno, este es mi primer relato. Me ha tocado estar todo un mes encerrado en mitad de la nada literalmente por tema de trabajo, ni internet tenía, y me decidí a empezar un relato rapidillo. Según lo iba escribiendo fui viendo que mi idea de rapidillo no es precisamente algo rápido. Se ve que no sé resumir. La idea era hacer un relato “rapidillo” antes de seguir con otro relato que estoy escribiendo según escribo estas palabras. Ese relato iba a ser el primero que pensaba publicar pero como lo vi tan extenso en el croquis, me decidí por hacer uno más corto durante. Sí, extenso. Viendo ahora este relato me asusto pensando qué cojones quiero parir; la biblia en verso, pero guarrona. Este relato lo he escrito más de improvisación que de planificación, tenía una idea general y con eso me puse a escribir y dejar que el relato fluyera; puede que haya sonado pomposo, pero no sé, es lo que hay gente.

No sé si a los escritores de relatos eróticos les pasa (cuando yo haya escrito unos cuantos, no sé, tres o cuatro más, me consideraré un escritor de relatos eróticos. O mejor, cuando gane el novel a literatura guarra), pero a mí lo que más me frenaba era irónicamente las partes de folleteo. No es que me quedase en blanco ni nada, en mi cabeza estaba perfectamente descrito todo, era simplemente que cuando tocaba narrar la parte de follar pues me empezaba a distraer con la mayor de las facilidades habidas y por haber. Es como cuando tenía que ponerme a estudiar y mi mente se esforzaba al máximo en concentrarse en cualquier nimiedad antes que en el estudio que tenía frente a mí. No sé si es algo común para los de este gremio, o tal vez es algo que me pasa al ser primerizo, pero el caso es que me pasa. Otra cosa que imagino que será de lo más normal es que paraba a cada rato a cascármela, y cuando no paraba para hacerlo seguía escribiendo con la polla bien dura y sabiente de que iba a encontrarme una mancha de humedad en el calzoncillo de líquido preseminal. La de pajas que me he hecho escribiendo este “relato cortito”. Había veces en que decidía hacerme la paja, aún a sabiendas de que luego no me apetecería continuar escribiendo, es como ver porno tras correrse, pierde la gracia, o ver comida tras haberte cebado. La mayoría de las veces seguía escribiendo con la polla bien dura. En fin, la dura vida del escritor guarro.

No sé cuándo llegará el que pensaba que sería mi primer relato, porque mi idea es escribir todo el relato completo y una vez hecho, ir publicándolo por partes cada semana, o dos semanas, o cada cierto tiempo. Con éste no sé cómo lo habré hecho porque recordad, estoy escribiendo esto con el relato aún a medias (lo de “medias” es un decir, igual llevo el 25%. Yo qué pollas sé), de hecho ahora mismo estoy por la hora de lectura más o menos, cuando Carlos le dice a Isabel que si quiere correrse tendrá que hacer que él se corra; ni yo mismo sé qué va a pasar ahora. No sé tampoco si habrá muchas faltas de ortografía porque no he revisado nada, según escribía corregía las palabras que estaban colindantes a lo que iba escribiendo. A mí me iba dando la impresión de que no iba teniendo faltas, lo cual querrá decir que habré cometido pocas en comparación al volumen de palabras.

En fin, que espero que hayáis disfrutado de este relato y que os hayáis hecho muchas pajas y muchos dedos. Que os hayáis dejado la polla y el clítoris en carne viva de tanto frotar. O que al menos os haya hecho amenas un par de tardes si no os ha parecido para tanto.

Firmado:

El Que Escribe

-Tenga, su habitación es la 102. Le deseamos que tenga una feliz estancia. Si necesita algo, la recepción funciona las 24 horas; puede usted llamarnos descolgando el teléfono, o hablar directamente con el compañero en recepción.

El recepcionista estiró el brazo trajeado para tender la tarjeta de la habitación con un gesto un tanto robótico fruto de la repetición sin fin de su trabajo. Un hombre maduro, que rezumaba saber estar, seriedad y profesionalidad. De rasgos duros y porte serio, tal vez impusiese un poco a los huéspedes que fuesen a hablar con él. Tal vez por ese motivo le hubiesen apartado de detrás del mostrador años atrás para darle un cargo de mando en el hotel, pero esos días hacía falta recepcionistas, el hotel estaba desbordado por el congreso que acogía esa semana y se necesitaban manos tras los mostradores para gestionar esa cantidad de personas.

-Muchas gracias, hasta luego.

Carlos se despidió imprimiendo simpatía a sus palabras e intentando permear alegría pero su rostro también serio hacía muchas veces de filtro eliminando estas intenciones. Poco le importaba en este caso en concreto, le tocaba pasar una semana en un buen hotel con todo pagado a cuenta de la empresa. El punto negativo era que debía estar allí por un congreso por temas laborales, nunca parece llover a gusto de todos. Sin más pensares se dirigió hacia las escaleras para subir a la primera planta, no iba a usar un ascensor para subir dos docenas de escalones, ¿para qué? En ese momento sólo le apetecía tumbarse en la cama un rato y entretenerse con algún libro, o viendo cualquier video, o serie en internet.

El hotel parecía tan caro como realmente era. Las cinco estrellas están para algo, han de hacer acto de presencia hasta en lo más básico. Las plantas no tenían hojas muertas, todas las luces estaban alineadas de la misma forma exacta, todos los cuadros estaban nivelados, los cristales estaba limpios y el polvo brillaba por su ausencia. Incluso pareciese que al propio polvo le sacaban brillo, ¿imposible? Sí. ¿Imposible para este tipo de hotel? Joder, no.

La habitación 102 era una habitación de un hotel de cinco estrellas, sin embargo no era para nada la mejor habitación que se pueda encontrar nadie en un hotel de cinco estrellas. No era mala para nada, pero no era el nova más. Carlos no esperaba algo mejor, ni se sorprendió para nada, el congreso se celebraba en ese hotel y la empresa corría con los gastos de su alojamiento y todos conocemos que las empresas no prosperan si gastan y gastan, por algún lado hay que ahorrar. Lo cierto era que para lo que iba a necesitar la habitación era más que suficiente, su cama de matrimonio, su minibar que se mantendría virgen toda la estancia y su baño. El baño era lo mejor a ojos de Carlos, tenía una bañera bastante amplia y eso era algo que iba a tener uso diario según estaba pensando. Un baño relajante cada día y luego a relajarse tumbado en la cama leyendo, o viendo cualquier cosa en la tablet, una forma magnífica de eliminar el tedio de conferencia tras conferencia.

Carlos deshizo la maleta para colgar las camisetas y camisas para evitar demasiadas arrugas, aunque ya estaban bien marcadas las líneas de los dobleces, soñar es siempre gratis. Hecho eso se cambió de ropa para estar cómodo, había dejado la bañera llenándose con el objetivo de estrenar esa bañera tan hermosa. Hasta el día siguiente no tenía conferencia alguna y era a media mañana, no había prisa alguna. El servicio de habitaciones no estaba incluido para él, así que le tocaría salir a buscar algo que llevarse a la boca; bueno, al menos sí que tenía dietas y la comida no saldría de su bolsillo, no todo es malo en esta vida.

-Bueno, esto ya está -Carlos hablaba a nadie viendo que la bañera ya se había llenado.

Metió un pie y el agua abrasaba, lo sacó, insultó al agua. Abrió el agua fría, esperó desnudo junto a la bañera, agitó el agua para mezclarla, introdujo de nuevo el pie, se abrasó, pero menos que antes. Se envalentonó y metió el otro, calor, caliente, bastante caliente, por debajo del límite de lo que estaba dispuesto a aguantar. Decidió aguantarlo, una bañera no iba a derrotarle. Se fue sentando poco a poco, cuando el agua le todo los huevos y la polla fue cuando mayor valor sacó de su interior para no rendirse a la tiranía del agua caliente. Reunió todas sus fuerzas y con resoplidos y gemidos silenciados fue sumergiéndose en el magma. Al fin consiguió estar “cómodamente” tumbado dentro de la bañera, con la cara chorreando de sudor debido al calor que le rodeaba.

-¿Me he pasado con la temperatura del agua? Joder, sí. Su puta madre que calor. Pero ahora me jodo, la bañera de los cojones no va a ser mejor que yo, me cago en todo -De nuevo decía Carlos a nadie.

Carlos acostumbraba a hablar solo, a pensar en voz alta más bien. Cuando estaba él solo era cuando más lo hacía, siempre en tono irónico y bromista conseguía incluso arrancarse risas a sí mismo. Muchas veces no sabía discernir si eso era vanidad, o simplemente que era gracioso. No le importaba mucho y no le daba segundos pensamientos.

El baño se alargó unos buenos minutos entre chorretones de sudor y el descubrimiento de Carlos de que tanto los huevos como la polla flotan en el agua. Nunca lo había comprobado, ni había pensado en ello, pero esa vez (que era de las primeras veces que se bañaba en bañera) pudo ver de primera mano como sus genitales flotaban.

-Hostias tú, ¿pues no que los huevos y la polla flotan? Fíjate, ni lo había pensado. ¿Y si me empalmo también seguirá flotando el asunto? No debería, se llenaría de sangre el aparato y la densidad aumentaría, aunque bueno, al estar tiesa tampoco podría apreciarse flotabilidad ni nada. Bueno, un científico debe experimentar, veamos qué ocurre en la vida real.

Carlos se dedicó a empalmarse y, efectivamente, no se podía observar flotabilidad alguna en un pene erecto. No al menos en uno con una erección muy dura como era su caso. Su soldadito siempre se ponía en la misma postura lloviera o nevase, tieso y firme en la misma posición siempre, estuviese al aire o bajo el agua. El jugueteo con el manubrio trajo consigo la consecuente llamada de la naturaleza, que Carlos aceptó con gusto.

-Me parece a mí que me voy a tener que hacer una paja. Tengo curiosidad de cómo es cascársela sumergido en una bañera.

Se puso manos en la masa. Cogió el móvil con la siniestra, mientras la diestra hacia movimientos cadenciosos en el periscopio; previamente había seleccionado un vídeo porno. Eligió prácticamente al azar, de los primeros que le salió, el hecho de que fuese algo nuevo era excitación (y excusa) suficiente para masturbarse. La paja fue tranquila y no muy rápida, ni siquiera llegó al final del vídeo. En este tipo de pajas uno avanza el vídeo para ver lo que interese más, se saltan casi todas las partes, son pajas “aquí te pillo aquí te mato”, son sucias y rápidas. La paja culminó y la manguera escupió semen a impulsos. Fue algo curioso de ver, algo hipnótico, era como un dispensador de jabón bajo el agua. El semen quedaba suspendido en el agua y se podía “jugar” con él, era algo entretenido.

Carlos aprendió rápido que aunque el semen se mantuviese suspendido, seguía siendo semen y si lo tocabas, te pringaba. Cuando se pringó la mano, decidió que ya era hora de ir saliendo de la bañera, no le apetecía tener la mano corrida. Se levantó en la bañera, lo cual probó ser un grave error pues el semen flotante se lo llevó en el abdomen, así que mientras el agua se iba por el desagüe, Carlos tuvo que ducharse y enjabonarse para eliminar su semilla de su piel. El semen en el pelo se hace una costra y acaba tirando de los pelos siendo molesto a más no poder. Un hombre con vello sabía que esos tirones eran un coñazo. Y además estaba el hecho de que no le salía de los cojones ir por ahí manchado de su propia corrida.

La tarde pasó rápido y se acercaba la hora de comer algo, Carlos acabó el capítulo que estaba leyendo y se vistió para salir a cenar algo. Se vistió como solía hacerlo, camiseta y vaqueros. No hacía frío para chaqueta, ni él era de usar chaquetas, siempre había sido muy caluroso y en seguida le sobraba la manga larga. Con su look habitual salió de la habitación con intención de llenar el estómago, algo simple y rápido; iba solo, era solo cenar. Salió de la habitación y recorrió los perfectos pasillos del perfecto hotel, bajó las perfectas escaleras y se dirigió al hall con curiosidad por ver a ese recepcionista tan adusto que pareciese que pudiese rayar el papel de lija.

Aún había bastante gente que llegaba al hotel, muy seguramente para el congreso, el hotel debía estar haciendo su agosto con ese congreso y debía estar llenado todo cuanto pudiese hospedar a una persona. Había bastante alboroto, más parecía un bar que un hall de un hotel de tantas estrellas. Las conversaciones de la gente se entorpecían unas a otras haciendo que se elevase el volumen general y superando la música de fondo. No había jaleo, pero sí que era un nivel sonoro por encima de lo estándar en esos lugares. Al pasar por allí sorteando personas y maletas Carlos echó una mirada atrás para ver al recepcionista lija, no lo divisó de primera pero se percató que todos los demás recepcionistas eran otros (o eso le pareció, no era bueno con las caras). Entre ellos, le destacó especialmente una recepcionista joven, de la misma edad que él más o menos, de unos 26 o 27 años, pelirroja y con el pelo corto que no le llegaba a los hombros; calculó que mediría metro sesenta quizá y parecía tener los ojos oscuros, tenía una nariz fina y respingona y un rostro dulce y amable. En resumen, le pareció muy guapa. De cuerpo le pareció que estaba muy buena. El vestuario de recepcionista no es ajustado, pero permitía adivinar las formas del cuerpo que cubrían: la pelirroja tenía unas caderas ni anchas ni estrechas, se adivinaba una cintura estrecha y un muy buen culo, la chica en cuestión parecía estar en forma (esto era una suposición basada en absolutamente nada, pero algo le decía que así era). El señor lija se acercó a la pelirroja y le dijo algo, tras lo cual ella fue a atender a otro cliente. Al haber tantos, no sólo estaban en el mostrador atendiendo, sino también en mitad del hall, como era el caso de ella. No le dio más vueltas a la cabeza y salió a la calle en busca de algo que cenar.

Paseando sin rumbo fijo Carlos llegó a un restaurante pequeño con buena pinta y allí se decidió por sentarse a cenar. Fue una cena sin más importancia que el hecho de llenarse el estómago. Al finalizar pagó la cuenta (solo faltaría) y se marchó. Era temprano y se le antojó el dar un paseo, de nuevo sin rumbo fijo. La mejor forma de hacer turismo es siempre caminar aleatoriamente sin rumbo fijo para ver qué te depara el destino. Pasó junto a algunas tiendas de ropa, cuyos escaparates obvió sin prestarles interés, pasó junto a bares y restaurantes y pasó junto a librerías, cuyos escaparates si que miró con atención al no poder entrar a la tienda. En un momento del paseo vio el cartel de un sex shop y le dio curiosidad visitar la tienda erótica. Estaba en un callejón, parece que estas cosas siempre estén medio escondidas pero a la vista de todos, son siempre secretos a voces. Al entrar a la tienda una mujer bastante guapa, de unos 40 años le dio la bienvenida, era la dependienta de la tienda, era rubia y de ojos azules, no parecía española sino de Europa del este aunque cuando habló lo hizo con acento español.

-Buenas noches, ¿puedo ayudarle en algo? -Tenía una sonrisa muy magnética. La hacía aún más guapa y también transmitía cierta complicidad con el cliente, como si quisiera decir sin palabras que sabía a lo que venía y que ella era igual.

-Hola, buenas. No, gracias, por ahora sólo estoy mirando. Simplemente por curiosidad, he visto que había un sex-shop y me ha dado curiosidad por entrar. Me acabo de dar cuenta que jamás había entrado en uno.

-No, ¿verdad? Bueno pues si necesitas algo, dímelo -la dependienta le explico de forma rápida y general las secciones de la tienda: vibradores, consoladores, dilatadores, suspensores y demás cosas.

Carlos pensó que la dependienta le vería como alguien sin puta idea de dónde estaba y con vergüenza de estar donde estaba. Nunca había entrado en un sex-shop, pero nunca le había hecho falta, ni simplemente se había dado la situación. La dependienta seguía a Carlos con la mirada, atenta a qué cosas prestaba atención Carlos.

Anda mira, un coño en lata -pensó Carlos al ver una vagina enlatada- siempre me han dado curiosidad estos cacharros, pero son muy aparatosos y muy bultos. Aquí se va a quedar por ahora, me parece a mí.

Siguió dándose un paseo tranquilo por los pasillos, mirando cada artículo de uno en uno. Algunos le provocaban una sonrisa divertida y otros le provocaban curiosidad. No podía evitar sentir cierta excitación, de esa que se siente en el bajo vientre, que es el comienzo de un festival de pajas o sexo, al fin de al cabo estaba en una capilla del sexo. Llegó a la zona de las pollas de goma, el pináculo de los juguetes sexuales, replicas anatómicamente exageradas del miembro viril echas con plástico. Le sorprendió y divirtió ver el tamaño monstruoso de alguno de esos pollones, que vicio había de tener nadie para meterse eso, se necesitaría un buen trabajo de dilatación previo.

Le dio gusanillo con las pollas de goma, la idea de comprarse una le afincó en su ser y echó raíces. Con unos años menos él ya había probado la sodomía, con él mismo pues era hetero aunque siempre le pareció un desperdicio no ser bisexual, pero no se puede cambiar lo que uno es; él no sentía atracción por los hombres, pero no despreciaba el placer que podía conseguir analmente, tal y como hacían casi todos los demás hombres hetero. Ya había probado la sodomía siendo más joven, ya había experimentado, ya se había petado el culo años atrás el solo. ¿Cómo? Pues con cualquier objeto con forma fálica que no fuese una idiotez peligrosa introducir en el culo, como un bate de baseball pequeño (fino, uno que tenía de niño), o un desodorante de bola no muy grueso. Cuando uno es un adolescente que quiere experimentar con su sexualidad, pero vive con sus padres, no es buena idea el tener muchos juguetes sexuales, o habría conversaciones incómodas.

-¿Te interesa alguno en especial? -La dependienta se había acercado sigilosamente a Carlos al verlo interesarse por los consoladores. Vista ahora de cerca se veía que la mujer una mujer de bandera. Tenía unos años más de los que Carlos le había supuesto en un principio, era ya una mujer más madura que joven, lo cual no quería decir que no fuese joven. Se veía que hacía ejercicio para mantenerse atractiva, y lo conseguía.

-Pues no sé muy bien, me está entrando el gusanillo de pillarme uno. Jm, no sé. Estoy dándole vueltas. Tal vez uno normalito, es decir, que no sea algo grande. Sería para masturbación anal, y si tengo suerte, incluso lo usaría con alguien si ligo -añadió una risa a esto último para indicar que estaba bromeando y hacer ver que no se comía una rosca, pero que se lo tomaba con humor.

Carlos vio que por un instante la cara de la dependienta vaciló y entendió que ella no esperaba tanta sinceridad en cuanto a que pensaba petarse el culo con la polla de goma. Ella debía esperar que el fuese tímido respecto a para qué usaría el juguete y que trataría de maquillar la verdad.

-¿Es para ti, o lo usarás con alguien?

-Sería para mí. No sé, me da dado el gusanillo.

-Ah, bien. Entonces necesitarás también lubricante y una ducha para hacer lavativas.

-Sí, en efecto. Esa iba a ser mi siguiente pregunta. ¿Hay algún pack que traiga en una caja lubricante, ducha y esas cosas?

-Pues sí. Tenemos packs como tú los llamas que traen los enseres básicos para practicar el sexo anal, son packs para iniciarse en él, vienen con instrucciones bien detalladas. Tienen un bote de lubricante, una ducha anal con varias pipetas desechables y plugs anales. Un plug anal es…

-Sí, sí. Sé lo que es. Se introduce en el ano para dilatarlo y que se acostumbre a estar abierto. Para ir relajando el esfínter.

-Sí, eso es. Vaya, parece que sabes bastante.

-Sí, bueno -soltó una risa para acompañar sus palabras-. Vengo con la tarea hecha podríamos decir.

La rubia dependienta se rio con Carlos ante su sinceridad y risa.

-Bien, entonces te recomendaría este pack de aquí, ven acompáñame. -La dependienta le llevó al final del pasillo donde le mostró una caja que contenía lo que le había relatado previamente- También tengo este laxante suave para poder hacer bien la lavativa. Sabes cómo se hace, ¿verdad?

-Sí, no creo que tenga ningún problema. Laxante, se deja que haga su efecto, lavativa hasta que el agua salga limpia y de ahí a dilatar.

-Vaya, sí bastante bien. ¿Te lo vas a llevar entonces?

-Sí, que coño. Me lo llevo. Voy a ver que polla de goma me llevo -finalizó la frase con una risa.

-Muy bien, yo voy a ir preparándote estas cosas.

Carlos eligió una polla de goma de un tamaño que se considera normal para los estándares de España. Ni muy larga, ni muy ancha, de color marroncillo rojizo, con cierta transparencia. Si sale manchada de mierda y sangre, no se notará, qué color más malo he elegido. Se acercó al mostrador para pagar la compra.

-Me llevo esta misma al final. Te pongo la polla sobre el mostrador. Literalmente.

La dependienta soltó una risa ante la ocurrencia, recogió el consolador y lo metió en la bolsa que le tendió a Carlos.

-Toma, aquí tienes…

-Carlos.

-Estupendo Carlos, yo soy María. Encantada. Si te puedo ser sincera no esperaba que comprases para ti el pene, los hombres no suelen decirlo.

-Ya, me lo he imaginado. No sé, soy un hombre sincero. En realidad no tenía intenciones ni siquiera de venir a un sex-shop, literalmente pasaba por aquí y lo he visto. Luego entré y me fue entrando el gusanillo.

-Claro. ¿Te puedo hacer una pregunta?

-Claro, adelante.

-Eres heterosexual, ¿verdad? -Como para disculparse, añadió a continuación- Perdona que te lo pregunte, lo hago sin ánimo de ofender.

Carlos se rio quitándole hierro al asunto, lo cual relajó a María al ver que no había ofendido a su cliente y que este se tomaba bien la pregunta. -Sí, soy hetero. No llego ni a bi. Asumo que pocos hombres hetero vienen aquí a comprarse una polla de goma y te dicen abiertamente que es para usarla ellos.

María volvió a soltar una risa ante los comentarios de Carlos, esta risa dejaba salir parte de cierta tensión. -Pues siéndote sincera, eres el primero en años. Los hombres esta muy acomplejados con sus culos. Quizás acomplejados no es la palabra… Pero creo que me entiendes, ¿verdad?

-Sí, sé que quieres decir. Los hombres no quieren malos rollos con sus culos, “eso es de gays” dicen siempre.

María afirmó con fuerza y entusiasmo a las palabras de Carlos. -¡Sí! Eso es justo a lo que me refiero.

-Se usa mucho estos últimos años la expresión “la sociedad” para culpar a todos de algo que no gusta, a mí no me gusta esa expresión, pero en este caso voy a tener que usarla. La sociedad nuestra es muy cuadriculada en cuanto al sexo, es muy cerrada sobre todo con los hombres, las mujeres tenéis más apertura de mente en ese aspecto, pero los hombres son más machos entre comillas. No somos una sociedad homófoba, hablo de España, que es donde estamos, pero los hombres hetero no quieren ser percibidos como gays; incluso aunque no piensen nada malo de los gays, el ser percibido como tal lo ven como un ataque a su hombría. Muchas veces es simplemente que ni siquiera se paran a pensarlo, es simplemente algo que tienen dentro de la cabeza. Y eso sí que lo veo yo como un ente en la sociedad. -Viendo que la conversación había tomado un cariz más serio del esperado, suavizo su tono y sonrió- Pero bueno, esto es como todo, va por ciclos. Seguramente en unos años los hombres sean más abiertos y a lo mejor las mujeres lo son menos, o lo son más, o lo que sea. Las cosas siempre cambian.

-Vaya, pues estoy bastante de acuerdo contigo y con lo que has dicho. Y me sorprende para bien que seas tan sincero con temas sexuales. Me alegra, no tiene nada de malo el disfrutar del placer sexual, creo que mucha gente, hombres y mujeres, se pierden el placer que pueden conseguir con la estimulación anal. Pero bueno, como tú dices, tal vez cambie en un futuro.

Carlos dejó la bolsa sobre el mostrador otra vez, parecía que la charla no fuese a acabar. Y lo cierto era que estaba interesante. Siempre gusta a uno un debate sobre el que pueda presentar opinión.

-Bueno, y tengo otra pregunta para ti. ¿No tienes pareja? Se te ve un chico sincero y lanzado, sin pelos en la lengua. A las mujeres nos gustan los hombres seguros. ¿Cómo es que vas a usar el juguete contigo y no con nadie? -El tono de María no era de insinuación, sino de verdadera curiosidad. Como si una amiga preguntase con inocencia, sin buscar nada más allá.

-Pues que va, estoy más solo que la una. Qué le hago, no he encontrado aún a nadie. Ya encontraré con quién usar al pequeño. Por lo pronto nos iremos haciendo amigos.

-¿Y no te interesaría comprar también una vagina enlatada para usarla junto con él? Sería un buen combo, lo disfrutarías mucho.

-Sí, lo he pensado. Pero la he visto muy aparatosa, tal vez otro día. Por ahora me llevaré sólo esto.

-Muy bien, de acuerdo, como quieras. -María cogió un papel y empezó a apuntar algo a bolígrafo- Toma, este es el número de la tienda -dijo tendiéndole el papel escrito- y debajo está la web de la tienda con el catálogo. Puedes llamar en cualquier momento y te resuelvo la duda que puedas tener y si necesitas que te lo enviemos, también disponemos de ese servicio. ¿De acuerdo?

Carlos alargó la mano para coger el papel y miró distraído el número escrito, era de móvil y no supo decir si María le daba el número por negocio, o por ocio. -Vale, muchas gracias. Tal vez lo use. A ver si consigo ligar con alguna chavala guapa.

-Jajaja. Sí, estoy segura de que puedes conseguirlo. -Se irguió un poco tras el mostrados e imprimió un tono firme a sus palabras cuando comenzó a hablar- Bueno, Carlos, un placer el haberte atendido. Y ya sabes, si necesitas algo, ahí tienes el número. Es mi móvil, puedes hablarme por whatsapp si quieres, vivo justo encima de la tienda así que por mí no hay ningún problema. Y no te preocupes por molestarme, el trabajo es el trabajo, siempre es bienvenido. Un placer y diviértete -añadió una sonrisa un poco pícara para rematar.

-Perfecto y muchas gracias, María. Si al final consigo usarlo con alguien te mando foto -exageró el tono para que no cupiese duda que bromeaba.

María se quedó petrificada un instante antes de estallar en una carcajada -Muy bien, esperaré esa foto encantada. Significaría que mi tienda da felicidad a la gente.

Carlos abandonó la tienda tras despedirse de María con una sonrisa y una risa ante su comentario. Con la bolsa en la mano enfiló el camino de vuelta al hotel. La bolsa era negra y opaca, sin nombre alguno del comercio, era bastante discreta. Uno podía ir tranquilo por la calle llevando un puño de goma para fisting en la bolsa ya que nadie sabría que habría dentro. Nadie salvo los clientes de esa misma tienda, puede que dichos clientes se lanzasen miradas cómplices cuando se cruzasen con una persona portando una de esas bolsas negras opacas. Quién sabe, Carlos no era del lugar y no era del mundillo de los sex-shops pero le gustaba montarse sus películas mentales para entretenerse mientras caminaba de vuelta al hotel. Al perfecto hotel.

El día comenzó con el horrible sonido de la alarma del móvil. Esa puñetera alarma era lo peor de cada mañana. Años atrás Carlos cometió la imprudencia de poner como alarma una canción que le gustaba, craso error pues aprendió por las malas que esa era la mejor forma de conseguir despreciar una canción otrora buena para él. Pero de los errores aprende uno, así que ahora se cuidaba de que la música del despertador fuese una melodía que nadie usase para llamadas ni nada, no quería estar en la calle o donde fuese y escuchar la endiablada melodía que cada mañana le arrancaba de su bendito y tranquilo sueño.

Carlos tenía un arma secreta para no sufrir demasiado los efectos del despertar forzado, dormir con la persiana subida. Años atrás se había acostumbrado a dormir con la luz del sol dándole directamente, donde vivía no existían las persianas y era acostumbrarse o morir, desde entonces era capaz de dormir con el sol dándole directamente. Cuando el sol salía y le daba en la cara, el sueño se volvía más ligero y le resultaba muy fácil despertarse cuando sonaba la alarma. Todo el mundo le llamaba loco por dormir con tanta luz, pero el prefería verse como un visionario. Como fuera, ese día se había despertado con bastante sueño, más del habitual.

Me cago en la puta madre de Electrión, de Ares, del chivato de Helios, de la puta Afrodita y de la madre que parió a los gallos y los despertadores de los cojones. Carlos se levantó renqueante de la cama y se dispuso a comenzar el día. Ese día le tocaba un par de conferencias a las que asistir. Tenía pocas, por no decir ninguna, ganas de ir… pero el trabajo conlleva obligaciones. Al menos no tenía que salir del hotel, estaba todo cerca.

Se duchó, se vistió, se colgó la mochila a la espalda y recorrió los perfectos pasillos y las perfectas escaleras para llegar al perfecto buffet desayuno. Como buen español que se precie, enfiló el desayuno con la idea de hacer perder dinero al hotel con la cantidad de desayuno que comería. En su puta vida había tomado él salchichas, o huevos para desayunar; ni mucho menos había comido eso tras tomarse un bol de cereales, pero los buffets desayunos estaban para probar cosas nuevas y arrasar con todo. Llenó el estómago hasta temer que el ombligo se diese la vuelta, reposó unos minutos, fue al baño a descargar gran parte del líquido que ya iba siendo procesado por sus riñones y se dirigió a la sala de conferencias. Tú verás la de veces que voy a tener que salir a mear durante la conferencia. No veas que atracón me he dado. Innecesario, pero obligatorio, los buffets tienen unas normas y hay que cumplirlas. A comer como un refugiado.

La conferencia fue avanzando lenta y tediosa. El móvil cada vez presentaba más entretenimiento no sólo a Carlos, sino a los demás pobres diablos allí atrapados. Finalmente acabó la conferencia y Carlos pudo salir de allí. Se encaminó a la siguiente sala donde empezaría la conferencia a la que debía asistir a continuación. De camino a la distancia le pareció ver entrar en la sala a su antigua jefa. No tenía claro si era ella, desde luego que parecía ella, pero no lo tenía del todo claro. La empresa suya y la de ella estaban en el mismo sector, por lo que no era descabellado que ella hubiese asistido a la conferencia también.

Si no era ella, era una tía igual de buena que su exjefa. Iba con un jersey de cuello vuelto negro y un pantalón vaquero ajustado. A ella siempre le gustaba exhibirse, estaba buena y lo sabía. Su mayor fortaleza era su culo. Tenía caderas anchas y era culona. No era un culo grande, era un culo firme y bien formado, sólo que al tener caderas anchas, el culo era más notorio. Era un culo para plantar nabos. Su pecho era de un tamaño normal, no era grande, ni pequeño, se podría decir que de un tamaño manejable a dos manos, eran tetas que cubrían las manos sin problemas. Llevaba esa mujer el pelo rubio recogido en una coleta tal y como ella solía hacer y parecía llevar las mismas gafas de pasta que ella solía llevar. Desde luego si no era Isabel, era su hermana gemela. Bueno, saldré de dudas cuando acabe la conferencia y pueda ver si es ella. Pensó Carlos al entrar en la sala.

La conferencia fue tan tediosa como la anterior, pero esta vez Carlo pudo entretenerse un poco al intentar ver si esa mujer era su exjefa Isabel. La buscó con la vista toda la conferencia y creyó encontrarla entre las primeras filas, cosa que pegaba con ella, así era más visible para los ponentes. Entre búsquedas la conferencia terminó y todo el silencio se disolvió en un océano de voces y una marea de personas levantándose y recogiendo para salir. Carlos se apresuró a acercarse cuanto pudo para saciar su curiosidad. Salió de la conferencia y miró y miró hacia la puerta por donde debía salir ella sin conseguir divisarla. Tal vez siguiese dentro. Tal vez salió por otra puerta. Como fuese, no le interesaba tanto el descubrir si era ella o no, debía seguir con su día.

Al girarse vio cómo Isabel se acercaba a él con intención de saludarle. Pues resulta que al final sí que era ella.

-Mira tú, resulta que al final sí que eras tú la que vi antes. -Se acercó a ella para darle dos besos, pero ella abrió los brazos con intención de abrazarle. Carlos aceptó el abrazo como saludo sintiendo sus tiernos pechos contra su pecho. Fue una sensación agradable, ojalá todos los abrazos fuesen así de agradables. Le apetecía bajar las manos y apretar ese culo que tantas ves había mirado cuando ella “casualmente” se apoyaba en la mesa junto a la suya dándole una visión de ese culo de primera embutido en esas mallas tan ajustadas que permitían ver el color de la ropa interior de ese día- Joder, sí que le tengo ganas a esta mujer. Lástima que tenga novio. O bueno, espera, se casó ya, ¿no? Iban a casarse antes de irme yo. Jm, no sé, supongo que sí estarán casados ya.

-Bueno, ¿cómo estás, hombre? Que, ¿me viste antes, o cómo?

-Sí, justo antes de entrar me pareció verte entrar y no sabía si eras tú.

-Pero bueno, ¿tan pronto te olvidas de mí? -Puso morritos simulando molestia.

-Bueno, qué le hago yo. Hay más mujeres en mi vida.

-Bueno -ella solía alargar la pronunciación de la primera palabra que pronunciaba cuando comenzaba a hablar, duplicaba e incluso triplicaba la primera vocal de la palabra-, cómo eres. Seguro que tienes a un montón de mujeres detrás de ti -hablaba de forma socarrona, con simpatía y cariño hacia él-. Pero bueno, cuéntame. ¿Cómo estás? ¿Qué estás haciendo ahora? Cuenta, cuenta -apuñaló el pecho de él con el dedo acompañando cada palabra.

-Pues nada. Ahora estoy en esta empresa -se giró para mostrarle la mochila que llevaba a la espalda, la cual tenía el logo de la empresa bien grande, vistoso y conocido- y bien, la verdad. Llevo aquí hará cerca de un año y ahí voy. Aprendiendo, mejorando, cobrando a fin de mes y bueno, sobreviviendo.

-Anda ¡qué bien! ¿no? Parece que te van bien las cosas. Me alegro por ti -pronunció cada palabra con sinceridad, acompañándolas de una sonrisa cálida. Era muy simpática cuando quería-. Y qué, estás aquí obligado ¿no? Te ha tocado pringar con el coñazo de las charlitas.

-No lo sabes tú bien. Me han mandado aquí por temas de formación obligatoria. O qué sé yo, una mierda de esas. Es básicamente una tortura de relax. Es un coñazo, pero en un hotelazo. No hay mal que por bien no venga.

Ella rio antes de hablar- Ya te echaba de menos, tío. Me hartaba de reír contigo. Mi hijo te echa mucho de menos también.

-Normal, soy la caña.

-Ya. Le gustaba jugar contigo en la ofi. A ver si te pasas un día y juegas con él, hombre.

-Bueno, veré mi agenda, a ver qué puedo hacer.

Ambos sabían que ella no lo había pedido de verdad, pero ambos mantenían el teatro social de esa conversación. Quedaron en silencio un instante mirándose, un silencio que marca que no hay nada más que hablar. Lo suficientemente corto para poder salvarlo añadiendo algo, pero cerca ya de llegar al fin de la conversación.

-Oye, ¿y te quedas toda la semana? -Isabel fue la que acalló el silencio.

-Que va, me voy el martes. Me quedan aún dos días más por aquí. -Isabel iba a añadir algo, pero Carlos atacó antes- Que no entiendo el por qué de estos horarios: empieza el congreso un sábado, el domingo no hay nada y la semana continúa. Ese día ahí en medio perdido. Sin sentido.

-Sí, es así todos los años. Los sábados organizan un cóctel y abren la pista de baile. Dejan las copas baratitas y te invitan a las dos primeras si eres del congreso.

Carlos se imaginaba qué diría ella a continuación.

-Oye, quedamos esta noche y nos tomamos una copa. Así nos ponemos al día, ¿vale? -Ella le había cogido el antebrazo derecho con ambas manos para reforzar su petición. Que más que petición era una afirmación, pues no parecía dejarle opción a decir que no.

-Bueno, venga. Total, no tengo nada más que hacer yo.

Isabel dio dos saltitos de alegría mientras agitaba el brazo de él. Los saltitos hicieron dar un pequeño bote a sus tetas que Carlos apreció con el rabillo del ojo, concentrado en mirarla a los ojos marrones y maquillados. Joder, qué buena está. De cara es normalita, pero está bien buena. La belleza de ella era de esas bellezas que cuanto más las contemplas más las aprecias. Ella estaba buena, pero de un solo vistazo no arrancaba miradas, pero cuanto más la veías, más querías seguir viéndola.

-Bien, perfe. Pues entonces esta noche quedamos para cenar y luego vamos al cóctel. Ponte guapo, ¿eh? No me vayas como siempre con una camiseta. Venga ya hablamos luego para vernos. Tienes el mismo número, ¿no?

-Sí, aún el mismo.

-Perfe. Pues hablamos luego. Venga hasta luego que tengo más conferencias tostones. Adiós Carlitos.

Se despidió con otro abrazo que volvió a juntar los pechos de ellas con los de él, haciendo que Carlos se diese cuenta que su pecho no había olvidado el anterior contacto y recibió con alegría esas tetas aplastarse contra él.

Isabel siguió su camino caminando con un cierto contoneo de caderas. Carlos se quedó mirándole el culo sin vergüenza alguna. Lleva un par de días cachondón y le apetecía alegrarse la mirada un poco. Envidiaba al novio de ella, su exjefe. Solamente envidiaba el poder follar con ella, eso y sólo eso. Ella era muy simpática, pero de carácter difícil, muy difícil.

Carlos había estado trabajando año y medio atrás en una empresa pequeña, una empresa familiar. Isabel era la sobrina del fundador de la empresa y era la heredera de la misma. El novio de ella había entrado a la empresa como director técnico para sustituir al tío de ella, que se retiraba. Él fue formado por el fundador para llevar la empresa, mientras ella se encargaba de la contabilidad. La empresa cuando Carlos entró era un pequeño caos en la que tío, sobrina y pareja eran jefes. Carlos nunca sabía muy bien quién mandaba más, si la heredera, si el director técnico, o si el fundador retirado. Se sentía muchas veces como una pelota de pin pon. Al finalizar su contrato no fue renovado, cosa que venía siendo norma en dicha empresa. Él no se fue mal de allí, siempre estuvo cómodo y no cobraba mal. Pero bueno, el mundo laboral es así.

Isabel tenía sus días. Había veces que era un amor, era cariñosa y simpática y ayudaba siempre con simpatía. Había días que era borde e irascible. Siempre era una mujer a la que le gustaba que la mirasen por eso siempre venía maquillada. Ella siempre llegaba más tarde, privilegios de ser sobrina del jefe y novia del otro jefe, y la mayoría de los días se iba antes que los demás. Nunca dejaba pasar la ocasión cuando tocaba opinar negativamente de alguien, y ella solía hacerlo de muchas personas, sobre todo de extrabajadores de la empresa; lo cierto es que tenía razón la mayoría de las veces. Siempre mostró un ego y una superioridad sobre los demás que parecía haber sido suavizado con el tiempo, pero su posición por encima de los empleados hacía aflorar bastante a menudo. Le gustaba mandar y mangonear, ser ella quien llevase la batuta, no se le podía llevar la contraria, eso era lo que le gustaba, el control. Era común oírla quejarse de cómo esta persona, o aquella otra no sabía hacer el trabajo que era muy sencillo en sus palabras, pero ella no tenía ni idea de realizar ese mismo trabajo. Carlos siempre pensó que la boca es lo que perdía a Isabel, de no soltar tanto lo que pensaba, tal vez no cayese tan pesada muchas veces.

Pero no todo era malo con ella. Era muy cariñosa cuando quería y tenía sonrisas muy cálidas que alegraban a uno el día cuando las recibía. Según la vas conociendo te preguntas si esas sonrisas son verdaderas. Tal vez sea necesario conocerla aún más para saber si lo son, o si son calculadas para provocar ese efecto. Ella era joven, tenía sólo seis años más que los 27 que tenía Carlos. Él siempre pensó que el hecho de ser madre le hacía creer que era mayor de lo que era y eso hacía que le molestase aún más de lo que ya le hacía el hecho de envejecer. Uno no puede luchar contra el tiempo, el tiempo y las mujeres siempre ganan, pero el tiempo gana a las mujeres y a poca gente le gusta perder cuando siempre gana. Pese a que era guapa y tenía un muy buen cuerpo, Carlos siempre enfatizaba el “muy”, ella se hacía retoques estéticos, operacioncitas. Nadie que la conociese lo entendía, ella se cuidaba mucho y estaba estupenda, para follarla una y otra vez. Pero la vanidad se convierte mucho en la perdición de algunos, sin necesidad alguna. Carlos había visto en el Instagram de ella algunas fotos de ella en bikini en la playa, confirmaban sus sospechas de que estaba bien buena y que todo estaba en su sitio. Es una bendición el ser madre joven, el cuerpo se recupera bien y todo queda desafiante a la gravedad de nuevo. Siempre pensó en si las tetas serían firmes, o si colgarían un poco al haber dado el pecho y si sus pezones serían más oscuros. Debía ser así, la maternidad no perdona, seas quien seas. Isabel era una verdadera MQMF: madre que me follaría, o como es más conocido, una auténtica MILF.

Pasó la mañana, llegó la hora de la comida, pasó la hora de la comida, llegó la tarde, pasó la tarde. Todo fue muy rápido para Carlos. Si se considera rápido las interminablemente aburridas charlas a las que asistía. Carlos era muy dado a perderse en sus fantasías mentales. Su imaginación era muy fértil y eso le hacía evadirse cuando se aburría. Siempre fantaseaba con algo, muchas veces pensó en escribir algo, tal vez debería empezar escribiendo relatos cortos, tal vez eróticos pues mente sucia no le faltaba. Si no fantaseaba, le daba vueltas a cualquier cuestión que le resultara interesante: algún asunto político, algo científico, intentaba averiguar el porqué de algo, examinaba su alrededor a conciencia… Es decir, aunque se aburriese, se entretenía.

Dio a su mente un descanso cuando al fin ya todo acabó y pudo volver a su habitación. Ya durante las charlas había recibido un par de mensajes de Isabel acompañados de emoticonos para comentar entre ambos lo mucho que se aburrían. Ella era así de amigable, a veces era demasiado cercana. Ella siempre solía decir que un problema que tenía era el que se abría a la gente y no ocultaba nada y que cuando la gente le fallaba se cerraba a ellos. Decía que eso le traía problemas desde siempre, aun así nunca quiso ni hizo por intentar cambiar esto. Lo cierto es que le apetecía el quedar con ella y tomarse unas copas. Charlar un poco con alguien y salir un poco siempre es algo que gusta y la verdad es que le caía bien Isabel. Ella no es la única persona con defectos, es una persona como todos los demás; Carlos podía tener tantos, o más defectos que ella. Y él era bien consciente de ello.

Qué cojones, me han entrado bastantes ganas de ir a tomar unas copas con esta mujer. Qué coño, venga, vamos pa’llá. -Carlos se preparó para ir a cenar, lo cual significaba ducha y vestirse, nada más, no era alguien que echase mucho tiempo en prepararse. Se puso una camisa, no por petición de ella, sino porque era sábado noche y le gustaba ir bien (lo que para él significaba ir bien) para cenar y unas copas.

Habían quedado en que ella iría a su habitación a reunirse con él. La habitación de ella estaba plantas más arriba, así que se dispuso así. Carlos se sorprendió en absolutamente nada cuando ella llamó a la puerta, ya que llegaba 30 minutos tarde de la hora pactada. En fin, era ella; habría estado preparándose a conciencia para estar perfectamente arreglada y muy guapa. De hecho, no le habría extrañado el haber recibido mensajes de ella pidiéndole opinión sobre si ponerse tal o cual conjunto, ella era así de cercana; no obstante, no recibió nada. Fue a abrir la puerta con curiosidad por saber que modelo habría elegido para esa noche, curiosidad por ver cuánta fuerza de voluntad iba a usar para mantener la mirada en el rostro de ella.

Abrió la puerta y saludó a Isabel, que por supuesto estaba guapísima. Iba con tacones bajos, con uno de estos zapatos que permiten moverse bien y bailar, Carlos no tenía ni idea de ropa ni zapatos, el sólo dilucidaba que tenía el tacón justo para ser tacón y poder menear el esqueleto cómodamente. Ella mediría en torno a metro sesenta y mucho, Carlos le sacaba media cabeza y él medía metro setenta y cinco. Ambos estaban en las medias de altura para su sexo y nacionalidad. Isabel había elegido uno de esos vestidos de tubo de una sola pieza que se compone de minifalta y escote palabra de honor, tenía uno de esos cortes verticales en la falta para dar más movilidad a la mujer que lo llevara, también servía de escaparate del muslamen que gastase la fémina en cuestión que llevase dicho trapito. El vestido era azul marino, o ese color tenía a ojos de Carlos. Él era sin duda el mejor ejemplo de que los hombres son malos para los colores; si ella le decía que en vez de azul marino, era naranja fosforito, él la creería sin dudarlo. En parte porque le importaba cuatro mierdas el color, y en parte porque era un negado con la distinción de colores. No era daltónico, solamente un inútil en ese aspecto. Para rematarlo todo, Isabel llevaba un pequeño bolso de esos en los que no cabe una puta mierda y que siempre hay que llevar en la mano. Un puto coñazo a ojos de Carlos.

Carlos llevaba una camisa negra de manga larga, unos vaqueros que eran los mismos que usaba día sí y día también y los zapatos que usaba día sí y día también. Los zapatos siempre los elegía para que sirviesen para uso diario y fuesen lo suficientemente formales para situaciones más formales. En cuanto a pantalones, tenía tres o cuatro vaqueros que iba rotando cada pocas semanas. Carlos no habría hecho carrera en el mundo de la moda. De hecho, detestaba ir a comprar ropa, siempre era una pelea consigo mismo por ver qué cojones comprar, nunca encontraba nada que le satisficiera.

-Buenas noches, señorita. Me estaba preguntando si está usted libre esta noche, verá, es usted muy guapa y atractiva y me gustaría dar envidia a los estirados hombres hospedados en este hotel tan adinerado y de pasillos tan bien cuidados -al tono jocoso añadió una suave reverencia mientras le tendía la mano como una petición expectante de la respuesta.

Isabel, divertida y alagada alargó una mano con uñas bien pintadas para posarla sobre la mano tendida de Carlos con la palma hacia arriba- Que zalamero eres. Anda, venga, vamos yendo ya que se nos hace tarde. Y yo también quiero que me vean con un hombre guapo.

-Uh, ¿esperamos a alguien más?

Isabel rio y le dio un golpe en el pecho a Carlos con la palma de la mano. Carlos hizo una mueca de dolor muy mal actuada y empezaron a andar por el perfecto pasillo. El perfecto pasillo desembocada en una perfecta puerta de ascensor la cual Carlos no había usado hasta ese momento pues el usaba las escaleras siempre. Tenía cierto interés en comprobar cómo era el interior de dicho ascensor. Era un ascensor a la altura del hotel, pero era un ascensor al fin de al cabo. Tenía el típico espejo que le daba mayor amplitud a ese espacio tan cerrado, pero eso sí, era un espejo perfecto. Tenía una barra para agarrarse tan típica de ascensor, pero eso sí, también era perfecta. Y tenía unos perfectos botones táctiles para seleccionar la planta, típicos también. Isabel pulsó la planta cero.

-No veas tú que útil el usar el ascensor para bajar una planta, ¿eh?

-Ay, déjame. Que estoy cansada de todo el día entre conferencias.

-Yo también estoy cansado de estar todo el día sentado.

Las puertas se abrieron y siguieron caminando dirección al hall del hotel, que hacía de intersección entre los pasillos que conectaban con las zonas de ocio.

-Qué tonto eres, por eso no tienes novia.

-Hala, vas a hacer sangre.

Isabel puso voz de villana de cuento infantil y gesticuló con teatralidad como si lo fuese realmente -Soy mala, ji ji ji.

Su risa de malvada dejaba que desear, pero era divertido a veces. Convenía dejarla creer que era lo que decía ser, o igual se revolvía con una respuesta muy seca y cortante que dejase claro que no quería que le llevasen la contraria.

Al llegar al hall Carlos redujo el paso y lanzó una mirada en derredor en busca del señor papel de lija.

-¿Qué pasa? ¿Qué miras?

-Pues… -al momento de responder, Carlos vio que una puerta tras el mostrador se abría y aparecía la pelirroja de ayer- Ha de ser el cambio de turno, supongo. -pensó para sí- estaba viendo a ver si veía al recepcionista papel de lija. Es un hombre que tiene la cara más seria y adusta que jamás haya visto. Me recuerda a un moai también -Carlos siguió con la mirada los pasos de la pelirroja hasta que esta se sentó en la mesa, donde la examinó a conciencia. Determinó que aún seguía siendo muy guapa.

-Un moai dice, me meo contigo de verdad. Qué cosas tienes. -Dio un tirón de su brazo para instarle a moverse- Venga, vamos yendo anda.

Siguieron camino del restaurante, que Carlos esperaba que estuviera a la altura del hotel y que fuese como mínimo: perfecto. De ahí para arriba. El restaurante estaba bastante bien, era bastante perfecto con su orden y limpieza. Parecía un laboratorio súper tecnológico de estos de película de ciencia ficción. Al estar el hotel construido sobre una colina en la ciudad, el restaurante ofrecía unas vistas estupendas de toda la ciudad. Hacía buena noche y se podía ver con claridad las luces nocturnas de la urbe. No hacía el suficiente buen tiempo para estar en la terraza, pese a que había quemadores, decidieron quedarse dentro junto a un ventanón.

-Uf, menos mal que hay sitio dentro. Me llego a sentar fuera y me muero, vamos. Habría tenido que comer abrazada a un quemador de esos. Con los pelos achicharrados habría acabado, vamos.

¿Jm, se le marcarían mucho los pezones si hubiésemos estado fuera? Su puta madre, Carlos, estas más calientes que los quemadores esos, me tendría que haber hecho un buen pajote antes de salir. Esto no es vida joder, parezco un puto adolescente. -Carlos se rio por dentro con su monólogo interno y cogió la carta que le tendía el correcto camarero. ¿Habría también un maitre moai? -Oye.

-Dime.

-¿Crees que habrá también por aquí un maitre tan seriote como el mister moai, un maitre moai? ¿Un moaitre?

Tras reír, Isabel añadió- Afú, madre mía. Cómo está el patio. Mira la carta anda y déjate de tonterías, venga.

Pidieron la comida y esperaron a que les sirvieran mientras charlaban, poniéndose al día de cuanto habían hecho en sus vidas. No había gran cosa, los días de ambos eran iguales día tras día, vivían en rutina constante.

-Nada, mi vida es lo mismo cada día. Lo típico, trabajar por el día y cuando salgo por la tarde, voy a la secta o a correr. Los viernes suelo dejarlos libres y usarlos para comprar comida y tal, por aquello de no morir de hambre. Los domingos me gusta dedicarlos a limpiar el piso y cocinar para toda la semana. Ya ves, estoy hecho todo un amo de casa, un partidazo.

-Sí, ya veo. Desde luego. Más quisiera yo que mi Kike cocinara, pero siempre está en el trabajo. Bueno, qué te voy a contar que tú no sepas ya. Oye, ¿qué es eso de la secta?

-Ah, sí, perdona. Es como llamo yo al crossfit. Es que son una puta secta. Y yo un sectario más. Si estuviese embichado, pues todavía parecería un crossfitero yo, pero siendo delgadito no sé ni para que sigo dejándome la pasta todos los meses. Pero bueno, me mola la verdad.

-Ah, sí. Tú ya hacías el crossfit ese antes, se te nota el ejercicio hombre. Estás fuertote. Seguro que estás muy fuerte y las mujeres van de detrás de ti.

-Sí, no veas. No hago más ejercicio porque no quiero ponerme demasiado fuerte -imprimió su tono de fingida fanfarronería a sus palabras-. No hago fuerza a hora para no romper otra camisa más. Estar tan petado es una maldición

-Sí, seguro que sí lo es.

-Y Kike qué, ¿cómo anda?

-Pues bien, la verdad. Bueno, tu sabes, siempre liado en el trabajo, que tengo que llamarlo muchas veces para que venga a casa. Bueno, en fin, lo de siempre. Para irnos de vacaciones a algún lado es una batalla. Que si no se quiere ir, que si no puede dejar la empresa tanto tiempo… En fin, un rollo.

-Sí, ya. Lo típico de él, que quiere tenerlo todo bajo control.

-Claro. Y yo le digo que eso no puede ser. Que tiene que delegar un poco y confiar en los demás. Pero bueno. Así son las cosas y cada cual tiene lo suyo. La verdad es que no me puedo quejar mucho, tenemos trabajo los dos, mi hijo se lleva bien con Kike y la verdad es que los findes casi siempre hacemos algo. Estoy bien, la verdad -le dedicó una sonrisa feliz.

-Bueno, pues mira. Te va bien, entonces.

-Y oye, cuéntame, ¿no tienes novia?

-Qué va.

La siguiente pregunta solapó con el final de las palabras de Carlos- ¿Ni un rollete tampoco? Venga, ¿alguien habrá?

-Qué va. Solo en la vida. Así sigo.

-Bueno -alargó la primera vocal tal y como solía hacer tantas veces-. Ya encontrarás a alguien. ¿Y la recepcionista de antes, qué? Te vi mirándola. ¿Te gusta? Ve a por ella hombre, aprovecha tú que puedes.

-No sé, no creo. Me parece que tiene novio la mujer -era mentira, bueno, no lo sabía. Se lo inventaba para que le dejase tranquilo. No le gustaba cuando la gente le instaba a entrar a tal o cual tía.

-¿Y qué más da chiquillo? Pero no seas tonto y háblale hombre. Seguro que te la ligas. Venga, yo te ayudo.

Desvió el tema de conversación adulando a Isabel amistosamente- Que va, mujer. Yo sólo tengo ojos para una mujer, y la tengo sentada delante. No tengo ganas de perder el tiempo con una chiquilla con el pelo colorao cuando tengo a una mujer a la que conquistar.

Los dos mantuvieron la seriedad que exigía la actuación del momento y entonces estallaron a reír ambos.

La cena trascurrió sin más percances. Ambos cenaron sus respectivos platos, carne para él y pasta para ella. Al acabar pidieron la cuenta y fue entonces cuando Carlos pensó en cuánto le saldría la broma. Tenía dietas pagadas, pero tendría que recibir un tirón de orejas por presentar esa factura en concreto. No temía al tirón de orejas, sino que le resultaba tedioso el tener que recibirlo, le daba pereza la charla que recibiría. Pero bueno, le importaba poco.

El cóctel organizado por el hotel había comenzado al caer la tarde y los asistentes iban llegando a cuentagotas al principio, y en gran cantidad según el tiempo avanzaba. Parecía que según la noche avanzase, más apetito tenía la gente por ingerir alcohol. Todos los asistentes parecían personas sensatas y con muy buen saber estar, pero claro, no hay que juzgar nunca a un libro por su portada. Todas estas personas parecían sensatas, sí, pero durante el día; no era conocido su comportamiento durante la noche, ni mucho menos como alteraría ese comportamiento el alcohol. Para cuando Carlos e Isabel llegaron, ya había dos personas a las que el alcohol estaba ganando la batalla, y una persona había sido totalmente derrotada.

-Bueno, qué, ¿pedimos un algo? -Carlos preguntó a Isabel para comenzar a moverse en ese ambiente- ¿Dime, qué te pido?

-Pues… -Isabel se llevó el índice de la mano derecha al moflete derecho mientras perdía su mirada en algún punto del techo pensando qué bebida quería- no sé. Venga va, un Gin Tonic.

*Apunte del autor: no sé si se escribe así, pero justo ahora estoy sin internet y lo estaré para el próximo mes haga lo que haga, así que se quedará escrito así. Ustedes me disculpen.

-¿Una mierda de esas, en serio? ¿Cómo te puede gustar eso?

-¡Oye! ¡¿Qué tiene de malo?! Bien bueno que está.

-¿Bueno? Pero si sabe a colonia.

-¿A colonia? Tú si que sabes a colonia. Anda, ve y tráeme la bebida -las palabras de Isabel sonaron muy imperativas. Tal vez imprimió ese tono de orden a propósito, o tal vez simplemente le salió así.

-Sí, ama. A sus órdenes -Carlos hizo una reverencia teatral fingiendo servilismo-. Busque un sitio en el que sentarse, mi señora, se lo imploro.

-Anda ya, payaso, Ve ya a por las copas.

Carlos dejó a Isabel con la sonrisa divertida en la cara para que buscara dónde sentarse ambos y él se fue a la barra a pedir el brebaje horrible de ella y un Ron cola para él.

Para desgracia de Carlos, no tenía a mano la identificación de Isabel, así que por más que le pesase tuvo que pagar la bebida de ella mientras que la de él fue gratis al usar la primera de sus dos consumiciones. Podía haber ido a pedirle a ella la identificación, pero tampoco le importaba tanto el pagar la copa, total, al final tendían que pagar la tercera copa.

-Toma, aquí tienes tu colonia -Carlos le tendió la copa. Y tras ver cómo era derrotado por el móvil de ella en ganar su atención, la dejó en la mesa frente a ella y se sentó junto a ella. El sitio elegido era un sofá corto de dos plazas con una mesa de cristal delante. Tenía buenas vistas a la ciudad y todas sus luces nocturnas, tal vez por eso lo hubiese escogido ella.

Carlos le dio un toque con su hombro derecho al izquierdo de ella para llamar su atención y traerla de nuevo de vuelta al mundo de los vivos.

-¿Qué? -Miró hacia delante y vio que su copa ya estaba sobre la mesa- Ah, perdona, que estaba hablando con mi hijo. Ven, vamos a hacernos una foto venga.

Isabel no esperó a que Carlos respondiera, no era una petición, agarró a Carlos del brazo y lo atrajo hacia ella mientras con la otra mano abría la cámara del móvil con una habilidad pasmosa. No cupo ninguna duda de la maestría de Isabel con la cámara del móvil cuando con una sola mano cambió de cámara trasera a frontal y cambió algunos ajustes en el tiempo en que Carlos soltaba como podía la cosa sobre la mesa intentando evitar que se derramase nada.

Isabel hizo un par de fotos, y luego hizo un par más. Y por si se había quedado con ganas, hizo otro par más. Con el catálogo de fotos hechas Isabel se dedicó a elegir en las que ella salía mejor, solo para luego someter a Carlos a la tortura de tener que decirle cuál era en la que ella salía mejor. Carlos no sabía que respuesta era la que ella quería, así que siempre decía la que ella no quería. Tal vez fuese que dijese la que dijese ella siempre iba a decir que no. Maldito el día en que se decidió poner cámara a los móviles.

Isabel se decantó por una foto finalmente y se la mandó a su novio Kike. Aunque, ¿aún eran novios?

-Oye, ¿aún sois novios, o ya os habéis casado? Me acaba de venir a la cabeza ahora que hablas de él.

-Ah, sí, ya nos casamos -Isabel dejó el móvil en la mesa dejándolo caer-. Fue hace cuatro meses la boda. Aunque ya sabes, la boda fue de pegotillo, fue la ceremonia y ya está. Nosotros nos habíamos casado por lo civil tiempo antes.

-Que era, para ponerte el traje de novia y lucir el pañito, ¿no?

-Cómo lo sabes. Y bien guapa que estaba. -Cogió el móvil de la mesa y abrió la galería de fotos- Mira qué guapa iba -dijo enseñándole una lista de fotos de su boda.

-Pues sí que estás guapa, sí. -Y realmente lo estaba, era un vestido de novia con escote palabra de honor… y hasta ahí era capaz de describir Carlos. Isabel pasaba fotos una detrás de otra donde se la veía a ella posando de mil formas distintas, sola o acompañada de mujeres, hombres, familiares y claro, su marido. Se la veía feliz con su marido en las fotos, se veía en sus miradas amor mutuo. Cuando eran sus jefes, ellos dos mantenían una cierta distancia y no era raro que a veces se enfrentasen por temas de trabajo, medían quién la tenía más grande.

-Anda, mira a tu hijo con la pajarita que gracioso.

-Ay sí. Más mono que iba mi niño. Y mira mi padre qué guapo.

Isabel le fue mostrando fotos de cada integrante de la boda mientras iba dando sorbos a su copa, era como un autómata, las fotos pasaban y la copa bajaba. Carlos escuchaba pacientemente, lo cierto es que no le interesaba mucho ver las fotos de la boda, haber visto un par estaba bien, al fin de al cabo él había preguntado, pero verse el álbum completo se le hacía algo pesado. Así que se dispuso a beber su copa tranquilamente mientras escuchaba las historias de ella.

Le contó los percances pre-boda, las anécdotas durante la boda y hasta quiénes y cuándo se emborracharon y dejaron vídeos ridículos para la posteridad. El alcohol fue soltando la lengua de la mujer y poco a poco ahondaba más en sus explicaciones dando información que cada vez era menos de dominio público y más privado. A Carlos le daba igual, no conocía a nadie de esa gente salvo a ella, su marido, su tío y su hijo. Y a él también le gustaba un buen cotilleo, en el fondo Carlos tenía un alma de maruja y le encantaba cotillear sobre quien fuese.

Isabel dio un sorbo a su copa y se dio cuenta de que ésta estaba vacía, puso cara de incomprensión, como si la copa no debiese haberse acabado nunca. Misterios insondables de la vida. Carlos le pidió la identificación y fue a por otra copa para ella, para aprovechar el viaje, apuró la suya y también fue a rellenar su copa. Cuando Carlos volvió con las copas vio que Isabel se escribía con alguien en el móvil y que tenía una cara distinta, parecía un poco molesta. Se sentó junto a ella y le dejó la copa a su lado. Al cabo de un minuto soltó el móvil sobre la mesa y entonces pareció reparar en la presencia de Carlos.

-Ay, gracias. Que no te había visto -no era la primera vez que Carlos oía esto-. Es que estaba hablando con Kike. ¿Tú te crees que me dice ahora que se va una semana a Galicia por trabajo? ¿Es que no ha tenido más tiempo para decírmelo? Vamos, ni que se hubiese enterado ahora. Este hombre siempre está igual.

Parecía enfadada, y más lo iba pareciendo según hablaba, hasta que pareció percatarse de ello al ver la cara de Carlos (pese a que ésta no había cambiado) y se relajó visiblemente. Cambió la cara y puso una sonrisa cercana, se disculpó y se levantó para ir al baño. Parece que al levantarse notó el efecto de la copa anterior ya que dio un único balanceo, nada significativo, caminó sin problemas hasta el baño moviendo las caderas y atrayendo miradas según pasaba. Era de esas mujeres que te encanta ver cómo se van, quieras o no que lo hagan.

Isabel volvió al sofá y se sentó junto a Carlos. Más bien se dejó caer sobre el sofá. Y más bien se sentó pegada a Carlos, aunque dejando algo de hueco. Sacó su móvil de nuevo y volvió a abrir la galería de fotos, parece que la presentación de imágenes aún no iba a acabar. -Bueno, creo que íbamos por aquí. -Carlos sólo asintió por toda respuesta afirmativa, hacía ya un rato que no había pronunciado palabra, sólo asistía al monólogo de ella.

Isabel siguió narrando las fotos de la boda una a una mientras bebía su copa sorbo a sorbo. Cada vez había más chismes sobre los invitados y cada vez Carlos se interesaba menos por todo, el tedio era ya alto. Carlos la escuchaba porque le daba la impresión de que ella necesitaba hablar, parecía que el que su marido se marchase sin previo aviso por trabajo varios días le había alterado. Para sorpresa de Carlos, las fotos de la boda se acabaron. Carlos no cabía en sí de gozo y alegría.

-Bueno, ahora te voy a enseñar las fotos de la luna de miel.

-Madre mía, que alguien me pegue un tiro en el pecho por favor. Venga, va. Pero antes voy a ponerme otra copichuela, ¿te traigo algo?

-No, gracias. Yo estoy bien todavía -miró a su vaso y vio que estaba por debajo de la mitad, esto no pareció ser de su agrado así que en un instante cambió de opinión-. Bueno, vale. Tráeme otra porfis.

Carlos volvió con las copas y se sentó para seguir con su tortura cuando para su sorpresa la primera foto que avistó en el móvil de ella fue a ella misma en bikini. Vaya, la cosa parece que mejora un poco.

La siguiente salva de fotos eran casi todas de playa. Los recién casados en la playa, una playa de arenas blancas y aguas cristalinas. Carlos llevaba ya largo rato oyendo sin escuchar, y ahora sólo encontraba algo de consuelo en grabarse a fuego las fotos en las que su exjefa estaba en bikini. Su cerebro desarrolló una increíble capacidad de concentración para estas fotos, cuando aparecía Kike por en medio, lo obviaba y era capaz de resaltar todos los detalles de los bikinis de Isabel. Es increíble la capacidad que tiene el cerebro para lo verdaderamente importante.

Parecía que el alcohol había hecho ya algo de mella en la mujer, pues tras volver de otra visita al baño y tras volver a dejarse caer más pegada a Carlos, comenzó a ahondar en la privacidad de ella y su marido.

-¿Mira, ves esa caseta que se ve ahí en esta foto? -Dijo ella ampliando una parte de la foto. Era una caseta hecha con fibras, de esas que son tan típicas de las películas de playas de paraíso- Pues ahí lo hicimos Kike y yo -esto lo dijo bajando la voz, como si alguien pudiese oírlos siquiera. Como si fuese algo que no podía decir en voz alta.

-Qué me dices. ¿Qué sí? -Poco o nada interesaba a Carlos dónde lo hubiesen hecho esos dos, pero el tedio al que le había sometido Isabel le había dado ganas de cobrarse una venganza. Así que decidió tirar del hilo- Pero ese sitio es una mierda, no sé. No tiene chicha hacerlo ahí.

-¿Cómo que no? -El tono con el que le respondió era de herida, como si se sintiese insultada por las palabras de Carlos.

-No le veo yo nada a hacerlo ahí. Es un sitio cerrado y apartado. Ahora, si lo hubieseis hecho en la orilla de la playa, o en el agua, o yo que sé, en algún sitio más público pues la cosa cambiaría.

-¿Un sitio más público? -Repitió las palabras con cierto tono de duda. Enseguida se recuperó y respondió con cierto orgullo- Pues que sepas que lo hicimos un par de veces en esa caseta. ¿Qué te crees tú?

-Vale, vale -Carlos alzó las manos para pedir paz-. No te hacía yo a ti tan picarona, ni tan lanzada.

Los labios de Isabel se trazaron en una media sonrisa sugerente y pícara. La sonrisa se amplió hasta ir descubriendo la dentadura que se ocultaba tras ellos al mismo tiempo que ella ladeaba la cabeza ligeramente.

A Carlos le divertía el cariz que estaba tomando la conversación y no pensaba dejar las cosas ahí. Era el momento de ahondar y descubrir más y más. Siempre se podría culpar al alcohol de la conversación mantenida. Ah, el alcohol, ese amigo que tan rápido se podía convertir en tu enemigo; y ese amigo al que podías tachar de enemigo sin problemas, pues el alcohol siempre estaría ahí para ti.

-Y ¿cómo es que surgió eso de follar en una caseta ahí en la playa? Venga, a ver qué sale de ahí. Yo al otro no me lo veo consintiendo a algo así.

-Pues tú sabes, una cosa lleva a la otra y… Pues eso.

-¿Y a Kike le pareció bien? No le veo yo así, que le mole ese rollo. O no le veía así, al menos.

Isabel cambió la cara un poco, la máscara de confianza se agrietó un poco dejando ver que tras ella había algo más. -Bueno, tuve que convencerlo en realidad.

-Eso es alcohol, tú obra tu magia. ¿Convencerlo? ¿Cómo que convencerlo?

-Pues que tuve que insistirle para poder hacerlo. Él es muy… -hizo una pausa, como para buscar la palabra, o tal vez para decidir si decir la palabra que tenía pensada- paradito. Bueno, a veces es paradito, ¿vale?

-Vale, vale. -Carlos dio un sorbo a su copa para dar un tiempo a Isabel no sólo de hacer lo mismo sino de poner un poco más en orden sus ideas. Cómo le gustaba enredar a Carlos- Entonces me dices que es paradito. Per paradito en qué sentido, ¿de follar con la luz apagada, de no decir follar sino algún eufemismo, de follar poco, de no llevar la iniciativa?

Carlos no se metía nunca en la vida privada de la gente, ni le gustaba compartir datos sobre la suya. Sin embargo esa noche y con ella no parecía importarle. Seguramente fuese porque a ella pocas veces más la vería y poco tiempo, así que le daba más igual el sacarle esa información; información que ella compartía sin problemas, tal vez ese fuese otro motivo que empujaba a Carlos a preguntar. Tal vez fuese porque llevaba ya bastante tiempo trabajando sin mucho descanso y necesitaba sacar por algún lado la hartura. Tal vez fuese el alcohol. Tal vez fuese que ese día tenía la guardia baja por algún motivo ajeno, o por el conjunto de motivos anteriores. Como fuera, ya que había empezado, sigamos.

-Ay, pues… Ya sabes, que le cuesta… Le cuesta empezar. Tengo que tirar de él para que hagamos algo.

-Vamos, que tu eres la que lleva la iniciativa.

-Bueno pues sí, ¿vale? Soy yo.

-Jm, interesante.

-Interesante por qué.

-Nada, nada. Y entonces qué, ¿lo arrastraste a la caseta, lo tumbaste en el suelo y tú hiciste todo el trabajo, o qué?

Carlos se rio ante su broma mientras cogía su copa y le daba otro tiento, pero al ver que ella no se reía y que ponía una cara un tanto raro dedujo que efectivamente eso era lo que parecía haber ocurrido. Parecía que la conversación la había dejado un poco cabizbaja en cuanto se tocó el tema de la vida sexual de ella. No era intención de él el deprimirla, así que se dijo a sí mismo: De perdidos al río.

-Pues tía, si fuese por mí, te empotraba contra alguna pared y te follaba. Isabel, te follaba una y otra vez.

Pese a lo tosco y bruto de sus palabras, a Isabel le cambió la cara y se alegró hasta reír. Le dio un golpe en el hombro a Carlos y bebió hasta acabarse la copa. Parecía que lo que necesitaba en ese justo momento era el sentirse atractiva y parecía que esas palabras habían conseguido eso. Fue un disparo un poco a ciegas, pero había funcionado.

-Pero cómo eres, anda. ¿Y no tienes a nadie a quien “follarías una y otra vez”?

-Si ya hablamos de eso antes, mujer. Que no, que estoy solo en la vida sin más compañía que yo mismo.

-Pues sigo pensando que deberías hablar con la recepcionista tan mona. Seguro que te la ligas. Y podríais iros a tu habitación.

El tema volvía a aparecer y a Carlos no le apetecía volver a pasar por ello, por lo que optó por un cambio de rumbo. Se levantó y le tendió la mano a Isabel.

-¿Echamos un baile? -Aunque tuviese ella mejor cara, se notaba que seguía rumiando problemas con Kike, tal vez el bailar la alegrase e hiciese que despejase la cabeza de todo lo demás.

Isabel se sorprendió ante el rápido cambio de Carlos y lentamente alzó la mano para coger la que le tendía él, la asió, sonrió alegre y se levantó con decisión. -Venga, vale.

Había una sala de baile donde ya había ido entrando gente poco a poco a lo largo del tiempo que se necesita para consumir un par de copas y que estas hagan su efecto sobre la gente. Las mujeres que habían asistido a las conferencias eran las que más disfrutaban de la sala de baile, ellas fueron las primeras en ir ingresando a la pista y ellos fueron los siguientes, azuzados por la presencia femenina en aquel sitio. Quizás hubiese algún hombre que estuviese allí moviéndose de forma ridícula creyendo que eso era bailar por decisión propia, pero la mayoría lo hacía por ir donde estaban las mujeres; todos se creían cazadores y pocos no se darían con un canto en los dientes esa noche. De esperanza también vive la gente. Aunque, si no te arriesgas nunca, nunca ganas.

En las escasas decenas de metros que separaban el sofá de Carlos e Isabel de la pista de baile, ella había ido colgada del brazo de él. A él le gustaba el tener a una mujer bonita colgada de su brazo, pero no le gustaba tanto el hecho de tanta cercanía de una mujer con pareja. Al entrar a la pista de baile Isabel rauda se descolgó de su brazo y entonces le cogió de la mano con firmeza para a continuación tirar de él hasta arrastrarlo contra su voluntad y con toda su reticencia, al centro de la pista de baile.

Sonaba una música que Carlos no esperaba escuchar, no era el tan repudiado por él reggaetón, sino que eran canciones clásicas de los 80 y 90. Tal vez también de los 70, Carlos nunca había sido un experto en música, no llegaba ni a entendido; era un patán en tema de música, pero un patán feliz. En ese momento sonaba la canción cuyo estribillo cantaba: “baby don’t hurt me, don’t hurt me. No more”. Ni puta idea tenía Carlos del nombre de la canción, él sólo se sabía el estribillo, como parece que era el caso del resto de la gente presente ya que el coro de voces superaba en volumen a la canción cuando llegaba el momento del esperado y afamado estribillo. Animado por la canción conocida y agradable para sus patanes oídos (y por supuesto, aupado por la ayuda del alcohol) Carlos se unió al baile, convirtiéndose en un hombre más que se movía de forma torpe e irrisoria. Pero a fin de cuentas en es consistía bailar, ¿no es así? En divertirse haciendo el tonto, olvidarse de todo y echar unas risas. Al final haciendo el tonto es como más se divierte uno.

La canción cambió a la canción por excelencia de los viajes largos en coche “and I will walk 5000 miles, and I will walk 5000 more…”. Se sorprendió que Isabel supiese cantar esa canción, porque ¿quién no chapurrea las letras de las canciones en inglés? Ambos cantaron al unísono la canción acercando las caras: “just to be the man who walked 5000 miles to fall down at your door”. La canción seguía su camino y ambos bailaban a su ritmo, él la cogía de la mano y la hacía dar un giro, y luego sin soltarse las manos era él el que giraba. En su cabeza eran unos pasos de baile de película, pero en la realidad eran tan torpes como los de las personas que les rodeaban. La canción acabó con ambos comenzando a sudar y entre risas. El siguiente paso era el obvio, pedir unas copas. Carlos no cambió de elección, pero Isabel sí que cambió, se decidió por un ron cola arguyendo que la cafeína le haría bien para combatir el sueño.

Las canciones se sucedieron y los bailes continuaron, las copas se fueron vaciando y los estilos de bailes cambiaron al contar ahora con un vaso con líquido en la mano y con mayor concentración de alcohol en la sangre. Los dos cada vez bailaban más juntos, lo suficientemente juntos como para que un observador externo pensara que esos dos buscaban algo, pero no lo suficiente como para confirmarlo. A Carlos no le gustaba un pelo que cada vez ella se acercase más, que cada vez hubiese más caricias “inintencionadas”, más acercamientos de cabezas, más miradas ininterpretables. Por más que le pudiese apetecer el follar con Isabel cómo mujer que era, no lo haría con Isabel por su condición de no soltera. Mantenía siempre una distancia prudencial con ella, había trazado una frontera de cercanía física que decidió que era el límite entre lo amistoso (a términos de ella) y lo peligroso. Consiguió mantener a raya a Isabel, que siempre intentaba atravesar esa frontera de la que no sabía de su existencia pero que parecía que era un reto que superar para ella.

La canción cambió, y la felicidad se acabó. No más clásicos, era el turno del burdo y sexual reggaetón. A estas alturas Carlos ya le daba igual que sonase esa “música”, ya se había soltado y no le importaba qué música sonase. El problema, que esa música incitaba a los bailes pegados. El problema, que Isabel lo sabía. El problema, que Isabel no se cortaba el pelo a la hora de bailar pegada. El problema, que a Carlos se la pelaba el bailar pegados. Sabía que era una mala idea pero le gustaba el estar con una mujer maciza, ¿a quién no? Un baile tras otro y una cerveza tras otra, Isabel conseguía hacer retroceder la frontera poco a poco. Su cara desde que el reggaetón había comenzado a sonar se había tornado de una cara de diversión sin más, a una cara de diversión retorcida. Su cara tenía una sonrisa que reflejaba que quería conseguir algo y que sabía que lo conseguiría. Cómo le gustaba el control. Carlos la dejaba hacer, la dejaba acercarse más y la dejaba contonearse pegada a él. Las manos de él no bajaban de la cintura de ella, siempre controladas, ella notaba esto y no presionaba más, pareciese que esperase a que fuese él el que diese el paso. Que siga esperando, se decía Carlos. No quería meterse en medio de una pareja ni aunque la mitad de la pareja lo quisiera.

Isabel aprovechó el ritmo de la música para usar sus contoneos dándole la espalda a Carlos e ir arrimándose a él hasta quedar su culo pegado al paquete de él. El paquete de él llevaba ya un tiempo duro, su polla podía ser de piedra, pero él no lo era. Hacía rato que el tema se había puesto candente y los roces con Isabel y su cada vez más que evidente acercamiento afectaban a Carlos excitándolo como lo haría cualquier otro hombre. Isabel era consciente de la erección de Carlos, y Carlos era consciente de que ella lo era también. Era difícil ocultar algo tan evidente cuando estas estrujándolo.

Carlos no terminaba de creer todo aquello, sin comerlo ni beberlo esa mujer iba a por él de esa forma. Él no había intentado nada con ella, ni siquiera quería hacer nada con ella mientras no estuviera soltera, sin embargo ahí estaban, bailando culo con polla. Carlos disfrutaba del culo, del baile y de los roces, pero aún seguía reticente a no hacer nada con Isabel. Por más que le doliese la polla luego. Sus manos seguían en las caderas de ella, tercas de no descender de ahí. Las manos de ella estaban por todos lados, hasta que se posaron sobre las muñecas de él, las agarraron con fuerza y las obligó a moverse; una la mandó hacia el nacimiento del muslo, la frontera entre muslo y pubis, y la otra la mandó a su vientre, un vientre en forma y tonificado. La polla de Carlos sufrió una palpitación y un cosquilleo le subió desde los huevos hasta la nuca.

La mano izquierda de Carlos, con la mano izquierda de Isabel sobre su muñeca descendió milímetros hacia la entrepierna de ella. Fue un movimiento casi imperceptible, apenas se había movido del sitio y aún quedaba a distancia del tesoro. No supo decir Carlos si fue él quien movió la mano, o si fue ella quien se la movió, él sólo notaba el dolor de polla; polla que le pedía a gritos que la liberase y la enterrase en carne. Pero no, no podía hacer eso, no con ella. No.

Isabel se removió como si se le erizaran los bellos, Carlos escuchó un gemido salir de la garganta de ella, aunque sabía que eso no era posible con el ruido de la música, entonces sintió la mano derecha de ella en su mejilla derecha, tirando de su cara firmemente haciéndole girar la cara. Su cara giró, parte en contra de su voluntad, parte a favor de su voluntad, y vio a Isabel muy cerca de él con los ojos entrecerrados, esos ojos brillaban en ese momento, brillaban de lujuria y de deseo. Vio como su rostro se contorsionaba en una mueca de placer y supo que otro gemido había salido de su garganta, fue entonces cuando sintió la mano de ella sobre su mano izquierda y fue cuando pudo notar que su mano había seguido avanzando lentamente hacia la entrepierna de la mujer. Ahora sabía que a cada milímetro que su mano había recorrido habían hecho erizarse a Isabel un poco más cada vez. Ahora estaba en la zona sobre la ropa interior de ella, sólo la falda impedía el contacto piel con piel. Era hora de salir de allí, había llegado demasiado lejos, pero aún no había llegado al punto de no retorno. Isabel le atrajo hacia sí y unieron sus labios.

Pasaron segundos, o minutos, no lo sabía decir Carlos. Se besaron suave al principio, segundos tal vez, minutos quizás, y en algún momento la lengua de uno de los dos entro en la boca del otro dando paso a un segundo beso más largo, de minutos tal vez, o tal vez segundos. Isabel había pasado a restregar su culo contra Carlos, la mano de él se había movido hacia el muslo de ella y ahora subía lenta y sugerente aprovechando el corte vertical del vestido. La otra mano, la derecha había subido desde el abdomen hasta el pecho de ella, donde ahora aprisionaba con firmeza una de las dos colinas, ni siquiera era consciente de cual. Ella había conseguido lo que quería. Carlos se separó de ella.

Quedaron ambos mirándose de frente, acalorados, sudorosos y con las respiraciones alteradas. Ambos notaban sobre su piel dónde habían estado en contacto con el otro, ambos se miraban de forma intensa, con deseo, ambos estaban contenidos a la espera del movimiento del otro para lanzarse de nuevo a besarse y recorrerse con las manos, a dejarse llevar. Carlos hizo el primer movimiento, y fue el de girarse y marcharse de allí, debía hacerlo o acabaría siendo el cómplice en una puesta de cuernos. Deseaba serlo, joder que si lo deseaba, pero no quería convertirse en eso.

Carlos marchó a buen ritmo para salir de la pista de baile, siguió caminando sin mirar a ningún sitio más que hacia delante, aún notaba el bum-bum de la música en los oídos, aún se sentía embotado por el jaleo, por todo el guarreo con Isabel, aún le dolía la polla, pero no notaba nada, sólo estaba centrado en poner distancia entre ambos. Salió de la sala donde se celebraba el cóctel, caminó sin mirar a nada ni nadie, caminó por el pasillo con paso firme y siguió caminando hasta llegar al hall, donde desembocada el pasillo. Recorrió apenas unos metros del hall cuando notó una mano en su hombre que le instaba a darse girarse. Era Isabel. Había estado llamándole, pero él no se había dado cuenta, o hacía ver que no lo hacía. Isabel le hablaba, pero él no escuchaba, seguía resistiéndose. La cara de ella tenía una sonrisa de condescendencia y de alegría, sus ojos mostraban confianza, sus manos cálidas se posaron sobre el pecho de él y empujaron hasta que la pared chocó contra la espalda de él, esas manos cálidas subieron hasta entrelazarse detrás del cuello de él creando un lazo de donde no había escape. Isabel se puso de puntillas para lanzar sus labios contra los de él, lo tenía a su merced, había ganado.

Carlos giró la cara y sintió cómo los labios de ella besaban su mejilla en lugar de sus labios. Le pareció ver que la pelirroja de recepción les miraba con curiosidad, le pareció ver que Isabel también veía esto. No llegó a bajar del todo la mirada hacia Isabel cuando sintió los besos de ella en su cuello. Había dejado su cuello expuesto al esquivar su beso y ella había aprovechado esto para continuar con su ataque. Dejó escapar un gemido cuando la lengua de ella recorría su cuello, miró ahora sí hacia la recepcionista, la pelirroja no perdía detalle de nada con cara de curiosidad. Cuando las miradas de Carlos y la pelirroja se cruzaron, ella la retiró rápidamente con vergüenza. Isabel se despegó de su cuello, vio que Carlos miraba hacia algún punto que no era ella y torció la mirada en la misma dirección que la de él. Al ver que miraba a la pelirroja, le lanzo a ella una sonrisa que se podía interpretar cómo que Isabel ganaba mientras que ella perdía y, acto seguido, tomó la cara de Carlos con sus manos y le plantó un beso de lleno en los labios. Una vez lo tuvo de nuevo atrapado en el beso, le agarró las manos y se las estampó contra su culo.

Cuando Carlos tuvo las manos sobre el culo de ella solo tuvo un pensamiento: Mira, a la mierda.

Los dedos de Carlos se cerraron con fuerza alrededor de esas nalgas tan prietas. Se dedicó en cuerpo y alma a amasar ese portentoso culo, lo apretaba y lo volvía a apretar mientras besaba la boca de ella. Las lenguas de ambos luchaban a ratos en la boca de él y a ratos en la de ella. Las femeninas manos recorrían el torso de Carlos por encima de la camisa, palpaban y tocaban como si quisiera hacerse una imagen mental. Entre besos y magreos Carlos atisbó a la pelirroja que parecía no perder detalle de lo que pasaba a unos metros de ella. Hizo contacto visual con ella mientras mantenía a Isabel entretenida con un largo y acuoso beso y llevó sus manos del culo de la rubia a la espalda del vestido; una mano justo sobre el culo, en los lumbares, presionándola contra él, y la otra sobre la cremallera del vestido. Agarró la cremallera sin dejar de mirar a la pelirroja y comenzó a bajarla lentamente sin perder en ningún momento el contacto con ella, una mirada que provocaba e invitaba, una mirada que no admitía noes, una mirada imperativa. La cremallera bajaba lentamente ante la atenta mirada de la pelirroja, poco a poco fue descubriendo centímetro tras centímetro de la espalda de la rubia que alternaba besos en el cuello y en los labios. Otro centímetro más, y otro, y otro más. Entonces apareció una línea horizontal oscura, el sujetador hacía acto de presencia. La recepcionista no perdía detalle del espectáculo que le estaban brindando, lo observaba todo con ojos muy abiertos y muy oscuros, con una mirada de sorpresa, incredulidad y curiosidad. Cuando Carlos detuvo la baja de la cremallera, los ojos de la recepcionista fueron directos a clavar su mirada a los ojos de él.

Isabel se giró, se separó de Carlos y le dio la espalda.

-Abróchame la cremallera.

Fue una orden más que una petición. La recepcionista retiró la mirada y la dirigió a algún punto bajo el mostrador, parece que la mirada de la rubia era más poderosa que la de ella.

Carlos tardó un momento en subir la cremallera, el tiempo justo para que no pareciese que incumplía la orden, pero no lo suficientemente rápido como para parecer estar bajo control de Isabel. No le gustaban esas órdenes por parte de ella, en este caso prefería seguir el juego de ella, obedecerla y dejar que crea que ella tenía mando total sobre él. Mejor así, por ahora.

Carlos comenzó a subir la cremallera tal y como lo había pedido Isabel, pero lo hizo lento. Muy lento. Cuando ella iba a abrir la boca para lanzar otra orden la besó en el cuello, haciendo que no saliesen órdenes de su boca sino un suave gemido mientras cerraba los ojos. Detrás del mostrador, unos ojos muy oscuros alzaron la vista al escuchar el gemido, sólo para ver cómo Carlos besaba el cuello de la mujer mientras la miraba directamente con expresión divertida. La calma no tardó en quebrarse de nuevo, la mujer rubia volvió a hacer contacto visual con ella, se volvió a separar del hombre, se giró y le cogió la cara entre las manos, y le besó de nuevo.

Isabel soltó la cara de Carlos, le agarró de la mano y dijo: -Ven, vamos a mi cuarto. Allí estaremos más cómodos.

Lo dijo en un tono alto y claro, no lo gritó y mucho menos lo susurró. Lo dijo en un tono que podía ser escuchado perfectamente en toda la sala si había silencio, somo justamente era el caso. Isabel echó a andar hacia el pasillo que daba a las habitaciones mientras tiraba de Carlos, unidos por sus manos cogidas. Isabel pasó caminando muy cerca del mostrador de recepción sin más motivos que dejar bien a la vista de la recepcionista que ella era la que se llevaba a Carlos a la habitación, ella y sólo ella. Isabel lanzó una última mirada a la pelirroja, una mirada altiva y de superioridad. Había desarrollado una rivalidad con esa mujer que no venía de ningún sitio más que de su propia cabeza, aún así, se sentía vencedora frente a la rival que ella misma se había inventado.

Recorrieron el perfecto pasillo en dirección al ascensor, también perfecto. Mientras esperaba escasos segundos a que el ascensor llegase, decidieron matar el tiempo intercambiando saliva y en comprobar la firmeza de sus respectivos cuerpos. El culo de ella volvía a estar bajo la presión de las manos de él, el cuello de él volvía a estar húmedo de la lengua de ella. El ascensor abrió sus puertas y se adentraron en él a trompicones, un revoltijo de brazos y piernas, más concentrados y devorarse mutuamente que en caminar. De algún modo, Isabel consiguió pulsar el botón de su planta, y el ascensor comenzó su subida.

Isabel quedó apoyada en la esquina del ascensor, con el pecho moviéndose al ritmo de su agitada respiración, la cabeza un poco gacha, la mirada alta, la expresión de deseo irrefrenable. Carlos, a un paso de ella, con la camisa remangada, con dos botones superiores desabrochados durante todo el forcejeo, con la respiración más tranquila que la de ella y mirándola con la cabeza sin agachar, con los ojos un poco entrecerrados, mirando hacia abajo, hacia los ojos de ella.

-Quiero verte -Dijo Isabel cuando de repente agarró las solapas de la camisa de Carlos y tiró en direcciones opuestas, haciendo que esta se abriese sin remedio. Algunos botones parecieron romperse, otros parece que aguantaron el envite.

A Carlos no le gustó nada ese tratamiento a su camisa, le había molestado bastante ese arranque de ella que se había llevado por delante parte de sus botones. La había sujetado con fuerza por las muñecas para evitar que hubiese más destrozos y se le pasó un poco la molestia cuando la lengua de Isabel recorría su torso. Esa mujer usaba mucho la lengua. Liberó las muñecas de ella y la dejó hacer, le palpaba y lamía, subía a su cuello y bajaba a su pecho. Y así continuó hasta que el ascensor abrió las puertas.

Isabel echó a andar sin mirar atrás sabiente de que él la seguiría. Caminó moviendo las caderas de forma tan sugerente como parecía posible, rozando lo imposible, se paró frente a una puerta y sacó rápidamente la tarjeta de su mini bolsito. Carlos miraba el mini bolsito ahora, consciente de su presencia y se preguntaba dónde demonios había estado ese trasto todo este tiempo.

Isabel abrió la puerta empujándola con un golpe de su culo, estableció contacto visual con Carlos y avanzo al interior de la habitación caminando de espaldas mientras sonreía juguetona y hacía gestos con el dedo para que se acercara. Carlos entró y cerró la puerta tras de sí con un taconazo, Isabel lo empujó contra esa misma puerta y le besó, le besó y continuó besando, dejó su boca y besó su cuello, dejó su cuello y besó su pecho, dejó su pecho y besó su abdomen, y finalmente quedó de rodillas frente a él.

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