Subió al taxi. Mientras que con ambas manos intentaba quitarse la identificación de aquel tedioso congreso, con los ojos en el retrovisor veía perderse la imaginación y la mirada del conductor en la penumbra del cruce de sus piernas.
Abrió la ventanilla y se acomodó para poder ver un poco más. Eran las siete y veinte en el reloj de Time Square. Brodway era un caos tan pictórico como estridente; el único refugio posible para una mujer como ella, parecía ser algún bar del Soho. Y hacia allá se dirigía.
El camino era corto, pero lento, y en algo había que ocuparse. Alzó las manos sobre la nuca y una lenta avalancha de espuma dorada bañó sus hombros. Un poco de rímel, y la profundidad de los ojos miel se volvió vertiginosa; sombras y delineador bastaron para que un dejo de lascivia se trasluciera. Su boca no necesitaba retoques, la voluptuosidad de los labios se veía acrecentada por una pequeña cicatriz próxima a la comisura. Se calzó unos tacones altos y descendió del taxi.
The Apple era un bar donde se servían los más exóticos Martini's de la "Gran Manzana", en un entorno de luces tenues y sonidos Ambient. Dejó al barman que eligiera por ella -Martini dry, Bitter Angostura y unas gotas de Cointreau- siempre que fuera seco. Le deleitaba observar las diferentes formas de sostener las copas de Martini. Había llegado a pensar que la sensualidad se desnudaba en aquel gesto.
Unos dedos de ébano pulido, interminables y en total armonía con el nacarado de las uñas perfectamente esculpidas, se le hicieron absolutamente deseables. La yema recorría sinuosamente los contornos, deslizándose sutilmente sobre la transpiración de la copa. Apretó los dientes, separó los labios e inspiró. Estaba asistiendo a un deshielo que le recorría los muslos; untó el índice con sus humedades, y lentamente lo deslizó por el borde de la copa para luego introducirlo en sus labios. Se puso el piloto sobre la falda, abandonó su cóctel, y se abandonó al placer de autocomplacerse en la intimidad de la muchedumbre. Copiando cada caricia de la morena a su copa, ella derramó la propia.
Con los últimos estertores recorriéndole el cuerpo vio entrar a su marido, al que recibió con una húmeda caricia sobre la boca.
El retraso había resultado delicioso.