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La misma dulzura con matices diferenciales (1)
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Estaba fumando al lado de la puerta del vagón que iba a abordar cuando las vi venir. Madre e hija caminando hacia donde yo estaba. De tanto encontrarnos en el mismo transporte, habíamos entablado una relación cordial que cultivábamos hasta el momento de bajarnos en la misma estación. Allí ellas seguían hacia su casa y yo a un restaurant donde almorzaba. La mayor algo más de treinta y cinco y la joven superaba por poco la mayoría de edad, aunque su aspecto hiciera suponer algunos años menos. Ambas delgadas, con pequeñas curvas en su anatomía, todo armónicamente atrayente pero disimulado por la ropa.

En los últimos metros para llegar a donde yo esperaba me llamó la atención el vestido suelto y algo transparente de la adolescente, que por la manera de caminar o la brisa, se metía entre las piernas y marcaba patentemente el bultito del sexo. El color gris perla de la prenda favorecía la vista. Cuando ella se dio cuenta de la dirección de mi mirada corrió el bolso que colgaba del hombro para taparse. El saludo en nada se diferenció de los habituales.

– “Hola Beatriz, hola Julia, cómo anduvo el día.”

– “Hola Martín, la misma rutina de siempre. Qué suerte que nuestros horarios no coincidan con la hora pico y así sea fácil viajar cómodos.”

Como de costumbre ocupamos asientos enfrentados, ellas juntas, Beatriz al lado de la ventanilla mientras la hija, más interesada en el celular, junto al pasillo, con el bolso tapando toda su falda. Miraba hacia afuera, cuando Julia me preguntó sobre una función en el teléfono, haciéndome girar la vista. El espectáculo que encontré fue inesperado y precioso, y por lo sorpresivo, me costó reaccionar. Tenía ante mí a la hermosa joven con las piernas separadas, el vestido siguiendo el contorno de los muslos y, entre ellos, el triángulo bien marcado, mientras el bolso oficiaba de divisoria entre ambas mujeres y dificultaba la vista de la madre. Eso evidenciaba una prolija labor pegando la ropa a la piel, el deseo de ser observada y la conciencia de que su madre no aprobaría su conducta.

Ignoro que respondí a la pregunta hecha, simplemente me concentré en lo que se me obsequiaba, mientras mi miembro aumentaba de tamaño, y la causante, sin variar de postura, miraba el móvil. Era la manera de disimular su deseo de exhibirse. Llegando a destino, encolumnados para bajar, por desaceleración del tren, Julia perdió pie y, al sostenerla, quedó con sus nalgas apoyadas en mi pija. De nuevo fui sorprendido gratamente, sin demostrar molestia, incomodidad o apuro volvió a su posición anterior apenas el movimiento se lo permitió. Ya en la estación cada uno siguió su rumbo, despidiéndonos hasta mañana.

Al día siguiente, el mismo espectáculo al encontrarnos. El vestido color crema se pegaba igual que el gris perla, con la diferencia que su dueña no lo ocultó y su cara era la imagen de la inocencia.

– “Qué comida las espera?”

– “Tenemos canelones que dejé a descongelar y con un golpe de microondas están listos.”

– “Yo hoy almuerzo en casa lo que me quedó de anoche.”

Ya embarcados ocupamos los asientos enfrentados en un vagón medio vacío, la mayor pegada a ventanilla. Dejando pasar a su madre veo que Julia queda con la cara vuelta hacia la ventanilla, las rodillas juntas y el vestido llegando a mitad de las pantorrillas. En eso sonó mi teléfono anunciando un mensaje entrante. Viendo que era algo sin importancia iba a guardarlo cuando un leve movimiento llamó mi atención. El ruedo iba en lenta subida recogiéndose, hasta desaparecer debajo del bolso, dejando descubierta la blanca piel del comienzo de sus muslos. La lucha interior era evidente, pues el movimiento seguía su curso mientras parecía concentrada en las imágenes que desfilaban en el exterior. La culminación de esta maravillosa e impensada muestra se produjo cuando subió los pies al barrote inferior del asiento, y las rodillas, ya levantadas, se separaron lo suficiente para distinguir nítidamente la tela blanca de la bombachita en el fondo. Su mirada alternando la ventanilla y mis ojos, y sus piernas en movimiento de apertura y cierre, fueron durante un rato mi excitante entretenimiento.

Cuando moviendo los labios le pedí abrirse más, movió la cabeza negándose y clausuró la muestra. Ante eso inicié una charla insustancial con Beatriz, percibiendo poco después por el rabillo del ojo que nuevamente había iniciado la exhibición. Sin darme por enterado seguí la conversación con su madre hasta el momento de bajar. Por simple inercia caminamos juntos hasta el edificio donde vivo y cuando me despido para entrar recibo una agradable sorpresa.

– “Acá vivís?”

– “Sí, en el cuarto piso.”

– “Nosotras también pero en el tercero. Quizá no hayamos coincidido porque recién nos cambiamos hace tres semanas y generalmente vos ibas en otra dirección cuando bajábamos del tren. Si te gustan los canelones vení a comer a casa.”

– “Encantado, dejo mi portafolios y subo.”

Tocado el timbre me abrió Julia, diciéndome que su mamá estaba preparando todo y cuando terminara nos llamaría. A invitación suya me senté en un sofá de tres cuerpos, ocupando ella la otra punta.

– “Estás enojado conmigo?”

– “Por qué la pregunta.”

– “Porque en el tren no me volviste a mirar.”

– “Simplemente te hice caso cuando dijiste no con la cabeza y cerraste las piernas.”

– “Pero después me arrepentí y las abrí nuevamente.”

– “No me di cuenta.”

– “Te gusta mirarme?”

– “Me encanta, y a vos, te gusta que te mire?”

– “Sí me gusta, y es la primera vez que hago algo así.”

– “Entonces es un honor para mí. Ahora mostrame de nuevo.”

Giró dándome frente y, poniendo los pies en el asiento, recogió el vestido en la cintura. Teniendo las rodillas juntas separó los pies, permitiendo ver el nacimiento de los muslos divididos por la línea clara de la bikini.

– “Es una maravilla lo que veo, pero quiero ver más, mucho más.”

Fue separando las rodillas hasta quedar abierta de par en par, dejando ver algunos vellos apareciendo por el costado de la bombacha cuya entrepierna estaba tensada al máximo. Sus ojos iban de mi cara al bulto que crecía bajo la línea de mi cintura.

– “Quiero enviarle un beso a la preciosa que está detrás de la tela blanca.”

– “Ponelo en la punta de mis dedos que yo se lo llevo.”

Después de besarle la yema del índice, ella lo entregó estirando el elástico y llevándolo a la destinataria. Fue un momento tan cargado de sensualidad que casi eyaculo. La voz de Beatriz nos serenó.

– “¡A comer!”

Después de un almuerzo sabroso y agradable regresé a casa pensando descansar un rato, viendo televisión mientras esperaba el sueño de la siesta. No alcancé a cerrar los ojos que sonó el timbre. Era Julia, aburrida porque se había cortado la trasmisión del cable y su madre había salido hacia la peluquería. La hice pasar al living sentándonos el sillón amplio. Vestía la misma ropa que a la mañana.

– “A mi conchita le gustó mucho tu beso. Es la primera vez que le pasa algo así”.

– “Me alegro, me encantaría darle otro, en forma directa o llevándoselo yo”.

– “No sé, es muy vergonzosa. Salvo yo nadie la ha tocado”.

– “Entonces hay que cuidarla mucho, de manera que cuando quiera acoplarse lo haga sin presiones ni urgencias, y así el recuerdo sea hermoso”.

– “Vos me ayudarías?”

– “Tenés mi palabra”.

Retrocedió quedando pegada al respaldo y llevó los pies al borde del asiento, de manera que el ruedo del vestido se arrugó en la cintura. Con sus rodillas de par en par me invitó.

– “Llevalo con tus dedos”.

– “Lo quiere en un solo lugar o prefiere que lo distribuya a lo largo”.

– “Tratá de esparcirlo bien”.

Mi dedo mayor con un beso en la yema, después de ubicar la divisoria entre los labios, hizo repetidos recorridos sobre la bombacha, sin presionar. Ella tenía la mejilla pegada a mi hombro y ambas manos apretando contra su pecho el brazo dedicado a la caricia. Cuando el deseo la hacía empujar la pelvis yo aliviaba la presión buscando elevar el nivel de excitación, que se concretó al escuchar su voz en forma de ruego.

– “¡Por favor, por adentro!”.

– “Entonces esa rajita tendrá que mostrarse, porque así no puedo”.

Sus manos volaron al elástico, bajando la prenda hasta las rodillas para hacerlas caer con movimiento de piernas y volver a la misma postura de antes, pero con los ojos cerrados. Ahora los labios se mostraban separados, dejando ver la mucosa rosada empapada del flujo que corría hacia el ano. Muy pocos recorridos de mi dedo fueron necesarios para que su boca avisara de la inminente explosión.

– “¡Me corro!”

Los muslos aprisionaron mi mano mientras duraban las convulsiones que la dejaron exhausta. Abrió los ojos ya recuperada, para encontrarse con mi pija, que rígida se erguía requiriendo su atención. Guiar su cabeza para que el miembro llegara a sus labios abiertos no requirió fuerza alguna.

– “Ahora te vas a tomar toda mi leche”.

Su entusiasmo compensó holgadamente la inexperiencia, besando, lamiendo, chupando y saboreando el flujo lubricante. Era tal el nivel de mi calentura que muy poco le costó llevarme al orgasmo, nublando totalmente mi razón. Por eso espontáneamente no le permití retirarse cuando la primera descarga llegó a su garganta. Después de beber, por primera vez saboreamos nuestras bocas, permaneciendo un rato abrazados con su cabeza sobre mi pecho hasta que decidió volver a su casa.

Al anochecer sonó nuevamente el timbre, era ella, que entró como tromba colgándose de mi cuello. Apenas tuve tiempo de cerrar la puerta antes que sus labios cubrieran los míos. Calmadas las urgencias del reencuentro le pregunté por Beatriz.

– “Salió con su amigo”.

– “Sabe que viniste?”

– “Le dije que si no volvía la trasmisión por cable vendría a ver televisión con vos, si me dejabas”.

– “Estás en tu casa”.

Ahora el beso fue de puro deleite, sin que el apuro nos impidiera disfrutar la boca del otro y permitiendo a las manos recorrer la anatomía que permitía el largo de los brazos. La sorpresa fue encontrar, debajo del vestido con tirantes y holgado, sólo la piel. Con la simple maniobra de correr los breteles y hacerlos resbalar por los brazos la dejé desnuda. Tenía delante un cuerpo precioso en su delgadez, con curvas moderadas pero armoniosas, suaves y firmes al tacto, invitando al sentido del gusto a darse el gran banquete.

Ya en el sillón me dediqué a recorrer su anatomía con las manos mientras miraba su cara, buscando indicios sobre qué tipo de caricia estimulaba mejor y cuáles eran las zonas más aptas para producir placer. Comencé acariciando y lamiendo los pechos, quedando los pezones duros como piedras. Luego bajé besando el abdomen hasta llegar al nacimiento de los labios vulvares, donde me dediqué a lamer ida y vuelta a lo largo pero sin separarlos.

El notable incremento de su excitación se evidenció cuando llevó las rodillas hacia los hombros y su conchita se abrió mostrando la copiosa humedad que la bañaba. La exhibición del himen, con ese pequeño orificio central, fue la máxima prueba para mi voluntad de respetar su virginidad. Como mi promesa nada prohibía sobre disfrutar sus jugos puse mi lengua en el ingreso, moviéndola circularmente sobre los bordes, para luego abrazar con mis labios el clítoris y chuparlo a semejanza de un pezón, cosa que poco duró, pues el orgasmo desatado, donde se mezclaron movimientos convulsos, gritos y rugidos la dejó inerme.

Su descanso lo hizo en mis brazos mientras la acariciaba con ternura. Algo totalmente espontáneo ante a una muñequita dulce e indefensa refugiada en mi pecho. Tomé conciencia de su recuperación cuando me preguntó.

– “Primera vez que el placer casi me desmaya, pero vos no gozaste”.

– “Te garanto que más adelante voy a disfrutar enormemente”.

Reanudadas las caricias, cuando llegué a los pechos me pidió que no se los apretara. Acepté el pedido sin preguntar y seguí mi recorrido parando entre los rizos de la vulva, enredando mis dedos en un contacto francamente delicioso. Cuando los vellos mojados me anunciaron el progreso de la excitación, con el dedo medio empecé el recorrido desde el clítoris hacia abajo, detención en la entrada a la vagina circulando alrededor, suaves y repetidas presiones con la yema, para seguir hacia la abertura del culito repitiendo la presión. Las expresiones de placer de esta mujercita me indicaron que estaba en el camino correcto. En uno de los recorridos, cuando comencé los golpecitos de presión sobre el ano, Julia retrocedió coincidiendo con mi empuje, haciendo que la primera falange del dedo medio ingresara al recto.

– “¡Ay qué delicia, cómo me entró, me gusta, me gusta, me encantaaaa!”

Ante eso opté por seguir sus indicaciones en la certeza de que así era imposible fallar en mi cometido de darle placer.

– “Otro, otro paseo igual por favor. Entrá en la colita, así, un poquito más. ¡Qué rico, cuando aprieto se achica, no como el marcador, más, entero, ¡enteroo! Ahora apretame las tetas que me corro. Acabooo!

La dejé estirada en el sillón y fui al baño a buscar vaselina. Iba a ser necesario lubricar el conducto si quería penetrarla con el pene. El dedo había entrado sin problemas, pero ahora se trataba de algo bastante más grueso y largo. No quería generar un dolor grande o un desgarro.

En el corto lapso de la búsqueda tomé conciencia de varias cosas. Que cuidaba la conchita, pero el culo lo trabajaba a pleno con sus dedos u otro artefacto apropiado. Que la culminación del placer era desatada por caricias en el clítoris o estrujado de los pechos. Que en estos dos encuentros había logrado una intensidad de gozo altamente superior a lo conocido. Y la más importante para mí, era que, siendo cuidadoso, tenía una maravillosa hembra para rato.

Al volver la encontré a lo largo del sillón en posición fetal con expresión de relajamiento. Me desnudé y arrodillándome frente a su cara la atraje para que su boca quedara a la altura de mi pija. Mirándome a los ojos se movió colaborando al encuentro.

– “Tomá tesoro, dame placer con tus labios y lengua, dedicate a la cabecita que está largando jugo. Mientras, levantá las nalgas así te hago entrar un poco de vaselina, porque ahora sí voy a gozar, y lo haré dentro de tu culito”.

– “Es la primera vez que un hombre me penetra. Cómo voy a sentir cuándo estés acabando?”

– “Cuando sientas que palpito dentro tuyo, cada espasmo es un chisguete de esperma que te está entrado”.

– “Me va a doler?”

– “Voy a tratar de que solo sea una leve incomodidad. De todos modos frenamos cuando quieras”.

Separando las nalgas se abrió el orificio y derramé un chorrito. Luego lo fui distribuyendo por dentro girando el dedo. Un suave gemido me indicó su particular sensibilidad al pacer anal.

– Vení, te voy a acomodar, los cachetes apenas salidos del borde y de espaldas. Así es más fácil relajar el esfínter. Ahí está, ya te entró la cabecita. Te duele?”.

– “No, pero se me abre mucho. Por ser la primera vez entrá despacito, quiero sentir cada milímetro que me va ingresando”.

Sin duda Julia tenía la capacidad innata para tomar un movimiento, descomponerlo en partes y comentarlas en función del placer que recibía. Ante esa evidencia, nuevamente me abandoné a gozar según las instrucciones que me daba.

– “¡Cómo me encanta, no puedo creer que me guste tanto, que delicia sentir tu pelvis pegada a mis nalgas!”.

– “La tenés íntegra adentro”.

– “Seguí así, sin moverte, pero dame tu lengua que quiero chuparla”.

Por supuesto que también me di el gusto de saborear su boca mientras la mantenía firmemente empalada.

– “Ahora un poquito afuera y golpe hacia adentro, así mi amor, golpe, golpeee… ¡Está cabeceando y echándome leche! ¡Me voy a correr, las tetas, apretame fuerte las tetas, ay me voyyy…”.

La finalización del orgasmo dio paso a un temblor generalizado que me hizo mantenerla abrazada hasta calmarse.

– “Qué me pasó?”.

– “Gozaste varias veces seguidas sin darte tiempo de recuperación”.

Le llevó algunos minutos estar en condiciones de regresar a su casa.

Si no quiero ser desagradecido debo reconocerle a mi suerte el mérito de estar disfrutando los favores, altamente placenteros, que me proporciona una jovencita muy femenina, deliciosamente sensual, tierna y con una explosiva manera de demostrar su gozo.

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