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La santurrona y su hijo culturista
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Tiempo de lectura: 8 minutos

Estar mucho tiempo confinados en casa una madre y un hijo aunque la madre sea una santurrona lleva a que ocurran cosas que en otra situación no ocurrirían.

Eva, a la que apodan La Sosa, tiene 40 años, es morena, de ojos marrones, mide poco más de un metro sesenta, sus tetas son medianas, sus caderas anchas, su culo gordo, sus piernas delgadas y es muy atractiva.

Lorenzo tiene 20 años y trabajaba de fontanero, es moreno, de ojos azules, mide un metro setenta y es un fanático del culturismo.

Al principio Lorenzo hacía ejercicios en su habitación, pero con el paso del tiempo pasó a hacerlos en todas las partes de la casa, esto llevó a que Eva viese el cuerpo perfecto de su hijo y el tremendo paquete que se marcaba en el pantalón de deporte.

El viaje sin retorno comenzó el día que Lorenzo estaba haciendo flexiones en el piso de la sala y le dijo a su madre:

-Siéntate en mi espalda, Eva.

-Ahora iba a darme una ducha.

-Será un momento.

-A ver si te fastidias la columna.

-No te preocupes, sienta.

Eva dejó en el piso la toalla que llevaba en la mano, recogió las piernas, se sentó a la altura de la cintura de su hijo y apoyó sus manos en la espalda. Lorenzo haciendo las flexiones sintió cómo su madre le mojaba la espalda al frotarla con su coño. Era sudor, pero se empalmó imaginando que se humedeciera. Después de hacer más de treinta flexiones se quedó boca abajo para que su madre no viese el empalme que tenía. No sabía cómo iba a hacer para darse la vuelta, Eva lo quitó del apuro, ya que le dijo:

-Me voy a dar una ducha.

Al irse su madre Lorenzo sacó la polla para darle un par de toquecitos. ¡Qué polla tenía el condenado! Aquel trozo de carne con una cabeza cómo un puño, con las venas y el nervio dorsal marcados en él parecía el monstruo del lago Ness, o eso le pareció a Eva que volviera a recoger su toalla, toalla que quedó sin recoger.

A Eva, bajo el agua de la ducha, le venía la imagen de la tremenda verga de su hijo, se santiguaba y pensaba en otras cosas para quitarla de la cabeza, pero al enjabonar el coño y sentir sus dedos deslizarse por él volvió a verlo. Su coño comenzó a latir y a picarle. Puso el agua fría, pero era igual, volvió a ver la tremenda verga. Se santiguó de nuevo, tocó con su mano derecha la frente, luego el hombro izquierdo y apretó la teta con su brazo, llevó la mano al otro hombro, mejor dicho, quiso llevarla, ya que la posó en la teta y la magreó, y después la llevó a los labios, pero no a los de la boca. Tenía que masturbarse. Era pecado, pero su cabeza le decía una cosa y su coño otra. Llevaba más de un mes sin correrse.

La última vez fuera follando con su marido, en la posición del misionero, un marido mea pilas cómo ella, que ahora estaba confinado en un hotel madrileño. Pensó en esa última vez. Puso el agua templada… Vio a su marido, la estaba follando, fue recordando paso a paso lo que hicieran hasta que sintió que se venía. En el momento en que se comenzó a correr lo que vio fue la verga de su hijo. Imaginando que la enorme verga le llenaba el coño de leche se corrió cómo una burra.

Al acabar se sintió mal y se prometió a si misma que jamás se volvería a tocar. Esperaría a que volviese su marido para satisfacer sus deseos carnales.

Esa noche cenando, Lorenzo, que llegara a la mesa vestido solo con un bañador azul, le dijo a su madre, que vestía con una bata verde que le llegaba a los tobillos:

-Cuando pase la pandemia me voy a presentar a un concurso de culturismo.

-Buen cuerpo lo tienes, hijo.

Lorenzo se levantó y le hizo unas posturitas.

-¿Cómo me veré oleado?

Eva miraba las posturitas y de reojo el tremendo paquete que se marcaba en el bañador de su hijo.

-Brillante, hijo, te verás brillante, pero ahora siéntate y come el pollo.

La verdad es que Lorenzo era un Adonis, y lo sabía. Las posturitas y el bañador apretado eran para calentar a su madre. Ya la había poseído muchas veces con el pensamiento y ahora quería probar su carne. Hablaron de culturismo durante la cena. Al acabar de cenar, Lorenzo cogió en la alacena una botella de aceite de oliva, y le dijo a su madre:

-Úntame la espalda de aceite, Eva, quiero verme brillante.

-Eso es vanidad, hijo, y la vanidad es un pecado.

-No me importa pecar por vanidoso, peor sería que pecara de envidia si envidiara el cuerpo de otro.

-Sí, la envidia es un pecado capital.

Eva cogió la botella, echó aceite en la palma de una mano, las frotó y le masajeó el cuello, los brazos y la espalda con las palmas y con el dorso de sus manos, palmas y dorsos que después cubrieron las partes traseras de sus piernas de aceite. Luego le dijo:

-Por delante echa el aceite tú.

Eva regresó a su silla y vio cómo su hijo se echaba aceite en los pectorales, en sus brazos, en su vientre… Vio el bulto que hacía la verga de su hijo moverse debajo del bañador y su coño se empezó a mojar más de la cuenta. Lorenzo se quitó el bañador y Eva vio la verga tiesa y mirando hacia el techo. Escandalizada, le dijo:

-¡Tápate, sinvergüenza, tápate!

Lorenzo echó la mano a la verga y la madre vio cómo su mano iba deslizándose por ella descubriendo y cubriendo el glande con la piel.

-¿No te gustaría tenerla dentro de tu coño?

-Eres mi hijo. ¡Jamás haría nada contigo! Tápate, por Dios te lo pido, tápate.

Mirando para el muslo de una pierna que enseñaba su bata entreabierta, le dijo:

-Te deseo, Eva.

Eva cerró la bata y tapó los ojos con una mano.

-¡Calla, sinvergüenza, calla!

Fue a su lado.

-La lujuria puede conmigo, Eva -le pasó la verga por los labios-. Te necesito.

Eva ponía cara de asco al sentir la verga en sus labios, giró la cabeza, y le dijo:

-Para, Lorenzo, para.

-Peca, Eva, peca de gula, peca de lujuria.

-¡Nunca!

-No digas nunca, jamás.

Lorenzo, al ver que su madre no hacía por librarse de él, se subió a la parra.

-Sé que me deseas.

Lorenzo le volvió a frotar la verga en los labios. Eva apartó la cabeza.

-¡No, no puedo desear a mi propio hijo!

Lorenzo cogió la polla, la levantó, le puso sus huevazos en la boca a su madre y los movió de un lado al otro. Eva sintió cómo corría un río de jugos dentro de su coño. Lorenzo le pasó la polla por los labios por tercera vez.

-Chupa, Eva.

Eva le dijo:

-Quita esa cosa de mi cara.

Eva se levantó de la silla. Lorenzo le dijo:

-Deja que te olee yo a ti.

-¡No!

-Anda, deja que te oleé. Conoceré la textura de tu piel y me ayudará en mis momentos de intimidad.

-¡Degenerado!

Eva quiso irse, Lorenzo, detrás de ella, la cogió por la cintura, le abrió la bata y le magreó las tetas.

-¡Déjame! -dijo Eva poniendo sus manos sobre las de su hijo para retirarlas-.¡Suelta mis senos!

Lorenzo sacó las manos, las manos de su madre quedaron sobre ellas, puso sus manos encima e hizo que las magrease mientras le decía:

-Eres un caramelito que quisiera que se derritiera en mi boca.

Eva magreando las tetas oleadas con los pezones saliendo entre sus dedos se estaba poniendo enferma.

-Quita -dijo sin ofrecer resistencia-, quita.

Lorenzo siguió haciendo que Eva magreara las tetas, le quitó la bata y frotó su pecho oleado y su verga contra la espalda y el coño de su madre, la besó en el cuello y le susurró al oído:

-Te quiero, Eva.

Eva con los ojos cerrados, le dijo:

-No quiero que me quieras, bribón.

-Finjamos que soy un desconocido.

-Jamás copularía con un desconocido.

-Joder, Eva, joder con un desconocido, dilo.

-Copular.

-¡Joder!

Se salió con la suya.

-Copular, maleducado.

Le dio la vuelta, le retiró las manos y vio sus bellas tetas con areolas marrones y pezones grandes y tiesos como pitones de toro. Su boca, ávida de carne trémula, chupó su teta derecha.

-No -dijo Eva empujando sin fuerza la cabeza de su hijo.

Lorenzo siguió mamando al tiempo que le magreaba la otra teta. Al dejar de mamar la teta quiso besarla, pero Eva le hizo la cobra. Mamó la otra teta. Eva volvió a empujar su cabeza sin fuerza.

-Esto no está bien, Lorenzo.

Lorenzo siguió mamando. Cuando dejó de mamar, Eva volvió a poner las manos sobre sus tetas para taparlas. Lorenzo se puso en cuclillas, y le dijo:

-Quiero que me des el néctar de tu coño en la boca.

Eva hizo una pregunta que jamás pensó que haría.

-¡¿Quieres qué me corra en tu boca?!

-Sí, Eva, eso quiero.

Lorenzo le quitó las bragas, las olió, le dio la vuelta y lamió los jugos que había en ellas. Eva estaba cachonda a más no poder. Le dijo:

-Nunca la tentación había clavado sus garras en mí con tanta fuerza.

-Si quieres gozar date la vuelta.

-No debía, es inmoral y…

Eva se dio la vuelta, Lorenzo le abrió las nalgas y le lamió el periné y el ojete.

-¿Te gusta, Eva? -le metió dos dedos en el coño encharcado y le besó el ojete.

-Sí, pero no debía gustarme.

Le metió y sacó la lengua en el agujero del culo. Puso los dedos mojados de jugos a ambos lados del clítoris y lo apretó con ellos. Eva ya se magreaba las tetas. Estaba que echaba por fuera.

-¿Sigo?

-Sigue, cariño.

Le dio la vuelta, le cogió las nalgas y le lamió el coño, un coño rodeado por una gran mata de pelo negro, y le preguntó:

-¿Te gusta?

-Mucho, hijo, mucho.

-¡¿Papá nunca te comió el coño?!

-Tu padre es un buen hombre.

Eso quería decir que el mea pilas nunca bajara al pilón.

-Contesta. ¿Quieres correrte en mi boca?

-Sí, quiero.

Con las manos en su cintura le lamió el coño de abajo a arriba ocho veces.

-¿Quieres acabar pronto o que te dure?

-Que dure.

Lamió quince veces coño y clítoris.

-¿Qué sientes?

-Que me voy a correr.

Le lamió más de veinte veces ojete, coño y clítoris.

-¿Quieres correrte ya?

-Quisiera estar sintiendo lo que siento horas y horas…

Lamió media docena de veces muy lentamente.

-Me voy a correr, cariño.

Lorenzo vio cómo del coño de su madre caían unas gotas de jugo. Lamió de abajo a arriba cada vez más aprisa hasta que Eva comenzó a gemir y después explotó.

-¡Me corro, hijo, me corro!

A Eva le comenzaron a temblar las piernas y de su coño salieron jugos en cantidad que Lorenzo se tragó mientras su madre jadeaba cómo una perrita

Al acabar de correrse la cogió en alto en peso por las nalgas, puso el cabezón de la verga en la entrada del coño, y le preguntó:

-¿Meto, Eva?

Eva no le contestó, rodeó el cuello con sus brazos y posó su cabeza en un hombro. Lorenzo empujó y desvirgó de nuevo a su madre, ya que la verga engrasada de aceite entró tan apretada cómo entra el dedo medio en un dedal para el dedo meñique, solo que el coño se dilató, y al rato ya entraba y salía haciendo que Eva viese las estrellas mientras lo comía a besos. La única posición que conocía era la del misionero. No fue extraño que se corriera cómo una loba, que Lorenzo se corriera con ella y que al acabar le dijera a su hijo:

-No debimos hacerlo.

Lorenzo la puso encima de la mesa, le abrió las piernas, hizo que flexionara las rodillas y le pasó la lengua por el coño mientras la leche salía de él. Eva le dijo:

-Lo que estás haciendo es tan sucio que no lo hacen ni los animales.

Lorenzo paró de lamer.

-Si te parece muy guarro lo dejo. ¿Quieres que lo deje, Eva?

-No, cariño, si a ti te gusta…

Lorenzo lamió su coño, luego con su lengua pastosa de jugos y leche le lamió los pezones y después le mamó las tetas… Volvió a subir con la lengua pringada, besó a su madre, Eva saboreó sus jugos y después le metió la lengua hasta la campanilla… Lorenzo volvió a masajear y a lamer y mamar sus tetas. Dejó las manos sobre ellas y ya se quedó en el coño… Su lengua lo lamió de abajo a arriba, lamió el clítoris, entró y salió de su vagina. Volvió a lamer de abajo a arriba mientras le magreaba las tetas… La lengua volvía a hacer el caminó una y otra vez hasta que Eva le dijo:

-Mamá se va a correr otra vez, cariño.

Siguió lamiendo y se encontró con una riada de jugos pastosos que Lorenzo se tragó gustosamente mientras su madre se derretía diciendo:

-¡Me voy a morir!

A acabar de correrse, siguió lamiendo para aprovechar los últimos jugos que salían de su vagina. Cuando iba a retirar la boca, Eva se la volvió a apretar de nuevo contra su coño. La señal que le mandaba era inequívoca, quería correrse otra vez. La lengua volvió a hacer el camino que la llevara al orgasmo. Minutos más tarde los gemidos de Eva ya eran de nuevo escandalosos. Le volvió a meter la verga en el coño empapado, Eva, le dijo:

-¡Me voy a correr otra vez, me voy a correr otra vez!

La folló a lo bestia y en menos de un minuto se corrió dos veces. Cuando se iba a correr por tercera vez la atrajo hacia él, le levantó las nalgas se la acercó al ojete y le clavó el cabezón en el culo.

-¡Ayyyy!

Lorenzo, le preguntó:

-¿La quito, madre?

Iba a ser que no quería que se la quitase, ya que dijo:

-¡¡Me corro!!

Eva se corrió sintiendo una mezcla de placer y de dolor que hizo que la corrida durase una eternidad. Lorenzo vio a su madre temblar, con los ojos en blanco y cómo de su coño salía una cascada de jugos espesos cómo babas que bajaban por sus nalgas y acababan en la mesa.

No siguió metiendo. Se corrió dentro del culo de su madre solo con el glande dentro.

Al acabar, Eva, arrepentida, se bajó de la mesa, se arrodilló, juntó las manos, miró hacia el techo, y dijo:

-¡Perdón! No sabía lo que hacía.

La verga de Lorenzo bajó la cabeza y adelgazó una cosa mala. Mirándola, le dijo:

-¡Coño, Eva…!

Eva estaba fuera de si.

-¡Vete! ¡¡Aléjate de mí, Satanás!!

Lorenzo se fue para cama. Se sentía mal por haber seducido a su madre. Dos horas después le iba a pasar todo el mal. Eva, desnuda, se metió en su cama, lo despertó y le dijo:

-¿Por dónde íbamos, cerdito mío?

Se ve que se había arrepentido de nuevo.

Quique.

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