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Hacía mucho que hablaba con una dama, solo habíamos tomado un café, pero de cierta forma había confianza.

Ella no quería tener un sumiso, ya tenía uno, pero si quería alguien con quien sesionar cada tanto. Y luego de mucho tiempo en la banca se me dio la oportunidad y claro que no iba a desaprovecharla.

Arreglamos límites y nos encontramos en un café, para charlar un rato, luego ella decidiría como seguía la cosa. Eso si debía llevar puesta una jaula, un plug con vibro y cederle el control para que ella lo manejara durante la charla. Sabía que yo tenía ese juguete y quería divertirse un poco.

Nos encontramos, pedimos algo y mientras charlábamos distendidamente comenzó a manejar su nuevo “chiche”.

De la nada el vibro comenzó a moverse dentro de mí, sentía que el ruido se escuchaba a dos cuadras de distancia, y que todas las miradas del discreto bar iban hacia mi persona.

Jugaba como un nene, y me encantaba ver como disfrutaba y se reía, eso terminó de relajarme y me entregué a su juego.

El vibro se sentía por momentos intenso, no me dejaba pensar con claridad y llevar el hilo de la conversación era todo un desafío. Las risas iban y venían y el café se ponía muy divertido.

Con una hermosa sonrisa en su cara me ordenó pagar la cuenta, y prepararme porque iba a ser sesionado. Estaba feliz, lleno de ganas y claro de miedos.

Fuimos a un telo, sin más me ordenó desnudarme delante de ella, quedé solo con mi jaula y plug.

Me recorrió con sus uñas y se hizo sentir, se puso frente a mí, y jugó con mis pezones, pellizcó, mordió, me puso unas trabajas, ajustadas por demás. Y comenzó a someter mi cuerpo a sus deseos.

Se dio cuenta que desde que puso esas pinzas mi postura corporal cambió. Comenzaba a entregarme a la dama, que ahora alternaba su juego tocando jaula y pinzas, me quejaba, pero a la vez lo disfrutaba, era un dolor sutil, que de a poco iba sacando lo más puta que hay en mí.

Ató mis manos por detrás de la espalda, me llevó hasta una mesa apoyó mi pecho en ella, y con un sutil golpe en mis tobillos hizo que separara mis piernas.

Puso algo de música, y al oído me dijo, ese culo está demasiado blanco y muero por colorearlo, te quiero calladito y complaciente para con tu dueña.

Tomo su celular, volvió a prender el vibro que tenía en mi interior y lo puso a full y ahí lo dejó, se sentía y mucho.

Se posicionó detrás de mí y comenzó a nalguearme con sus manos. Era relativamente suave pero continuo, para cuando terminó sentía fuego en mis nalgas, no dolía, pero ardía y quemaba.

Sus uñas volvieron a hacerse dueñas de mi espalda, mientas rogaba que retirara las pinzas que a esa altura se tornaban realmente dolorosas.

Lo hizo y grité, grité fuerte, la sangre volvió a correr por mis pezones, todo se sentía demasiado y ni siquiera podía apretarlos con mis manos para acompañar el dolor.

Por el espejo veía a mi sádica compañera de juegos, disfrutando de mis quejidos y dolores. Me dio unos segundos, y dejo sus 5 dedos bien marcados en una de mis nalgas, no me dio tiempo a nada y aplicó igual tratamiento a mi otra nalga.

Fue subiendo la intensidad hasta que me sacó el primer grito, paró y al oído me dijo, no tienes una idea de lo que me calienta escucharte chillar, me hiciste mojar toda putita, ¿seguimos?, si señora respondí, sabiendo que iba a seguir subiendo la intensidad.

Fue hasta su bolso y sacó varios elementos que puso sobre la mesa, tomó una palmeta. Solo atiné a apoyar la cabeza contra la mesa, apretar mis manos y mis nalgas. Ese vibro ahora se sentía como nunca, y su palmeta volvió a sacarme otro grito. Y una serie de maldiciones que luego debería pagar. Se tomó su tiempo, tomo el celular y comenzó a jugar de nuevo con su chiche, lo apagaba, encendía y ponía diferentes ritmos, yo solo podía pensar en el ardor de mi nalga derecha.

Cuando me relajé y descuidé la dama emparejó mis nalgas, volví a gritar. Ella sabía perfectamente como hacerse sentir, lo hacía sin violencia, de forma relajada, subiendo la intensidad de a poco, disfrutando de cada pequeño paso.

Entre tanda y tanda apretaba fuerte mis nalgas, haciéndome sentir sus manos.

Dejó sobre la mesa la palmeta, me incorporó y llevó hasta la cama, me arrodilló al borde y ante mi atenta mirara retiró su bombacha, ven ordenó, ahora te toca trabajar. No hizo falta que dijera más, comencé a besar sus piernas, pero necesitaba mis manos, pedido al que ella no accedió. Seguí con mi boca, y cuando llegué a su entrepierna estaba realmente empapada, era evidente que estaba disfrutando de lo que hacía.

Fui delicado y suave, roce cada parte de entrepierna, luego lamí y besé. No tardó demasiado tiempo en explotar en mi boca. Era increíble sentirla latir en mi lengua, le di unos segundos y volví a mis quehaceres más suave que antes, se retorcía y gemía hermoso, me tomaba de la cabeza y hundía en su intimidad, a duras penas me dejaba respirar.

Estuve ahí hasta que se sintió satisfecha, y simplemente me retiró. Quedé arrodillado al pie da la cama, con la mandíbula dolorida y las rodillas a la miseria.

Me ayudó a reincorporarme, ya que con las manos atadas se me complicaba, me dio un beso, soltó mis brazos y ordenó ponerme en cuatro sobre la cama.

Te comportaste bien, es hora de tu premio dijo, mientras tomaba un dildo que me ordenó comprar y lo montaba en su strap.

Se subió a la cama, lubricó todo y se puso sobre mí. Era hermoso sentir sus pechos en mi espalda, me calentaba mucho y me hizo recordar que tenía una jaula puesta.

Al oído me dijo, “hoy voy a ser suave, pero la próxima vez te voy a coger, voy a ir preparando el terreno para que estés lista”. Mientras hablaba sentía como el dildo se hacía lugar dentro de mí. Venció mi esfínter y gemí, en la misma posición y hablándome suave al odio sentenció, pero mira lo caliente que estás, que apenas te penetré y ya estás gozando.

No sentía vergüenza, necesitaba sentir placer, la dama siguió hasta que sus caderas chocaron con mis nalgas y volví a gemir.

Se incorporó y comenzó a entrar y salir con delicadeza, sus manos chirleaban mi culo con ganas. Aumento el ritmo de sus manos y sus caderas, gemía, chillaba y gritaba por parte iguales.

Estuvo un buen rato hasta que decidió que era suficiente. Se retiró y me desplomé sobre la cama. Silencio, se escuchó vuelve a tu posición que de acá no te vas sin mi marca. Se me heló la sangre, por el espejo veía como de su bolso sacaba una fusta de cuero grueso. Culo bien para afuera y quietito ordenó, así lo hice. Levantó su mano y sin más dejó su marca impregnada en mi culo. Me retorcí, insulté, pasé mi mano, picaba como el demonio.

La sádica miraba con sumo placer su obra de arte.

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