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La vi crecer (Capítulo 5): Final
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Tiempo de lectura: 11 minutos

XIII

A veces las cosas simplemente salen bien. Eso era lo que pensaba cada vez que me resultaba demasiado buena mi situación. Tenía a las dos mujeres de la casa dispuestas a saciar mis necesidades sexuales. Carmen se había rendido y ahora no sólo aceptaba mis exigencias, sino que ella misma buscaba mi verga por las mañanas. Sin embargo, era Lelu la que me colmaba de alegría. Haber concretado con ella, después de tantas fantasías, de tantas dudas, de tantos miedos, y sobre todo, después de arriesgarme a dejar mi moral y honestidad de lado, me generaban un sentimiento que jamás sentí. Se trataba simplemente de la felicidad.

Después de nuestra primera noche, no hubo mucho que charlar. Durante el día, mientras Carmen dormía, nos dábamos nuestro espacio, quizá más por temor que por otra cosa. Eso sí, cada tanto me la cruzaba en la concina, le pellizcaba su hermoso orto, o simplemente le daba una nalgada. Pero tratábamos de mantener la distancia, porque la calentura nos podía, y era muy arriesgado hacer algo mientras mi mujer estaba en casa.

Pero a la noche, cuando Carmen por fin nos liberaba de su presencia, nos arrancábamos las cadenas y nos dejábamos llevar por la pasión y el ingenio.

Nuestra segunda vez, fue la noche siguiente a la primera. No había motivos para esperar. Sin embargo, Lelu, quien cada vez se mostraba más perversa, fingió desinterés.

Cenamos frente al televisor. Le di muchos besos mientras mis manos se movían por todos los rincones de su cuerpo. Estaba con la pija como roca, y entonces Lelu me dijo:

—Me voy que tengo que hacer una videollamada.

—¿No pueden esperar las chicas? —pregunté, curioso.

—No es con las chicas.

No pregunté nada, pero esperaba que ella me aclarara con quién iba a hablar. Pero no dijo nada al respecto. Se fue con una sonrisa burlona a su cuarto.

Esperé una hora, dos horas. Llegó la medianoche y Lelu no salía de su cuarto.

Me decidí a mandare un mensaje, preguntándole si quería tomar unas cervezas. Pero me clavó el visto y no respondió.

Estaba indignado. Una pendeja no iba a jugar conmigo. Si se la daba de histérica, que se joda. Ya seria ella la que me buscaría después. Eso era lo que me repetía en la cabeza, pero la verdad es que no pude evitar mirar a cada rato el celular, a ver si me respondía.

Pero nada.

Estaba muy caliente. No me podía sacar de la cabeza todo lo que habíamos hecho el día anterior. Ya le conocía hasta los lunares que estaban ocultos en los lugares más recónditos de ese cuerpo despampanante capaz de enloquecer hasta al más fiel de los hombres.

No pude con mi genio. Me levanté. Estaba vestido sólo con mi bóxer, y la erección que estaba a media asta parecía una lanza dispuesta a lanzarse ante la primera provocación.

Fui hasta el cuarto de Lelu. Golpeé la puerta.

—¡No estoy! —gritó, bromeando.

Entré al cuarto. Lelu me esperaba completamente desnuda. Estaba boca abajo. Su pierna derecha flexionada, dejaba ver sus labios vaginales. Giró la cabeza, y me miró, sonriendo.

—Tardaste mucho. —Me dijo con un puchero en la cara.

Me quité el bóxer y me subí a la cama. Apoyé las manos en cada una de sus nalgas. Aun estando completamente abiertas, no podían abarcar totalmente el monumental orto de mi hijastra. Se lo estrujé con violencia, quizá como castigo por haber jugado conmigo.

—¡Ay! —se quejó, a lo que respondí con una nalgada.

Luego le di un mordisco, y acto seguido, lamí su delicioso ano. Lelu rió por las cosquillas que le producía mi lengua jugueteando con su orto, pero me dejaba hacer.

Cuando me divertí lo suficiente, Lelu giró y se sentó sobre la cama. Estiró su mano y envolvió con ella a mi verga.

—¿Te gusta así? —dijo, mientras me masajeaba el tronco.

—Me gusta más cuando te la metés en la boca —confesé yo.

Lelu rió. Yo apoyé la mano en su nuca, e hice presión hacía abajo.

—Ay no entiendo qué querés que haga. —Mintió Lelu, moviendo la cabeza enérgicamente.

—Que me la chupes —le dije, forzándola a que se acerque a la cabeza de mi pija.

—¡No, esa es una cochinada! ¡Así no se hace el amor!

Empujé con más fuerza, acallando sus tonterías, cuando mi sexo se metió entre sus labios. Una vez adentro, Lelu dejó de lado su papel de nena inexperta, y comenzó a demostrar lo que ya me había demostrado la noche anterior: no era ninguna virgen, y era casi seguro que sus experiencias sexuales dataran incluso de antes a cuando su cuerpo sufrió esa gran metamorfosis.

Mientras me la mamaba, yo estiraba la mano y pellizcaba las nalgas, alternando esto con chirlos fuertes que la obligaban a interrumpir unos instantes el bucal.

—¿Ya vas a acabar? Mirá, ya está saliendo mucho presemen. —susurró.

Apoyó el dedo índice, con ternura, sobre el glande. Lo frotó y el dedo se impregnó del fluido. Se lo llevó a la boca y lo chupó.

—¿Está rica? —pregunté.

—Ajm —articuló ella, asintiendo con la cabeza, con el dedo todavía en la boca.

—¿Querés el resto? ¿Querés tomarte toda la leche?

—Sí. —contestó.

Se corrió el pelo a un costado. Se acercó otra vez a la verga. Se la metió en la boca. Se prendió de ella, como si fuese una babosa.

—Voy a acabar —le advertí, haciendo un movimiento para retirar mi verga.

Pero ella no se quizo desprender de mi sexo. Siguió chupando. Eyaculé adentro suyo, y aún cuando mi sexo se fue haciendo cada vez más fláccido, siguió mamando. El semen salió de su boca, y, mezclado con abundante saliva, se deslizó por mi tronco, como una avalancha de nieve que caía de una montaña. Recién ahí Lelu se lo sacó de la boca. Agarró con delicadeza la pija y lamió el tronco, tomando toda la leche que pudo. Una sonrisa juguetona decoraba su carita mientras los hacía. Sólo se privó del semen que había llegado hasta mis vellos pubianos. Tan warra no era la nena.

Quedamos desnudos, abrazados. Debía descansar unos minutos para una segunda vuelta. Pero Lelu estaba muy juguetona. No quería esperar. Así que mientras esperaba a que mi monstruo se despertara de nuevo, usé mis manos.

Mis dedos se enterraron en su sexo empapado, mientras con la otra mano masajeaba sus tetas.

De repente Lelu estiró la mano hasta la mesita de luz, y agarró el celular.

—¿qué hacés? —pregunté.

—Me olvidé de que tengo que mandar un mensaje, pero no pares —contestó.

Le metí los dedos más profundamente. Acerqué mi cara y lamí el clítoris mientras seguía enterrando mis falanges. Lelu terminó de escribir y dejó el celular en la mesita.

—Era para mamá —dijo, sin que yo se lo preguntara —Me había preguntado si limpié mi cuarto. Recién ahora me acordé de contestarle.

Rió con perversidad.

Me dio miedo su actitud. Pero no era momento de pensar. La tenía frente a mí, abierta de piernas, con su sexo oloroso largando fluidos. Ya estaba al palo de nuevo. Me puse el preservativo, y me la cogí.

XIV

El paraíso no es eterno. Ser el amante de una adolescente como Lelu también tiene sus consecuencias negativas. Pero bien que las valen.

Ayer Carmen tuvo el día libre. A la noche, en nuestro cuarto, me sorprendió con un diminuto vestido negro.

Tenía el pelo suelto, las piernas sensuales desnudas, y olía a flores. La abracé. Acaricié su culo a través de la seda, y la textura se sintió deliciosa.

—Qué linda sorpresa —le dije al oído.

Besé su cuello. Ella me abrazó y acarició mi espalda. Hacía años que no me sentía tan unido a mi mujer.

—Perdoname si estuve tan arisca… es que tenía miedo de estar contagiada, y pegarte a vos el virus —dijo.

Por primera vez en varios días me cuestioné si mis sospechas eran realmente fundadas. Pero era difícil creer que Carmen no había estado haciendo trampa. Más bien me daba la sensación de que había cortado con su amante y quería reconstruir nuestra relación.

Por mí, con eso bastaba. Más aun teniendo en cuenta que lo que yo le hacía era mucho peor.

El vestido le quedaba bien, pero no duró mucho en su cuerpo de modelo retirada. Se lo quité con cuidado. No llevaba nada abajo. Descubrí con sorpresa que estaba depilada.

—Que chica mala… —dije, acariciando su pubis suave.

—¿Te gusta?

Giró, y pellizcó su propio trasero, como invitándome a hacerlo yo mismo. Así lo hice, y luego besé ese culo dulce.

Carmen se puso en pose de perrita. Saqué un preservativo de la mesita de luz. Noté que me había olvidado de reponer dos paquetes que había utilizado con Lelu. El corazón se estremeció. Esperaba que a Carmen no se le ocurriera revisar el cajón. Con sólo dar un vistazo se daría cuenta de la ausencia y empezaría a atar cabos.

Espanté esas ideas de mi cabeza. Me puse el forro. Carmen me esperaba con la cola levantada y las piernas abiertas. Le di un chirlo en el culo, la agarré de las caderas, y comencé con el cadencioso ritmo de los movimientos pélvicos.

Los gemidos de Carmen eran suaves, y morían dentro de la habitación. Yo veía cómo su torso se arqueaba y se movía hacia adelante para luego retroceder y ser cogida una y otra vez en ese movimiento pendular.

Pero después de unos minutos cambió de posición. Se puso boca arriba, y levantó las piernas con una agilidad impresionante. Sus talones quedaron apoyados en mis hombros.

—Cogeme fuerte y rápido —ordenó.

Empecé a penetrarla como me pidió, haciendo movimientos cortos y frenéticos. Apoyé las manos en su cabeza, para evitar que se lastime contra el respaldo de madera en caso de que los movimientos la sacudan de tal manera que la hicieran retroceder.

Carmen intentó ahogar los gritos, pero enseguida su garganta desató un recital de gemidos que ya no podían ser contenidos adentro de esas cuatro paredes.

No pude evitar pensar en Lelu. Desde que se convirtió en mi amante hice todo lo posible para evitarle esas situaciones. Pero me temía que ahora mi preciosa hijastra estaba escuchando los gemidos de su madre, mientras era penetrada salvajemente por mí.

La adrenalina que me generó pensar en esto, hizo que me excitara aún más. Y si antes la cogida era salvaje, ahora éramos dos animales copulando en cuerpos humanos.

Carmen acabó, haciendo que todos los ruidos que había hecho antes sean meros murmullos.

Cuando llegó mi eyaculación, no me molesté en evitar exteriorizar el enorme placer que me causó. No tenía sentido hacerlo, después del escándalo de Carmen.

Acabé, y quedé abrazado a mi esposa, con la verga fláccida adentro suyo. Ella me acariciaba el pelo con ternura. Luego nos despegamos y dormimos con una sonrisa en los labios.

Después de una hora quizás, me despertó el sonido del celular que vibraba en la mesa de luz. Era un mensaje de Lelu.

Miré con miedo a Carmen, pero ella dormía plácidamente. Leí el mensaje “¡Podés venir a la cocina por favor?”

Lo pensé un rato y le contesté que mejor habláramos mañana.

Ir al encuentro de Lelu en ese momento sólo podía tener dos desenlaces y ninguno de ellos me gustaba: Me iba a echar en cara lo que había escuchado, o pretendería que la posea ahí mismo, mientras su madre dormía. O tal vez ambas cosas. En todo caso, no era buena idea seguirle la corriente.

Desde que le había mandado un mensaje a Carmen mientras yo metía el dedo en su sexo, había confirmado algo que ya sospechaba desde hace rato: Lelu tenía cierta animosidad hacia su madre.

No creo que la odie, pero sin dudas le guarda un rencor que viene de antes de que yo aparezca en sus vidas.

Lelu me envió otro mensaje, que en cierto punto confirmaba mi hipótesis. “Si no venís ahora, te juro que no me volvés a tocar un solo pelo”.

No me cabían dudas de que estaba indignada. Pero si cedía en ese momento, Lelu pensaría que podía dominarme a su antojo, y no podía permitir eso. Si hoy me pedía esto ¿después qué seguiría?

“Mañana hablamos” le escribí, y apagué el teléfono.

Traté de dormir, pero tardé bastante en conseguirlo. Cada tenue sonido que escuchaba, me hacía mirar hacia la puerta de la habitación, con miedo a que Lelu entrara a buscarme.

La cosa se me estaba yendo de las manos, y si no lograba controlar a mi hijastra, sólo sería cuestión de tiempo para que todo se vaya a la mierda.

XV

Lo de Lelu no era una simple amenaza.

Durante toda la semana estuvo evitándome, y mantuvo una actitud arisca y casi hostil hacia mí.

Me costó encararla, porque no estaba seguro de qué decirle. Le había dicho que la relación con Carmen estaba llegando a su fin, pero mi mujer se mostraba cada vez más complaciente, por lo que me iba a resultar muy difícil terminar con ella. Y peor aún, yo mismo empezaba a dudar de si eso era lo que realmente quería.

—Tenés que entenderlo, es mi mujer. —le dije una vez en la que me la encontré en el living.

—Entonces terminemos con esto y listo.

No podía negar que lo mejor sería eso. Lelu estaba ofendida, pero quizá con el tiempo se le pasaba. Los jóvenes tienen la cabeza diferente. Para mí era un delirio estar con ella, pero probablemente Lelu simplemente estaba viviendo una experiencia como tantas otras. Una vez que se le pasara el capricho, todo estaría bien.

Yo, por mi parte, ya había cumplido mi mayor fantasía. Tenía una anécdota diga de ser contada en un libro. Un recuerdo que jamás se borraría de mi mente. Como diría mi difunta madre, nadie me quitaba lo bailado.

Pero olvidaba que vivir bajo el mismo techo que una bomba sexy como Lelu, no era fácil.

Antes de ayer estaba en la cocina, supuestamente limpiando, aunque yo intuía que estaba esperándome. Llevaba un diminuto short blanco, de esos que le dejaban media nalga desnuda.

—Hola — la saludé.

—Hola —respondió ella, y siguió rociando la mesada con un líquido.

Era increíble, pero a pesar de habitar la misma casa, se las había arreglado para cruzarse conmigo lo justo y necesario. Yo me sentí muchas veces tentado a visitarla por la noche, pero me apegué a la idea de dejar en el pasado esa fugaz y apasionada relación. Aunque tengo que reconocer que el hecho de que Lelu no me invitase a pasar la noche con ella, contribuyó en gran medida a poder cumplir con mi objetivo de fidelidad.

Lelu frotó un trapo sobre la mesada, dándome la espalda.

—¿Estás bien? —Le pregunté.

—¿Y por qué no iba a estarlo?

—Y entre nosotros… ¿Está todo bien?

—Sí Eze, todo bien —respondió, con un tono neutro.

Se le cayó el trapo al piso. Se inclinó a recogerlo, sin flexionar las rodillas.

Así de poderoso puede llegar a ser un culo perfecto. Con sólo verlo, todas mis maquinaciones de marido leal se fueron a la mierda.

Convencido de que se había puesto en esa postura sólo para provocarme, me abalancé hacia ella. Apoyé mis manos en sus glúteos y los apreté.

—¿No te das cuenta que esto puede terminar mal? —le dije, sin dejar de manosearla.

Ella no dijo nada. Yo la abracé por detrás. Mi pelvis quedó pegada a sus nalgas. Lelu hizo un movimiento y frotó su orto con mi bragueta.

—A ver, quiero sentir cómo se endurece —dijo, repitiendo el movimiento una y otra vez, hasta que mi pija se alzó y se puso como piedra.

Lelu la apretó. Me desabrochó el cinturón y bajó el cierre. Mi verga saltó como resorte.

Ella se arrodilló.

—¿Querés que te la chupe? —preguntó.

La agarré de la cabeza, y asentí.

Lelu se puso de pie.

—Ahora vas a sentir lo que es que te dejen con la calentura. —dijo.

Salió de la cocina, dejándome con los pantalones bajos.

Sospechaba que pretendía que vaya a su cuarto a cogerla. No me gustaba la idea de caer ante sus manipulaciones, pero en ese momento de excitación, no podía pensar de manera razonable.

Me subí el pantalón y fui hasta su cuarto.

Estaba cerrado con llave.

—¡Dejame en paz viejo degenerado! —gritó.

Me fui al living, furioso. Puse un programa de televisión, pero no podía prestarle atención. Me fui a dormir, con el alma envenenada.

Al otro día era el franco de Carmen.

—¿Pasó algo entre Lelu y vos? —preguntó cuando terminamos de comer. Lelu había cenado antes y se encerró en su habitación.

—¿Cómo? —pregunté, exaltado.

—La vi muy seria, y no sólo conmigo, como es costumbre.

—Ah, no, nada. No pasó nada —dije, ya que no se me ocurría otra cosa que contestar—. Después hablo con ella. —Agregué.

—No te enojes pero hoy me duele la cabeza. —dijo Carmen, insinuando que esa noche no quería coger.

No podía decirle nada, últimamente se había portado más que bien en la cama.

Pusimos una película y ella se durmió a la media hora.

La ausencia de sexo en ese día, y el recuerdo del franeleo con Lelu el día anterior, hicieron que me pusiera al palo.

Llevé mi mano a la verga, dispuesto a autocomplacerme, cuando el celular vibró.

Sabía que era ella, y sabía que era una trampa. Pero la intriga me pudo.

No era un mensaje de texto. Era una foto. Lelu se la había sacado frente al espejo de su tocador. Llevaba un short rosa cuya tela se hundía en sus nalgas; un top blanco, y una vincha del mismo color que el short, la cual tenía una especie de moño en el centro, dándole un aspecto infantil que contrastaba morbosamente con la expresión provocadora que le hacía a la cámara.

Si me hubiese agarrado en otro momento, tal vez lo hubiese soportado. Pero observar esa foto mientras con la otra mano sostenía mi verga dura, a punto de entregarme a las artes del onanismo, fue un golpe imposible de esquivar.

Bajé de la cama, haciendo el menor ruido posible. Salí del cuarto, y mientras cerraba la puerta, me aseguré de que mi mujer seguía durmiendo.

Fui al cuarto de Lelu. Si lo encontraba cerrado con llave de nuevo, ya me escucharía al día siguiente.

Pero no lo estaba.

—¿Te gustó la foto? La acabo de subir a Instagram y ya tiene ciento cincuenta likes.

—Demasiado provocadora para compartirla con todo el mundo —respondí.

Lelu se arrodilló en el borde de la cama. Tanteó mi miembro, el cual seguía igual de duro que hace unos minutos.

—Si no ponemos límites nos vamos a arruinar la vida —dije. Pero Lelu no hizo el menor caso. Agarró el elástico del bóxer y tiró hacía abajo. —Si tu mamá se despierta y nota que no estuve por mucho tiempo…

Lelu sonrió. Sus dientes blancos brillaban a centímetros de mi verga. Sacó la lengua, y la frotó en el glande.

—Bueno, si querés andate a dormir. —dijo, y largó una carcajada histérica.

—No grites, boluda —le recriminé, asustado.

—Si no tengo mi lengua ocupada con algo, voy a seguir hablando y se me puede escapar algún grito.

—Sos una hija de puta —le dije, y le di de comer mi pija, para que cerrara la boca.

Con algo de rabia, la agarré de los pelos y le clavé la pija hasta que se enterró por completo. Mis vellos púbicos raspaban sus labios, su barbilla y nariz. Me golpeó la pierna para que parara, pero no dejé de castigarla hasta que sus mejillas se pusieron coloradas y sus ojos se abrieron desmesuradamente.

—Pendeja atrevida. Ahora vas a ver cómo te castiga papá.

Lelu, asustada y excitada, se dejó desnudar por completo. Se acurrucó en la cama, en posición fetal. Tapé su boca con la mano, y apreté con fuerza. Ella separó las piernas. Me acomodé y la penetré. Gimió, y el ruido quedó neutralizado por mi mano.

Escuché un ruido que vino de no sé dónde. Dejé de penetrarla. Mis manos seguían apretando las mandíbulas de mi hijastra.

Pensé que era el final de todo. ¿Cómo iba a reaccionar Carmen cuando nos viera ahí? ¿Qué excusas podía inventar en una situación tan comprometedora? Sentí pavor. Carmen podía llegar a matarme al enterarse de nuestra traición. El miedo me paralizó.

Sin embargo, el tiempo pasó y no volví a escuchar ruido alguno. Miré a Lelu, quien movía la cabeza de un lado a otro, en un gesto de negación.

—Creo que fue en la calle el ruido —dijo, cuando la liberé de mi mano.

Nos miramos en silencio durante algunos segundos, y luego reímos al unísono. No sé si nos reímos de mi miedo, de nuestra traición, de la locura, o del hecho de que Carmen estaba durmiendo mientras yo estaba adentro de su hija. Pero esa risa nos unió más de lo que nos había unido tantos polvos furtivos.

Le tapé la boca de nuevo, y la penetré una y otra vez. La cama hacía un leve ruido, pero algún riesgo debíamos correr.

En ese momento decidí que no podía dejar de acostarme con Lelu. Iba a seguir haciéndolo, hasta que la mecha que se había encendido en algún momento de nuestras vidas, hiciera volar todo por el aire.

Fin

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