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Las carnes de la tía

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Mi nombre es Ramiro, tengo 22 años y vivimos con mi mamá en un modesto departamento de la ciudad. Mi mamá se llama Claudia, tiene 45 y hace tres años está divorciada de mi padre, con el cual mantienen muy poca relación; la justa y necesaria. Yo nací y me crie en la ciudad, pero mi mamá es oriunda de un pueblo muy pequeño a un par de horas en auto de donde vivimos. Ella vino a vivir a la ciudad cuando se casó con mi padre, pero se crio en el pequeño pueblo con sus padres, ya fallecidos y su hermana Norma, mi tía.

Norma es un poco más grande que mamá. Tiene 50 años y, a diferencia de mamá, nunca quiso dejar su pueblo natal porque con su difunto esposo habían creado una pequeña empresa de productos de cerdo. Mi tío Miguel, el esposo de Norma, había fallecido unos años atrás y mi tía decidió hacerse cargo ella sola de la empresa que había creado su marido. Su devoción al trabajo había hecho que el deseo de tener hijos no formará parte de sus prioridades en la vida.

Mamá me contaba que la tía poseía un don para facturar productos de cerdo. Tal es así que, por más que sea una empresa familiar, se había convertido en la más importante del pueblo y la zona. Norma pasaba sus días en la despensa haciendo jamones, chorizos, salames y todos los derivados de cerdo más ricos del pueblo, mientras que Miguel se ocupaba de atender la modesta pero exitosa carnicería qué habían edificado al lado de su casa.

Pocos recuerdos tengo de la tía Norma. La última vez que la vi fue en una Navidad cuando yo tenía 15 años. Era una mujer un poco más baja que mamá, rellenita y con las características clásicas de una mujer del campo abocada toda la vida al trabajo con las manos. Su metro sesenta y algo venía acompañado de unas tetas pequeñas con su caída natural, un amplio culo con las imperfecciones de una mujer de su edad, pelo castaño oscuro rizado y unos grandes y penetrantes ojos verdes.

Los primeros días de diciembre llegaron con temperaturas normales para la época. Era mi último día de universidad antes de comenzar mis vacaciones y estaba ansioso por volver a casa para empezar a disfrutar de la paz lejos de los libros. Ese viernes llegué a casa y mamá estaba hablando por teléfono con la tía Norma. Me fui a mi habitación a dejar mis cosas sin interés por su charla y unos minutos después entró mamá con lágrimas en los ojos.

-¿Qué pasó ma?

-Rami, hijo, me llamó la tía Norma para avisarme que falleció Rubén, mi padrino.

-¡Uy ma! ¡Qué cagada! Lo siento mucho. Nunca llegué a conocerlo.

-Gracias, hijo. Lo sé, pero tu tía y yo estamos destruidas.

-No sé qué decirte ma, lo siento mucho.

-Yo sé que arrancas tus vacaciones, pero no tengo a quién más pedírselo. ¿Vos no me acompañas a pasar unos días a lo de la tía así me puedo despedir de mi padrino?

-Obvio ma, contá conmigo. Mañana a primera hora salimos.

-Ay, gracias mi vida, te amo.

Mis vacaciones no habían empezado y ya se estaban yendo al carajo. Hacía años que no veía a la tía Norma, pero un pueblo diminuto sin nada que hacer y dos viejas con ánimos de velorio no eran mis vacaciones ideales. Pero el dolor de mamá hizo que no le pueda decir que no. Me preparé la valija con unas cuantas mudas de ropa, la Playstation con pocas esperanzas de que haya internet en el pueblucho y me acosté a dormir pensando que al otro día empezaba la semana más larga y aburrida de mi vida. Que equivocado estaba…

A las 7 sonó la alarma de mi celular y mamá me estaba esperando en el comedor con una taza de café, unas tostadas y la valija preparada. A las 8 ya estábamos en la autopista rumbo a la casa de la tía Norma. El viaje duró dos horas y mamá no paró de contarme anécdotas de su adolescencia con su hermana. Según ella, la tía Norma a pesar de no ser una mujer despampanante, tenía un éxito abrumador con los jóvenes de la época y había tenido más novios de los que ella había tenido jamás. Con sueño y de mal humor no paré de escuchar a mi madre tratando de descubrir el secreto de la tía con los hombres en su juventud y pidiéndome mi opinión.

Poco me importaba el tema, así que mientras mamá estaba ocupada en sus recuerdos, manejé lo más rápido que pude para llegar a la casa de la tía. Después de dos horas de viaje, estacionamos en la puerta de la carnicería “Las carnes de Norma”. El nombre me dio gracia en mi picaresca manía de encontrarle el doble sentido a todo. De la casa vecina salió una mujer que nada se parecía a la tía que había conocido aquella navidad a mis 15 años.

Todavía tenía el pelo castaño oscuro, pero con unos rubios y brillosos reflejos dorados de peluquería que le sacaban algunos años. Los grandes ojos verde oscuro seguían teniendo esa intensidad que recordaba, pero esta vez, estaban delineados cuidadosamente acompañados de un labial rojo oscuro en sus carnosos labios. Pero su rostro no era nada en comparación con los cambios de su cuerpo. Había adelgazado mínimo 10 kg, su cintura de avispa estaba seguida de sus grandes, pero formadas nalgas y una remera algo escotada dejaban ver poco menos de la mitad de dos enormes tetas, obviamente adquiridas en un quirófano. Mamá quedo más anonadada que yo al ver los cambios que había sufrido su hermana.

-¡Norma! Sos vos? Volviste a nacer querida.

-Jaja ¿Viste hermanita? Es maravilloso lo que pueden hacer algo de entrenamiento y un buen cirujano.

-¡Guau! Te felicito. Siento mucho lo de Rubén, Normita. Yo no lo veía hace unos cuantos años, pero vos eras mucho más cercana. Vivía acá a unas cuadras

-¡Ay si Clau! Estoy destrozada. Pero bueno, estaba muy enfermo y ya estaba sufriendo un montón. A veces es preferible que dejen de sufrir. ¡Ay, pero no me digas que él es Ramiro! –me miró llevándose las manos a la cara sorprendida y casi se echó a correr para abrazarme.

-Hola, tía, tanto tiempo –le dije mientras me abrazaba y me apoyaba en el pecho los duros y firmes implantes. La dureza en mi verga no se hizo esperar, pero el jean que llevaba puesto me ayudó a que no se notara.

-Pero que grande que estás mi vida. Si no fueras mi sobrino y tendrías unos años más Ramirito jaja –se reía mientras me acariciaba el mentón con el pulgar.

-Los nenes crecen Normita Jaja –acotó mamá sin darse cuenta de las intenciones que ocultaba la tía.

-Pasen que hice una torta riquísima así comemos algo y nos vamos al velorio.

Entramos a la casa y era una típica casa de señora mayor, llena de antigüedades y fotos en blanco y negro. Mamá y la tía se pusieron a charlar con un café de por medio, mientras yo no prestaba atención. La tía se dio cuenta e intervino.

-Espero que no te aburras estos días Ramirito. Debe ser horrible para vos tener que acompañar a dos viejas lloronas. Anda a conocer el local y a ver las máquinas con las que trabaja tu tía. Vos que sos un bicho de ciudad seguro no tenés ni idea de cómo se hace un jamón o un chorizo jaja.

-Ni idea tía. Yo voy a la carnicería y los compro nada más. Jaja

-Me imaginé jaja. Anda que mañana te enseño un poco del trabajo que hace la tía.

Le hice caso y fui a ver el emprendimiento que habían creado mís tíos. La parte de adelante era como cualquier carnicería, pero la cocina donde hacían todo era un mundo aparte. Heladeras repletas de carne, cuchillos de todos los tamaños y un par de máquinas que no tenía ni idea cómo se usaban ni para que servían. Después de recorrer todo un poco asqueado por el olor a carne cruda del lugar de trabajo de la tía, volví a la casa y ya se estaban preparando para ir a despedir al padrino de mamá. Me quedé solo en la antigua morada.

Cómo había imaginado, la tía no tenía internet ni lo necesitaba. Me acosté en la cama que la tía había improvisado para mí en el sillón del living a mirar los pocos canales de la antigua tele. Después de unos minutos me aburrí y me puse a recorrer la vieja casa. Recorrí el pasillo y una puerta entreabierta me dejó ver el interior de lo que parecía ser la habitación de mi tía. Entré tranquilo sabiendo que no había nadie en la casa y me tiré en el mullido sommier de dos plazas. Metí la mano por debajo de la almohada como cada vez que me tiro en mi cama y mis dedos palparon algo duro.

Al sacarlo me encuentro con un enorme vibrador color piel, con huevos muy realistas y varias velocidades de vibración. La imagen de la tía pajeándose con semejante juguete hizo que me envergara enseguida. Me desprendí el botón del jean, me bajé el bóxer y, mientras olía el juguete, me masturbé unos pocos minutos acostado en la cama de la hermana de mamá y al acabar, el largo y espeso chorro de leche fue a parar al impecable cubrecama.

Dejé el vibrador donde estaba y fui al baño a buscar papel para limpiarlo. Use varios metros del rollo, pero el manchón de leche aún seguía en la tela despidiendo el agrio aroma. Antes de empezar a caminar hacia la cocina a buscar un trapo húmedo para sacar la mancha, escuché la cerradura de la puerta de entrada, seguido de una charla sobre recuerdos y herencias entre mamá y la tía. Iba a ser imposible limpiar mi jugo de la cama. Así que me fui de la habitación con la mano aún manchada y sin poder dejar limpia la escena de mi travesura. Por suerte no era el único que cometía travesuras en esa casa.

El día transcurrió normal y aburrido. Mamá y la tía Norma se pasaron el día sentadas charlando sobre su infancia en el amplio patio de la casa. La mancha en la cama dejó de preocuparme después de unos minutos y me olvidé del asunto. Volví a deambular por la casa, por la carnicería y por la cocina donde la tía hacia su magia, todavía intentando descifrar para que servían esas dos enormes máquinas. Volví a pasar por el cuarto de mi tía, pero la puerta estaba cerrada. Rogaba que la tía no haya descubierto la mancha en su cama después de que yo haya descubierto su chorizo no comestible.

El día fue el más largo del mundo y recién era el primero de cuatro. Cerca de las 9 de la noche mamá me avisó que la tía ya tenía lista la cena. Me senté en la mesa y la hermana de mamá trajo una fuente repleta de sus manjares caseros acompañados de papas fritas. Jamás en mi vida había comido embutidos tan ricos como esos, devore tres platos enteros de los más ricos chorizos, jamones y salames ante la sonrisa de satisfacción de la tía.

-¿Viste que te dije que tú tía hacia magia con esas manos? -me preguntó mamá mientras me acariciaba el pelo en un gesto maternal como si todavía fuese un nene chiquito.

-¡Increíble tía! Nunca había comido algo tan rico

-¡Gracias mi vida! Se nota que te gustó. Capaz que te vas con unos kilitos de más a tu casa jaja. –apoyó los codos en la mesa apoyando las manos en su mentón y presionó con fuerzas sus enormes tetas con los antebrazos mientras me miraba a los ojos.

-¡No importa! Este manjar lo vale tía jaja –le dije mientras hacía un breve paneo al escote del vestido rojo entallado que llevaba puesto. Ella me vio y yo lo sabía.

-¡Come querido! Que ese cuerpito que tenés necesita estar sano y fuerte –dijo en tono cariñoso. Me guiño el ojo sin que mamá se diera cuenta y se levantó para juntar los platos.

-¿No te gustaría aprender a hacer el trabajo de la tía así no te aburrís? Hoy me dijo que tenía ganas de enseñarte.

Al ser un bicho de ciudad, no tenía mucha devoción por ensuciarme las manos con carne cruda y grasa, pero haber visto las enormes tetas de la tía me ganaron las ganas de tener cerca otro tipo de carne, y también de devorarla. Di una respuesta de la que ya conocía la reacción de mi tía Norma.

-No tengo ni idea ma. Aparte mirá si rompo algo. La tía está muy ocupada para andar preocupándose por mí -La tía mordió el anzuelo y se dio vuelta al escucharme.

-¡No digas pavadas Ramirito! Mañana es domingo y no abro el local, así que tenemos todo el día para que te enseñe. Vos quédate tranquilo que tú tía es la mejor maestra choricera del país jaja –dijo mientras secaba un plato y con el movimiento del brazo los enormes globos de su pecho le rebotaban uno con otro– capaz que mi sobrino termina haciendo chorizos más ricos que yo jaja.

Con la panza repleta de comida y una mezcla de miedo y morbo por las lecciones de la tía, me acosté en el sillón-cama del living y, mientras jugaba con mi celular, mamá y la tía me avisaron que se iban a dormir. Dejé pasar unos minutos y, después de un poco de manoseo, me levanté al baño con la verga endurecida y con las tetas de la tía rebotando en mi mente.

Caminé por el oscuro pasillo caminé hacía el baño con el objetivo de mear y de descargar mi calentura con una paja nocturna. Pero al pasar por la puerta cerrada de la habitación de la tía un sonido hizo que frenara de golpe. Pegué mi oído a la puerta y escuché el “prrr” constante del juguete de la tía acompañado de gemidos cada vez más fuertes. Era mi oportunidad perfecta para golpear la puerta y aprovechar la excitación de mi provocadora tía. Decidí contener las ganas y seguir con el juego de seducción, ya que era lo que más calentura me provocaba. Con la imagen de la tía masturbándose en mi cabeza, fui al baño, me hice una paja rápida y volví al sofá cama. Dormí plácidamente toda la noche.

A las 10 de la mañana me desperté con el sol que se colaba por la ventana en mi cara. Hacía mucho calor así que me vestí con un pantalón de fútbol, una musculosa ajustada y ojotas. Entré al comedor y ahí estaban mamá y la tía Norma charlando desde muy temprano. Las saludé a ambas, pero casi no pude mirar a mamá por las transparencias de su hermana. Llevaba un camisón negro semi transparente casi hasta las rodillas y atado por la cintura con un fino hilo del mismo color. La transparencia de su prenda dejaba ver, casi en su totalidad, un hermoso corpiño de encaje negro que hacía casi imposible dejar de mirar sus enormes tetas de quirófano. Desvié la mirada todo lo que pude mientras que mamá me unía a la conversación.

-¿Dormiste bien mi amor?

-Excelente ma, como un bebé –que le encantaría amamantar las tetas a la tía, pensaba por dentro.

-Me alegro querido, ese sillón es muy cómodo. A veces yo también me quedo dormida ahí –acotó la tía– Yo también dormí como una reina, aunque voy a tener que lavar el cubrecama porque tiene una mancha que no me doy cuenta cuando se la hice.

Mientras sorbía su taza de café, levantó la vista y me miró con ojos pícaros. La tía lo sabía, había descubierto mi travesura húmeda y pegajosa, pero no me había increpado frente a mamá.

-Quien sabe Nor, capaz se te volcó café y no te diste cuenta –trató de descifrar mamá.

-No creo Clau, no soy de tomar café en la cama y no tenía olor a café. Era un aroma mucho más fuerte, rico, pero no era café -contestó mientras se pasaba la lengua por el labio superior como saboreando el regalo que, sin querer, le había dejado en su cama.

Me senté en la mesa con ellas para ocultar la erección que llegaría en cualquier momento al enterarme que a la tía le gustaba el olor de mi leche. Por suerte, la conversación siguió por otros rumbos.

-Como te contaba Clau. Cuando falleció Miguel sentí la necesidad de ponerme linda y aproveché que me va tan bien con el negocio. Así que empecé a entrenar y después de unos meses busqué al mejor cirujano plástico de la zona y me hice estas dos bellezas que me cambiaron la vida jaja –dijo orgullosa mientras hacía rebotar con sus manos sus enormes tetas. Desvié la mirada a mi celular para no hacer tan obvio mi deseo de chupar cada centímetro de sus enormes pechos.

-Qué bueno hermana. Estás más hermosa que nunca. Quizá algún día yo haga lo mismo jaja.

-Te lo recomiendo Clau. Yo sigo sola, pero estoy contenta porque atraigo muchas miradas y me siento deseada, aunque algún que otro chori masculino de vez en cuando acepto jaja –dijo mientras desviaba la mirada hacía mí, aunque yo siguiera con la vista en mi teléfono escuchándolo todo.

-¡Ay Nor! ¿Qué va a pensar Rami? Después hablamos de esto nosotras solas –dijo mamá mientras se sonrojaba.

-Nada ma, ¿qué voy a pensar? Tiene necesidades como todo el mundo. Vos porque sos una vieja antigua jaja

-Jaja viste Clau, tu hijo la tiene más clara que vos. Si vivieras un poco más desinhibida serías más feliz.

Mama se sonrojó aún más y cambió de tema

-Son dos desubicados. Dejen de hablar pavadas. Nor, ¿cómo va el negocio? –preguntó nerviosa mamá en su afán de cambiar el tema.

-Muy bien, como siempre hermana. Desde que Miguel no está me cuesta un poco más, pero sabes que me encanta trabajar y ensuciarme las manos desde chica para hacer los chorizos más ricos. Y por ahí Rami heredó el don y los hace igual o más ricos. Hoy lo averiguamos sobrino.

Antes de que pueda responderle a la tía, el celular de mamá comenzó a sonar. No presté mucha atención, pero la charla parecía ser sobre herencias y sucesiones del difunto padrino de mamá. Después de unos minutos cortó el teléfono y nos contó las novedades.

-Era el abogado de Rubén para avisarme que me dejó parte de su herencia. Me dijo que hoy a las 3 de la tarde tengo que estar en su estudio para firmar papeles y ultimar detalles.

-Una desgracia con suerte ma.

-No tanta suerte, tengo que viajar de vuelta a casa porque el estudio del abogado queda allá y me dijo que la sucesión puede estar lista recién en tres días.

-¿Y qué esperas hermana? Anda y hace lo que tengas que hacer. Rubén seguro te dejo una buena cantidad de los campos que tenía.

-Eso no me importa Norma, yo quería quedarme unos días acá con vos y Rami.

-Anda tranquila ma, yo me quedo acá con la tía.

-¿Seguro hijo, no te vas a aburrir? Aunque te vas a aburrir más si venís conmigo a hacer trámites. ¿Vos no tenés problema Norma? –Mi cara y la de la tía se iluminaron al mismo tiempo.

-¿Qué problema voy a tener hermana? Además, le prometí a Rami enseñarle mi trabajo y no me gusta romper mis promesas.

-Bueno, prometo volver lo antes posible y estamos en contacto.

Después de una hora, mamá se subió al auto y se puso en marcha a hacer sus trámites mientras yo quedaba al cuidado de mi renovada tía Norma. La despedimos en la puerta y cuando entramos me pareció ver que la perversión y la lujuria habían invadido la cara de la tía. Ya no me parecía un lugar tan aburrido.

-Rami, mi vida, me voy a cambiar así empezamos a trabajar en la carnicería, ¿Te parece?

-Dale, tía, te espero en el local.

Después de unos minutos la tía entro al local con su torso cubierto únicamente por un delantal de cuero blanco hasta las rodillas que le ajustaba fuertemente las tetas que se asomaban por los costados. En la parte de abajo solo se veía un pequeño short blanco que, con suerte, alcanzaba a tapar su bello culo. Con la mirada perdida en sus tetas no preste atención a que traía un delantal idéntico al de ella en su mano.

-Para trabajar hay que vestirse adecuadamente Rami, ponete el delantal de carnicero así no te ensucias la ropa.

-Jaja, me va a quedar ridículo tía.

-¿Vas a trabajar o a salir de noche mi amor? Jaja, Además, ¿A mí me queda ridículo? –preguntó mientras apoyaba sus manos en la cintura y giraba para mostrarme su look de carnicera.

-No tía, a vos te queda pintado –contesté nervioso mientras intentaba, sin éxito, sacar la mirada de las tetas que se asomaban por el costado del delantal.

-Bueno, a vos te va a quedar igual mi vida, dale, cambiate.

Tomé el pesado delantal y atiné a ponérmelo directamente sobre mi ropa, pero la tía me detuvo

-¡Ch ch! Sacate la remera mi amor que se te puede manchar. Ponete solo el delantal.

Le hice caso y me saqué la musculosa ante la atenta y depravada mirada de la tía. Me puse el delantal por encima de mi cabeza y me sentía ridículo e incómodo, aunque mis brazos y mis pectorales se lucían mucho mejor asomándose por los costados del brilloso cuero blanco.

-Todo un carnicero mi sobrino –alabó la tía mientras me ayudaba a atar el delantal por la espalda y me rozaba con sus enormes tetas la parte baja de la espalda– Bueno, ahora traigo la mezcla y vamos a usar las máquinas embutidoras.

Fue hasta una despensa contigua y trajo una enorme olla con una pasta de carne con un olor muy fuerte, pero no tan desagradable.

-Esta es la mezcla para chorizos Rami. Sé que no te gusta ensuciarte las manos bichito de ciudad, pero si querés aprender lo vas a tener que hacer –dijo con un tono entre autoritario y cariñoso.

Metió sus descuidadas, pero hábiles manos en la pasta y empezó a revolverla. Yo la imité y juntos empezamos a revolver la olorosa pasta para mezclar los ingredientes. Lo hicimos durante unos diez minutos y noté como sus manos buscaban encontrarse con las mías dentro de la carne. El delicado y sutil roce de su mano hizo que mi erección sea casi instantánea. El bamboleo de sus gomas producido por el enérgico movimiento de sus brazos hizo que me olvidara del fuerte olor y de la suciedad en mis manos.

-¡Muy bien sobrino! Sabía que de algo te iban a servir esos brazos fuertes. Ahora sí vamos a las maquinas así te enseño como se hace y después vemos cómo te sale a vos.

Siguiendo sus instrucciones y con las manos aun embarradas de carne, levanté la pesada olla y deposité el contenido en una enorme boca que tenía la maquina en la parte superior. Una vez depositada la carne, la tía tomó de una bolsa lo que parecía ser un preservativo gigante y lo insertó en un pico inferior de la máquina.

-Esto que pongo acá es la tripa del chorizo Rami. Cuando prenda la máquina, la carne va a salir con la forma del chorizo y se va a meter dentro de esto que parece un forro gigante para dejarlo con la forma alargada perfecta con la ayuda de las manos.

-Guau, nunca imaginé que se hacían así.

-Jajaja, no es mucha ciencia Rami. Ahora vas a ver la experiencia que tienen mis manos para el chorizo -dijo mientras prendía la embutidora y a mi se me alteraban las hormonas.

Prendió el aparato y ella puso sus manos en el pico que había puesto el forro gigante. Después de unos segundos, la carne con forma alargada comenzó a salir y meterse dentro de la tripa mientras la tía le iba dando forma con ambas manos como toda una profesional. El movimiento de sus dedos y la similitud del chorizo con una verga me inundaron de morbo. Trataba la carne con una suavidad y una técnica que aumentaron aún más mi calentura y la dureza en mi entrepierna.

-¿Viste que no es difícil Rami? Querés intentar vos? –dijo mientras seguían saliendo metros y metros de chorizo por el pico mientras la tía le daba forma con sus habilidosas manos.

-Bueno, a ver, pero si hago un desastre la culpa la tenés vos, jaja –dije, nervioso.

-Pero no pasa nada mi amor, dale vení.

Se corrió a un costado y me hizo pasar por detrás suyo, procurando rozar sus firmes nalgas por mi entrepierna. Quería comprobar si la situación me había excitado y lo logró. Puse mis manos en el pico de la maquina intentando imitarla, pero mis movimientos eran más bruscos y torpes para darle forma al chorizo. A ella le causaba gracia la torpeza de mis manos.

-Jaja, con un poco de práctica te va a salir sobrino. Trata la carne suave como si fuera tu pija y te va a salir mejor jaja.

El comentario hizo que me excitara aún más pero también me puso nervioso. Mis manos empezaron a temblar y la carne que salía de la máquina empezó a tener forma de cualquier otra cosa menos de un chorizo.

-¿Te puse nervioso sobrino? Pensé que la puritana era tu mamá jaja –dijo al tiempo que apoyaba sus manos sucias sobre las mías para ayudarme a darle mejor forma a mi imperfecto trabajo.

-Jaja no tía, lo que pasa es que no es fácil hacer esto, tus manos están acostumbrada a los chorizos, además nunca imaginé hablar de mi pija con mi tía jaja.

-¿Y hacerte la paja en mi cama y dejarme la leche de regalo te lo imaginaste?

La pregunta me hizo temblar aún más las manos y sentí que, en cualquier momento, iba a atravesar el duro cuero del delantal con la rigidez de mi verga.

-Pe... perdón tía, se me escapó el chorro y no hice a tiempo a limpiar –contesté nervioso y transpirado.

-No me pidas perdón Rami, hacía mucho tiempo que no olía leche tan rica. Me hizo acabar muy rico anoche cuando me masturbaba.

Cuando pensé que la situación no me podía calentar más, la tía apagó la embutidora y llevo una de sus sucias manos por debajo de su delantal, metió la mano en su concha y sacó sus dedos índice y mayor empapados de su espeso y transparente jugo.

-Me acordé del regalito que me dejaste en la cama y me mojé toda jaja.

Me quedé mirando con una sonrisa nerviosa el sucio pero excitante espectáculo. Tomó la punta del perfecto chorizo que ella había hecho y, como si fuera una verga flácida, empezó a pajearlo con sus manos sucias de carne y flujo. Después de unas suaves subidas y bajadas con su mano, lo metió en su boca rosándolo suavemente con sus labios para que el embutido no se rompa. Cerca de 20 cm de chorizo se habían metido en su boca para luego sacarlo suavemente con un suave desliz en sus labios sin haber roto el blando tubo de carne.

-Todavía tengo el toque jaja –dijo con vos provocativa mientras pasaba la lengua por sus labios rojos y miraba la marca del labial rojo en los 20 cm del chorizo– Pero voy a necesitar algo un poco más duro.

Metió las manos por debajo de mi sucio delantal y me bajó el short y la ropa interior. Cuando notó la dureza de mi verga, una sonrisa se dibujó en su cara y me sacó, casi de un tirón, el pesado cuero del delantal. La dureza de mi verga quedó frente a su cara y de forma frenética hizo lo mismo que había hecho con el chorizo. Lo metió entero en su boca sin dejar de subir y bajar con sus carnosos labios. De vez en cuando amasaba con sus manos mis huevos, el tronco y el glande para luego volver a meterlo en su garganta, sin importarle los restos de carne que quedaban cuando lo tocaba.

Cuando notó que en cualquier momento mi verga podía convertirse en un volcán de leche caliente, se paró, se sacó el delantal y se bajó el pequeño short y su tanga negra para quedar completamente desnuda. No se preocupó por los elementos de trabajo que había en su mesada y se tumbó boca arriba y con las piernas bien abiertas sobre los chorizos que habíamos hecho y los restos de carne que habían quedado, manchándose toda con la mezcla de su producto.

-Cogeme pendejo –susurró al tiempo que tomaba una vez más el largo chorizo para chuparlo y frotarlo por sus enormes tetas.

Con la verga dura como una roca, embestí con mi glande en su concha empapada y los gemidos no se hicieron esperar. Uno, dos, tres, cuatro orgasmos conté mientras amasaba sus enormes tetas repletas de carne y metía y sacaba mi venoso pene de la humedad de su concha. Después de un rato, me pidió que la sacara y se dio vuelta para quedar tumbada boca abajo en la sucia mesada y dejar su culo a mi disposición. Abrí sus nalgas con mis manos y enterré mi lengua en su culo, intentando meterla en lo más profundo de sus entrañas. El aroma y el sabor que subían de su mojada concha me había cegado y, en ese momento, era capaz de hacer cualquier cosa.

-Rompeme bien el culo –me ordenó mientras con su mano derecha frotaba en su clítoris el chorizo imperfecto que yo había hecho.

Apoyé la punta de mi endurecida verga y empuje hacía delante con toda firmeza mientras ella empujaba hacía atrás. Mientras mi falo se abría camino en sus entrañas, los gritos de dolor y placer de la tía Norma retumbaban en la carnicería. Después de unos minutos de bombeo duro, sentí como la leche caliente empezó a trepar por mi verga, depositándola en su dilatado ano. Al sacarla, un hilo blanco espeso comenzó a chorrear del asterisco entre sus nalgas. Al pararse de la sucia mesada, paso su mano por su culo tratando de juntar la mayor cantidad de leche posible para luego meterla en su boca y saborearla como un delicioso postre. Nos quedamos ahí parados unos segundos repletos de carne cruda y olor a sexo.

Durante esos tres días en la casa de la tía aprendí lo más importante de su oficio con mucho entusiasmo. Mejoré mucho mi técnica con los embutidos gracias a sus lecciones y a la motivación del sexo más sucio y depravado de mi vida. Mamá quedó sorprendida de mis habilidades con el sucio trabajo, pero se sorprendió mucho más al ver que iba a pasar cada verano a la casa de mi tía Norma a ayudarla con su fructífero trabajo.

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