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¡Llegó Julio!

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Hace ya medio año tuve un encuentro con el hermano menor de mi mamá y quedamos en volverlo a repetir.

El domingo le envié un WhatsApp, preguntándole si me podría recibir el lunes. La respuesta fue inmediata: “Para ti, estoy las veces que quieras”. Así, después de unos intercambios subidos de tono, formalizamos el encuentro.

El lunes, yo cantaba mientras le servía el desayuno a mi marido, así le digo, aunque es mi amasio porque no me divorcié del padre de mi hija.

–¿Por qué tan contenta? –me preguntó mi marido.

–Porque me encanta despertar con tu trancota adentro. ¡Qué bueno que Dios los hizo así para despertarnos con alegría! –contesté sonriente y extendí mi mano para acariciar su pene sobre el pantalón.

–Bueno, en realidad, mi verga se despierta antes que yo y busca cobijo en un lugar tibio y húmedo, así que también despierto con mi “trancota” en un buen lugar –aclaró, y su falo se puso duro en mi mano mientras me acariciaba las nalgas.

Unos pocos arrumacos y manoseos más y nos pusimos a desayunar para que saliera él a tiempo, y yo también para el encuentro con mi tío. Así, empezamos felices la semana.

Aún con los resabios de semen en mis labios interiores, llegué a la casa de mi tío Efraín, quien bañado y rasurado me esperaba sólo en bata de baño, lo cual me agradó, pues era claro a qué iba yo.

–¡Bienvenida, Ishtar! –dijo dándome un beso y un abrazo al cerrar la puerta, los cuales prolongaron: el beso hasta enredarse nuestras lenguas y el abrazo masajeando mi espalda y nalgas.

–¡Qué rico recibimiento, pero quiero irme bien-venida! –dije con descaro.

–Habrá de todo “mhija”, te irás con lo que tengo de varios días –contestó con igual deseo.

–¿Cuántos días llevas sin ejercicio? ¿Ordeñas manualmente o en compañía? –pregunté indiscretamente.

–A veces lo hago en solitario, con los recuerdos, principalmente de Saraí… –expresó con tristeza, refiriéndose a su finada esposa–. Otras me auxilian algunas viejas amistades y familiares, las cuales no te nombraré, así como guardo tu nombre en secreto –contestó directa y firmemente. Aunque, según supe por otras fuentes, también coge con mi tía, también viuda, y otras de mis primas.

–¿Me recordaste alguna vez en este medio año? –pregunté metiendo mi mano entre su bata y acaricié sus huevos y la gran erección que ya babeaba…

–¡Claro que sí, Estrellita! Dejaste una impronta placentera y muchas ideas de cómo agasajarnos. No hay semana que no me acompañe tu recuerdo antes de dormir –contestó empezando a quitarme la ropa.

Yo seguí acariciándolo, ahora a dos manos, sólo separando alguna, y luego otra, para que me quitara las mangas de la blusa. Aproveché para quitarle la bata, haciéndola caer al piso. Al final, quedamos desnudos y volvimos a besarnos. Su glande se refocilaba entre los vellos de mi triángulo, humedeciéndome con el presemen. Nos tumbamos en la alfombra e hicimos un apasionado 69 que saboreamos más de diez minutos y él lo suspendió de golpe, dejándome sin el caramelo.

–Espera, golosa, no te vayas a tomar todo tan pronto. Ya vienes bien cogida y quieres más… –me dijo, seguramente porque el sabor delató el saludo matutino de mi marido, pues su lengua navegaba cada vez más profundamente en mi cuca, probando mi venida y la de mi cónyuge.

–Bueno, lamento que no sea sólo mi sabor, pero debo cumplir con mis deberes conyugales –dije a manera de disculpa.

–Al contrario, hijita, me gusta chuparlas cuando están cogidas y las hicieron venir mucho, el sabor es un poco distinto, pero más rico –contestó sin remilgos–. En cambio, las que no tienen quien las atienda frecuentemente, sueltan los jugos hasta que la lengua ha trabajado mucho –explicó, pero yo me quedé extasiada cuando me dijo “hijita”.

Lo mismo me ocurrió momentos antes, cuando igualmente cuando se dirigió a mí como “Estrellita” o “mhija”. Así que cerré los ojos, lo abracé y antes de besarlo le dije “Cógeme, papasito”, colocando su falo a la entrada de mi vagina. Me colgué de su cuello, le rodeé la cintura con mis piernas, me tomó de las nalgas y así, penetrada, caminó conmigo cargada, quien cabalgaba en ese palote de 20 centímetros, y me llevó a la recámara. Grité por los orgasmos que tenía al pensar que ere mi papá quien me cogía, pero él me decía suavemente “tranquila, mi niña, no te voy a soltar”.

con el palo adentro de mí, me puso de espaldas en la cama y colocó mis piernas en sus hombros. “Sigue papá, ¡cógeme mucho!”, le suplicaba sin abrir los ojos para que no se fuera de mi mente la figura de mi padre. Mi tío seguía de pie, pero encorvado, moviéndose con mucha enjundia, sacándome gritos de placer y muchos orgasmos “¡Dame tan rico como le das a mami, papacito!” decía yo y mi tío reaccionaba moviéndose más de prisa, hasta que desfallecida me solté de su cuello.

Mi tío me acomodó en la cama, arrastrándome como si fuera una carga muerta, y sudoroso se acostó a mi lado. Mientras descansaba, abrió la botella de Tequila que tenía en el buró y le dio un trago. Antes de que cerrara la botella le pedí que me la pasara y le di dos pequeños tragos antes de regresársela.

–¿Así te cogía mi cuñado? ¿Lo hice tan bien como él? –me preguntó y dio un pequeño eructo–. Perdón, es que no me he desayunado, a ver si no se me sube y no pueda darte lo que te guardé… –dijo y yo me reí.

Le conté que varios años atrás, a escondidas, vi cómo cogían mis padres y siempre deseé que mi papá me penetrara con tanto ahínco y dulzura como penetraba a mi madre, pero él no se dio por enterado y murió antes de que yo le pudiera pedir algo de eso “y seguramente hubiera recibido una gran reprimenda en lugar de lo que yo pedía”, concluí.

–Bueno, al parecer, ya sentiste a tu papá, al menos en tu imaginación –manifestó.

–No es la primera vez. Ya me había ocurrido con un señor un poco mayor que tú, y mi confesor sabe que gocé con ello –le dije, y pasé a platicarle lo de José, aunque no dije su nombre, ni que lo tenía como amante.

–Pues a ese señor que dices, le ha de haber pasado como a mí: me calenté más y quise darte como creí que tu papá lo había hecho –reveló.

Seguimos tomando y conversando sobre las parejas que hemos tenido, las posiciones que más nos han gustado. Le agradecí el 69 que me dio y le platiqué de la renuencia de mi esposo para el sexo oral y el gusto enorme que yo siento al chupar y ser chupada. Seguimos tomando el tequila hasta que se acabó.

–¿Cómo quieres cogerme ahora? –le pregunté arrastrando la lengua– Quiero que me cojas como se te antoje. ¿Te gustaría metérmelo por el culo, como querías la otra vez? ¡Éntrale!, pero ponme lubricante, pues tu trancota está como la que tenía mi papá: ¡enorme! –le decía moviéndole el tolete en círculos, tomándolo de la base con el índice y el pulgar teniendo los dedos restantes y la palma de mi mano en sus huevos, que también recibían el masaje del movimiento.

–Bueno, ya que quieres, te daré por allí –dijo y se levantó.

Regresó con un pequeño recipiente conteniendo aceite de oliva y un algodón. “Supongo que esto servirá para que no te duela”. Me coloco de rodillas y, recargada en mis extremidades superiores, levanto la grupa para que mi tío trabaje en mi ano.

–Ponle mucho, y también a tu verga, para que resbale suavecito… –le pido y miro de reojo el mástil enorme.

–Listo, Ishtar, si te duele, me dices para hacerlo más despacio… –me dice al ponerse de rodillas atrás de mí y colocar el glande a la entrada de mi ojete.

Siento con poco dolor cómo se abre paso esa estaca de carne dura y tibia, el Tequila me da suficiente valor para no quejarme, pero a la mitad del camino me muevo hacia atrás obligándolo a que me empale completamente, lo cual hace y yo suelto una carcajada al sentir el golpe de sus pubis en mis nalgas.

–¡Ja, ja, ja, ya entró todo y no me dolió! Dale fuerte y rápido, lléname las tripas con tu leche, tío, haz de cuenta que es Mague a la que tienes ensartada, ¡va por ella! ¡Cógeme para que ella sea feliz allá en el Cielo! –le pedí y Efraín me tomó de la cadera para mover mi cuerpo con mayor facilidad.

Mis tetas rebotaban al ritmo que me imprimía el viaje de veinte centímetros de mete y saca. Sentí el primer orgasmo y grité “¡Vente, has feliz a mi hermana!”. Como si ese fuera el abrir del grifo sentí la tibieza del semen, cual si fuese una lavativa de amor…

Al terminar de venirse, recargó su cuerpo sobre el mío y me acosté abotonada, pues la verga no disminuía de tamaño. Mi esfínter palpitaba queriendo exprimir su miembro que, pasado casi un minuto comenzó a ponerse flácido y salió. “Con una mujer como tú, no es necesario el Viagra” dijo y rodó su cuerpo a mi lado.

Dormimos plácidamente, hasta que el teléfono móvil me despertó. Tuve que correr a la sala para sacarlo de mi bolso, pero ya había dejado de sonar. Era mi marido. Volví a la cama y mi tío no estaba allí, había entrado al baño a limpiarse. Al salir, me invitó a bañarnos y le hice el ademán de que guardara silencio, par que yo pudiera regresar la llamada a mi esposo.

–Hola, ya estoy orillada, me pescaste en tránsito –dije, y estiré mi mano para jalarle el escroto a Efraín.

–Hola, mi mujer, ¿sigues feliz? –preguntó.

–Sí, hay motivos para ello, la cogida estuvo riquísima –contesté agitando la verga de mi tío, refiriéndome a la que Efraín me había dado, pero haciéndole creer que aludía al “mañanero” con el que me desperté.

–¡Qué bueno! Te hablo para avisarte que llegaré un poco retrasado a comer, hay unos profesores que quieren hablar conmigo –explicó.

–Bueno, te espero –dije y nos despedimos. Colgué y me puse a mamar en la mamila que le había crecido a mi tío.

Salió presemen y el semen acumulado en el tronco. Lo degusté con placer mientras que crecía más. Me tumbó en la cama, boca arriba, se agarró de mis chiches y me la dejó ir hasta el fondo. “¡Ah…!”, exclamé abrazándolo y, entre besos y su vaivén, hubo un coito más, también muy rico…

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