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Lo que pasó el 25 al lado del nacimiento, a escondidas

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Ese año estábamos celebrando, entre otras cosas, que nos habían elegido como pareja para servir en la iglesia. 

Preparábamos adultos para que hicieran su primera comunión y la confirmación después.

Un tipo de evangelización exprés.

La comunidad nos respetaba y añoraba vernos servir juntos.

Eloína y yo recibíamos constantes invitaciones para dar pláticas y servicios a grupos que la iglesia apoyaba.

Como era de esperarse, para navidades, celebraríamos juntos.

Eloína en ese entonces tenía 34 años de edad. Una mujer de 1.58 cm de estatura. Delgada, tez morena, ojos rasgados, labios carnosos, sonrisa practicada y muy agradable.

Lo que hacía atractiva a Eloína era su radiante feminidad, cómo caminaba, y sus gestos siempre muy delicados.

Para mí, Eloína representaba una conquista. Para ese entonces yo tenía 24 años de edad. Mi tez es blanca y de cuerpo esbelto y rayando en lo atlético. Con 1.84 de estatura, Eloína se sentía atraída hacia mí y yo hacía ella.

Recibida la invitación para cenar en su casa junto con su familia en esa navidad, acepté y pregunté los detalles pertinentes para respetar las costumbres familiares.

Nada fuera de lo normal, una familia muy tradicional que gustaba de compartir y celebrar felizmente.

Conocí al tío de Eloína, un tipo sumamente agradable que de lo único que hablaba era de las veces que bebía alcohol y las aventuras que cada copa le acompañaba.

El papá de Eloína era un tipo sumamente atento, divertido y de carácter muy ligero.

La hermana de Eloína, era de tez blanca, un poco más refinada que ella y muy fiel a su novio que no estaba presente.

La madre de Eloína era la figura seria de la familia.

Me hablaba en tonos más firmes.

Me hacía preguntas que hacían que el resto de la mesa guardara silencio.

Pero mi picardía y falta de pena hacía que mis respuestas se volvieran entretenimiento y amenidades.

Después de proceder con todas las tradiciones al rededor del nacimiento, me invitaron a que me quedara a dormir en la casa.

Específicamente en la sala, al lado del nacimiento.

Acepté, ya que era de madrugada, y digamos que no andaba en una zona muy segura de la ciudad.

Pusieron un par de sábanas y una almohada en el sofá más grande de la casa y me indicaron que ahí podía dormir.

A lo que acepté sin chistar.

Todos nos despedimos a nuestras respectivas camas muy felices.

Mientras yo contemplaba la frialdad de la sala, la quietud, el silencio, y mi soledad, comencé a quedarme dormido.

Justo cuando apenas bostezaba, escuché ruidos en la cocina, que estaba conectada al comedor, que conectaba, a su vez, la sala, donde yo estaba.

Entre abrí los ojos y vi una silueta distinta.

Eloína venía cargando sábanas y almohadas.

Ella venía cubierta con una chamarra debajo de un abrigo muy afelpado.

En efecto estábamos bajo cero grados centígrados.

Se me acercó y me susurró al oído:

No te levantes, me pidió mi mamá que te trajera esto, porque al parecer la noche será muy fría.

Yo me sorprendí, porque pensé que yo no le caía muy bien a la madre.

Eloína me preguntó si necesitaba algo más.

Yo le dije que no, que todo estaba muy bien, que estaba muy agradecido con ella y su familia.

Asintió, me regaló esa sonrisa que la caracterizaba y perfeccionada con la edad, se dio la vuelta y acto seguido…

La alcancé con mi brazo izquierdo, la tomé del brazo.

Viró hacia mí con cara de asombro.

La tomé de la cintura por encima de ese afelpado abrigo, la acerqué hacia mí.

Me miró con una cara de inocencia que no sé si lo hizo porque sabía que me iba a provocar más aún.

La comencé a besar.

Eloína es de las mujeres que besa demasiado bien.

Sus labios carnosos se deslizaban entre los míos.

Su piel tan suave me invitaba a recorrerla con mis mejillas, ya que al ser una parte muy sensible de mi cara, aumentaban la temperatura de mi cuerpo.

Lo cual me excitaba aún más.

Eloína poco gemía, estaba enfocada en darme placer, por lo menos con sus labios.

Dejaba que recorriera su cuello con mis labios, y descubría más su cuello cuando mi lengua comenzaba a rozar la parte inferior de sus oídos.

Apenas gemía, se escuchaban sonidos muy ligeros pero puntuales.

Me estaba comunicando que en efecto, se estaba excitando.

Le mordía la parte inferior del oído, ya sabes, ese inicio redondo y suave que como que cuelga de la oreja.

Ella gemía más.

Antes de continuar, la acerqué a la pared.

Atinadamente su espalda pudo activar el interruptor para apagar la luz.

Apenas se hizo la obscuridad Eloína me volvió a alcanzar los labios.

Ella estaba esperando órdenes.

Eloína no iniciaba, era yo quien lo tenía que hacer.

Fui desabrochando cada capa de su esbelto cuerpo.

Su aliento fresco a menta delató que antes de venir a visitarme usó pasta dental y enjuague bucal para ir a dormir, o bien, para impresionarme.

Bajé el cierre de Eloína de aquella chamarra entre abierta…

Gracias a que el nacimiento estaba cerca de la ventana que daba a la calle, había una luz que nos ayudaba a entre ver lo que estaba pasando.

Eso y más las luces del nacimiento y árbol de navidad, iluminaban la escena creando una penumbra de colores muy poco común.

Pude ver la línea que separaba sus pequeños senos dirigir mi mirada a su esbelto y casi plano vientre.

Cuando vi su ombligo me bajé a besarlo.

Mientras yo estaba ahí, sentía sus manos meter sus dedos entre mi cabello.

Yo deslizaba mis manos por su vientre hasta descubrir sus senos.

Quería que sintieran el frío y se pusieran erectos inmediatamente.

Le mordí un poco el vientre.

Metí mi lengua a su inexplorado ombligo.

Subí mis manos y las dirigí con la mayor suavidad que pude hacia sus pezones.

De tamaño mediano, suaves, pero firmemente erectos.

Ella me seguía revolviendo el cabello.

Estaba dispuesta a todo lo que yo quisiera.

Pero yo no lo sabia.

Por lo tanto la puse a prueba.

Comencé a llevar sus senos a mi boca. De esos senos que por el tamaño uno de ellos cabe bien dentro de la boca.

Me los comía pero sin ser áspero, trataba de ser tierno pero sentía que me la quería comer.

La volví a besar llevando mis manos a su cuello.

Introduje mis dedos en su boca, y bajé mis mano dentro de su pantie.

Eloína se había depilado completamente.

Entonces le dije: conque venías preparada eh.

Sólo gimió asintiendo.

Bajé mis manos a sus nalgas.

Sentí la felpa del pants que estaba usando.

Desnudé sus lisos y tersos glúteos.

Pasamos de estar en la pared, hacia el sillón.

Quería que se apoyara ahí, mientras yo la manoseaba.

Ambos quedamos frente al nacimiento.

Ella, que estaba de espaldas a mí, me volteó a ver.

Nuestras miradas se cruzaron y sentíamos cómo toda la culpa se nos venía encima.

Estábamos fornicando sin estar casados, frente al nacimiento y el árbol de navidad.

Para ese momento ella sintió mi pene que se comenzaba a endurecer. Lo que hizo que presionara sus nalgas sobre mi pantalón.

Aunque ella no iniciaba, hacíamos buen equipo, y en ese momento no fue la excepción.

Se volteó y suavemente me comenzó a bajar el cierre del pantalón y decidí ayudarla, ya que era de mezclilla y se ajustaba muy bien a mis piernas.

La volví a besar y le pregunté que si era seguro lo que estábamos haciendo, ya que no quería que su mamá, su papá, su hermana, y su tío, nos vieran.

Me dijo: no sé… pero tú dime qué hago.

Presioné su cabeza hacia abajo.

Ella ya sabía que hacer.

Puto frío!, cuando sentí su aliento en mi glande y después su lengua, sentí un gran alivio.

Me la estaba mamando, en la sala de su casa, mientras yo tenía de frente al nacimiento, cuando todos, supuestamente dormían.

La adrenalina subía por todo mi cuerpo.

Sentía culpa, miedo, y frío!

La tomé del cuello y la volví a subir hacia mi cara.

Mi verga dura y babeada comenzaba a sentir el frío.

Le pregunté: ¿quieres que te coja?

Asintió gimiendo.

La volteé.

La empiné.

Su vientre y senos estaban sobre el borden del largo del sofá.

Su culo desnudo estaba enfrente de mi verga.

Me bajé a lamerle la vagina y seguía gimiendo.

Yo cargaba un condón en mi chamarra.

Lo saqué y mientras lo abría, la volteé y le dije que me la mamara otra vez.

Eloína era muy rápida para eso.

Entonces, ya me lo estaba parando más aún.

Le dije que se volteara de nuevo para ponerme el condón.

La volví a empinar y madres.

Nunca había sentido una vagina tan caliente por dentro.

O no sé si era el puto frío.

Pero me la cogí sin vergüenza. Sin pena, sin pudor. Ya valiéndome todo.

El hecho de tener el nacimiento frente a nosotros nos excitaba más.

Una locura.

Yo seguía cogiéndomela, sostenía sus senos con mis manos.

Qué ricas nalgas.

Qué puto frío.

Enredé su cabello que le llegaba debajo de los hombros en mi muñeca y comencé a tirar para atrás.

Veía cómo su cara se levantaba.

Sostuve con mi otra mano su cuello, mientras metía y sacaba mi verga de su vagina.

Mientras se escuchaba el clac clac…. Clac del vaivén.

Antes de venirme, me arranqué el condón y le pedí que se bajara a mamar.

Y le indiqué que quería que se lo tragara todo.

Ya que además, para mi buena suerte, no teníamos otra opción mejor.

¿Dónde escondíamos mi semen?

Y no me quería venir dentro de su vagina.

Le pregunté si quería que le avisara, y me dijo que no.

Que yo decidiera cuando venirme, ya que de igual manera se lo tragaría todo.

Uff qué puto alivio fue venirme dentro de su boca.

Acto seguido.

Y sorprendidos de que pudiéramos hacerlo con tal facilidad.

Nos vestimos de nuevo.

Vi cómo se subía el pants cubriendo sus nalgas mientras yo le di una nalgada justo antes de que se lo volviera a subir completamente.

Me recostó en el sofá, me tapó muy bien, dio un beso en la boca, sonriendo, y me dio las gracias.

Se fue, y yo dormí como un bebé.

Al otro día, su perra me despertó de un salto en el sofá.

Ya se oía movimiento en la cocina.

Eran ella y su mamá.

Me invitaron a la mesa para tomar café.

Al poco tiempo ya estaba reunido con la familia, platicando, y desayunando como si nada hubiera pasado…

Cuando terminamos me ofrecí a lavar los platos.

Aunque no quisieron, era demasiado tarde.

Entonces, Eloína se levantó a ayudarme.

Se me acercó y me susurró al oído lo siguiente:

En la mañana fui la primera en entrar a la cocina, y al acercarme para ver si estabas dormido, vi tirado el condón.

La perra por poco y lo agarra, entonces lo escondí en la bolsa del pantalón…

Y con un guiño de su ojo, me dijo: Al rato lo tiro.

Sin duda esa ha sido una de las veces más atrevidas que cogimos Eloína y yo.

Aunque justo me acabo de acordar la vez que nos peleamos, saliendo de misa un domingo…

Continuará...

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