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Los remedos de los celos

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Éste es un relato que, a petición mía, escribió mi amante.  Una ocasión que él me tenía encuerada en la cama, posando con las piernas abiertas y tomándome fotografías, le pregunté si tenía fotos de su exesposa, a quien frecuentemente se coge (no tanto como a mí). Me dijo que sí y que algunas no las tomó él. “¿Y qué sentiste cuando las viste?”, le pregunté. “Me encabroné”, contestó poniendo la cara agria por el recuerdo. “Imagina lo que pensaría tu marido si ve las fotos que te he tomado…” concluyó. Asumí que no se refería a fotos actuales, sino cuando ellos estaban casados.

Le pregunté si aún pensaba en ello con molestia, aunque hubiese pasado tanto tiempo. “Sí, y también lo relaciono con lo que tu marido ignora y yo ignoraba entonces”, precisó. Aproveché la ocasión para que me escribiera su sentir de entonces y la relación actual cuando ve mis fotos y piensa en ella, o viceversa. ¡Y me lo escribió! Después le pedí que especificara algunas cosas que no estaban claras para mí, pues ignoraba la relación que hubo entonces. Terminé señalando el texto con varios colores, escribiendo al margen qué precisiones quería que incluyera. Salió un escrito enorme, el cual acordamos podar para publicarlo aquí, y lo que sigue es el resultado de ello, en voz de mi adorado mamador.

Aunque no lo creas, no he cogido con muchas mujeres. Cuando sí anduve de pitosuelto fue al divorciarme, casi cualquier mujer que me lo pedía, lo obtenía. Raramente era yo quien pedía coger y muchas más se dieron por seducción mutua, de tal manera que pronto estábamos cogiendo. También en esa temporada me seguía cogiendo a mi exesposa. Es decir, no me la he dejado de coger desde la vez que la desvirgué, la sigo amando.

La conocí cuando ella tenía 17 años y nos casamos cuando ambos teníamos 22. Todo era felicidad para mí, pero ella pronto tuvo un amante que la satisfacía mejor que yo, y continúa cogiendo con él en encuentros esporádicos. Después tuvo uno más que le enseñó mucho sobre sexo y disfrutó de esas experiencias maravillosamente, también yo, a través de ella.

A casi ocho de matrimonio, accidentalmente, descubrí su engaño. Una vez que ella había salido y yo buscaba urgentemente unos documentos que debía entregar, al buscar con desesperación, cayó una pequeña caja que se abrió con el golpe y de la cual salieron cartas y fotografías. Al tratar de guardarlas vi una selfie en polaroid de ella con su primer amante, se miraban amorosos y desnudos frente al espejo, la fecha era de finales del segundo año de nuestra boda. Leí varias cartas que él le había enviado. También había poemas y otras líneas del segundo amante, además de un diskette, el cual tenía unas imágenes de ella desnuda en poses provocadoras y relucía su sonrisa coqueta, incitante y deseosa. Escaneé las fotografías de papel y varias cartas calientes, además copié el contenido del diskette. Afortunadamente, también encontré los documentos que buscaba y puse todo en su lugar.

Ella regresó ese día en la noche. Yo estaba molesto, pero muy caliente imaginándola en brazos de otro y efectivamente, en su salida había estado cogiendo con otro. Era tanta mi arrachera que apenas llegó la desnudé besándola por todas partes. Ella sonreía, pero me pedía ir al baño. No la dejé, le mamé las chiches al tiempo que le acariciaba la pucha que estaba húmeda. Cuando la besé, su boca me supo débilmente a semen, después supe que le había mamado la verga a él en el auto cuando la trajo a casa. Además, después vi que en su blusa había un par de vellos castaños. La acosté en la alfombra, le abrí las piernas para chuparle la vagina, la cual vi con vellos muy revueltos y algo pegados, pero su olor me enervó y me puse a chupar, succionándole los labios y el clítoris, la entrepierna la sentía pegajosa en mis mejillas. ¡Sabía deliciosa y la mamé mucho tiempo!, le limpié las piernas con mi lengua y me la cogí. Ella, reacia al principio, cambió su actitud por la de una viciosa del sexo, más cuando, después de penetrarla y venirme abundantemente pues chacualeaba en el atole que ella traía, la puse en posición de 69, donde mamó sin descanso hasta que volví a eyacular.

–Eres muy puta –le dije mientras acariciaba todo su cuerpo– llegas de coger y aún tienes ganas de más.

–¿Por qué dices eso? –me preguntó por puro formulismo, más que como reclamo.

–Vienes llena de semen y me dejaste que te chupara.

–Sí, es semen lo que traía en la pepa y en la boca, pero yo no te obligué a chuparme –contestó a manera de disculpa.

Esa fue la primera vez que supe que estaba saboreando a una mujer recientemente cogida, y me gustó, lo gocé enormemente. Posteriormente tratamos de poner las cosas claras, le pregunté qué necesitaba para no andar de puta con otros y se molestó. Las cosas se deterioraron y tuvimos que divorciarnos porque ella no estaba dispuesta a dejar a sus amantes. Ya estando solo, me masturbaba viendo sus fotos y pensando cómo se la estarían cogiendo ésos y otros amantes más. Eran oleadas de semen las que me salían.

Ya divorciados, a veces me hablaba para que fuera a su casa a cogérmela, o yo llegaba después de que había dormido con alguna de sus parejas para deleitarme con el atole que habían hecho. Me platicaba de sus nuevas conquistas y me enseñaba las poses que aprendía.

Después me volví a casar, pero mi esposa sólo me chupaba la verga cuando estaba exageradamente caliente; eventualmente yo volvía a las fotos y a las cartas para masturbarme. También, ella me seguía invitando a probar algún nuevo sabor de atole. Y en esas hemos estado...

Ahora, al mirar las fotos que te tomo, donde apareces sonriendo o con cara de gozo por las caricias de mi verga o de mi boca, me pregunto qué haría tu marido si las descubriera, e irremediablemente me viene la mezcla de calentura y enojo cuando en lugar de tu cara imagino la de ella, diciéndole a su amante palabras similares con las que tú me pides que te coja.

Claro que tus fotos me calientan y me masturbo viéndote en ellas, también cuando imagino las escenas que me cuentas cuando haces el amor con tu esposo. Casi todo lo que me cuentas de ustedes es porque te lo pregunto; son pocas las que mencionas libremente, casi siempre cuando comparas o cuando mencionas coincidencias. “¿Cuál verga te gusta más?”, te pregunto y me contestas que las dos, la de él por estar más larga y la mía por estar más gruesa; mi ex contestó una vez “pinche falocracia, ¿por qué les gusta preguntar eso? He tenido más grandes y más chicas que la tuya, pero el tamaño no es lo más importante, sino cómo cogen y la parafernalia alrededor del acto sexual”.

Me gusta exclamar “¡Qué bonitas nalgas tienes, mami!” cuando te montas en mí dándome la espalda a la orilla de la cama. “Lo mismo dice mi marido cuando él me coge así, nene”, me contestas. En cambio, cuando a ella le digo “¡Qué chichotas tan hermosas tienes, mi Nena puta!”, antes de ponerme a chupárselas, ella dice “Mis tetas, ¡sólo les gustan mis tetas a todos porque están grandes!”.

Es irremediable comparar unas mujeres con otras, en el trato, en la figura y cómo cogen; lo mismo han de hacer las mujeres. Pero a veces, el pensamiento y el recuerdo es un refugio para llegar al final de un buen coito. Cuando estoy muy caliente y mi esposa también, le pido que me chupe la verga y los huevos, pero casi siempre se niega y me dice “gánatelo”. En ese momento recuerdo tu rostro disfrutando mi verga y sigo cogiendo hasta venirme con mi mente ocupada en tu imagen, como la de las fotos. Mi ex también es una buena mamadora y semenólica, como tú. A ella le gusta el sabor de mi leche, “es el semen más rico de todos, y lo digo en serio, aunque también me gusta el de los otros y extraerles hasta los sesos con mis chupadas mientras se están viniendo en mi boca”, me dice antes de someterme como macho de degustación. A ti misma, te gusta chupar verga y tomar leche, y, aunque no me lo dices, cada una de las veces comparas los sabores mientras te llenas la boca.

Veo tu foto, acostada y desnuda, el cuerpo de frente y la cara de perfil con los ojos cerrados, disfrutando el reposo después de haberte venido con mis chupadas. Tienes las piernas abiertas y las extremidades flexionadas, manos hacia arriba y pies hacia abajo. Los vellos revueltos por el viaje de mi lengua, los labios muy abiertos que dejan ver el orificio hacia tu interior, toda esa zona brillante de saliva y flujos. Me pregunto si tu marido se habrá deleitado con una vista parecida o sólo me la muestras a mí. Luego, en lugar de tu cara está la de mi ex, quien reposa plácida después de que su amante se la cogió o le chupó la vagina, y caigo en cuenta que nunca la vi así mientras fue mi esposa y digo “Te amo puta, mi Nena”.

Otra foto donde estás en cuatro sobre la cama descansando sobre las manos y las rodillas, y mamándome la verga. En la foto, tomada desde mi cara, se miran tus nalgas y mi dedo cordial dentro de tu vagina, en tanto que los otros cuatro dedos reposan sobre tus nalgas. Chupas con deleite, lo sé porque lo sentía así, aunque en la foto no salga esa parte. ¿También tu marido te acariciará la panocha de esa manera? No lo sé, pero a mi ex sí la he tenido así al disponerme a lamerle el culo y la raja, como a ti, y sé que así le gusta que le hagan también sus amantes porque me lo ha contado para ponerme más caliente mientras me la cojo.

Hay una foto tuya que tomé desde tu pubis, miras a la cámara con cara de puta que se asoma entre tus chiches. Así le tomó el hermano de su amante una foto a mi exesposa y las chiches enormes ocupan la mitad de la imagen, también tiene una cara de gozo, seguramente por la misma razón que tú. Quizá no necesite explicarte que mi exesposa coge con quien le gusta, basta coquetearle un poco y destacar su pecho para que éste sea la promesa de entrada al Paraíso; eso hizo con el hermano fotógrafo del amante y otras decenas de hombres más: se los cogió.

Una similitud más entre las fotos de ella y las tuyas es la que estás boca arriba y se muestra tus piernas abiertas donde se nota en tu raja cómo escurre mi semen hasta tu culo. En la que le tomaron a ella, está boca abajo y desde el culo escurre el semen hacia su raja. En ambos casos, al ver las fotos, me dan ganas de chuparlas para limpiarles la leche.

También me gusta verte haciéndome una chaqueta, con una mano en mi tronco y la otra envolviéndome los huevos o dándoles jalones. Seguramente tu esposo no aceptaría verte tan feliz jugando con mi aparato. Así está una foto de ella: sentada al lado de su amante en reposo y su hermosa cara soltando una carcajada al mirar la enorme tranca que jala con su mano y los grandes huevos del amado. Según me dijo, ella reía pues estaba indecisa si lo seguía masturbando para mirar el chorro de semen o montarse en ella para cabalgarlo.

¿Qué pasará cuando tu marido encuentre tus archivos de imágenes empaquetadas, ocultos entre los del sistema operativo con una extensión rara y descifre la clave de encriptación? Sí, tú dices “¡Ay, Dios no lo quiera!”

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