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Lucía, dominación y sexo en la Roma Imperial (Segunda parte)
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Tiempo de lectura: 5 minutos

Julio dejó el libro que estaba leyendo sobre la mesa de su habitación y suspiró. Echaba de menos la brisa marina de Pompeya. En Roma había demasiada gente y pasear por algunas calles a determinadas horas era peligroso. Sin embargo no podía quejarse, su familia, sin ser de las más ricas, era acomodada. Su madre había insistido en cambiar de aires y venir a Roma a hacer vida social. Su obsesión por la moda era, en su opinión, patológica. Luego estaba su padre, Fulvio, un tipo inteligente que solo tenía una debilidad, su esposa, a la que trataba de complacer en todo aun cuando eso pusiera en peligro la economía familiar.

Luego estaba el asunto importante, su matrimonio. Al parecer una tal Lucía, hija de un amigo de su padre era la elegida. No tenía ni la menor idea de quien era la tal Lucía, pero mañana, en el banquete nocturno, saldría de dudas. Solo tenía que pensar en como presentarse, tenía algunas ideas pero…

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por el anuncio y entrada de tres esclavas que en silencio permanecieron de pie, alineadas, aguardando órdenes.

Juan se levantó y las observó. La primera empezando por la izquierda era una cocinera joven y con el rostro regordete. Sus pechos, de gran tamaño y su culo respingón no pasaban desapercibidos.

A su lado estaba Xing, la más joven de las tres. Xing atendía personalmente a la madre Juan, enfrentándose al reto de arreglar su cabello y mantener en pie los peinados imposibles con los que se encaprichaba. Juan estaba seguro que, por muy buena que fuese en su trabajo, las expectativas de su madre eran difíciles de satisfacer. En más de una ocasión había oído el ruido del castigo. Una vez se había asomado encontrando a la esclava con el culo al aire sobre las rodillas de su progenitora, el cepillo de madera cayendo sobre las pálidas nalgas pintándolas de rojo.

Por último la nueva.

– ¿Te conozco? – preguntó Juan.

La esclava bajó la mirada sin responder.

Juan se acercó a las mujeres y acercándose y tocando en el hombro a Xing le dijo que le mostrase el trasero. La esclava obedeció dejando a la vista un culete con señales de haber recibido un correctivo recientemente. Juan sintió un cosquilleo en su pene.

– Esta bien, tú y tú podéis iros. – dijo el hijo de Fulvio señalando a la cocinera y a la propietaria de las nalgas rojas.

Las muchachas abandonaron la sala.

– ¡Desnúdate!

La esclava que quedaba obedeció y dejó caer la túnica que llevaba y levantando los ojos dijo.

– Dominus, ¿sóis el soldado verdad?

Juan contempló el cuerpo desnudo que tenía en frente.

– Veo que te azotaron y te marcaron el seno. ¿Cómo te llamas? – dijo mientras tocaba con la mano las nalgas de la joven.

– Maya. – respondió la mujer visiblemente nerviosa. Sus manos temblando.

Juan dejó de tocarle el culo.

– Veo que no ardes en deseo de tener sexo. Podría forzarte, pero no es mi estilo.

– Dominus ¿yo? la señora… – reaccionó Maya con un tono de alarma en su voz.

– ¿Sabes leer? – preguntó el soldado cambiando de tema.

– No, pero mi padre me contaba historias.

– Historias… suena interesante… necesito a alguien que se encargue de mis cosas… naturalmente, tendrás que aprender a leer… pero pareces lista. ¿Puedo confiar en ti?

Maya respondió afirmativamente.

– Y no te preocupes, le diré a mi madre que te he montado y el sexo me ha satisfecho.

Maya, más relajada, asintió y agradeció las palabras de su amo. Luego se puso el vestido cubriendo su desnudez y dejó la sala.

Juan se quedó pensativo. Iba a contratar una asistente que no sabía leer y que se había fugado. Sin embargo, confiaba en sus posibilidades, después de todo quien busca la libertad es capaz de ofrecer ideas frescas. "Además, no creo que vuelva a intentarlo. Con esa "S" marcada en su teta es difícil que llegue lejos… por otro lado, es lista, seguro que la esperanza de conseguir la manumisión es menos dolorosa." pensó.

**************

Lucía, algo afectada por el vino mezclado con agua echó un vistazo a su alrededor. Desde luego no habían ahorrado en gastos. La casa no era de las más espectaculares, pero la mesa estaba ricamente adornada y la comida había sido abundante obligando a más de uno a visitar el "vomitorio". Eso es lo que más molestaba a la hija de Livia, eso junto con los continuos eructos y peor aún, las ventosidades que algunos invitados tenían a bien soltar en público y que los perfumes apenas lograban disimular. Los diez invitados, sin contar a los anfitriones, se reclinaban semi acostados. De pie, tres esclavas y cuatro esclavos, vestidos con lo imprescindible para tapar sus vergüenzas, atendían la mesa y servían el vino.

– ¿Dónde se ha metido mi prometido? – preguntó Lucía a su madre.

– No lo sé hija, ya ves que se ha presentado Fulvio y su mujer, pero no han comentado nada del chico.

– A lo mejor está enfermo. – intervino el senador calvo que había aparecido en las quinielas ha prometido.

– O estreñido y le están poniendo una lavativa. – comentó una mujer madura de rostro pálido, pechos flacidos y juicio algo afectado por el alcohol.

La imagen del culo de su futuro esposo en tan humillante posición cruzó la mente de Lucía por unos instantes.

– ¿Qué piensas de eso? – le dijo un joven reclinándose a su lado.

Lucía dirigió la mirada hacia la escena que le indicaba su nuevo interlocutor. Un tío enorme y lleno de músculos con su rostro oculto tras una máscara dorada estaba sodomizando a una esbelta esclava con rasgos orientales que yacía tumbada sobre unos cojines. La joven parecía disfrutar del asalto aunque quizás no era más que una máscara.

– Son como animales salvajes. Echo en falta el cortejo. – respondió mirando al muchacho.

– Tu cara me resulta familiar. – continuó Lucía mirando a su interlocutor.

– ¿Quieres ver el jardín? – ofreció el desconocido con una sonrisa.

Lucía, confundida por el vino y la atmosfera tardó en responder unos instantes.

– Veras, yo es que estoy prometí…

– Hijo, ¿qué tal estás? – dijo Fulvio acercándose a la pareja.

"El hijo de Fulvio." pensó Lucía en voz alta atando cabos y enrojeciendo.

– Julio, me llamo Julio… encantado.

******************

El jardín era hermoso. Había rosas, lirios y claveles. En el centro una pequeña fuente de la que salían dos chorros de agua creaba música natural. Un pájaro trinaba tratando de llamar la atención en un intento vital para encontrar pareja.

Lucía y Julio se sentaron.

– ¿Puedo cogerte la mano? – preguntó el varón.

El pulso de Lucía se aceleró.

Luego, recordando algo, se rio nerviosa.

– ¿Y esa risa?

– Nada, que pareces muy galante. A mi me dijeron…

– Crees que soy blando.

– No he dicho eso.

– Ya… pues no te equivoques, soy el pater familia, tu señor y dueño y puedo castigarte cuando quiera y como quiera…

Lucía, aunque sonrió, notó como un escalofrío recorría su espalda. Las palabras de su prometido eran tal cual… en cierto modo, en ese aspecto, ella no era más que una esclava.

Julio notó la intranquilidad en su compañera y para tranquilizarla o quizás porque la atracción es algo inevitable, la besó en los labios.

– ¿Te gustó?

Lucía se pasó la lengua por la comisura de sus labios y asintió. Quería más, mucho más.

– ¿Dónde está tu habitación?

****************

– Dominus… Domina – dijo Maya cuando nuestros protagonistas entraron en el dormitorio.

– Maya… el soldado… – dijo Lucía mirando alternativamente a ambos reconociendo a su futuro esposo.

– Bueno, ya os conocéis. Lucía, te presento a Maya, la esclava que me ayudará con el papeleo y otros asuntos.

– ¿Qué tal estás? Te recuperaste…

– Sí, gracias Domina.

Se hizo el silencio.

– Perdonadme, me retiro y os dejo… solo estaba.- dijo Maya saliendo.

– Por dónde íbamos, ah sí…

Lucía y Julio se desnudaron y se fundieron en un beso intenso con lengua e intercambio de saliva. Luego Julio le chupó las tetas a Lucía quién, cuando llegó su turno, puso en práctica sus lecciones amatorias haciendo que el miembro de su prometido creciese y palpitase emanando calor.

Lucía se dio la vuelta.

– ¿Qué haces? – dijo Julio.

La chica le miró confundida.

– Quiero mirarte a los ojos mientras lo hacemos. – respondió el soldado impidiendo que le diese la espalda.

Lucía sintió como el pene de su amante se abría paso en su húmeda vagina y gimió. Los labios de su prometido besuqueaban su cuello mientras que sus manos ásperas, manejándose con una suavidad casi imposible, sobaban sus nalgas.

El placer inundó a la pareja.

Luego, sobre la cama, mientras la respiración más calmada de Julio llegaba a sus oídos, Lucía pensó en Maya. En el látigo golpeando su espalda, en la teta y el pezón erecto…

Pensó en ella y esta vez no sintió lástima.

Sintió algo peor… sintió celos.

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