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Me voy a correr, métela ahora en mi culo

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Todo comenzó un sábado por la tarde que ibas por la acera y casi te caes debido a un baldosín que estaba suelto.  Yo salía del portal de edificio en el que vivo, te sujeté, te miré a los ojos y te pregunté:

-¿Te has hecho mucho daño?

Te habías puesto pálida y arrimaste la espalda a la pared.

-Por la manera que me duele el tobillo creo que lo rompí.

Me agaché y tanteé el tobillo, lo habías torcido, pero te dije:

-Tienes un tendón fuera de su sitio.

-¿Eres médico?

-No, pero hace tiempo era curandero en mi pueblo. Podría llevártelo a su sitio, si quieres.

-¿Aquí?

En realidad lo que quería era llevarte a la cama. Sabía que en unos minutos el dolor se iría, así que te dije:

-No, lo haría en mi piso, allí tengo la pomada y las vendas.

-No sé ni cómo te llamas.

-Me llamo Enrique. ¿Vamos?

-No sé...

-¿Llamo a una ambulancia?

-No, mejor vamos a tu piso. Yo me llamo... Llámame cómo quieras.

-Te llamaré Cielo.

Al no querer decirme tu nombre supe que o tenías novio, o estabas casada o había alguien en tu vida. Apoyada en mí fuiste a la pata coja hasta el ascensor, después hasta la puerta de mi piso y luego hasta el tresillo del salón.

Mientras cogía la pomada y las vendas en un cajón, me peguntaste:

-¿Tu esposa no está en casa?

-No, va de fin de semana a Londres.

Pusiste cara de preocupación.

-No esperaba que estuviéramos solos.

-Tranquila, estás muy rica, pero no va a ocurrir nada que no quieras que ocurra.

-¿Eso quiere decir que vas a intentar hacer algo?

-Eso quiere decir que te voy a arreglar ese tobillo, si me dejas.

Te estiré la pierna y te puse el pie sobre la mesa camilla, te quité el zapato y te dije:

-Quita las medias que yo me doy la vuelta para no ver lo que no debo.

Me di la vuelta, te quitaste las medias y volviste a poner el pie sobre la mesa camilla.

Unté crema antiinflamatoria suavemente en tu tobillo y lo masajeé... Poco a poco el dolor se fue y el color volvió a tus mejillas. Cuando subí del tobillo masajeando tu pierna, me preguntaste:

-¿Eso es necesario?

-Sí.

Te levanté el vestido y seguí subiendo hasta llegar al lado de las bragas.

-¿Cómo va ese tobillo?

-Ya no lo siento.

Te pasé el dedo pulgar por el coño y te pregunté:

-¿Me dejas jugar contigo, Cielo?

Me miraste y no vi enfado en tu cara por haber tocado aquella cosita húmeda.

-Sabía que me ibas a entrar de un modo o de otro.

Y yo sabía que cuando subiste a mi piso no era solo para que te curase el tobillo, claro que no te lo dije, lo que te dije fue:

-Mujer, estamos solos, tú estás muy buena y yo tengo unas ganas locas de follar. Sería un tonto si no te dijese algo.

Me diste alas cuando dijiste:

-Pero para mí eres un perfecto desconocido.

-Y tú para mí una perfecta desconocida. Somos la pareja ideal para tener una aventura. ¿Jugamos?

-¿A qué?

-¿A los médicos?

Ya dejaste que te llevara la corriente.

-Creí que ya estábamos jugando a eso.

Te besé la planta del otro pie, te besé el puente y subí besando hasta arriba, te di un beso en el coño, lamí y te dije:

-Quita las bragas y la falda.

Sonreíste por primera vez. Vi que tenías una sonrisa preciosa.

-¿Qué me quieres hacer?

-Te quiero devorar el coño.

Quitaste a falda y las bragas y ya apoyaste el pie en el piso, después te abriste de piernas y te recostaste en el tresillo. Te dije:

-Tienes un coño precioso.

Te abrí el coño con las dos manos y vi lo mojada que estabas. Mi lengua lamió tus labios vaginales y entró y salió de tu coño. Comenzaste a gemir, tus manos se posaron en mi cabeza y acariciaron mis cabellos, después tirando de ellos llevaste mi lengua a tu clítoris. Ya el glande asomaba del capuchón, lo lamí sutilmente y después lo chupé con delicadeza, metí dos dedos dentro de tu coño y acaricié tu puto G al tiempo que lamía y chupaba tu clítoris. Pasado un tiempo tiraste de mis cabellos y levantando la pelvis dijiste:

-¡Me corro!

Jadeaste cómo una perra y te convulsionaste cómo una loca. No dejé de chupar tu clítoris hasta que no acabaste de correrte, después quité los dedos y mi lengua se metió dentro de tu coño. Entrando y saliendo y lamiendo tu clítoris me volviste a dar en la boca otro delicioso orgasmo.

Me desnudé mientras se te iba el resuello, luego te cogí en brazos, te llevé a mi habitación y te puse sobre la cama. Te quité el jersey, la blusa y el sujetador. Vi tus tetas y la boca se me hizo agua. Las agarré, las amasé y después, mientras te masturbaba con dos dedos, las comí besando y lamiendo cada centímetro hasta llegar a las areolas y los pezones... Las lamí y los chupé hasta que me dijiste:

-Me voy a correr otra vez.

Volví a meter mi cabeza entre tus piernas, enterré mi lengua en tu coño, y después lamí de abajo a arriba. En menos de un minuto, dijiste:

-¡Me muero!

Te corriste cómo una loba y yo me tragué tu corrida, una corrida deliciosa.

Al acabar de correrte te besé por primera vez. Tus labios eran dulces. Mi polla estaba celosa y siguió el camino de mis labios. La recibiste con agrado, mamaste y lamiste el glande. Mamabas bien. Tuve que quitarla de la boca porque me corría sin remedio... Te la clavé en el coño y te follé despacito para despistarla. Cuando vi que estabas a punto de correrte aceleré para que te corrieras, pero el que se corrió fui yo. Te llené el coño de leche mientras tú me besabas con dulzura.

Al acabar de correrme fui de nuevo a por tu coño. Mi lengua lo lamió arrastrando mi leche y tus flujos hasta el clítoris. Lo lamí de un lado al otro a toda pastilla y te volviste a correr.

Al acabar lamí tu coño y después te besé con la lengua pringada con mi leche y los jugos de tu corrida. Me devolviste el beso, un beso muy largo que nos volvió a dejar cachondos. Al acabar de besarnos me preguntaste:

-¿Me podrías dar un orgasmo anal?

Podía, y te lo iba a dar. Te pusiste a cuatro patas. Mi lengua lamió tu perineo y tu ojete. Cuando mi lengua entró y salió de culo comenzaste a gemir. Las palmas de mis manos aplaudieron tus nalgas. Al rato vi como tus jugos bajaban por el interior de los muslos. Estabas que echabas por fuera. Dejé de aplaudirte el coño. Te agarré por las tetas y de un zurriagazo te la clavé hasta el fondo del coño. Después te di caña al tiempo que magreaba tus tetas y apretaba tus pezones. Esta vez no me avisaste. Te corriste gimiendo en bajito. Sentía tu coño apretando mi polla y bañándola con los jugos de una brutal corrida.

Al acabar de gozar te volví a comer el culo y a aplaudir tus nalgas. No tardaste en regalarme tus dulces gemidos. Volví a meter mi polla dentro de tu coño. Pringada de jugos la froté en el ojete y acto seguido te la fui metiendo muy despacito sin dejar de nalguearte. Te la metí centímetro a centímetro. Con la polla metida a tope me dijiste:

-Sácala, vuelve a follar mi ojete con la lengua y dame fuerte en el culo.

Mi lengua volvió a lamer tu perineo y a entrar y salir de tu culo y las palmas de mis manos te dieron con fuerza. Poco después tus gemidos eran escandalosos. Algo más tarde, me dijiste:

-Me voy a correr. ¡Métela ahora en mi culo!

Te metí el glande. Tú empujaste con el culo y te corriste mientras la polla iba entrando. Al llegar al fondo me corrí yo.

Te follé a ti, sí a ti, a la que ha leído este relato. Ojalá mis fantasías las hayas hecho tuyas y te hayas corrido cómo me corrí yo pensando en ti.

Quique.

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