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Mi hija y yo somos yo y mi hija (3)
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Tiempo de lectura: 4 minutos

Esa mañana no pasó nada más, excepto que practicamos la felación, que me explicó con detalle, ya que se ve que conocía la técnica y los puntos que había que tocar, otra vez la penetración, lo que papá llamaba el perrito, que era ponerse a cuatro patas, en fin, que dimos otro repaso que nos dejó cansados.

Disimulamos, saliendo y volviendo a llegar a casa a la tarde, y después de cenar papá se fue a bañar con mamá, como de costumbre, pero de la de antes, es decir, mamá pensaba que se estaba bañando conmigo, y no con papá. Yo me fui a descansar algo, que estaba agotada de tanto jaleo. La verdad es que seguíamos sin haber llegado a una solución o un comienzo de algún atisbo de principio de idea. El caso no aparecía en Internet más que en películas, o en webs, pero no eran nada serias.

Me quedé dormida nada más poner la cabeza en la almohada.

***

Fui al baño con mi querida esposa, que pensaba que yo era su hija. Bueno, nada parecía reseñable. Yo me quedaba pensando en la manera de solventar aquello, pero nada se me ocurría. Al ir echándome el jabón Yuko me quedé pensando en lo bien que estaba, lo guapa que me resultaba siempre, y que ahora no podía usar este cuerpo. Cuando me tocó el turno de echarle el jabón y la estaba frotando, con la excusa de quejarme de que yo no tenía pechos tan grandes como los suyos, empecé a tocarle los pezones, extendiendo el jabón, tan espumoso y resbaladizo, por sus tetas, y dejaba los dedos más tiempo del necesario para aclarar el agua. Así, un par de veces.

Noté que me miraba rara, y luego se distendía, porque le agradaba. Volví a la carga, sujetando sus pechos desde abajo, y no se te bajan, mamá, qué bien, y qué pezones más grandes, y así. Luego bajé a la entrepierna, y me dediqué a limpiarle bien sus partes, como ella decía púdicamente, metiendo también los dedos, que sabía que le gustaba. Ella respiraba más enérgicamente con mis toques, mientras yo la exploraba. Disimulaba diciendo que la limpieza estaba muy bien y que después del día de trabajo necesitaba el relax del baño. Acabamos el baño en la bañera con el agua calentita, satisfecha ella y excitado yo por lo que suponía esperaba más tarde en el dormitorio.

***

Suponía que mamá vendría relajada del baño, y que me dejaría dormir tranquilamente, pero no podía estar más equivocada. No sé qué había pasado en el baño, pero el jabón algo debía tener, ya que nada más llegar a la cama, fresquera, mamá me empezó a hacer arrumacos, se metió debajo de las sábanas, me hizo dar un respingo cuando me agarró el pene y empezó a chupar. Qué bien lo hacía, papá sabía dónde ir, y se esforzaba, pero mamá disfrutaba a la vez que me hacía gozar a mi. Empezó suavemente, sujetando el glande, y lamiendo y ensalivando todo, para luego irme chupando los testículos, que se metió en la boca (de uno en uno) y después meterse todo el pene en la boca, y chupar, acariciar, lamer…

A pesar de mis esfuerzos, nada pude hacer, y estaba agradecida de aquella experiencia tan grata. Papá se asomó entonces por la puerta. Yo le hice gestos de que se fuera, pero entró silenciosamente y, vocalizando sin sonido, dijo: indicaciones. Pero cómo me iba a dar indicaciones con mamá allí. Como mamá estaba bajo las sábanas, llegó al lado de la cama y me dijo al oído: tápala con la almohada.

Me quedé perpleja, pero cuando mamá salió y me empezaba a besar, a lo que tuve que responder, le dije que se pusiera abajo y se tapara con la almohada, que con el poco aire iba a tener una sensación extraordinaria. No sé de dónde sacó papá aquello, pero se lo creyó mamá.

Mamá estaba acostada boca arriba, con sus pechos hermosos y pezones en punta, y dispuesta a no sé qué. Papá fue a su vulva y empezó a lamer, indicándome que siguiera. Yo así lo hice. Usé las lecciones de por la mañana, y parece que con buenos resultados. Mamá gemía, bajo la almohada, algo en sordina, y parece que le gustaba. Le toqué los senos y apreté, según las órdenes que recibía, y luego, como tenía la erección no sé qué número del día, papá me dijo que al ataque.

Pero primero metió él mi mano (la suya) en la vagina de mamá, y estuvo con ella un rato adentro, cosa que a mamá le hizo gritar con una voz profunda, irreconocible, y que expresaba una pasión tremenda. Yo, a pesar de todo, estaba erecta, y me tocó el turno de entrar en mamá, que me sujetó fuertemente; yo le quité la almohada, no le fuera a pasar nada, y nos besamos mucho tiempo, mientras yo estaba dentro de ella. Empecé a moverme y mamá también, agarrándome fuertemente. Era muy agradable estar así dentro de ella, y ella me decía lo mismo, qué rico lo dentro que llegas, más, así, sigue más, muévete, me decía. Yo no paraba y le hacía caso en todo lo que me decía. Así nos corrimos y acabamos reposando.

Descansábamos mucho por todo el esfuerzo que hacíamos. Yo me preguntaba cómo iba a ser esto luego: ¿todas las noches? ¿De vez en cuando? Por ahora esto estaba bien, y me había gustado mucho, pero no estaría mal volver a ser yo.

Mamá se quedó dormida, y yo me levanté. Papá estaba fuera, y hablamos un rato, sin solución para el problema. Mañana habría que improvisar algo, pero aquello no podía ser eterno.

En fin, que nos fuimos a acostar.

***

A la mañana siguiente, muy temprano —estaba amaneciendo—, me desperté y miré a mi alrededor. Todo seguía igual. Me rasqué la entrepierna y al segundo pase me di cuenta de una cosa: allí me sobraba algo. No, más bien, había vuelto a recuperar lo que me faltaba antes. De un salto fui al espejo, y sí, allí estaba yo, con mi pijama azul, mi polla en el cuerpo, y yo en el cuerpo. Corriendo fui a ver a Yuri. La desperté, me miró asombrada, se miró y nos echamos a reír. Nos abrazamos de la alegría, y ya veíamos que el mundo había vuelto a la normalidad para nosotros. Me quedé mirando a Yuri, y le dije:

—Y de esto nadie sabrá nada nunca.

—Claro que no, papá —y me besó. No un beso en la mejilla, no en las manos, no. Un beso en la boca, de lengua repasada, mientras me guiñaba un ojo.

—Es temprano todavía, ¿no?

Me lanzó las manos al pantalón, y me sacó la polla, a la que se lanzó —para celebrarlo, dijo— y me empezó a chupar. Al estar inclinada levantaba el culo, que yo destapé de su pantaloncito y empecé a acariciar y saborear con la mirada. Un poco más tarde recordábamos el perrito, hasta que salí de ella chorreando jugos de los dos. Desde entonces seguimos recordando aquel día celebrando nuestros juegos secretos.

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