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Mi odiosa hermanastra (Parte 1)
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Tiempo de lectura: 9 minutos

Eran más o menos las nueve de la mañana, demasiado temprano para mí. Estuve un rato haciendo fiaca y aun así no tenía ganas de levantarme, mucho menos tratándose de un domingo. Pero mamá me había hecho prometer que no me levantaría recién para la hora del almuerzo, como hacía siempre. Ese día vendrían de visita los tíos de Pedro, mi padrastro.

Me dispuse a realizar uno de mis más sagrados rituales. Lo hacía antes de levantarme, y luego, de nuevo, antes de ir a dormir: una buena paja para despejar el estrés. Estaba en plena faena, fantaseando con una conocida presentadora, cuando la puerta se abrió estrepitosamente.

— ¡Los tíos llegan en media hora!

Desde la entrada de mi cuarto me miraba, con una sonrisa irónica, Florencia, mi hermanastra.

Yo estaba cubierto por un acolchado, pero a la altura de la pelvis se había formado una pequeña montaña, debido al movimiento de mi mano.

— Perdón, no sabía que estabas ocupado. — Dijo Florencia, largando una carcajada—. Me pidió tu mamá que te avise que te vayas preparando. Pero ahora le digo que enseguida "acabás" con lo tuyo y bajás.

— No seas boluda, no estaba haciendo eso —mentí inútilmente, poniéndome colorado—. Y de todas formas deberías golpear antes de entrar.

—Sí claro, quedate tranquilo que la próxima lo hago.

Me dejó con la palabra en la boca, totalmente humillado. Realmente me caía mal esa pendeja. Siempre buscaba la manera de hacerme quedar mal. Era todo lo contrario a mí. Florencia destacaba por su inteligencia. Terminó la escuela con promedio de nueve ochenta. Desde hace ya dos años tenía un emprendimiento de bijouterí, con el que ganaba suficiente dinero para comprarse sus cosas (la mayoría, ropa), y ahora había ingresado a la universidad, y en el primer año ya había metido ocho materias.

Era imposible no compararnos. Yo ni siquiera había pasado el curso de ingreso universitario, y eso que lo intenté tres veces. Y en mi último trabajo había durado sólo cuatro meses. Florencia me llamaba despectivamente Nini (Persona que ni estudia ni trabaja). Era realmente despreciable conmigo, no perdía la oportunidad de dejarme en ridículo cuando yo emitía una opinión sobre política, sobre cine, o incluso, sobre fútbol (Hasta en esa temática me superaba)

Su papá, Pedro, y mi mamá, Rosa, se habían juntado hacía un par de años, siendo ambos bastante veteranos. Era una apuesta por la que nadie daba dos pesos, pero para sorpresa de todos, la cosa iba muy bien, y no había la menor señal de que se tratara de una relación efímera. Más bien al contrario, parecían dos adolescentes que descubrían el amor por primera vez.

Con la muerte de papá, hacía ya diez años, los problemas económicos enseguida nos alcanzaron. El banco no se apiadó de una viuda y su pequeño hijo, y nos embargó la casa, cuya hipoteca no podíamos pagar.

Vivimos un tiempo alquilando lugares baratos. Por lo que, cuando nos unimos a Pedro y Florencia, ellos, al tener propiedad, nos recibieron.

Estar de visitante era jodido. Pedro siempre fue bueno, no sólo con mamá, a quien trata como una reina, sino que también conmigo. Pero Florencia no perdía la oportunidad de resaltar mi condición de "invitado". Y ahora que yo ya tenía veinte años, no paraba de repetirme que ya era hora de que me vaya buscando un lugar a donde vivir, después de todo, ya estaba grande. Una cosa era aceptar que mi mamá, su madrastra, viva con ellos, pero otra muy distinta era albergar a un casi adulto que no aportaba nada.

Estas cosas me las decía con sus palabras enrevesadas de universitaria petulante, y siempre me lo decía cuando estábamos a solas, asegurándose de que ante los ojos de Pedro y de mamá, era un chica buena y educada.

Básicamente estaba harto de la actitud soberbia de Florencia, y ahora que me había visto en pleno acto de autosatisfacción, sabía que iba a utilizarlo para humillarme.

Durante el almuerzo estuve tenso, esperando algún comentario ponzoñoso de mi hermanastra.

—Me parece que la carne está demasiado "dura" —comentó, mirándome de reojo.

—No, para nada —dijo, Ester, la tía de Pedro—. Está muy buena.

Mamá aseguró que la mujer estaba en lo cierto. Por lo visto ninguno había entendido el doble sentido de la frase.

—Y cómo van los estudios —. Preguntó en un momento Álvaro, el esposo de Ester.

—Genial, si sigo así, me recibo en cuatro años más — Se apuró a decir Florencia, con arrogancia camuflada. Luego, mirándome a mí, fingiendo curiosidad agregó —¿Y vos Mariano? ¿Te estás preparando para el curso de ingreso?

Sentí que la comida empezaba a caerme mal.

— Ah, no sabía que eras tan chico… —comentó Álvaro, visiblemente confundido. -Pensé que ya estarías en segundo o tercer año.

—No es chico, ya tiene veinte —se metió Florencia —Es que ya intentó entrar a la universidad varias veces, pero no pudo. Pero bueno… -Largó un suspiro-. Seguro que la próxima lo logra.

—Sí, seguro que sí — dijo Pedro, con sincera esperanza.

—¿Y están de novios? —Preguntó Ester.

—¿Nosotros dos? ¡Ni loca! —Dijo Florencia, y todos rieron a carcajadas. —No, estoy sola, no tengo tiempo para esas cosas —Dijo después.

Luego, la tía Ester me miró a mí.

— Yo también, estoy soltero. —dije.

Florencia me miró con los ojos entrecerrados y burlones. Era la mirada que ponía cuando estaba a punto de hacerme pasar un mal momento. Pero no dijo nada. De todas formas me puso muy a la defensiva. ¡Pendeja odiosa!

Cuando se fueron los tíos me encerré en mi cuarto a jugar a la Play. En un momento me llegó un mensaje de Florencia al celular. Vi lo que me había puesto. Era un video de un monito que se masturbaba frenéticamente. Tenía los dientes apretados, los ojos desorbitados, y una gotita de sudor se resbalaba por su cara. No me dio ningún poco de gracia. "Idiota", le respondí.

Lo que más me molestaba de ella no era su actitud pedante y burlona hacía mí. Lo que me hacía detestarla era el hecho de que la única manera que se relacionaba conmigo era a través de sus comentarios hirientes. Si alternara eso con actitudes amistosas, hasta podría reírme de alguna de las boludeces que me solía decir. Pero cuando no me está agrediendo, actúa de forma totalmente indiferente. Como si mi existencia sólo tuviese sentido para ella, cuando necesitaba mofarse de mí.

A la noche, cuando ya era la hora de cenar bajé al comedor.

-¿Por qué no le avisás a Florcita que baje a cenar? – pidió mi mamá.

Le iba a decir que "Florcita" Ya sabía a la hora en que comíamos. Pero cambié de opinión. Le daría una dosis de su propia medicina.

Fui hasta su cuarto. Entré sin golpearle la puerta, para que se dé cuenta de lo invasivo que resulta cuando te hacen eso. Pero no la encontré. En la computadora había un video musical reproduciéndose a todo volumen, por lo que seguramente no me había oído entrar. Vi que la puerta del baño estaba media abierta. Seguramente se estaba sacando una foto frente al espejo, últimamente estaba subiendo a su Instagram muchas selfies de ese tipo, vaya a saber la atención de quién quería llamar.

Fiel a mi plan entré sin aviso. Florencia estaba con las nalgas sobre la bacha del baño. Efectivamente, sostenía su teléfono en la mano. Pero lo que me llamó la atención fue la ropa que llevaba puesta, o mejor dicho, la ausencia de ropa.

Debajo, sólo la cubría una diminuta tanga negra de hilo dental. La tela se metía sin pudor entre sus glúteos. La piel estaba pálida en las partes donde normalmente era cubierta por una lencería más grande.

Y arriba… arriba estaba totalmente desnuda.

— ¡Qué querés pendejo! —me dijo, indignada.

Pensé que me iba a cerrar la puerta en la cara, pero se me fue al humo, como queriendo insultarme, aunque no le salieron las palabras. Por primera vez vi que se sentía avergonzada.

— Ya está la cena —Dije, fingiendo normalidad, aunque no pude evitar mirar sus pechos. No eran grandes, pero tampoco pequeños, y los pezones eran rosados.

—¿Qué te pasa? ¿Nunca viste una teta? —dijo Florencia, dándose cuenta de mi obvia mirada. Se cruzó de brazos, cubriéndose.

La miré a los ojos.

— Obvio que vi muchas. Y las tuyas no son nada de otro mundo —dije.—Apurate que se va a enfriar la comida. —Agregué después. Me di vuelta y la dejé con la palabra en la boca.

En la cena la pendeja estuvo demasiado calladita por tratarse de ella. Sentía cómo de repente me clavaba los ojos. Yo comía, como si no hubiese pasado nada. Si la bardeaba por haberla visto en tetas, el que iba a terminar mal parado iba a ser yo. Así que me llamé a silencio y dejé que ella solita se hiciera la cabeza.

Florencia me había enganchado haciéndome una paja, era cierto. Pero ahora estábamos a mano. Ahora los dos nos habíamos visto en un momento de vulnerabilidad. Ella, ya sea por pura vanidad, o para agasajar a algún chongo, se había sacado una foto con una tanga diminuta y en tetas. El culo estaba apoyado sobre la pileta del baño. La había atrapado infraganti, con las manos en la maza, como dice mamá.

Terminamos de comer y me metí en mi habitación. Gonza me había dicho de ir a una joda, pero no tenía un mango encima, y no quería pedirle plata a Pedro, mi padrastro.

De todas formas prefería no ir. Las fiestas nunca me gustaron mucho. La música a todo volumen me incomoda, la gente borracha me desagrada, y con las chicas siempre me fue mal. Así que prefería pasar el día en casa, o en la casa de alguno de los pibes, jugando a la Play y tomando alguna birra.

El problema era que eso ya se estaba terminando. Mis amigos, de a poco, se iban convirtiendo en adultos. Ahora todos trabajaban. Y Juancito hasta esperaba una criatura. Ya casi no tenían tiempo para mí.

Esa noche me pintó el bajón, justamente pensando en eso. Puse un par de videos de "Te lo resumo Así nomás" para cagarme de risa, y después entré a una página pornográfica a la que últimamente estaba entrando seguido.

Uno de los Users a los que sigo había subido un post con imágenes de las minas más sexys de la televisión. Miré cada una de las fotos, y luego me detuve en mis favoritas.

Al toque me metí la mano adentro del calzoncillo. Al toque me puse al palo. Humedecí mi mano con saliva y luego me froté la cabeza de mi amigo. Estaba como loco pensando en ellas y en Florencia…

¿Florencia?

Sí, Florencia también tenía tremendo culo, no me podía hacer el boludo con eso. Mi hermanastra era un camión. Hasta el momento venía sobrellevando bien el hecho de vivir con una mina como ella. Pero verla semidesnuda fue heavy. El culo escultural apoyado sobre la bacha del baño, sólo cubierto por una tanguita diminuta, que más que cubrirla, simplemente resaltaba su desnudez. Su torso desnudo, su cara de intelectual seductora. Sí, Florencia estaba buena. Pero la odiaba. Me trataba como un pelele. No se merecía estar en mi cabeza, no merecía que tenga una erección por ella, no merecía mi leche.

Recé a mis diosas para que fueran a salvarme. Enseguida las imágenes de ellas fueron a mi rescate. Ya no daba más. Iba a largar la eyaculación. Tenía que aguantar, tenía que serle fiel a ellas. Pero el recuerdo de Florencia, de su trasero perfecto, de la blancura, ahí, donde normalmente estaba cubierta, de sus tetas paradas, del olor de su cuerpo cuando estaba cerquita de mí, se colaron. Traté de aguantar, pero ya no pude. El semen salió con mucha potencia. Tuve que ahogar un grito. Mi odiosa hermanastra me había hecho acabar por primera vez desde que le conocí.

Me levanté al otro día a la hora del almuerzo. Sólo comimos mamá y yo. Pedro estaba en su oficina, y Florencia había salido. Se respiraba tranquilidad cuando ella no estaba en casa. No me tenía que preocupar por las frases ofensivas que tiraba en momentos inesperados. No me tenía que esforzar por buscar una respuesta igual de filosa, aunque casi nunca la encontraba.

—Acordate de poner tu ropa sucia en el canasto. —Me dijo mamá cuando terminamos de comer.

Fui hasta mi cuarto. Hacía como dos días que acumulaba ropa sobre una silla. Un colgado. Seguro mamá me va a cagar a pedos, pensé. Agarré el montón y lo llevé al lavadero. Cuando iba a poner la ropa en el canasto vi que adentro ya había ropa. Un pantalón de jean y una remerita blanca. Y encima de la remera, una pequeña tela negra.

Miré por encima de mis hombros, a ver si mamá no estaba detrás de mí. La vieja tenía la costumbre de hacer esas cosas. Me observaba mientras yo no me daba cuenta, como si estuviese a la expectativa de que me mande una macana. Ni que tuviera doce años.

Pero estaba solo. Solté mi ropa, tirándola al piso, y agarré la tela negra. Estaba enrollada, hecha un bollo. Las desenrollé. Como pensaba, era la tanga con la que Florencia se había sacado una foto el día anterior. ¿Para quién carajos era esa foto?

Me quedé observando la prenda íntima de mi hermanastra, parando la oreja, y mirando hacia la puerta a cada rato, atento a si aparecía mamá.

La tela que iba en la parte trasera no era más que una tirita. En la parte delantera era un triángulo muy angosto. Me imaginaba que Florencia debía estar completamente depilada para usar esa prenda. Hice un esfuerzo para recordar su pubis del día anterior, pero sólo había prestado atención a su trasero y sus tetas.

Me llevé la tanga a la nariz, y la olí, quizás esperando encontrar un olor desagradable en ella. La próxima vez que me molestara le diría "callate olor a culo".

Pero no percibí nada más que un suave perfume. Ni siquiera olor a transpiración. Nada. Supuse que sólo la había usado un rato, se la habría puesto exclusivamente para hacerse esa foto. Con el calor que hacía esos días, si la había usado durante varias horas, debía tener olor.

Pensé en qué ropa interior estaría usando en ese momento. Ahora sí, con treinta y tres grados bajo el sol, su trasero y su entrepierna estarían bañadas en sudor, y la bombacha estaría empapada.

Hice un bollo con la tanguita negra. Era tan chica que cabía adentro del puño sin que se notara que tenía algo en él.

Entonces escuché unos pasos que se acercaban. Menos mal que había estado atento, porque al toque mamá abrió la puerta de la cocina que era la que daba al lavadero. Cerré el puño con más fuerza. Tuve miedo de que una tirita de la tanga sobresaliera sin que me diera cuenta, así que, con carpa, puse la mano en el bolsillo.

—¿Qué hace tu ropa en el piso? — Preguntó mamá.

Qué boludo, pensé para mí. Me había colgado morboseando con la tanga, y me olvidé de poner la ropa en el canasto.

—Emmm —balbuceé, sin encontrar una mentira convincente.

—Andá nomás Marianito, con vos no hay caso, las tareas domésticas no se te dan.

Mamá se puso a recoger la ropa. Yo esperaba la oportunidad de meter la tanga de Florencia en el canasto, pero mamá ya se disponía a lavar toda la ropa. Así que me fui a mi cuarto, con la tanga de mi hermanastra en el bolsillo.

Los días que siguieron fueron de mucho calor. Tanto que, con todo lo haragán que soy, me puse a limpiar la pileta y a llenarla. Recién para el atardecer terminé, y me di un buen baño durante un par de horas.

Fui a mi cuarto, fresquito. Me puse a ver una peli en Netflix. Ya era la medianoche cuando escuché que alguien golpeaba tímidamente mi puerta.

Sin esperar a que yo responda, la puerta se abrió. Era Florencia. Estaba vestida solo con una bombacha blanca y una camisa que usaba de pijama.

— Ya no aguanto más — dijo. Tenía un gesto de angustia. Su pelo castaño estaba mojado y las gotitas de agua se resbalaban por su cara. Supuse que se acababa de dar una ducha de agua fría.

— ¿Qué te pasa? — le pregunté, confundido.

— Me muero de calor. Mi aire acondicionado no funciona. Esta noche voy a dormir acá.

— Deberías pedírmelo primero. ¿No?

— No te pongas en forro ahora, pendejo. Te digo que me muero de calor. Ya aguanté dos días sin dormir casi. Papá me aseguró que el técnico viene mañana sin falta, pero hoy necesito dormir bien.

Salió al pasillo y volvió a entrar, arrastrando su colchón y unas sábanas.

Puso el colchón al lado de mi cama.

— Por hoy evitá hacerte la paja. Y en lo posible no te tires pedos. — Me dijo.

— Y vos tratá de no andar en bolas por mi cuarto. — retruqué.

— Callate Nini. — Respondió ella. Siempre que no sabía qué responder me echaba en cara el hecho de que yo ni estudiaba ni trabajaba.

Se tapó con la sábana. Enseguida se durmió. Se notaba que realmente necesitaba descansar.

Así, dormida, no parecía tan temible.

De repente recordé que tenía su tanga escondida en un baúl donde guardaba mis cómic y mis mangas japoneses. Era improbable que la descubriera, pero uno nunca sabía.

Me costó dormir. Me quedé un buen rato viendo cómo Florencia dormía. Los labios estaban semiabiertos, las piernas se escapaban de las sábanas y aparecían desnudas. En un momento, luego de que se removiera varias veces, pude ver su nalga, también desprotegida de las sábanas, cubierta por la linda bombacha blanca.

No lo podía negar, estaba hermosa.

Continuará.

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