Lo cierto es que dudé mucho sobre si contar esta historia, o no. Aun aquí sentado y ya decidido a hacerlo, no puedo evitar sentir un poco de nervios. Leyendo mucho sobre estos temas logré encontrar el alivio, por decirlo de una manera, de que no soy el único que siente este tipo de deseo prohibido y morboso. Siento así, también, que a la culpa de haberlo convertido en realidad, se le dificulta vencer a la excitación por recordar lo vivido.
Mi nombre es Rodrigo. No soy escritor y jamás pensé en serlo, por lo que es probable que esta redacción no sea perfecta. Pero eso sí: intentaré ser lo más prolijo, detallado y honesto, con todas las fuerzas posibles. Porque así lo merecen todos. Ustedes, la historia, mi prima Julia y creo que también yo.
Comenzaré contándoles que si debería elegir un inicio para este relato sería, aunque con algunas dudas, aquella noche en el barrio de Caballito, en la Ciudad de Bueno Aires. Eran mediados de noviembre del año 2016 cuando luego de estar caminando bajo una lluvia torrencial toqué el timbre del departamento de mi prima, Julia, a quien puteé en silencio por tardar en abrirme.
-¡Primo! –Gritó borrachísima, desde atrás de su amiga que me había atendido y a quién empujó para abrazarme con fuerza- ¡Que suerte que viniste!
Era su despedida de soltera y allí estaba yo: el único hombre entre casi 20 mujeres. Cualquiera podría decir que era un afortunado, pero no, ni cerca: estaba completamente incómodo. “Pero por mi prima, lo que sea”, pensaba.
La cuestión era que su novio y futuro esposo, Fabián, no me había invitado a la de él. Julia se enojó muchísimo y para que no se peleen de más, le dije que prefería venir a la suya. No quería que nada le arruine ni siquiera un segundo de esté momento de su vida, que bien sabía yo que lo deseaba con muchísimas ganas. “Lo que sea”, me repetía.
Mi prima era mi mejor amiga, casi un alma gemela. Yo era la suya. No tenía dudas de eso. Desde chicos siempre fuimos muy unidos. Al ser dos años mayor que ella me sentía todo un referente, casi un adulto ante su mirada infantil. Sin hermanos en el medio vivíamos todas las travesuras juntos, cualquier juego o aventura tenían siempre dos cosas aseguradas con ella: la diversión y la complicidad de jamás mandarnos al frente el uno al otro. La única dificultad era la distancia. Yo vivía en Capital y ella en el interior y más que algún fin de semana aislado, las fiestas o las vacaciones, no nos veíamos. Pero como dije: sólo era una dificultad, no un impedimento para nada.
Todo eso mejoró cuando hace ya unos años vino a estudiar Psicología acá. En ese entonces yo vivía solo, estudiaba Ingeniería y trabajaba arreglando computadoras. Jamás existió otra opción que no sea la de venirse a vivir conmigo, aunque sea por un tiempo, hasta que ella misma logre acostumbrarse a la ciudad.
Nunca, nunca, pero nunca, hasta esa noche lluviosa de noviembre, me había fijado en ella de otra forma que no sea la normal entre primos.
No porque no me parecía bella, ni nada por el estilo. Todo lo contrario, su atractivo físico nadie podía negarlo. ¡Si lo habré sufrido cuando mis amigos la conocieron! ¡Lo que habrán sufrido ellos, cuando intentaban chamullársela con frases como “esa colita me entra en una mano” o “si me prendo a esos chopes no me sacas más”! Nunca les dio ni la hora.
La verdad es que su figura era perfecta. No de esas bombas sexuales que aparecen en la televisión o las revistas. Para nada. Ella era una morocha de ojos claros, flaquita, de piernas largas que invitaban a mirarle las curvas de la cola casi inevitablemente y unas tetas normales pero que, según la ropa que usaba, solían parecer más o menos grandes; la piel blanca todo el año, no importaba si era verano o invierno. Todo esto sumado a un rostro de gesto inocente y angelical, era lo que se estaba llevando el pelotudo que no me invitó a su fiesta.
-¡Claro que vine, tonta! –Dije levantándola levemente de la cintura cuando puso sus brazos sobre mi cuello -¡Veo que ya arrancaste la fiesta! –Eran a penas las 8 de la noche.
Ella sonrió y de la mano me llevó hacia adentro, tambaleándose un poco. Por suerte vivía en planta baja. Yo le regalé una sonrisa casi de lastima a la pibita que había quedado pagando en la puerta.
Luego de saludar a las amigas, me sentí más a gusto. Me tomé un par de cervezas y aprovechando que Julia estaba en la suya, me aislé un poco de las minas. El departamento tenía una cocina pequeña y dos ambientes más: la habitación al fondo y el comedor donde todo se desarrollaba. La cocina era un ir y venir constante de pibas buscando bebidas. Pensé en irme a la pieza, pero me pareció exagerado. Opté por quedarme en una punta del comedor, cerca de la ventana que da a la calle, con el cenicero, mis puchos, una birra, el celular y listo. No era tan grave. Habían puesto buena música, mi prima estaba contenta y ahí en el rincón casi ni notaban mi presencia. No me podía quejar. Lo que me había imaginado que sería de esa fiesta era mucho peor a lo que en realidad estaba ocurriendo.
Uno tiene la idea que las despedidas de soltera de las minas son un descontrol, con tipos musculosos en pelotas refregándole la verga en la cara de la futura novia o alguna amiga chupándosela en el centro de una ronda mientras las demás excitadas la alientan a tragarla más profundo, pero nada que ver. Al menos la de Julia era música y alcohol, risas entre ellas, algún que otro regalo zarpado, pero nada más. El único hombre era yo y parecía casi invisible.
Fue así hasta la medianoche, cuando arrancaron a hacer juegos. Una rubia me vino a buscar para que me acerque a jugar, pero le dije sonriendo que no, que así estaba bien, que jueguen ellas, y sin insistir me dejó tranquilo. Me quedé mirándola dos segundos cuando se iba. “Lindo culo”. Realmente no me podía quejar.
Apagaron las luces y la música, un leve murmullo por el silencio abrupto y en la oscuridad se escucha que alguien grita algo así como: “¡Se nos casa la flaca!” Y todas aplaudieron. “¡Pero primero… primero… tiene que demostrar que ya está preparada para vivir de una sola pija!” Y estalló el comedor como si Maradona la hubiese clavado al ángulo, a los 49 del segundo tiempo en la final del 90 que perdimos con Alemania.
“Listo, basta para mí” me dije. “Ya cumplí. Julia está contenta, creo que va a divertirse más y mejor sin mi presencia”. Pero no llegué ni a levantarme. Pusieron otra vez música, esta vez al palo, rock sexy y encendieron las luces. En el centro del comedor Julia estaba disfrazada con un vestido de novia putita de no creer. Zapatos con tacos altos, medias de red, portaligas, una especie de vincha con un velo en la cabeza, una camisa desprendida hasta la mitad y una minifalda que no le llegaba a tapar la ni la mitad del orto. Toda de blanco salvo sus labios, la bombacha y el corpiño que eran rojos. Bailando de una forma tan sensual que me dejó perplejo.
“No puede ser”, pensé. “No puede ser”, me repetí.
Sentí nervios, como si estuviese siendo poseído por una emoción desconocida. Me sumé a los aplausos de las minas, intentando disimular algo que ni sabía bien lo que era. Terminó la canción, Julia se sentó sonriendo para sus amigas, la música volvió al volumen habitual. Hubo un par de minutos que las pibas que organizaron los juegos se tomaron para mover la mesa, acomodar las sillas, preparar tragos y demás cosas que me habrían sido más que suficientes para haberme ido a mi casa. Pero no lo hice. Todavía tenía en mi mente la imagen de mi prima tocándose las tetas, moviendo el culo mientras la tanga roja se le metía entre las nalgas. En el pequeño bulto que le formaba en la conchita con un poco de flujo, que no estaba seguro de haber visto, pero igual seguía imaginando.
“No puede ser”
No era la primera vez que la había visto en ropa interior. Habíamos convivido más de dos años y era casi común vernos así, sin querer. Una puerta que se abre cuando no se debe, una pollera o un vestido que a veces muestra de más al sentarse, alguna que otra vez olvidarse la ropa al ducharse y salir semidesnudos sin saber que estaba el otro o incluso el clásico “¿cómo me queda esto?” o “¿este me queda mejor que aquel?” que hacen las minas cuando se compran ropa nueva y se cambian enfrente de uno, con tal de tener una buena opinión.
Pero esta vez lo sentí muy distinto.
Reaccioné a los segundos y fui para el baño. Me mojé la cara sintiéndome un poco mareado y con dolor de panza.
“Me tengo que ir, me tengo que ir”, me dije mentalmente varias veces hasta convencerme de que era extremadamente necesario. Y estaba decidido a hacerlo cuando salí del baño, pero no llegue ni a cerrar la puerta cuando escuché entre risas:
-Primera pregunta del verdadero o falso –anunció una amiga. El primer juego había comenzado. -¿Es cierto que Fabián solo te chupa la concha con la bombacha puesta?
Todas rieron. Yo cambié mis planes.
Me abrí otra cerveza y volví a mi rincón. Me prendí un pucho y disfrute de mi enfermedad. El juego siguió así por muchas preguntas más. Estaba conociendo a Julia de una manera diferente.
Cada tanto volvía a repetirme: “No puede ser”.
Pero era: Por primera vez, en mis 25 años, sentí la imperiosa necesidad de cogerme a mi prima.
Para cuando los juegos ya habían terminado, supe que mi prima parecía tener un fetiche por la leche. Que su futuro esposo había sido su único garche pero que había repartido petes por toda la facultad, las amigas la boludeaban con que podría identificar el semen de casi todos sus compañeros, por sólo el olor. Me enteré que Fabián se la había cogido en un boliche, en un micro, en una plaza, en un probador de ropa y hasta en un descampado; pero siempre por la concha. El culo lo tenía virgen.
“Después de la noche de boda no sé si siga así”, bromeó cuando le preguntaron si se lo iba a entregar o no, dando a entender que sí.
Su lugar preferido para tener sexo era la cama y su fantasía era que un extraño se la coja dormida. Nunca había sido infiel y nunca había estado con una mujer, pero a veces se calentaba pensando en que sabor tendría comerse la vagina de otra mina.
A pesar de ser fanática de chupar vergas, la primera vez que le tiro la goma a Fabián no le gusto porque tenía mucho gusto a pis. Igual se la chupó y hasta hizo gárgaras con su leche antes de tragársela. También supe que lo más raro que le había pedido su novio fue que le robara una bombacha usada a una de sus amigas, porque se la quería coger con ella puesta. Su amiga podría estar allí presente y decidió, entonces, no revelar si lo había cumplido, o no.
Ya la había visto bailar como una prostituta, besar a una chica, simular un orgasmo tocándose por encima de la tanga y meterse una banana entera hasta la garganta. ¡No daba más! El ser prácticamente invisible era más beneficioso de lo que imaginaba.
A eso de las 4 de la mañana varios comenzaron a irse. Quedaban dos o tres pibitas que no podían dejar de escabiar. Aquella rubia que había venido a invitarme a jugar, todavía estaba en la fiesta y era la única que parecía haberse dado cuenta de que yo estaba allí. Lo supe por cómo me miraba. Yo estaba soltero, hacía un mes más o menos había terminado con mi última novia y entre la calentura que me habían generado estas últimas horas y el culito que se le marcaba debajo del short, me la fui a encarar.
-¡Qué lindo encontrarse a otro sobreviviente en una fiesta! –le dije al oído, agarrándola de la cintura desde atrás.
Quede cómo un gil. Ahí me di cuenta de que había tomado mucho. Pero la pendeja se ve que también, porque me siguió la corriente. Se corrió un poco para atrás y me apoyó la cola en la pija, que llevaba parada un buen rato ya. Al ratito se dio vuelta para mirarme a la cara. La verdad que lo sentí como un alivio: si me apoyaba un poco más le llenaba de guasca el pantaloncito.
-Te la bancaste bien –bromeó. –Debe ser un poco duro escuchar todo eso de tu prima.
“Fue una tortura”, pensé. Pero le dije que sí, que era difícil pero que me bancaría eso y mucho más, por el cariño que le tengo a mi prima.
-Awww –suspiró con cara de trolita caprichosa –Sos re copado.
-¡Siiii! ¡Es re copaaado mi primo! –Julia se metió entre los dos, todavía vestida de novia y un vaso lleno en la mano -¿Sabés quién no es tan copada como él? Yo. –le dijo, señalándose una teta -¡Volá de acá, putita!
La pibita se cagó de risa y se fue a buscar a las otras chicas que quedaban.
-Te la saqué de encima, Rodri.
A los 5 minutos, ya se habían ido todas. La fiesta había terminado. Me puse a ordenar un poco el comedor cuando mi prima se metió en su pieza, para cambiarse. Al ratito salió corriendo para vomitar en el baño. Me metí con ella, me agaché y le sostuve el pelo para que no se lo manchase, pero llegué tarde. Había cambiado el disfraz por una remera larga. Allí tirada en el piso, abrazada al inodoro, pude verle claramente que ya no tenía el corpiño y que todavía tenía la misma bombachita.
-July, ¿estás bien? –Le pregunté –Te preparo un café.
-No, no… Estoy bien.
Se puso de pie y cuando se lavó la cara, por el espejo vio como se había manchado con vómito.
-¡Qué pelotuda que soy! ¡Mirá como me ensucié! -Se quejó un poco más. Intentó lavarse en el lavamanos, pero no le sirvió de nada. –Me voy a tener que bañar. Me va a venir bien igual –dijo finalmente, resignada.
Se apoyó sobre mi pecho, hizo puchero y yo la abracé, como solía hacer siempre que pasaba algo que no le gustaba.
-Sí. Te va a hacer bien. Tomaste mucho
Nos quedamos un ratito en silencio, le acaricié la cara y le pedí si antes de bañarse podía abrirme la puerta. Que ya era tarde y estaba un poco cansado.
-¿Estás loco? No me dejes sola, quédate a dormir acá. ¡Anda a saber a qué hora llega Fabián de su despedida!
No me pude negar. Nunca me pude negar a los pedidos de Julia y no iba a arrancar a hacerlo esa misma noche. Le dije que estaba bien, que me quedaba. Aunque ya no llovía, la idea de salir a la calle y esperar una hora el colectivo tampoco me gustaba. Ella se metió a la ducha y yo me fui a la habitación, busque un juego de sábanas y las puse en el sillón que usualmente estaba en el comedor pero que con la fiesta había ido a parar al pie de la cama. Julia salió de la ducha y al verme se empezó a reír.
-No vas a dormir ahí, no entrás ni doblado. No seas tarado. –me dijo desde la puerta y se fue a la heladera, a ver qué quedaba para tomar. –La cama es grande –gritó desde la cocina.
Yo estaba en un trance. Entre el alcohol, lo que había visto y escuchado, sumado al cansancio y al stress que me provocaban todas esas sensaciones nuevas me costaba pensar con claridad. Fui yo también a buscar algo para tomar pero en vez de eso me prendí un pucho. En cambio mi prima seguía tomando vodka como si la fiesta estuviese por empezar. Se había puesto otra remera no tan larga como la anterior, tampoco traía corpiño y se le transparentaba una tanga blanca. No podía concentrarme en nada más.
Habremos estado media hora charlando sobre cómo la habíamos pasado y cosas así, cuando volvió a sentirse mal. Salió corriendo al baño y vomitó otra vez, pero ahora quedó casi inconsciente, abrazada al inodoro.
-Ya está July –le dije mientras la ayudaba a pararse –Te llevo a la cama.
Lentamente la acosté y la tapé. Estaba por tirarme en el sillón cuando mi prima se levantó bruscamente.
-¡Vení acá, Ro!-dijo casi llorando –Vení a dormir conmigo. –agregó al volver a apoyar su cabeza en la almohada.
Me saqué la remera, abrí las sábanas y me acomodé a su lado. Boca arriba y con el pantalón todavía puesto. Julia se volteó hacia mi lado, tocó mi rostro y puso su mano en mi pecho. Yo tenía la cabeza funcionando a mil revoluciones por minuto. Realmente estaba viviendo una tortura. Psicológica y moral, pero, sobre todas las cosas, física.
Me preguntaba si mi prima sentía lo mismo. Si había sido parte de su plan calentarme así. Pedirme que duerma con ella. Tocarme el pecho.
“Mi fantasía es que me cojan dormida. Que un extraño y sin permiso me meta mano y se aproveche”.
No podía ser simplemente una casualidad. ¿O sí?
Sabía que dormirme así sería imposible. Traté una y otra vez de sacar todos esos pensamientos perversos que se me venían a la mente, pero fracasé en cada intento. Era una lucha desgastante entre el mal y el bien, que no paraba de perder.
A los pocos minutos Julia se dio vuelta. Dándome la espalda y casi murmurando, me pidió que la abrace.
-¡Abrazame, Rodri! –Insistió –Que me siento mal.
Ese fue el momento en el que mandé todo al carajo. Me saqué el pantalón y me quedé sólo en bóxer. Junto al pantalón, parecía haberme despojado también de todo sentimiento de culpa. El mal había vencido.
A penas la abracé por la espalda, mi prima tomó mi mano y la llevó hacia su rostro, al mismo tiempo que se pegó más a mi cuerpo, dejándome la pija completamente apoyada en su cola. Sólo mi bóxer, su remera y su bombacha blanca me separaban de estar dentro de ella. No recordaba una situación en donde me haya sentido tan excitado. Pensé en darla vuelta, besarla con fuerza y cogérmela ahí nomás, pero quería disfrutar de esa hermosa sensación de sentirle el culo en la verga, que estaba por explotar. Ella permanecía inmóvil y yo comencé a apoyarla con más fuerza. Decidí que había mucha ropa entre nosotros y quité la mano que tenía en su mejilla y la tomé suavemente por la cintura. En el camino había tenido el placer de manosearle un poco las tetas y un escalofrío me recorrió el cuerpo. Julia seguía quieta, respirando normalmente, como si estuviese profundamente dormida, pero eso no me frenó. La destapé por completo y tampoco reaccionó.
“Que me cojan dormida” pensé.
Con la mano que tenía en su cintura ya podía palpar el elástico de su bombachita. La usé para ir subiéndole la remera, poco a poco, y finalmente pude descubrirle el culo en todo su esplendor. A centímetros de mi pija.
No lo podía creer: ¡El orto de mi prima, entangado, a centímetros de mi pija y a mi merced! Era un sueño que se hacía realidad apenas había surgido.
“Que me metan mano, sin permiso, y se aprovechen”. También era, ahora, mi mayor fantasía.
Le apoyé la palma de la mano en una de sus nalgas y con los dedos fui palpándole la bombacha. La recorrí de arriba abajo, una vez tras otra. Y en cada caricia intentaba corrérsela para manosearla más adentro. Cuando conseguí hacerme lugar hasta tocar el agujero de su ano completamente depilado, otro escalofrío se apoderó de mí. Ahí me quedé unos cuantos segundos.
“¡Mi dedo en ojete de Julia!” Esto debe sentir uno en el paraíso, pensé. Apretado, un poco pegajoso y sin un solo pelo: quién diría que así describiría al paraíso.
Inmediatamente quise llegar hasta su conchita, pero por la posición en la que estaba me resultaba imposible. Intenté moverla un poco, pero no pude. Me desesperaba por saber si estaba mojada, si tendría la chance se sentir su humedad, juntar un poco de sus flujos con mis dedos para probarlos, comérmelos todos. Sentía que, si llegaba a lograrlo, nunca más en mi vida dejaría de desear chuparle la concha por horas y horas. La empuje un poco más, ya sin tanta sutileza como la vez anterior, pero tampoco pude moverla.
Si ella solo estaba borracha, durmiendo profundamente y nada de esto era su deseo, tendría muchos problemas si se despertaba. Pero, para esas alturas, ni siquiera eso podía pensar con claridad.
Quité la mano del culo de mi prima y la usé para quitarme el bóxer, para dejar mi pija en libertad. Al hacerlo, sentí un alivio tremendo. Realmente me estaba apretando mucho. Sin dudarlo, se la apoye entre las nalgas y la volví a tomar de la cintura. Otro escalofrío. Presentía que en cualquier momento iba a acabar, pero quería aguantar más, mucho más. Imaginar el orto de Julia enchastrado por mi semen, no ayudaba.
Otra vez le toqué el culo. Le abría los cachetes, los apretaba, recorría su bombacha. Quería hacerle la cola con todas mis ganas.
“La cola no me la hicieron nunca”, recordé, imaginando hasta su propia voz.
Agarré mi verga desde el tronco y ahora todo el recorrido que había hecho con mis manos, se lo hacía con la pija. Sentir el contacto de mi glande con su piel, su tanga, era un éxtasis indescriptible, pero creí que moría cuando le hice la bombacha a un lado y la apoyé de lleno en la entrada del culo.
¡Mi pija apoyada en el ano de mi prima! Se sentía calentito, mojado por mi líquido pre seminal, casi lubricado, casi listo para ser desvirgado. La apoyé con más presión, la refregué por toda la raja del orto, la volví a apoyar. No podía parar. Al notarlo tan cerrado, tan apretado, me animé a presionar aún más.
Ella seguía quieta. Inmóvil. O le estaba gustando o estaba realmente muy borracha. De todas formas, romperle el culo antes de la boda, me parecía mucho. Y aunque me faltaba sólo un empujón para hacerlo mío para siempre, me contuve.
El orto estaba descartado. La concha inaccesible. O me hacía una paja y le dejaba una flor de lechazo en la bombacha o me paraba, me ponía al otro lado de la cama y se la metía en la boca. Decidí pensarlo un momento mientras seguía acariciando y empapándole las nalgas y la tanga con los fluidos que salían lentamente de mi chota. Finalmente opte por el lechazo. Seguir aguantando era prácticamente insalubre y si estaba dormida podría despertarse si se ahogaba con mi semen en la garganta.
Otra vez le hice la bombacha a un costado y apoyé la punta de la pija en el culo virgen de mi prima. Hice presión, más presión. Más calentito se sentía, cuanto más la apretaba. Lo recorrí por la raya una vez más y comencé a masturbarme apuntando al centro del ojete.
Con una mano me pajeaba y con la otra la manoseaba. De vez en cuando volvía a tocarle el ano con el glande, se lo mojaba, lo recorría y continuaba pajeándome. Ya no aguantaba más.
“La leche en el orto”, pensaba. “La leche en el orto de mi primita”.
Y cuando estaba a punto de venirme, un fuerte ruido me interrumpió y me dejó completamente paralizado.
Alguien estaba abriendo la puerta del departamento. Fabián había vuelto de su fiesta.
Toda la excitación se me fue de golpe cuando me di cuenta que no podría explicarle, nunca, por qué estaba desnudo, con la pija presionando el agujero del orto de su futura esposa, que dormía con la bombacha estirada a un costado y el culo todo manchado por los líquidos de su primo.
Continuará…