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Mi prima se viste de novia (Capítulo 13)
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Tiempo de lectura: 15 minutos

Esta vez dormí hasta las cuatro de la tarde.  El cansancio acumulado se había hecho sentir con creces. Pero la importancia, era un cero absoluto.

Como ya estaba comenzando a acostumbrarme, supe que estaba despierto cuando sentí el “Gaag. Agg. Agg. Gaag.”, que producía mi pija ya parada sobre la garganta de mi prima al intentar metérsela más y más profundo. Se la quería comer toda, literalmente.

Los chorros de saliva y el sonido gutural sonaban a campanadas recibiéndome en el paraíso. Era una sensación perfecta. Julia era perfecta. Todo era perfecto. Sentía que hasta yo mismo era perfecto. Y si eso no era la sensación plena de paz que describen los genios cuando hablan del cielo, no entendí nada.

Al instante me distraje del pete que me hacía mi prima y recordé que había aceptado hacer la fiesta del culo.

Entre sus labios, sus besos, su baba y su garganta, la verga volvió a latirme sin piedad. El orgasmo había comenzado en mi mente al saber que finalmente le haría la cola a mi prima. No solamente le haría la colita: se la iba a desvirgar. El ano de Julia llevaría mi marca por siempre. Aquellas punteadas que le había dado mientras dormía borracha, finalmente completarían la misión. El solo hecho de imaginar su culito estrecho cediéndole lugar a mi verga, poco a poco, despacio para no generarle un dolor extra, me estaba haciendo estallar el espíritu.

La tomé de las mejillas y le marqué el ritmo. Uno podría pensar que era el momento perfecto para hacer que su cabeza suba y baje con toda la fuerza, pero no parecía ser necesario.

-Hoy desayunas guasca – le dije entre gemidos. Ignorando que el horario para desayunar ya había finalizado.

Julia emitió dos sonidos parecidos a un “no”, todavía con la pija en la boca, pero fue en vano. Con una de mis manos sobre su mentón y otra sobre su nuca, le fue imposible salirse allí. Dos, tres y cuatro lechazos le llenaron nuevamente el paladar de semen. Cinco y seis lechazos más le hicieron tener que inflar los cachetes, para poder contenerla toda.

Mi prima me miró con cara de odio cuando la solté. Se puso de pie y con las tetas al aire y la bombacha de su amiga puesta, agitaba las manos como si se estaría quemando, o como si le daría asco tener tanto esperma de su primo en la boquita. Parecía que estaba por vomitar en cualquier momento.

Yo en cambio la miré sorprendido y le pregunté qué le pasaba. No me había dado hasta ese entonces la idea de que era una de esas pibitas que necesiten que les avisen cuando uno iba a acabar. Mientras ella buscaba algo en donde escupir la leche, mi curiosidad no hacía otra cosa que aumentar.

Encontró un vaso de vidrio, como los que se usan para tomar whisky y escupió todo el semen que tenía en la boca, en un segundo.

-¿Sos pelotudo, Rodrigo? – me preguntó cuando pudo usar la lengua para hablar, en vez de petear. – ¿Sos pelotudo o te haces?

Abrí mis brazos como respuesta, para que sepa que no entendía nada. Ella volvió a escupir sobre el vaso los restos de semen que quedaban en su boca y todavía con gesto de enojada me dijo que me vaya a la mierda. Que no podía ser tan pelotudo.

-¡Pero qué te pasa! – le dije – ¿Te despertaste alérgica al semen? – el no entender que ocurría ya me estaba molestando.

Tras dos segundos de silencio, que parecieron muchos más, Julia se tiró en la cama, a mi lado y me besó.

-Te dije anoche que hoy era la fiesta de la leche. No podes acabarme así. Arruinaste todo.

Era cierto. Lo había olvidado. Me había quedado pensando en la otra fiesta. La que vendría. Pero no pude ni disculparme. No habría sido sincero.

-Explicame, genia de la vida, ídola de los deslechados – le dije irónicamente -¿Qué mierda es la fiesta de la leche? – pregunté después, resignado a no poder sincronizar mi imaginación con la de ella.

Julia sonrió. A penas. Entendió ahí que no había sido del todo mi culpa llenarle la boca de semen sin previo aviso.

-La fiesta de la leche es que yo te chupo la pija todo el día y vos aguantas. No acabas hasta la noche. – me dijo, ya con menos enojo en su rostro. – Entonces antes de dormir me tomo toda la lechita acumulada.

“Llegó el momento más esperado de la noche”, sentí escuchar cuando cerré los ojos por un momento. “El premio para el hombre más estúpido del planeta Tierra es para… taran, taran… “

Había arruinado alta fiesta. El sueño del pibe. Que te chupen la pija todo el día, relajado en un barco de lujo, tomando toda la birra que quieras y encima la dueña de la garganta iba a ser mi prima.

Ni tuve que imaginar mi nombre. El premio era para mí.

Pero no suelo dejarme llevar por la desilusión por mucho tiempo. Ya lo sabrán. La comodidad que te ofrece la tristeza, es adictiva. Cuánto más rápido salga uno de ella, más oportunidades tendrá en la vida.

-Esa no es la fiesta de la leche, boba. – dije sin saber que más iría a decir. -Esa es la fiesta de la chupapija. – Aclaré luego, todavía sin idea de lo que quería explicar.-La hacemos otro día esa fiesta.

Julia sonrió. Esta vez me convenció un poco más de que ya no estaba enojada. Cuando me dijo que le explique, entonces, cuál era la fiesta de la leche, saqué la guitarra. Todo lo que había aprendido sobre el chamullo a las minitas exigía inmediatamente aplicación.

Ella lo sabía. Y le gustaba. La volvía loca saber que me la iba a chamullar como a una putita que recién conocía en un bar.

La tomé del rostro y le besé la frente. Luego el hombro e inmediatamente me puse a chuparle una teta. Como para darle tiempo a mi cabeza a que consiga, al menos, algo parecido a una idea.

-La fiesta de la leche es que acabe siempre en un vaso. Y al final te la tomas – improvisé – Te la tragas fresquita, bien concentrada. Con mucho gusto a semen.

Julia hizo un gesto de asco. Mitad de asco para ser preciso. La otra mitad demostraba duda.

-No sé si me va a gustar, Rodri. – me dijo tímidamente – Nunca tome la leche fría. Siempre me gustó calentita. Y tanta cantidad junta… no sé.

Mi cabeza se dirigió al cielo nuevamente. Ya me estaba excitando otra vez. Esa carita de desagrado que ponía cuando parecía venírsele encima algo de lo que no estaba segura, me hacía hervir la sangre. Y toda esa sangre hirviendo iba a parar al pene, para no dejarlo dormir ni un minuto tranquilo. Otra vez al palo. Otra vez durísima, con los testículos recién vaciados.

-Te va a gustar, porque sos toda una lecherita. Vas a ver.

Mi prima dudo pero aceptó. Al verme la pija otra vez parada se acomodó para volver a chupármela.

-Si seguís así me parece que me vas a tener todo el día mamándotela igual.

Le asentí con la cabeza. Esta vez mis manos fueron a mi nuca y cerré los ojos para que mi prima me peteara como ella quisiese.

La humedad de su boca, el cariño de los lengüetazos que le daba a mis pelotas, incluso el reflejo que me producían sus dientes cuando a veces simulaba morderme el glande, ya estaban por hacerme eyacular de nuevo. Pero esta vez presté más atención: se la quité de la boca y me puse de pie. Tomé el vaso de whisky y le sumé dos lechazos pastosos al contenido que ya había escupido Julia.

-A penas arranca la fiesta y ya está lleno casi por la mitad. – le dije, poniéndolo a la altura de la vista y marcándole con un dedo hasta dónde llegaba el contenido de semen de su interior. – Por las dudas busquemos otro vaso.

No era verdad. Estaría casi un cuarto lleno. Pero me gustaba exagerarle, para tratarla como a una putita tragaleche. A ella también. Tal cual lo había sospechado, su gesto de asco del comienzo era ahora de excitación.

Me miraba con una cara de trolita abstinente de pija que pensé en volver a la cama y comerle la conchita un rato. O incluso cogerla con la verga un poco muerta. Pero no me iba a arriesgar a estropear, otra vez, la fiesta que ella había propuesto.

Le dije entonces que aprovechemos a ir a buscar algo para comer y a recorrer los bares para conseguir latitas. Que le demos tiempo a que se me vuelvan a llenar las bolas de esperma, para seguir llenando el vaso que se tomaría al final.

En el crucero no sólo tenían una inmensa variedad de comida, sino que, además, el comedor funcionaba las 24 horas del día. Sin dudas era el lugar ideal para hacer fiestitas con mi prima.

Mientras probábamos el pescado (que, tal como dijo Julia, era bien fresco) sentí el peso de la resaca. Tanta cerveza de la noche anterior y dormirme sin cenar, le pasaban factura a mi cuerpo. Sobre todo a mi cabeza. Pero por suerte tenía el antídoto a mano: agua. Me habré bajado cinco o seis botellitas de medio litro en menos de una hora, pero ya me sentía mejor.

Esta vez no cometería el mismo error. Aunque la recorrida por los bares nos demoró más tiempo que la del día anterior, además de las latitas de cerveza, pedimos varias botellas de agua.

Otra vez y en el mismo lugar, con la misma ropa y en la misma silla lo volví a cruzar a Fabián. Ya hablaba con el barman como si fuesen amigos de toda la vida. Y aunque no tenía bebidas libres, le regalaban de lástima algún que otro trago de vez en cuando. Lo sé porque me quedé un rato observándolo, desde lejos. Hasta a mí me estaba empezando a dar pena. A Julia no.

Como si lo habríamos ensayado todo, nos encontramos justo en la entrada de nuestro camarote. Mi prima abrió la puerta y pegó un grito: habían ordenado y limpiado el cuarto a la perfección. En el suelo sólo quedaron las bombachas de la fiesta. Las latas vacías, los papeles y todo lo que estaba a su alrededor, parecía haber desaparecido por arte de magia. La cama recién hecha, un bellísimo aroma a lavanda en el aire y hasta el baño parecía como nuevo. Pero a Julia nada de eso pareció satisfacerla.

Tal vez por los restos de resaca, pero ella fue más viva. Corrió hasta la mesita de luz y suspiró relajada cuando encontró el vaso con leche.

-¡Uff! – dijo dándole un beso – Pensé que lo habían tirado.

Al ver la situación me di cuenta que mi prima realmente estaba loca. Loca por la guasca. Y me encantaba. Me encendió la mente, un poco más, imaginarme la cara que habrá puesto el o la que encontró el vaso. Semejante olor a semen viejo, reposando en un recipiente que ni se atrevieron a tocar. Tal vez por asco, o tal vez porque no querían meterse con la puta que planeaba comérselos.

Como si quisiese terminar la tarea, mi prima juntó todas sus bombachas del suelo y las acomodó sobre la cama.

-Vos y tu fiestita – dijo retándome -Tengo todas las bombachas sucias ahora. Todas manchadas con pija.

Me acerqué y la besé, con cara de pibe arrepentido de una travesura realizada. De su cintura mi mano viajó hasta su cola, para apretársela primero y manosearla despacio después.

-Relajate un poco, gila – contesté, intentando quitar una sonrisa más de su rostro – Que te voy a chupar la conchita igual. Te cojo y te peteo la concha con la bombacha sucia. Te va a gustar más.

Puso una mano sobre mi nuca e intercalándolos con su exhalación, me ofreció una buena cantidad de besos en el cuello. Al palparme la pija sobre el pantalón, volvió a sentirla dura.

Me miro con cara de: “¿otra vez?” y solamente con mi mirada entendió que había llegado el momento de chupármela de nuevo.

Se puso de rodillas y me bajó la ropa de un tirón, se la puso en la boca y otra vez pude disfrutar del “Gaag. Aagg” que salía de su garganta. Las caricias con su lengua, los apretones con sus labios. El aire caliente al respirar, chocando con mi poronga mojada por la saliva de mi prima. Era estar volando de placer.

Ahora le avise que iría a acabar y cual putita sumisa, agradeció con una sonrisa mi gesto de piedad.

Al detectar que ya no salía más leche de mi pija, vació su boca en el vaso.

Esta vez ella misma midió el contenido, marcándolo con el dedo sobre el vidrio.

-Sí, creo que vamos a necesitar otro vaso, Ro.

Como esta fiesta nos daba tiempo libre, Julia propuso aprovechar que el día estaba lindo e ir a la pileta que el crucero tenía en el fondo. No me negué, pero le dije que apenas tuviese ganas de que me haga otro pete volveríamos a la habitación, de inmediato y sin excusas.

Ella aceptó y propuso que decidiésemos algún código para que le pueda avisar.

Era una buena idea. No podía decirle delante de toda gente que debíamos irnos para llenar el vaso un poco más. Ni que ya sentía las pelotas con leche suficiente como para una nueva mamada.

“Vamos a la pieza primita, que te quiero acabar en la boca” No daba. “La colecta de semen ya está lista para una nueva entrega”. Tampoco.

Mientras se cambiaba, le escuché decir que use la palabra “rojo” en una frase cualquiera y ella entendería. A mí me dio gracia. Aguantándome un poco la risa, le expliqué que esa palabra se usaba cuando uno de los participantes de una sesión de sadomasoquismo quería frenar. Que como las palabras tenían vía libre, los quejidos y pedidos eran ignorados. Salvo la palabra “Rojo”. O algo así.

-Bueno. “Blanco” entonces. – dijo desde el baño – “Rojo” queda para cuando te zarpes de bruto cogiéndome.-bromeó al final, sacando la cabeza para espiar mi reacción. Quería saber si ahora ella me había quitado una sonrisa a mí por su comentario.

Pero cuando salió del baño, se encontró sólo con mi boca abierta. De sorpresa. El bikini que tenía puesto estaba hecho a su medida. Le resaltaba las tetas de una forma tan sensual que me dejó atónito. Y la cola… Que decirles… Ni tan tanga, ni tan conservadora. Del mismo color celeste, casi verde, que tenían sus ojos cuando el sol le pegaba de lleno en la cara. Estaba hermosa.

Una diosa de su altura, paseándose con esa bikini metiéndosele en la colita y la almeja depilada perfectamente, marcada entre sus piernas, iba a ser un verdadero peligro para la salud de los viejos verdes que ya habíamos visto que viajaban con nosotros.

Cuando dio una vueltita para mostrarme como le quedaba de atrás, recibí un flechazo en la mente. Otro más. Esta vez más fuerte: a esa colita le quedaban pocas horas de virginidad. Ese culo bellísimo que tenía enfrente estaba cada vez más cerca de ser mío. Por más lindo que sea, lo quería romper con todas las fuerzas posibles.

-¿Y? ¿Qué tal me queda, Rodri? – me preguntó, sabiendo la respuesta.

-Blanco – dije sin dudar. También casi sin pensar.

La palabra salió de mis cuerdas vocales con tanta desesperación que Julia pensó que la estaba cargando.

-Blanco. – le repetí.

Julia sonrió con la boca chueca, signo que ya sabía que expresaba cuando se estaba excitando.

Se puso detrás de mí, apoyándome las tetas en la espalda. Con una de sus manos me abrazó el abdomen y con la otra me sacó la verga del pantalón, y la apretó con ternura.

-Que pajerito resultó ser mi primo. – dijo suavecito en mi oído. – Le tengo que andar tocando el pito a cada rato.

Y comenzó a bajar y a subir sus dedos con mi pija en el medio. Yo me estiré y le alcancé el vaso. Lo tomó y volvió a poner su mano sobre mi panza, esta vez apoyándome el cristal para tener más comodidad.

-Esta vez te tengo que sacar la chele con la mano, porque me vas a dejar llagas en la boca sino. No le querrás lastimar la boquita a la petera de tu prima ¿no?

Me encantaba su tono de voz. Me calentaba tanto que tenía siempre el trabajo mucho más facilitado cuando quería hacerme delirar. Y esas contradicciones que mostraba a veces su lógica, no hacían otra cosa más que enfermarme peor. Como si ella misma no podría tampoco pensar con claridad cuando caía presa por las ganas de coger con su primo.

Hacía un rato nomás se había enojado porque arruiné su plan de chuparme la pija absolutamente todo el día. Desde que nos despertásemos hasta que nos fuésemos a dormir. Y ahora simulaba un temor a no lastimarse la boca de tanto petear y petear.

-Que pervertido resultó ser mi primito. Pajerito y pervertido. – continuó – Le gusta que la prima le haga la paja. Y que se tome la leche.

La pija entera me ardía de una forma tan relajante, que me volvía más y más loco. Mi prima era una experta chupando chota, hablando como una puta, gestualizando como una piba inocente; pero también era una experta pajeándome.

-Se la cogió con todas las bombachitas que trajo y todavía quiere que le siga tocando el pito, para acumular más guasca. – siguió protestando.

Parecía hablarle a alguien que no estaba. Como quejándose en serio de mis actitudes. De mis deseos. Jugaba con el morbo en primera división. Al nivel de las mejores ligas.

-Tiene suerte que la prima es flor de puta. Alta tragaleche es la prima, que sino… sino lo saca corriendo.

Y ya no hizo falta ningún movimiento más de su mano. Atenta como siempre, acomodó el vaso sobre la punta del pene, para que no caiga ni una gota afuera.

Al notar que ya estaba completamente deslechado, volvió a actuar normalmente. Y como siempre, finalizó nuestro momento sexual besándome tiernamente.

-Pensé que “Blanco” lo íbamos a usar para cuando yo te quería chupar la pija a vos. No cuando vos querías un pete. – me dijo confundida.

Le contesté que daba igual. Podíamos aplicarlo a las dos cosas. Y nos fuimos a la pileta.

Nos costó unos minutos meternos, porque el agua se sentía fría. Contrastando con nuestra calentura era casi obvio que nos iba a parecer así.

Realmente pasamos un buen rato, jugando a salpicarnos y esas boludeces. Aprovechando que teníamos la barra cerca, pudimos pedirnos unos tragos más exóticos, más elaborados. Y la verdad que el pibe que los preparaba le ponía onda y los hacía realmente bien sabrosos. Pero el sol comenzaba a irse.

La pija se me empezó a parar de nuevo al ver que los tipos grandes, incluso ya sin sol, hacían tiempo para no irse y poder continuar mirándole el culito a mi prima. Julia también lo había notado. Lejos de sentirse avergonzada, les aumentaba el espectáculo. Desfilaba como una pendejita delante de ellos, cada vez que iba a buscar un trago. Les dejaba la cola parada casi en primer plano, cada vez que salía de la pileta. Sacudía el pelo, les movía el orto y se quitaba a los manotazos las gotas de agua que quedaban en sus tetas. Aunque las esposas y los hijos les rompían las pelotas para volver a sus habitaciones, los tipos seguían firmes, negándose a irse.

Esa noche, estaba seguro, Julia estaría en la mente de varios hombres pajeándose pensando en ella. Imaginándola desnuda, bien trolita, bien pero bien peterita. Me encantaba saber que el único que la disfrutaría en la realidad, sería yo.

Estaba por iniciar una campaña por la unidad de la familia, darles respiro a esos tipos y sobre todo a sus esposas, pero antes de poder pronunciar la palabra mágica e irnos, mi prima habló primero.

-Blanco. – dijo

Al ver que yo solamente la miraba sonriendo, sorprendido de la conexión que teníamos, se acercó nadando y continuó.

-Blanco. Blanco. – repitió, esta vez agitando sus manos frente a mis ojos y chasqueando de vez en cuando los dedos sobre el agua, para salpicarme un poco la cara – Blanco. – y me pegó una cachetadita en la mejilla, sonriendo ahora ella también. – Te quiero chupar la pija, Rodri. – me susurró al final. Por las dudas de que no le haya entendido.

A penas salimos de la pileta para ir a llenar un poco más el vaso, ambos sentimos el efecto del alcohol. Ni mareos, ni nauseas. Encontrarnos en ese estado, sólo nos produjo una carcajada de felicidad. Tanta felicidad que casi le como la boca delante de todos, pero por suerte tuve fuerzas para contenerme.

Al llegar al camarote: otra contradicción. Julia se arrodilló y me la empezó a chupar desesperada. Lejos de aquel temor a lastimarse la boca, ahora parecía querer lastimársela apropósito.

La entendía. No recordaba ni siquiera haberle tocado la concha un poquito en todo el día. Sin dudas estaba caliente como nunca. Pero eso me servía. La quería con muchas ganas para romperle el culo. Y la obediencia de mi prima me venía al pelo: ella tampoco me lo pidió siquiera. La fiesta de la leche, era la fiesta de la leche. Y nada más. Así las deseaba ella. Y, por supuesto, yo también.

Nuevamente me corrí adentro de su boca, pensando en su culo, disfrutando su lengua. Escupió la acabada toda adentro del vaso y se sentó en el suelo.

-Se está por llenar – dijo relajada, como si ella también habría tenido un orgasmo – Tiene la re pinta, me la quiero comer ya.

Esta vez era cierto. Hay que reconocer que el contenido además de mi semen tenía bastante de su saliva. Pero a las ocho de la noche exactas, el vaso tenía lugar solo para uno, o dos, lechazos más. Si mi prima quería petearme o pajearme más veces, necesitaríamos otro.

Nos acostamos con nuestras espaldas en la pared de la cama y bromeamos un poco sobre las miradas de los tipos de la pileta, mientras bebíamos una lata de cerveza tras otra, sin importarnos en lo más mínimo que estuviesen calientes. El coraje y la valentía que me daba todo el entorno lo usé para tocar el tema que me había comido el cerebro todo el día. Toda la vida, en realidad, aunque sólo lo supe unos días atrás.

-Le quedan, a ver… -dije pensando con la mirada en el reloj – 3 horas y 21 minutos exactos de vida al vaso.

Julia me miró de reojo pero no dijo nada. La conexión que nuestras mentes tenían me hacían sospechar que ella también estaba pensando en lo mismo que yo. Interpreté su silencio como un permiso para seguir hablando.

-A las 23:59 te lo tomás de una. Toda la leche del día termina en tu pancita. – y me incliné para besarle y lamerle, a penas, el vientre. – Porque a las 00:00 arranca la fiesta del culo. – sentencié después.

Esta vez sonrió nerviosa. Ambos supimos que éste en verdad era un temor y no el de las llagas en su boca.

-Negociemos como puedo zafar – me dijo con un poco de resignación. Mi respuesta ya la sabía, pero igual me miró con los ojitos entrecerrados, para dar lástima.

-Negociemos que te rompo el culo. Y si te duele mucho, te doy un beso. – respondí, con una sonrisa de atorrante dibujada en los labios – Y te sigo rompiendo el culo.

La cara de mi prima me confirmó que estaba bien. Que se retiraba de la negociación y que me entregaría el culito en unas horas. Me dijo sonriendo que al menos lo había intentado y que no sea muy bestia. Cuando me tocó el pito y me acusó de pervertido, otra vez, por querer desvirgarle el ojete, ya estaba para otro petardo. Al decírselo, casi me manda al carajo por lo insensible que era; pero se arrodilló y me la chupó, sin protestar de más.

Esta vez era seguro. El pechó se me infló con esa percepción que marca la diferencia entre un antes y después. La diferencia, para que me entiendan, entre ir a rendir un examen confiado, sabiendo que se habían esforzado hasta el cansancio para aprobarlo y salir efectivamente aprobado. Como haber conseguido el trabajo que querías. O haber pateado el penal que te dio la copa.

Esta vez era seguro. Y aunque la calidad de petera que tenía mi prima era sobresaliente, los chorros de semen que recibió el vaso, esta vez fueron mérito exclusivo de esa sensación de logro. De esa sensación de ganador que me producía saber que en tres horas, minutos más o minutos menos, el culo de mi prima sería para mí. Por primera vez. El primer pene en entrar en él, sería mío. Si al otro día mi prima no podía caminar bien, sería por mi culpa.

Julia tenía miedo, por ser una experiencia nueva. Dolorosa, según alguna que otra amiga que le haya contado. Pero también la atemorizaba verme tan desesperado. Pero se lo bancó como una reina. En vez de seguir quejándose o intentar negociar, o convencerme de que no sea tan bruto, priorizó al morbo. A ella también le gustaba la idea. A ella también la volvía loca. Ella también quería entregarle la cola a su primo.

Le daba miedo, pero también se desesperaba por probar. Pedir piedad era algo que no la convencía del todo, porque una parte suya no la quería. Ambos lo sabíamos.

Me dijo que vayamos a cenar. Lo hicimos.

Me dijo que quería tomar más cerveza para “anestesiarse” un poco. Lo hizo.

Me dijo, al regresar, que quería otro lechazo para llenar el vaso hasta el tope. Se lo di.

Recordamos juntos cuando en navidad o año nuevo, nos poníamos frente al televisor, casi siempre clavado en Crónica Tv, y esperábamos de la mano que sean las doce justas para avisarle al resto de la familia que ya era la hora. Ya había que brindar, celebrar, abrazarse y desearnos felicidad.

Esta vez era un minuto de diferencia. Con la diferencia, también, de que esto no se lo íbamos a avisar nunca jamás a la familia. Desearnos felicidad era en vano, porque ya lo éramos. Y aunque el brindis sería con semen y sólo para ella, era un brindis al fin.

Incluso con evidentes diferencias, tal cual recordábamos de aquellas noches, dejamos nuestras miradas sobre el reloj del celular, tomados de la mano.

Cuando cambió el 8 por el 9, del 23:58 que marcaba, Julia volvió a levantar el vaso, tal como había hecho con el café, y mirándome a los ojos con la cara de putita que solía poner al hacer travesuras de este tipo, se lo tomó entero, haciendo fondo blanco.

Luego tosió, puso cara de asco y hasta sintió arcadas. Pero se tragó toda la leche. Toda. Esta vez fría, acumulada, en cantidad comparable a la que habría en un verdadero gangbang.

Verla así, me volvió loco. Literalmente, sentí locura. Ser consciente de lo que comenzaría en un minuto, más su lengua recorriendo el interior del vaso, más su mirada de sumisa caliente, de niña pecando por desear la verga de su primo, de putita abandonada que no recibió ni una caricia en la concha por todo su trabajo. Todo eso permanece hasta el día de hoy como una de esas cosas que uno sabe que lo acompañarán toda su vida. O más allá. Esa locura exquisitamente prohibida que se despertó en ese instante, era amor. Esa clase de amor capaz de convertir al malo en bueno, al torpe en genio, al diablo en dios. Y ese amor me cambió para siempre.

Cuando llegaron las 00 exactas, Julia me besó. Me di cuenta que estaba demasiado borracha, cuando tropezó camino a la cama. Llevaba en su rostro ese gesto que tanto me calentaba.

Se sacó el pantalón y la parte de abajo de la bikini que tenía todavía puesta. Luego la remera y la parte de arriba. Una vez desnuda se tiró en la cama de costado, poniendo el orto apuntando hacia mi lado. Y me llamó, presa del alcohol y el deseo.

-¡Vení acá, Ro!-dijo casi llorando – Vení a dormir conmigo. – agregó cuando apoyó su cabeza en la almohada.

Me detuve un momento más para disfrutar del espectáculo. Con una mano se separó una nalga, para mostrarme el agujero del culo, y al rato la soltó, para dejarla caer y taparlo. Realmente estaba muy borracha. Más que anestesiada, parecía que iría a quedar inconsciente de un momento a otro. Pero el morbo no quería soltarla. Ni ella que la suelte.

-Veni a hacerle la cola a tu prima – susurró al notar que ya estaba desnudo, acostándome a su lado. – No seas pelotudo y si me quedo dormida, aprovechá.

Con la verga más dura que nunca, le hice caso. El glande de mi pija sintió una vez más el calorcito tan sexy de su ano apretado y comencé a empujar de a poco. Cuando la apoyada que le estaba pegando se hizo más intensa, un nuevo escalofrío se apoderó de mi cuerpo entero.

Segundos después, el esfínter externo ya abrazaba la punta de mi pija con total normalidad. Julia emitió un gritito de dolor, que más loco me volvió.

-Despacio – dijo, justo cuando me disponía a ponérsela entera. – Dejame la cabecita adentro nomas, que me duele.

Peleando una feroz batalla entre el deseo de romperle el orto y la intención de no lastimarla, le obedecí. La dejé quieta para que se adapte mejor a sus contornos y me entretuve disfrutando los espasmos que recibía en la puntita del pene por las contracciones que daba el culito virgen de mi prima. Eran los últimos segundos de virginidad y lo sabía.

-¡Ayyy! – gritó cuando quise penetrárselo un poco más. – ¡Ayyy! Despacio. – se volvió a quejar.

Pero ya no podía obedecerla más. Mi alma entera ahora le pertenecía al demonio que había poseído mi cuerpo.

¿Conocen ustedes a alguien que se haya ganado ciento setenta mil millones de millones de millones de millones de dólares a la lotería?

Tengan un poco más de paciencia.

Lo van a conocer en el próximo capítulo.

Continuará…

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