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Mi prima se viste de novia (Capítulo 22): Final
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Tiempo de lectura: 13 minutos

Cerré los ojos con fuerza cuando escuché, de fondo, que un grupo de mujeres sostenía una “A” en Sol mayor.

El último día de nuestro viaje, habíamos casi descubierto que en el balcón de nuestro camarote había dos reposeras. Una de ellas sobraba, estaba de más. La otra en cambio, nos vino al pelo.

Julia me dijo que no importaba lo que pasase al llegar, que ahora le debía una fiesta y que se armaba flor de quilombo si no se la hacía. Todavía entre lágrimas me dijo que quería hacer la fiesta de la chupapija. Sí o sí.

Y si nunca me había podido negar a los pedidos de mi prima, no iba a empezar justo allí.

Todo el día estuvo chupándome la verga en esa reposera. Mirando el cielo, el mar del mismo color, y las estrellas luego. Todo el día para tragarse el último guascazo acumulado del viaje.

A las 00 exactas le llené la boca con semen y un minuto después mi primita preferida dudaba todavía si deglutirlo o seguir saboreándolo un poco más.

Cuando finalmente se la tragó, se echó a reír. Todavía entre lágrimas por la curiosidad inmensa que tenía sobre mi decisión, pero dejándole un espacio a una sonrisa, me dijo que era la primera vez que se tragaba mi semen directo de la pija. Y pensándolo bien, tenía razón.

Luego me pidió que le haga la cola. Luego la concha. Que se la chupe. Y que le rompa el culo, después. Que teníamos que aprovechar al máximo las horas que nos quedaban. Y que si no tenía más leche, que la mee. Que algo mío se iba a tragar a cada rato.

Al final del viaje habíamos llegado a tal punto en dónde solo debía decirle una palabra para lo que quería. “July: Cola”, y la ponía. “July: Concha” y se acomodaba. “July: Boca”, y peteaba sin siquiera responderme.

Tuve también la precaución de no dejarle centímetro alguno de su cuerpo, sin probar con la lengua. Ella hizo lo mismo. Chupamos cosas que nunca antes y como nunca antes, tuvimos nuestra piel cubierta de saliva.

Tanto me costaba abrir los ojos, que esa “A” se volvía insoportable. Las minas parecían no soltarla más. Aunque sea una desafinación mínima me habrían calmado la ansiedad. Pero no. Seguían en Sol mayor, mientras yo hacía más y más fuerza con los parpados, porque no las soportaba. Y ni siquiera habían pasado cuatro segundos y 14 milésimas.

Le conté al paso sobre aquella regla que iba a poner si ella se venía a vivir a mi departamento. Aunque sea por un tiempo, hasta mudarnos de ciudad, de planeta de ser necesario. Pero sea en dónde sea, en la casa sólo se podía andar en bombachita. Cada vez que la puerta se cerraba, la ropa se iba. Y mientras yo disfrutaba de la sensación de paz que me brindaba escuchar mis deseos expresados en palabras, Julia se entusiasmaba de esa forma que tanto me gustaba. Recibía de su rostro otra cuota más de esa paz, que me garantizaba que todo iba a estar bien, si decidía vivir en el pecado del incesto, eventualmente, todo estaría bien.

Yo no podía dejar de pensar en por qué carajos nos separábamos al ir a buscar las latitas por los bares. Si de todas formas, nos iban a dar una a cada uno. Esos minutos perdidos, por no pensar del todo bien, se volvían oro a medida que cruzábamos el océano hacia nuestro hogar.

Y, aunque les parezca una locura, tampoco podía quitar de mi mente aquellas figuritas de Boca. Aunque ya ni sabía en dónde estaban. Hasta sospechaba, incluso, que las había tirado en alguna que otra mudanza. Pero significaban mucho más que su forma física. Porque, como les dije, aquello que Julia había hecho por mí, era felicidad.

Me pidió luego que le acabe en una bombacha, para lamerla en su casa, cada vez que quería. Por si decidía que vivir juntos no era posible. Ingenuamente le ofrecí un bóxer con mucho olor a pito, pero se cagó de risa cuando le dije que le podría dejar un lechazo, o los que llegase a largar, ahí, en vez de su tanga.

Se rio porque me explicó que una bombachita suya sería mil veces más fácil de disimular entre su ropa. Que nunca nadie iría a sospechar de esa forma que tenía guasca de su primo escondida, para lamer cuando quisiese.

Aunque la idea era fantástica y me había dejado reflexionando sobre cuántos hombres habrá por el mundo ignorando que sus mujeres tienen semen ajeno escondido de esa manera, yo le pedí una bombacha de ella cuando se ofreció a usar uno de mis bóxers para impregnármelo con sus jugos.

Se puso aquella del corazón en la concha, y aunque ya estaba sucia, se pajeo conmigo para mojarla entera. Al dármela de recuerdo, no dude en sumarla a mi colección. Oliéndola desesperado le dejé un lechazo en la blanca que ya tenía uno viejo, para que no me olvide.

Y las minas, entonces, dejaron de sostener la “A” en Sol mayor. Y supe que era tiempo de abrir los ojos. Desde aquel rincón del fondo, vi como mi prima dio el primer paso en la iglesia. Ahora el “Ave María” de Schubert la acompañaba a ella, vestida de ángel y de princesa, hacia el altar.

Habían pasado dos meses desde la última vez que nos vimos, en aquel puerto de Buenos Aires, al que pensé que nunca jamás me atrevería a pisar de nuevo.

Sólo habíamos hablado una vez, al otro día, y fue sólo para pedirle su contraseña del mail. Porque entre tanta desolación que sentía aquel día, solamente me calmó un poco la angustia enviarle los quince mil dólares en Bitcoins que el Usuario_PsyExA decía cobrar por esa información que me había cambiado la vida para siempre. Le pedí también que, por favor, retire los videos de Fabián culeando a la pendeja, y para mi sorpresa accedió. Me dijo que a cambio le cuente esta historia, que se la envíe al mail y él mismo se encargaría de subirla, semana a semana. También me devolvió el dinero y me pidió que trabaje para él. Pero en ese primer momento no quise saber nada. Ni sabía quién era, ni que hacía, ni cuanto pagaba. Ni tampoco me hacía bien.

Y cuando mi alma entera se desgarraba por la duda de saber si había hecho bien en decirle a Julia que lo que debería hacer era pelear por el amor de su vida, ella sólo sonrió, entre lágrimas, sobre la alfombra roja, para contestarme.

Sus pasos lentos, entre el resto de la gente que la miraba desfilar con tanta emoción, me permitieron verla más cerca cuando pasó a mi altura. Ese rostro era el que tanto, pero tanto me volvía loco. Esa era, realmente, mi prima vestida de novia. Y yo simplemente suspiré relajado, todavía un poco escondido, ante su cara de felicidad.

Finalmente la misa terminó. Julia volvió a pasar sobre la alfombra, pero esta vez tomada del brazo de Fabián.

En la entrada de la Iglesia parecían haber hecho una pausa para saludar a los invitados, quienes coordinadamente hacían una fila para desearles felicidad o simplemente darles un beso, mientras un fotógrafo medio pelotudo le ordenaba a mi prima y su esposo cómo pararse, en dónde, cuánto tiempo estar con cada uno para lograr una buena foto.

Junté valor y me formé en la fila, para volver a verla más cerca. Porque bajo ningún punto de vista podría perderme de desearle todo lo que en verdad quería para ella y su nueva vida. Y porque mi prima estaba hermosa. Aunque careteaba para la gente y cumplía las órdenes del tipo con la cámara, no podía opacar la belleza que tenía en su interior. Y mucho menos conmigo que, bien sabíamos los dos, era su alma gemela. Como ella era la mía.

El fotógrafo gritó desolado y mi prima rompió el protocolo, al verme. Y digo lo rompió, para mantener la literatura en cierto nivel. Porque en verdad lo hizo mierda. Empujó a vaya a saber a qué tío de Fabián, hasta casi tirarlo al suelo. Pateó, como pudo, con el vestido ajustado, a un pendejo que lloraba, vaya uno a saber por qué. Todo por acercarse a mí. Presa del cariño, me abrazó y se colgó a mi cuello. Ahora lloraba más fuerte, con otro tipo de emoción.

-Primo. ¡Viniste! – me dijo, cuando pudo hablar.

Y llorando yo también, como aquella tarde donde Palermo la tocaba adelantado en el monumental para vencer a Perú sobre la hora, bajo una lluvia torrencial, le dije que sí. Que cómo no iba a ir. Y que estaba preciosa.

Un poco menos espontáneo, Fabián también ignoró al protocolo, la fila y al pelotudo que sacaba fotos, y me vino a saludar.

-Gracias, Rodrigo. – me dijo, también emocionado. Luego, por primera vez en su vida, me pegó un abrazo. Yo no le respondí. No podía decirle que “de nada”, cuando en verdad lo había ayudado a recuperar “todo”.

Ya más tranquilo, los dejé seguir con sus cosas. Al rato comenzaba la fiesta, y estaba desesperado por un buen trago con alcohol. El que sea. Pero encontré mucho más.

Mi prima que, como ya saben, estaba atenta a todo, había logrado acomodar las mesas para que los primos compartamos una, todos juntos. Y como si fuese otro sobre de figuritas, me sentó al lado de la pibita de culo lindo, que también era prima de Fabián. Me la sirvió en bandeja, porque el resto de nuestros primos sabía que no iban a ir.

Su sonrisa me acompañó durante todo el movimiento que hice para sentarme a su lado. Luego me dio un beso para saludarme y me agarró una mano.

-¿Me vas a coger ahora? ¿O preferís esperar a que al menos entren los novios? – me preguntó. Como si fuese casi una obligación que los padrinos cojan entre sí en un casamiento.

No pude evitar pensar que, objetivamente, yo no era nada. La única madrina era ella. Yo solo era un invitado más para el resto de la gente. Al padrino lo había elegido Fabián y a ella la había elegido Julia. Pero no me importó.

Sin más dudas, me la llevé al baño de hombres. Tenía un vestidito tan fácil para meter las manos adentro, que me calentó a más no poder. Parecía hecho a propósito para garchar fácil y rápido.

Le subí las piernas a mi cintura, en un cubículo de cuarta, y ágilmente le saqué la bombachita de un tirón. Esta vez usaba tanga y le quedaba perfecta. Creo. Porque en verdad ni me detuve a mirársela.

Los aplausos que se escuchaban desde afuera nos anunciaban que la fiesta ya tenía a los protagonistas adentro. Justo cuando adentro suyo, la pibita recibió el primer chotazo abrirle la concha. Afuera aplaudían, pero adentro nosotros gemíamos desesperados en cada bombeada que le daba a la piba mientras le manoseaba todo el orto bajo el vestido.

La abstinencia se desvanecía en medio del calor de la empanadita hermosa que tenía en la pija. Y la pibita del culo lindo no tardó en acabar. Luego puso sus manos en mi mejilla y me dijo que le acabe adentro. Que tomaba pastillas. Y que quería chorrear leche mientras bailaba. Y sin más, cumplí hasta llenarle la cajeta de semen.

Salimos con cuidado de que no nos vean. No porque nos importaba, sino porque a los dos nos gustaba sentir que hacíamos una travesura al cojer escondidos. Y apenas nos sentamos, volvimos a tener que pararnos, porque ahora iban a bailar el vals.

Al rato volví a sentir la cinturita hermosa de mi prima en las manos. Y la verga volvió a extrañarla un poco.

-¿Sabes que te quiero con todo, Rodri? ¿Lo sabes, no? – me preguntó mientras daba una vueltita. – No hay nadie en el mundo a quien quiera más que a vos. – me dijo después.

Le dije que sí. Que lo sabía y que ella también era la persona favorita que tenía en este mundo. Y que sería así por siempre.

Julia espantó con la mano al amigo de Fabián que quiso separarnos para bailar él.

-Te dejé un regalito en la mesa. Veo que ya lo encontraste, por el olor a concha que tenés. – me dijo sonriendo, al ver que pronto no podría espantar más a nadie. – Tengo puesta la bombacha de la fiesta del culo.-me dijo después.-Pero quédate tranquilo, que sólo va a poder mirarla. – me aclaró al final. Para dejarme bien en claro que no se había olvidado de nada. Y también que ella era una chica fiel a sus promesas.

Y el gordito que no sabía ni meter una llave en la cerradura, nos separó.

Volví a la mesa muerto de vergüenza al sentir que otra vez mi prima me había dejado la pija al palo con sus palabras. Aunque esta vez no tenían esa intención. Como la prima de Fabián todavía esperaba su turno para bailar, aproveché para escabiar y escabiar y escabiar. Y escabiar. Y escabiar más. Y, perdón si se aburren, escabiar todavía más.

No habrán pasado ni cinco minutos que ya tenía al menos 8 o 9 shots de tequila recorriéndome la sangre. Y el mareo se presentó cuando la pibita regresó y me paré de golpe, para llevármela al baño de nuevo.

Obediente como siempre, me acompañó. Pero esta vez la acomodé para cogerla de espaldas. Le subí el vestido y le estiré la tanga al costado. En esa posición, la conchita apretada que tenía me generaba más presión, y al ratito sentí que estaba por eyacular de nuevo. Esta vez sin siquiera esperar a que acabe primero ella. Pero me frené. Porque hacía dos meses que no me cogia un culito y lo tenía ahí nomás.

-Ni en pedo, flaco. – me dijo a penas le intenté meter un dedo. – Nunca cogí por el culo y no tengo intenciones de arrancar ahora.-me explicó después.

Pero como si ni la hubiese escuchado, juguetee y presioné apenas la entrada de su ano con el dedo índice, para ver si lograba convencerla un poco.

-Ahh. Ayy. – dijo sin poder ocultar el gemido. – ¿Tantas ganas tenés de hacerme el orto?

Le respondí que sí. Que me moría de ganas de culearla un poquito en ese baño de morondanga. Como si ella fuese una putita que había contratado para no aburrirme en la fiesta. Y que ese agujerito tan cerrado se había adueñado, por completo, de mi deseo.

-No se… -dijo, todavía entre suspiros. Sin saber que con eso me alcanzaba.

Le volví a clavar la pija en la concha. Y meterla y sacársela con fuerza.

A la vez agarré mi celular y puse el cronómetro. A los cuatro minutos exactos, me pidió por favor que le rompa el ojete.

En realidad no. Pero hubiese estado bárbaro.

Simplemente le volví a llenar el útero de leche y la pibita se empezó a desesperar cuando escuchó que, de afuera, anunciaban que empezaban los discursos de los padrinos y la estaban llamando. Se arregló la bombacha, el vestido y el peinado, muriéndose de risa porque se le iba a caer la chele de la concha en medio de la gente mirándola. Y a las apuradas, salió del baño. Un segundo después la seguí yo.

La pibita era la única que estaba de pie en todo el salón. Le hablaba a mi prima y su primo desde la mesa vacía, con una copa de vino en la mano. Pero aunque sus palabras tenían pinta de ser importantes, yo sólo pude prestarle atención al movimiento que hacía con sus piernas, como para acomodarse mejor la bombacha, o no gotear semen. Ya estaba empezando a disfrutar de tener la pija parada con los testículos vacíos.

Habrá estado como diez minutos. Que yo aproveché para, sí, ya saben: escabiar.

Cuando terminó, mi prima le envió un beso desde la silla. Y la gente aplaudía, y aplaudía. Seguramente había contado anécdotas, expresado su amor por ellos, sus deseos de felicidad y esas porquerías de minita que emocionaban hasta al pelotudo que mi prima tenía sentado al costado.

Cuando la pendeja se sentó, otro pibe, de la mesa de al lado, se puso de pie. Pero yo le gané y me paré justo detrás. El flaco abrió las manos sorprendido, cuando me escuchó decir que ahora iba a hablar yo. Miró a su amigo en la mesa principal, como para reclamar que el padrino era él. Pero encontró una mirada fulminante de mi prima y un gesto de “no” en la cabeza, que lo hizo sentar de inmediato.

-Por mi prima, que se viste de novia.-dije al fin, tras dos intentos fallidos.

La gente ni amagó con aplaudir. Supe entonces que no debía tomar más. El silencio incómodo del salón completo iba a tono con las palabras sin sentido que habían oído del primo borracho. Pero mi prima, en cambio, salió nuevamente a defenderme.

-Por tu prima, que se viste de novia para qué. – dijo poniéndose de pie de golpe. Frenando la frase de repente, para que sepa que no importaba en lo más mínimo lo que entendía, o no, el resto de la gente. Tenía en su mano una copa de vino que me ofreció a la distancia para que brinde con ella. Y en su mejilla una nueva lágrima que trataba de ocultar con una sonrisa.

Recién ahí la gente aplaudió. La pibita que tenía al lado me tomó de las manos y me dijo que sí. Que estaba bien. Que cuando arranque el bailongo, me entregaba el rosquete. Me miró con una sonrisa tan linda y una excitación tan grande, que le había provocado mi estupidez, que me explica, ahora, las cosas más claramente.

Aquí sentado, escribiendo esto varios meses después, puedo entender, al recordar aquella sonrisa, por qué nos pusimos de novios a los pocos días de aquella fiesta. Y cómo hasta el día de hoy me encuentro perdidamente enamorado de ella. Con ese amor tan raro que a veces me hace preguntar por qué carajos una mina con su inteligencia, su sencillez y su belleza, está conmigo.

Creo que es momento, ahora, para contarles que su nombre es Guillermina. Y no tengo tapujo alguno para reconocerla como la mujer de mi vida. Para contarles que por ella dejé finalmente todo eso que no dejé por Julia. Dejé mi trabajo, mi carrera, mi departamento y hasta muchas relaciones personales que tenía en aquel entonces, para simplemente seguirla. Y aunque pueda marearlos un poco más, puedo decirles esto también: mi prima, eventualmente, también dejó todo aquello para seguir a su amiga. Menos a Fabián.

Pero eso es otra historia. Y la fiesta todavía no había terminado.

Aunque estaban nuestros padres, tíos y abuelos, poco nos importó. Cada vez entrabamos y salíamos del baño con menos disimulo. Y si estaba ocupado, Guillermina los rajaba si eran sus parientes. Si eran de los míos, los echaba yo. Si alguien entraba, en cambio, mientras estábamos garchando, generalmente se iban solos espantados por los gritos de placer.

Fueron pasando las horas, los bailes y las comidas. Y aunque se sentía en el aire que la felicidad de los novios iría a durar para siempre, la fiesta no.

Ya sólo quedaba despedirnos de los recién casados. Dejarles un último saludo antes de irnos a dormir. Y esta vez, para la fortuna del fotógrafo, esperé a que se vayan todos y recién me acerqué a los novios cuando la fila terminó. Sólo los más íntimos quedaban rodeándolos a penas.

Fabián me dio un nuevo abrazo. El segundo de la historia, y lo sentí mucho más sincero que el anterior. Porque el “gracias” que dijo ahora, se le notaba hasta en los ojos que lo sentía profundamente.

Yo simplemente le sonreí y esta vez le devolví el abrazo.

-La veo llorar y te como el hígado. – le dije después. Y lo despedí con una cacheteadita. A diferencia de aquella primera vez, esta vez nadie se rio.

Julia, en cambio, me esperaba parada a su lado, con sus manos tapándose la boca, como si estaría rezando un poco para calmar su emoción. Le ofrecí las manos para que me de las suyas y así lo hizo. No quería nunca, pero nunca más, verla tapándose la cara.

En ese instante se cortó la música y hasta de reojo vi cómo unos pibes comenzaban a barrer el piso del salón.

Luego puso su cabeza en mi pecho y en medio de un llanto que trataba de ocultar, hizo puchero. Casi por instinto, le besé la frente y permanecimos así, en silencio, abrazados, unos segundos.

Mi prima moqueaba como cuando éramos chicos y al ratito quiso hablar, aunque no pudo. Pero mi prima no era de las que se rendían fácilmente, y lo volvió a intentar. Una vez tras otra. Hasta que lo logró.

-Blanco. – dijo al fin.

*-*-*-*-*

Epílogo final, más abajo.

*-*-*-*-*

Muchas gracias a todos los que leyeron y valoraron esta historia. Espero que hayan disfrutado del viaje tanto como Rodrigo y Julia. Les mando un fuerte abrazo a todos.

Para los que quieran saber más sobre esta saga, pueden seguirme en mi Instagram "@psyexa"

-*-*-*-*-

Epílogo

Toda la tarde acostada en su cama, tantas horas llorando sin consuelo, le habían resultado suficientes. Era demasiado ya el tiempo que le había dedicado a los pensamientos de soledad, que le cargaban la mente de pesados miedos al haber cortado con su novio. Pero esa relación, no tenía salida alguna. De qué sirve una relación en donde ninguno avance, pensaba aún, como para confortarse un poco.

Guillermina se puso de pie y se fue a duchar. Se vistió lo más linda que pudo y partió camino hacia a la despedida de soltera de su mejor amiga.

El largo viaje en colectivo que tenía enfrente la hizo reflexionar mejor, ahora con aire fresco y una lluvia tras la ventana que le resultaba hermosa. Necesitaba que el recorrido que hacía desde Mataderos a Caballito, le cambie la energía. Y un poco lo logró.

La fiesta iba bien, pero dio un salto en su corazón cuando llegó Rodrigo. Aunque ya lo conocía de vista, nunca le había siquiera ido a hablar. No se había animado nunca, a pesar que lo consideraba un pibe fachero pero, sobre todas las cosas, bueno y capaz. Encima era el primo de su amiga, quién no hablaba de él sin los ojos rebalsándole de orgullo y cariño. El flechazo que recibió en ese momento al ver al chico de remera verde, nunca antes lo había sentido.

Pasaron los minutos y al final se animó. Fue con nervios a invitarlo a jugar a un par de juegos que sus otras amigas le habían preparado a la homenajeada pero, para su desagrado, el chico la rechazó.

Pudo comenzar a divertirse solo un rato más tarde. Cuando pudo volver a neutralizar los sentimientos de soledad que tenía en la cabeza. Y al final de la fiesta, se sintió mejor aún, cuando el pibe se la fue a encarar torpemente a ella. Pero de todas formas no pudo concretar ni un beso.

Al despedirse de la futura novia, no logró ignorar la excitación que tenía encima. Y si se sumaba el alcohol que había consumido, le fue casi imposible no realizar una estupidez.

Sabiendo que era una de las tonterías más clásicas de la historia de la humanidad, tomó un colectivo hacía la casa de su ex novio. Entró al rato gracias a que todavía conservaba las llaves y su disgusto fue mayor cuando lo encontró completamente borracho. Él también había ido a una fiesta. Específicamente a la despedida de soltero del hombre que se casaba con su amiga. Quién era a su vez, su primo.

Intentó llamarlo, moverlo y hasta quiso masturbarlo. Pero nada. El muchacho estaba completamente desmayado de tanto alcohol que también había consumido.

Resignada por un fracaso tras otro, pensó en irse a su casa de una buena vez. Pero el celular del chico sonó y los mensajes que leyó desde la pantalla que tenía a su lado le dieron un poco de curiosidad.

“¡Alta fiesta, guachín!”, decía el primero.

“La puta se ganó cada centavo. No se olvida nunca más de la garchada que le pegamos”, leyó en el segundo.

Y al instante recibió dos videos que mostraban como su primo recibía una mamada y cómo, luego, le hacía sexo anal a una joven desconocida.

Guillermina se quedó inmóvil. No lo podía creer. No quería creerlo. Y supo, en ese instante, que su amiga debía enterarse, si o si, de lo ocurrido.

Se envió los videos a su celular, borró los mensajes y se fue, aprovechando que nadie la había visto siquiera entrar a la casa de su ex pareja.

El nuevo viaje en colectivo le resultó interminable. Pasaron horas enteras, entre la espera y el recorrido, hasta que por fin llegó a su casa. Abrió la notebook y no dudó un segundo en subir los videos a un portal de internet, para poder enviarle el link, por mail, a su amiga.

Ni tampoco dudó en utilizar su cuenta de blog para hacerlo. Hacía ya un tiempo que había dejado su carrera para dedicarse a resolver problemas sexuales de la gente en forma anónima.

“Usuario PsyExA”, se hacía llamar. Y cobraba en Bitcoins.

Se había puesto un apodo en masculino porque sentía que de esa forma reservaba mejor su identidad. Con el tiempo se daría cuenta que no sólo el género la ayudaba a eso, sino también el singular. Porque, aunque no lo sabía aún, lo que en verdad estaba creando Guillermina, era un grupo de especialistas.

Había ayudado ya a mucha gente, y comenzaba a irle realmente bien utilizando sus técnicas basadas en la creatividad y la psicología. Recordó de un pantallazo a una pareja a quienes ayudo a reavivar la pasión de su matrimonio, a una muchacha a aceptar su cuerpo, a un joven a conquistar a una chica que le gustaba y hasta a varios pibes que querían saber cómo animarse a encarar mujeres. Tenía muchos más, pero volvió a enfocarse en los videos y lo sucedido.

Y sin pensar de más, los envió.

El resto de la historia creo que es, por todos ustedes, ya conocida. Al menos en una buena primera parte.

Lo que queda, espero ansioso poder contárselas. O ansiosa. Porque nuestra agrupación no ha hecho otra cosa más que mejorar. Y vale la pena saber cómo.

FIN

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