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Mi primer anal, con él
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Tener una verga gruesa y larga dentro es una experiencia magistral, especialmente cuando estoy completamente excitada y complacida. El ritmo que tomó, aferrado a mis nalgas, provocaba interminables escalofríos, haciendo que mi vagina se relajara hasta llegar al orgasmo. No podía dejar de jadear de placer con ese bombeo tan ensayado que recorría mis nervios y chocaba directamente con mi punto G.

Nos detuvimos un poco para refrescarnos después del frenesí que intercambiamos. Me serví un café, y aunque era de madrugada, me supo exquisito.

—Estás deliciosa, eres demasiado sexy. Quiero tomarte una vez más —me dijo con deseo en la voz.

—Espera, estoy muy cansada y hambrienta, déjame disfrutar mi café —respondí con una sonrisa.

Me moví a la tina, y mientras la llenaba, toqué mi vagina y comencé a estimularla. Sentía la necesidad de acariciarla después de haber recibido esa embestida trasera. Empecé a jadear suavemente, sabiendo que mis jadeos son muy excitantes. Aunque me gusta que me posean intensamente, soy una mujer delicada, y esa dualidad me encanta.

Él llegó por detrás y suavemente besó mis oídos mientras abría mis nalgas. Esta vez, comenzó a penetrar mi vagina lentamente, sacándola y metiéndola en mi ano con un ritmo divino. Sentía una gran satisfacción y una intensa estimulación en mi clítoris. Jadeaba despacio mientras él seguía y seguía, besándome y pasando su lengua por mis oídos y mi cuello. Así estuvimos hasta que me volteó y me penetró la puchita intensamente.

Mientras nos mirábamos, él me bombeaba sin piedad. Solo podía sentir su enorme miembro chocando profundamente dentro de mí hasta que, por fin, sentí cómo se venía dentro de mí. El calor de su semen chorreando entre mis piernas mientras mordía mis labios y jadeaba me hicieron bajar hacia su pene y chupárselo suavemente, absorbiendo los últimos chorros de calor en mi boca, que sabían a miel. Era tan grande aquel falo que no podía dejar de lamerlo y disfrutar de su tibio sabor. Era lo mejor recibir aquel premio dentro de mí.

Pero no habíamos terminado. Su miembro seguía endurecido, y él me levantó suavemente, colocándome sobre su regazo en la tina. Me sostuvo firmemente por las caderas mientras deslizaba su falo nuevamente en mi interior, esta vez con una lentitud tortuosa que me hizo suspirar de puro placer. Mis caderas comenzaron a moverse instintivamente, buscándolo más profundo, más intenso.

Cada embestida era un crescendo de deseo. Mis gemidos se mezclaban con el sonido del agua salpicando mientras me hundía una y otra vez en su dureza. Sentía que el calor aumentaba en mi interior, la tensión creciendo hasta que finalmente, con un grito ahogado, me vine, temblando en su abrazo.

Él no se detuvo. Me giró una vez más, haciéndome apoyar las manos en el borde de la tina. Entró en mí con una fuerza renovada, su ritmo frenético llevándome al borde una y otra vez, hasta que ambos explotamos en un último y devastador orgasmo, el clímax perfecto de una noche de pasión desenfrenada.

Nos quedamos así, jadeando, nuestros cuerpos entrelazados y saciados, el agua aún tibia a nuestro alrededor. No había palabras, solo la certeza de que acabábamos de vivir algo inolvidable.

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2 COMENTARIOS

  1. lo cierto es la mujer que le gusta el coito anal lo vive con intesidad mi mujer siempre tiene un tubo de vaselina para la ocasion en la mesita de noche cuando le apetece empieza con una mamadita y luego la dirige donde ella quiere.

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