Ya había pasado al menos un año desde que me vestía de pie a cabeza como Gabi. En verdad, cuando estaba en casa dejaba de ser Mario y era Gabi al 100; en noches más calientes había llegado a meterme 3 dildos de un solo tiro. Mi culito se empezaba a acostumbrar y dilatar más rápido. Estaba lista para el siguiente paso.
Con el tiempo yo deseaba más. Quería estar allá afuera, como Gabi. Como esta ciudad es homofóbica hasta la muerte, para salir necesitaba tener más cuidado. No me podía mandar sola, con ropa de stripper, por las calles de Lima.
Sabía que hay zonas por donde es “casi normal” ver travestis y transexuales – por el centro de Lima, el jr. Zepita, el antiguo cine Tauro. Exploré las zonas en las noches vestido como Mario, para ver cómo era el ambiente. Y sí, a partir de las 10 de la noche podía verse de todo – hasta tranies cogiendo en plena calle. Pero aún me faltaban huevos para irme sola. Así que pensé en un plan. Le pedí a un amigo (y bueno también mi cachero de fin de semana) llamado Carlos que fuese conmigo, como mi “acompañante” (ok, cliente) a darnos una vuelta por todos esos barrios.
El aceptó de inmediato – es más, la idea le excitaba como loco. Así que lo planeamos todo para un viernes en la noche. Antes que nada me di un baño largo de espuma y me depilé hasta el último centímetro de piel; quería lucir sexy esa noche. Entre los dos seleccionamos mi ropa: obviamente quería (y tenía) que lucir como una puta travesti. Seleccionamos un short blanco, de licra, bien apretado y chiquito y un tanktop lila también cortito. El maquillaje sería el de una puta claro.
Como a las 10 de la noche se apareció Carlos por mi departamento. Me miró de pies a cabeza y solo dijo “eres toda una puta”. Revisó todo mi vestimenta y me dijo “estas lista nena”. Pero primero, para romper los nervios (míos) nos tomamos un par de rondas de wiski con hielo.
Tenía que relajarme un poco. Con un par de tragos ya estaba lista para todo. Así que antes de salir le dije “Espera, hay algo que necesito hacer antes de salir…necesito entrar a mi modo de puta primero” – así que, sin titubeos, me puse de rodillas, abrí su pantalón y bragueta y le di una mamada a fondo hasta que el pobre tu tuviese opción más que vaciarse en mi boca. Ahora sí, con semen aun en los labios y lengua, agarramos las llaves de auto y salimos a la calle.
Ese viernes en la noche salí del departamento decidida a experimentar una caminata nocturna como si fuese una prostituta travesti. La fantasía me perseguía por muchos meses así que sabía que esa noche sería especial para mí. Carlos me llevó en su auto; llevaba ropa de putita pero con un abrigo negro con cinturón que me llegaba hasta los muslos.
Encontramos un estacionamiento por Quilca y de allí iríamos caminando; ya eran casi las 11 de la noche. Salí del auto, sentí una ráfaga de aire frio por la cara. Era ahora o nunca. Carlos medía casi 1.80 así que hasta cierto punto me sentía protegida. Cruzamos la avenida en dirección al cine Tauro; una vez que estaba en una de las calles laterales, más angostas (creo que era Quilca), decidí quitarme el abrigo y exponer mis piernas fabulosas; saqué un cigarrillo y nos echamos a andar.
A medida que nos metíamos más y más entre esas callejuelas se notaba de inmediato que estábamos ya en la zona roja: putas por todos lados – quien sabe si eran travestis o mujeres de verdad, cada una rondando por una zona de la vereda. Como sé que muchas putas son bien territoriales me aseguré de no invadir el espacio de alguna de ellas. Seguí caminando, con Carlos a mi lado, como si estuviésemos buscando un lugar para coger. Todo esto me estaba excitando increíblemente; me sentía parte de un grupo, con las mismas ganas y fantasías. Caminaba a paso seguro, moviendo mis caderas, haciendo sonar mis tacos, exponiendo mis piernas. Estaba feliz.
Entonces se me ocurrió una travesura. Le dije a Carlos: “Carlos, vete a la acera de al frente y déjame sola por un momento en esta esquina. Quiero sentir que estoy puteando en plena calle. ¡Pero no me quites el ojo de encima!”.
Él me siguió la idea y le pareció bien arrecha. Así que disimuladamente me dejó allí parada, a unos pasos de un motel de mala muerte llamado Señorío. Me apoyé ligeramente contra la pared, cruzando las piernas y con cigarrillo entre los dedos, a la espera de algún cliente… ¡Al fin, estaba puteando!
Ya eran más de la media noche y había más “curiosos” por el lugar. En realidad, no pasaron no 10 minutos cuando un tipo en los 50s se me acerca disimuladamente y me pregunta “hola amor, ¿cuánto la hora?”¿cuánto la hora? Alguien está dispuesto a pagarme por cacharme… entonces, ¿soy una puta? Me sentía rara. ¿Cuánto se cobra? Ni idea. Así que solo se me ocurrió decirle, “80 soles, con todo”… ”huy, un poco caro, y qué tal por una mamada solamente?”…¿en serio?, pensé, ¿80 es caro? No jodas. “No amor, no doy solo mamadas”.
El tiempo pasó y con ello más preguntones – al menos 4 que recuerdo. Todos preguntando cuánto por cacharme. Al cabo de un rato Carlos regresó a mi lado y me pregunto “hey putita, ¿cuánto cobras?” “¿Qué tal 100 soles, con todo?” “Claro amor, justo aquí hay un hotel”
Así que nos metimos al hotel que estaba al lado, rentamos un cuarto y cogimos toda la puta noche. Y sí, al final, Carlos me pagó los 100 soles. Había dado mi cuerpo por dinero.
Era, oficialmente, una puta.