Enero en mi ciudad es una agonía. Toda la intensidad del verano sumada a no tener ningún lugar donde escaparle. Si te movés en auto, sufrís el tránsito. Si te movés en transporte público, además de sufrir el tránsito, viajás hacinado, sintiendo la transpiración caliente y pegajosa del resto de los pasajeros en tu piel. Si decidís caminar, el rayo de sol en la cabeza te liquida. Todas las opciones parecen lo suficientemente malas, excepto quedarte en casa con aire acondicionado.
Aquel día de enero había estado haciendo trámites toda la mañana. Estaba agotada, física y mentalmente. No había comido más que el desayuno, y había sobrevivido varias horas únicamente a base de una botella de agua bastante caliente. Según mi celular estaban haciendo 34°C, a los que se le sumaba una humedad insoportable. Salí del banco a las 14:15 h, sin haber resuelto lo que debía resolver, y deseando que se largara a llover torrencialmente para calmar mi sufrimiento.
Estaba a varios kilómetros de mi casa. Pedí un auto desde la aplicación de Uber, y me ubiqué debajo de un balcón buscando un poco de sombra. Estuve esperando sin éxito durante 15 minutos que parecieron una eternidad, ya que en días como aquel la demanda era muy alta. Varios conductores cancelaron mi viaje, hasta que por fin un tal Ignacio aceptó. Llegaría 5 minutos después en un Ford Fiesta color gris. Cuando estacionó en doble fila sentí una felicidad absoluta dentro mío: aire acondicionado, por fin.
Me subí en el asiento de atrás, del lado derecho, y saludé a Ignacio amablemente, pero sin mucha energía.
-Hola -dije.
-Hola -me respondió mirándome por el espejo retrovisor- no me digas que tenés calor! -agregó con divertido sarcasmo.
Me reí con pocas fuerzas, pero su buen ánimo me cayó bien.
Ignacio era un muchacho de unos 35 años, con pelo corto y castaño, una barba no muy larga, ojos marrones, y una sonrisa muy linda.
Me di cuenta al instante de que algo de él me había gustado. De repente sentí que me gustaría haberlo conocido estando más presentable, menos transpirada, sin el pelo desprolijo y atado en un rodete. Sin embargo, me gustaba estar vestida como estaba. Llevaba un vestido muy fino y corto, suelto y floreado. Tenía cierto escote, pero sin llegar a ser muy prominente. En los pies llevaba unas sandalias negras sin plataforma, bien cómodas.
El tránsito estaba bastante intenso, ya que era un viernes de verano y la gente aprovechaba para escaparse el fin de semana del infierno de la ciudad.
-Te gusta esta música o preferís que la cambie? -me preguntó rompiendo el silencio.
-Sí, me encanta. Cuánto tráfico que hay, no?
-Los viernes son complicados, pero por lo menos tenemos música y aire acondicionado.
-La verdad que sí -le dije sonriendo.
Seguimos el viaje en silencio. Yo miraba por la ventana, y a cada rato volvía mi mirada hacia Ignacio. Empecé a notar que con bastante frecuencia él también me miraba por el espejo. A veces me sostenía la mirada durante unos segundos, lo cual lograba ponerme nerviosa. Me gustaba que me mirara, porque no lo hacía como esos tipos que te miran las tetas de manera desagradable. Él me miraba a la cara con un gesto de interés, como si me estuviera leyendo.
Por dentro empecé a fantasear con él, y de a poco me empecé a calentar. Cuando me di cuenta de eso me dio mucha vergüenza y traté de disimularlo. Sin embargo, seguí pensando en él, en cómo sería besarlo o tocarlo, y la idea comenzó a escalar y escalar. Mis piernas se habían abierto levemente y trataba de frotarme por encima de mi ropa interior, muy despacio para que Ignacio no lo notara. Él seguía mirándome cada tanto a la cara, y eso aumentaba mi morbo.
Los minutos pasaban, y yo cada vez me frotaba con más ímpetu, y supongo que mi cara o mis movimientos me deben haber delatado. En un momento supe que el conductor se había dado cuenta y tuve mucho miedo de haberlo incomodado, ya que realmente me parecía una persona muy agradable y no me gustaba la idea de acosarlo. Frené por completo mi impulso de continuar, retiré mi mano y cerré mis piernas.
-Te inhibí? Me gustaba mucho lo que estabas haciendo. -me dijo con una sonrisa entre seductora y burlona.
-Qué cosa? -dije creyendo ingenuamente que podría no haberse dado cuenta.
-Te estabas tocando, y yo me estaba ilusionando con que lo hacías pensando en mí.
Se hizo un silencio que duró unos cuantos segundos, mientras yo pensaba qué responder. ¿Qué estaría pensando de mí? ¿Que soy una loca? ¿Una acosadora? ¿Que siempre me toco delante de desconocidos? Jamás en la vida había hecho eso. ¿Estaría perdiendo la cordura lentamente?
-Sinceramente me estoy muriendo de vergüenza. Pero sí, estaba pensando en vos. No quería que me vieras, la verdad.
-Me encantaría que sigas. Tu nombre es Candela, no? -me dijo mirándome a los ojos de una manera tan profunda que me costaba mucho sostener la mirada.
-Candela, sí. Que siga?
-Que te sigas tocando. Me gusta mirarte.
-No vamos a chocar si sigo? -le dije con una risa nerviosa.
-Mirá cómo va el tránsito… Estamos prácticamente quietos.
Le sonreí y volví a abrir muy levemente mis piernas. Me daba mucho pudor estar tocándome a plena luz del día, en un Uber, con un desconocido y siendo completamente consciente de que me están mirando. Pero apenas me miró fijo como desafiándome, algo se encendió adentro mío. Quería verlo calentarse. Verlo sufrir por no poder tocarme.
Empecé a acariciarme muy lentamente la entrepierna por encima del vestido, sin dejar de mirarlo en ningún momento. Noté que mi respiración empezaba a hacerse más sonora y profunda, y noté también que Ignacio bajó el volumen de la música para escucharla. Subí un poco mi vestido para dejar que viera mi tanga negra de encaje, y seguí tocándome por encima de ella, pero aumentando un poco la presión. El conductor me miraba como hipnotizado. Por momentos manejaba y quitaba la vista de mí, lo cual me excitaba el doble. Luego volvía a mirarme como si no quisiera perderse ni un segundo mi show. Empecé a dejar salir un poco más mis leves gemidos, y noté que eso le gustaba mucho. Sentía mi ropa interior cada vez más mojada y me sentía cada vez más caliente. Corrí mi tanga a un costado, y pasé mi dedo mayor por toda la ranura entre mis labios, desde el clítoris hasta la entrada vaginal, recostándome un poco hacia atrás.
-Dios, me vas a matar. -me dijo enloquecido mi Uber.
-No quiero matarte, pero me calienta mucho que me mires así.
Seguí tocándome, incrementando lentamente el ritmo y la presión. Mis gemidos, sin llegar a ser actuados ni exagerados, aumentaban su intensidad. Yo ya tenía la cabeza hacia atrás y mis ojos cerrados. Me había olvidado completamente del contexto en el que me encontraba, y de que quizás a través de los vidrios polarizados alguien más podría estar viéndome. Pero ya no me importaba nada.
Continué con mi tarea, y sentía que dentro de poco iba a explotar en un orgasmo. Ya había dejado de prestarle atención a Ignacio, aunque en mi cabeza estaba constantemente la idea de él mirándome fascinado. Mis dedos, todos mojados, habían recorrido varias veces todo mi sexo, mientras que mi otra mano acariciaba cada tanto otras partes de mi cuerpo por encima de la ropa, como por ejemplo mis pechos. Sentí que acabar era inminente. Abrí los ojos para comprobar de que me estuviera mirando, y vi su cara embelesada.
-Voy a acabar para vos -le anticipé agitada.
Aumenté la velocidad de la fricción en mi clítoris, me recosté más aún, y me toqué con los ojos cerrados hasta que exploté. Un gemido un poco mayor se me escapó en el momento cúlmine de mi orgasmo, y las palpitaciones alrededor de mis dedos continuaron unos cuantos segundos más.
Me quedé en silencio hasta que recobré la respiración, y lo miré sin decir nada. Recién en ese momento me percaté de que Ignacio se estaba tocando por encima de su bermuda de jean. Se notaba su miembro erecto, y eso hizo que me dieran muchas ganas de llevarlo a mi cama.
-No sé cómo seguir la jornada laboral después de esto. -me dijo bromeando.
Miré hacia afuera. No sé en qué momento habíamos estacionado frente a mi edificio.
-Estacioná bien y vení conmigo. No me voy a quedar en paz si no cogemos.
Sin decir nada, estacionó el auto y entramos a mi edificio. Subimos al ascensor y lo besé con desesperación. Él hizo lo mismo mientras me tomaba del cuello con una de sus manos, y con la otra apretaba mi culo por debajo del vestido. Yo acaricié su miembro duro por encima de la tela y empecé a necesitar llegar a mi piso para desvestirlo.
Al llegar al piso 12 entramos al departamento y tras cerrar la puerta empezó la guerra,
Ya agitados y sin parar de besarnos empezamos a quitarnos la ropa. Yo desabroché su bermuda dejándola caer al piso junto con las zapatillas y medias que mi conductor se había sacado rápidamente. Llevaba un bóxer color negro que acaricié con fuerza por fuera, pero decidí esperar para quitarlo. Me gustaba ver a Ignacio así de excitado y quería extender ese momento. Me quité mi calzado fácilmente y él bajó los breteles de mi vestido hasta que cayó al cementerio de ropa junto con las otras prendas. Se alejó unos centímetros para contemplarme. Tocó mis pechos desnudos, ya que no llevaba corpiño, y llevó sus manos a mi culo apretándolo con fuerza antes de nalguearme. Se notaban en su actitud las ganas de hacerme todo lo que había fantaseado durante el viaje. Volví a besarlo con ansias mientras quitaba su remera, y lo empujé suavemente sobre el sillón. Se quedó mirándome desde allí, sentado con sus piernas bastante abiertas, vestido todavía con su bóxer, y sus brazos acomodados relajadamente sobre el respaldo del sofá. Vi que tenía varios tatuajes por todo su cuerpo, lo cual me gustaba mucho.
Yo, vestida aún con mi tanga de encaje, me mantuve parada frente a él para que me mirara mientras me soltaba el pelo castaño. Toqué suavemente mi cuerpo, me giré para que observara mi culo mientras yo misma lo apretaba sensualmente. Volví a ponerme de frente y muy lentamente me fui quitando la prenda que me quedaba. Que me sobraba, en realidad. Me quedé desnuda frente a él, y observé su cara mientras me miraba. Me encantaba ese desconocido.
Me subí sobre él, puse mi pelo de lado mientras lo besaba, y comencé a moverme despacio encima suyo. Sentía su erección entre mis piernas y su urgencia en mi boca. Me tomó con ambas manos de las nalgas y comenzó a moverme más rápido sobre él. Pasé mi lengua lentamente por sus labios y me levanté. Quité por fin su ropa interior, y liberé una verga preciosa y dura como una piedra. Sus venas estaban muy marcadas y su vello recortado prolijamente. Lamí mi mano mirándolo a los ojos antes de comenzar a masturbarlo muy despacio. Él estaba tan caliente que, con sólo ese contacto y esa humedad, dejó escapar un leve gemido. Me arrodillé frente a él y pasé mi lengua por sus testículos, siguiendo por su tronco, y llegando a la punta antes de meterme su pene entero en la boca. Comencé a chupar con muchas ganas. Ganas muy sinceras. Tenía un pene bastante grande y entraba con dificultad en mi boca. Me gustaba babeárselo y abarcarlo todo, aunque implicara quedarme sin aire. Escuchaba su respiración y gemidos, y sentía cómo se mojaba mi entrepierna. Ignacio tenía su mano entre mi pelo, mientras me miraba saborear.
De repente tiró de mi cabello desde la nuca y me retiró de allí. Me agarró de la cintura y me tiró boca abajo sobre el sofá. Puso un almohadón que se encontraba allí debajo de mi cintura, abrió mis piernas, y enterró su cara entre ellas. Comenzó a pasar con maestría su lengua por mi sexo. Se notaba que era algo que no hacía por compromiso, sino que ponía mucha dedicación en aquel arte. Yo gemía con la cara pegada al sillón, mientras mi Uber nadaba como un pez en el agua, pero entre mis piernas. Sumó sus dedos en mi interior mientras chupaba mi clítoris. Yo, por mi parte, sentía fuego. Mis gemidos subieron su intensidad sincronizados con su lengua y sus dedos, hasta que noté que iba a acabar. De nuevo. Él lo notó y aumentó un poco la velocidad hasta que exploté en su boca, mientras de la mía emanaba un grito ahogado contra la tela del almohadón.
Me di vuelta, después de mi segundo orgasmo del día, y arrodillada frente a Ignacio lo besé, sintiendo el sabor de mis fluidos todavía en sus labios.
-Vení a la cama -le dije guiándolo hacia la habitación.
-No tengo forros -me dijo como disculpándose.
-No te preocupes -dije y saqué uno del cajón apoyándolo sobre la mesa de luz.
En ese momento recordé cuánto sumaba a un encuentro que un tipo mencionara los preservativos. Parecía obvio, pero no lo era.
Metí su pene en mi boca nuevamente y lo chupé con ganas. Llevé su mano a mi cabeza, como pidiéndole que me marcara el ritmo a su gusto, y él tomó las riendas. Primero me movió bien lento, y luego empezó a cogerme la boca con fuerza. Yo escuchaba sus gemidos y me volvía loca. Me atragantaba con su pija enorme y me lagrimeaban un poco los ojos. Nuevamente interrumpió mi acto y me revoleó sobre la cama, esta vez boca arriba.
-Te quiero garchar.
Se puso sobre mí y me penetró con cuidado, pero firmemente. Gemí al sentir como entraba toda esa carne dentro mío. Tomó mis manos y acomodó mis brazos por encima de mi cabeza, sosteniéndolos juntos con una de sus manos. Yo abracé con mis piernas su cintura y él me embistió con fuerza una y otra vez, incrementando progresivamente su ritmo y fuerza. Yo no podía contener los gritos y me encantaba mirarlo a él gemir encima mío.
Cuando soltó mis brazos, llevé una de mis manos a mi clítoris y empecé a tocarme mientras él seguía penetrándome. Pensé en que hacía mucho que no me cogían de esa manera.
Luego de un rato, lo frené y sin dejar de abrazarme a su torso con las piernas, lo acosté en la cama quedando encima de él. Me arrodillé a los costados de su cadera y tomé el control de la situación. Cabalgué encima suyo durante un buen rato. Mis tetas rebotaban frente a él. Sus manos apretaban con firmeza mi cadera, clavando sus dedos en mis nalgas. Por momentos las llevaba hacia mis tetas y las acariciaba, las apretaba, las golpeaba. Yo sentía que estaba en el cielo.
Ignacio se incorporó un poco, quedando cara a cara conmigo, mientras yo seguía moviéndome sobre él. Me tomó del cuello y mordió mi labio inferior, al mismo tiempo que con su otra mano guiaba mis movimientos para embestirme más rápido y fuerte. Noté como su respiración se agitó, mientras sentía su aliento en mi boca saliendo por sus labios entreabiertos. Seguí saltando sobre él hasta que rugió cerrando los ojos, y unos segundos después suspendió sus movimientos. Me miró a los ojos inmóvil, y no sé bien por qué, pero dejó escapar una risa antes de acomodar mi pelo detrás de mi oreja y darme un beso con ternura.
Luego de desarmarnos, nos recostamos exhaustos y sudados, sin saber bien de qué hablar, ya que no nos conocíamos. Miré el reloj y eran las más de las 17 h.
-Te hice perder una tarde de trabajo -le dije bromeando mientras iba en busca de nuestra ropa.
-Una tarde no, un rato nada más… Pero lo doy por cobrado, no te preocupes. -dijo sonriendo -Ahora sí voy a dignarme a volver al trabajo.
Nos vestimos y bajamos los 12 pisos en el ascensor hablando sobre lo inesperado del giro de los acontecimientos. Llegamos a la puerta y los dos nos miramos incómodos. Cómo se saluda a una persona que conociste hace pocas horas, pero con la que ya intercambiaste varios tipos de fluídos? Nos reímos de lo ridículo que era todo, y nos despedimos con un breve beso.
-La pasé muy bien -me dijo girando su cabeza para mirarme mientras caminaba hacia su auto.
-Yo también -Fue lo único que atiné a responder antes de que desapareciera para siempre como un fantasma.
Volví al ascensor pensando en que me había gustado mucho Ignacio y que no sabía nada de él más que su nombre y su patente de auto. Le di 5 estrellas en la aplicación, y opté por la valoración "Muy amable y servicial". Sonreí pensando en que le iba a causar gracia cuando lo viera.
Un rato más tarde, cuando ya me había dispuesto a seguir con mi día tratando de olvidarme de la tarde (doblemente) caliente, fui al baño. Cuando me acerqué a la canilla a lavarme las manos, allí lo vi. En mi espejo, con una letra pequeña sobre una de las esquinas, había un número de teléfono escrito con delineador de ojos. Debajo, una firma: Nacho.
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