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Misión: relajar a tu hermano

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Martín irrumpió en el salón totalmente fuera de sí. Llevaba entre las manos tres o cuatro camisas, un par de pantalones y varias bufandas.  Su hermana Sofía cerró el libro que tenía entre manos nada más verlo, no pudiendo reprimir una sonrisa al verlo tan nervioso.

–Vaya, nene, veo que has decidido dejar los estudios y montar un negocio de ropa.

–No sigas tonterías y dime dónde está mamá, ¡necesito su ayuda! –respondió Martín mientras colocaba las distintas prendas sobre el sofá.

–Deja a mamá descansar, que tiene que irse dentro de poco al trabajo. ¿No puedo ayudarte yo?

Martín sopesó durante unos instantes la proposición, para responder rápidamente:

–Hermanita, necesito el consejo de una MUJER.

Sofía dio un brinco, y mostrándose exageradamente dolida le dijo:

–¿Perdona? ¿Y qué se supone que soy yo, nene?

–Me refiero a una mujer de verdad, madura, con buen gusto –explicó con desgana Martín, que parecía no tener ni un segundo que perder.

Sofía ya estaba dispuesta a responder una barbaridad cuando la aparición de su madre por la puerta evitó la que, sin duda, estaba a punto de convertirse en la Tercera Guerra Mundial:

–¿Qué alboroto es este? ¿Se puede saber qué hace toda esa ropa en el sofá?

–Mi hermano –dijo Sofía recuperando la calma–, que se ha vuelto loco y quiere montar una tienda de moda en pleno salón. ¿Verdad, nene?

–¡Y dale con la tienda de ropa! –se quejó Martín, que miró suplicante a su madre–. Lo que pasa es que voy a ir al cine con una compañera de clase, pero estoy desesperado, no sé qué ponerme. ¡Tienes que ayudarme!

Sofía intentaba contener sus carcajadas. ¿Así que ese era el grave problema? ¿Que Martín había quedado con una chica y no sabía que ponerse? Sin embargo, mediadora, su madre puso gesto serio y, como si de un cliente de su empresa se tratara, preguntó con absoluta profesionalidad:

–¿Cómo se llama la muchacha?

–Eva.

–¿Cómo suele vestir?

–Pues suele ir arreglada, pero tampoco muy formal.

–¿Vais a cenar algo antes de la película?

–Seguramente…

–Vale, pues cálmate, vete para la ducha y yo te voy eligiendo la ropa.

Martín salió disparado mientras que su madre seleccionaba la mejor combinación y su hermana luchaba por coger algo de aire, asfixiada tras las constantes carcajadas.

–Mamá, ¡que Martín se nos ha enamorado!

–Deja tranquilo a tu hermano, Sofía, que está hecho un flan. ¡Esa tal Eva tiene que gustarle realmente!

–Pues con los nervios que tiene, te digo yo que la cita va a ser un absoluto desastre. Mejor haría en no ir a verla.

Tras pensarlo unos instantes, la madre le tendió las prendas elegidas a Sofía, a la vez que le dijo:

–Llévale la ropa y cálmalo, que así no puede salir.

–Pero ¡estoy leyendo! ¿Por qué tengo que ir yo?

–Porque eres su hermana, porque quieres lo mejor para él y porque yo tengo que prepararme para ir a trabajar.

–Más vale que esa Eva merezca la pena, porque vaya forma de fastidiarme la tarde –dijo Sofía mientras salía del salón, rumbo al cuarto de baño.

— o —

El agua de la ducha salía muy caliente, levantando una cortina de vapor que llenaba todo el baño, pero Martín estaba tan ansioso con su cita que ni siquiera se daba cuenta de lo roja que se estaba poniendo su piel. ¡Le había costado tanto que Eva le hiciera caso! Semanas de bromas y conversación para romper el hielo, seguido de un intenso mes en el que ambos habían estado enviándose señales, al principio muy sutiles, pero poco a poco más descaradas, hasta que habían decidido quedar para salir sin el resto del grupo. En todo ese tiempo él se había mostrado confiado, pero al acercarse la hora de la verdad las piernas le temblaban y la mente no le permitía pensar nada más que tonterías.

Enfrascado como estaba consigo mismo, el muchacho no se dio cuenta de que su hermana había entrado en el baño hasta que la puerta de la ducha se abrió.

–¡Que me estoy duchando!

–Ya lo sé, nene, pero te he traído la ropa.

Al mirar, Martín vio que, efectivamente, su hermana le había dejado la ropa junto al lavamanos. Sin embargo, lo que realmente le sorprendió fue ver que toda la ropa de su hermana, desde la blusa de lana hasta las braguitas de Harry Potter, estaba desperdigada por el suelo.

–Voy a aprovechar para ducharme –le dijo Sofía mientras se introducía en el interior de la ducha, donde era imposible estar sin que sus cuerpos se rozasen.

–¿Y no puedes esperar a que yo salga?

–No te quejes, nene, que duchándote conmigo te relajas.

Dándole la espalda a su hermana, fingiendo que esta no existía, Martín cortó el agua para empezar a enjabonarse.

–Yo estoy muy relajado –dijo finalmente.

Sofía resopló ante la cabezonería del muchacho y colocó sus manos sobre la espalda desnuda de su hermano, sintiendo rápidamente la tensión que tenía:

–¿Seguro? Porque estás muy tenso.

La mano de Sofía descendió por la espalda de su hermano, dio un rodeo por sus caderas y continuó hasta colocarse suavemente sobre su sexo.

–¿Lo ves? Estás muy tenso.

La muchacha movió ágilmente su mano, provocando en su hermano un leve gemido.

–No necesito tu ayuda –se limitó a decir.

–Anda, anda. Como si fuera la primera vez que te ayudo a relajarte. ¡Nunca habrías acabado los estudios si no te hubiera ayudado a… concentrarte!

–Ni tengo un examen ni necesito relajarme. ¡A ver si te enteras, pesada! –lanzó Martín a modo de rebuzno.

Pero Sofía no cejó en su empeño, y mientras continuaba agitando calmadamente su mano, le reprendió:

–Esa chica te gusta mucho, se te nota, y por eso mismo no puedes ir así, nene. ¡Como no descargues antes de verla, no vas a dar pie con bola!

Mientras explicaba sus argumentos, el cuerpo desnudo de Sofía se pegó contra el de su hermano. Sus pechos eran pequeños, pero sus pezones sobresalían sobre aquellas dos pequeñas colinas, duros y oscuros como dos terrones generosos de azúcar moreno, clavándose en la espalda de Martín. Sus labios se pegaron a la nuca de su hermano, esgrimiendo un beso que no terminaba de producirse, calentando la piel húmeda de su cuello con el cálido aliento que destilaba su boca. Su mano izquierda se posó sobre el vientre del muchacho, y sus uñas juguetearon distraídas con el bello alrededor de su ombligo. Su mano derecho ganó velocidad, castigando el sexo de Martín con vibrantes movimientos, apretando unas veces como poseída por la furia, relajando su agarre en otros momentos hasta convertirlo en una delicada caricia.

Así siguieron un rato en silencio, acompañados solamente por el ruido de sus respiraciones y el goteo de la ducha, que cada poco tiempo resonaba con la caída de una escandalosa gota.

–¿Estás bien, nene? ¿Cómo va?

Martín colocó ambas manos contra la pared, dejando recaer el peso de su cuerpo sobre ellas. Su cabeza descendió levemente, mareado, como si los labios de su hermana le hubiesen embriagado súbitamente. Su vientre se tensaba y se relajaba al compás de los cuidados que la muchacha le suministraba, y un gemido bajo, casi lastimero, acompañaba su respiración entrecortada.

–Nene, dime algo. ¿Pasa algo? ¿No puedes acabar?

–No, no es nada –logró decir finalmente.

–Algo te pasa –le insistió Sofía, mientras su lengua recorría su nuca hasta conectar con el lóbulo de su oreja, en un intento infructuoso de hacer que se relajara y descargara sus energías–. ¿Acaso lo hago mal? ¿O es porque mamá lo hace diferente?

–…sí –reconoció finalmente el muchacho.

–¿Cómo lo hace?

Martín se dio la vuelta y, con cuidado, guio el cuerpo de su Sofía hasta que esta se encontró de rodillas. Entonces condujo su sexo erecto hacia la boca de su hermana, dejando que los labios de la muchacha le propiciaran una caricia.

Sofía abrió sus labios para dejar libre su lengua, que recorrió curiosa la virilidad de su hermano, como si quisiera ponderar la altura y el ancho de la misma. Luego, introdujo el sexo de Martín entre sus labios, con mucho cuidado pero dejando que entrase en su boca, hasta que llegó a un punto en el que sintió que no era posible seguir. Repitió la operación concienzudamente varias veces, y agarró las nalgas de su hermano para conseguir algo más de estabilidad.

Las manos de Martín se habían entrelazado con el cabello de Sofía, y sin hacer apenas fuerza la guiaba de acuerdo al ritmo que su cuerpo necesitaba y le exigía. Era indudable que el chico cada vez estaba más relajado:

–Puedes morderla… si quieres.

Y quería. Sofía dejó escapar cuidadosamente la virilidad de su hermano, pero justo antes de que la punta escapase de entre sus labios, apretó sus dientes con la fuerza justa para no dejarla escapar. Sorprendido, el muchacho hizo un gesto inconsciente para zafarse del agarre, pero su hermana no dudó en apretar la mordida, provocando un gemido y una explosión incontrolada, que llenó la boca, los labios y la barbilla de la joven con el dulce y cálido néctar perlado de Martín. Antes de que goteara, Sofía lo engulló de una vez, y con el dorso de la mano se limpió el resto que goteaba de su barbilla.

Martín sintió que las piernas le fallaban y tuvo que sentarse. Sofía, que llevaba un rato de rodillas, también se sentó de cara a su hermano.

–¿Más calmado? –preguntó ella.

–¡Mucho más! –respondió sinceramente el hermano.

–¿Preparado para darlo todo con Eva?

–¡Totalmente!

Mimosa, Sofía se echó para atrás todo lo que pudo, colocó las piernas lo mejor posible sobre los hombros de su hermano, y dejó ver un sexo rosado, elegante y húmedo. Empujándole con la pinza que formaban sus pies, lo fue acercando hacia la goteante apertura que era su feminidad, mientras le exigía:

–¡Demuéstramelo!

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