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Noche de fiebre con mamá

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Fiebre de sábado por la noche no solo hace referencia a aquella mítica época de música dance, pues, tomada de forma literal, como me ha sucedido hace ya muchos años, representaría una época más bien de sexo y erotismo naciente en el descubrimiento de mi sexualidad.

Aquel jueves regresaba de la escuela más temprano de lo que estipulaba mi horario de clases. Los maestros tendrían junta de consejo y yo, como era habitual, lo había olvidado por completo.

Justamente a las diez en punto, me encontraba vagando a las afueras de mi escuela, esperando que de alguna manera mis padres se hubiesen enterado del cambio en mi salida, algo que no era poco probable, pues mi mamá se mantenía en contacto con los padres de mis amigos a través de un grupo de chat, quienes le podrían haber informado de aquella situación. Sin embargo, a medida que mis compañeros se despedían de mí, aferrados firmemente de la mano de sus respectivos padres y madres, me fui resignando a que en esa ocasión regresaría solo a casa.

A la tierna edad de 18 años, esa sería la primera vez en mi vida que me tendría que regresar solo a casa. Nunca olvidaré aquel sentimiento de temor y aventura mezclados como batido de frutas dentro de mí. Por una parte, sentía miedo por lo que me pudiese suceder, recordando esos peligros que todo buen padre insemina en la mente de su único hijo para acrecentar los riesgos de la vida en la calle, algunas veces de manera muy exagerada. Pero, por otra parte, me sentía con esa recién descubierta libertad que me otorgaba el tener el mundo entero para mí solo, sin un adulto responsable que me estuviese negando todo.

Aún así mi lado bueno salió triunfante de aquella disputa, no lo sé, quizá después de todo, mis padres me habían educado mejor de lo que pensaba. Sabía que, si les traicionaba su confianza ahora, jamás me dejarían andar solo hasta que terminase la universidad. Por ello, me encaminé a la parada del bus, y tomé el trasporte de regreso a casa.

Cuando mi vida sexual cambio para siempre

De cualquier forma, realmente no había mucho que pudiese hacer yo solo, y que no pudiese hacer en otra ocasión. Se trataba de una ciudad pequeña y ciertamente modesta en cuanto a atracciones se refería, más aún a esa hora del día.

Resignado a ser niño bueno, finalmente entré a casa, y enseguida me encontré con la morada desierta; mis tíos se habrían ido a trabajar, y mis primos a estudiar, nada malo ahí, pero el auto de papá aún estaba aparcado en la entrada y sabía que mi mamá no trabajaba por esos tiempos.

Me pareció muy diferente la casa al deambular por ella en completo silencio, vacía, como si estuviese en una película postapocalíptica, sin todo el barullo ensordecedor de la familia por todos lados.

Supuse que mamá habría salido de compras y papá se estaría arreglando para salir a trabajar, así que me dispuse a asomarme por la habitación de mis padres para despedirme de él. Pero al subir por las escaleras al segundo piso, donde se encuentran los dormitorios, comencé a escuchar sonidos extraños. En un principio no pude imaginarme lo que era, tan solo se escuchaban ruidos sin sentido. Luego, se escuchaba como si golpearan los muebles, de inmediato supuse que mi mamá estaría barriendo el piso y por ello se escuchaba así, pero enseguida se escuchó un pequeño quejido de mi mamá y ya no supe que pensar.

Era inconfundible, aquella vocalización había sido un genuino gemido erótico. Al menos así me lo parecía. Hay que ser sinceros, a esa edad todo suena a sexo, cuando uno recién descubre su sexualidad, pocas cosas te pueden ocupar la mente y que no esté relacionado con el placer íntimo y las fantasías.

Sin embargo, después de cuatro o cinco gemidos más, a medida que me acercaba lentamente a la habitación de mis padres, me era muy complicado poderme imaginar otra situación que no fuese la obvia.

En ese momento debería de haberme alejado, pero no pude, simplemente era irresistible. Aunque se trataba de mis padres, aquel morbo sexual despertaba en mí, y me conducía sin remedio a la puerta de su alcoba, donde descubría, para bien o para mal, que su puerta estaba abierta casi por la mitad.

Ahora podía escuchar claramente aquellos sensuales sonidos de placer que expresaba mi madre, y en mi mente se dibujaban un millón de imágenes sexualmente explicitas que recordaba de los videos pornográficos del internet. Pero ninguna experiencia visual se compararía con lo que me esperaba detrás de aquella puerta.

Me asomé lentamente, tenía mucho miedo de ser sorprendido en caso de que alguno de los dos, o ambos estuviesen mirando a la puerta, por lo que fui recorriendo la vista poco a poco, escuchando los gemidos de mi madre aumentando más de intensidad.

Jamás lo olvidaré; primero miré el tocador a un lado de su cama, seguí hasta visualizar la cama, donde me encontré con el brazo de mi papá, tan solo un poco más a la izquierda y aparecía mi madre montada sobre él, meneando las caderas para darse placer con su pito de mi padre dentro de ella.

Había visto muchas escenas así, pero nunca se comparará con mirarlo en vivo y real a pocos metros de distancia, aún más a los 18 años edad. No importaba que fuese mi propia madre, se veía increíble; con su espalda blanca detrás de su cabello largo, rubio y lacio, rebotando al ritmo de su cabalgata sexual. Miraba las manos de mi papá rodeándole la cintura mientras la meneaba muy rico y placentero. Estirando un poco más el cuello, podía ver la linda rayita que dibujaba el inicio de sus suaves nalgas siendo empalmadas con las piernas de su esposo.

No podía ver mucho, pero aquella experiencia era suficiente para que mi corazón me estallase en el pecho. Me sentía muy ansioso, temblaba y sudaba. Podría parecer poco, pero siendo tan joven y sin ningún otro contacto con el sexo real, aquel momento era verdaderamente muy intenso para mí, y no podía apartar la mirada.

Entonces mi madre se desmontó de mi papá, y enseguida me oculté detrás de la puerta para no ser descubierto, escuchando los clásicos chirridos de la cama, que delatarían los movimientos de mis padres acomodándose para continuar con lo suyo. Ese, ese era el momento para dar media vuelta y largarme a mi habitación, pero no pude evitar echar un vistazo más antes de irme.

Lentamente recorrí el dormitorio de mis padres con la mirada, y los músculos completamente tensados para salir huyendo de ser enserio. Pronto, la nueva escena se dibujaba ante mí, ahora la espalda de mi madre era reemplazada por mi padre, un tanto más girado hacia la puerta, y ella estaba sumisa abierta de piernas ante él, esperando que continuara dándole placer. Podía ver las largas piernas blancas de mi madre rodeando a mi padre, y mis ojos se clavaron por un instante en sus pequeños pies rosados con las uñas pintadas de naranja.

Para ese momento, me sentía más seguro de mi inadvertencia, mis padres estaban realmente concentrados en el rico sexo que estaban viviendo, lo que me dio la confianza de agarrarme fuertemente el pito que ya tenía hinchado al cien bajo mi uniforme escolar, y comenzar a tocarme lentamente para no hacerme venir en segundos, mientras espiaba a mi padre penetrando a mi madre una vez más.

De inmediato mi madre comenzó a gemir complacida, al tiempo que mi padre le estampaba su pito al moverse de atrás adelante. Aunque no podía verla con claridad, los sonidos que expresaba eran tan excitantes que me bastaba con escucharla para hacerme la mejor de las pajas que jamás me hubiese hecho en toda mi corta vida.

En ese momento, mi madre se giró para ponerse en cuatro frente a él, esperando ansiosa ser penetrada de nuevo. Fue un veloz movimiento, pero suficiente para poder apreciar su cuerpo desnudo acoplándose de espaldas a mi padre. Ahora, en esa posición podía verle claramente sus senos balanceándose al ritmo del vaivén del pene de mi padre arremetiendo con fuerza al estamparse en sus nalgas. Y no pude más.

Estaba muy excitado, jamás lo había estado tanto en mi vida. Me desabroché mi pantalón y al bajar un poco mis calzoncillos, saqué mi pito para podérmelo jalar a gusto, mirando a mis padres follando frente a mí, escuchando a mi madre a punto de tener un orgasmo, acrecentando sus eróticos lamentos. -¡Sí, sí. Mmm! -Se le escuchaba decir entre gemidos de completo éxtasis. Y ahí estallé. Me dejé venir en las manos, eyaculando tan fuerte que mi semen salía disparado como pistola de agua, obligándome a contenerlo cubriendo mi glande con la palma de mi mano.

Una desgracia y una húmeda oportunidad

Desde ese día todo cambió en mí. Jamás pude volver a ver a mi madre de la misma manera. Sabía que era familia, y al recordar todos esos bellos momentos que habíamos pasado, me hacía sentir terrible por tener fantasías sexuales con ella. Pero simplemente había días en que la calentura me sobrepasaba, aquellos días en mi habitación viendo videos para adulto me hacían recordarla follando.

Y es que ella es tan hermosa. Por ese tiempo ella aún tenía un cuerpo envidiable, una perfecta cintura, sus nalgas redonditas, piernas largas y unas tetas bien puestas y de tamaño considerable, un rostro hermoso y cabello sedoso, en fin, era toda una MILF, como la de esos videos que miraba. Ahora era mi categoría porno favorita, no miraba videos de otro tipo. Y el tener una real chica así, y en mi casa, me estaba volviendo loco, aunque fuese mi propia madre.

Habría pasado un año desde aquel día de voyerismo, por su puesto, mis padres nunca se habrían enterado de ello, sin embargo los problemas maritales comenzaron a surgir. Nunca me metí en ello, pero, por lo que lograba escuchar, aparentemente mi padre tenía una aventura.

Sinceramente no había tenido una buena relación con ninguno de los dos. Desde que tengo memoria siempre han existido esos conflictos. Mi padre ya había abandonado a mi madre cuando yo apenas había nacido, solo para regresar a los dos o tres años.

Aunque mis mejores recuerdos son con ellos, siendo una feliz familia perfecta, la verdad es que la mayoría de mi vida la he pasado con mis tíos y primos. Mi mamá casi todo el tiempo estaba trabajando, o durmiendo de cansancio. Mi padre brillaba por su ausencia, supuestamente buscando trabajo, o en su defecto, en uno ocasional.

Es por eso que no me sorprendía en lo más mínimo los problemas que ya comenzaban a ser evidentes, ahora que, aparentemente él había conseguido un trabajo estable y lo suficientemente remunerado como para sacar a mi mamá del suyo. Pero yo sabía que lo había hecho con la única intención de hacer más dependiente a mi mamá, pues, sin trabajo, ella no tendría más oportunidad que soportar sus infidelidades.

Con todo, finalmente no le resultó el chistecito y en cuanto mi madre se enteró que la engañaba una vez más, no dudo en dejarlo, o casi, porque la casa no era de nadie en particular, y aunque la familia apoyaba por completo a mi madre, tampoco se podía hacer mucho de manera legal.

Aun así, mi padre se fue por un tiempo, sí, seguramente con su amante. Simplemente se marchó y no se apareció por un largo tiempo. Ni siquiera se despidió. En la casa había cierta tensión muy difícil de mitigar, todos se miraban extraño y se reían con nostalgia. Mi madre lloraba y se le veía muy triste, pero nunca hemos tenido la suficiente conexión como para hablar de esos temas personales. Yo casi nunca estaba con ella, me sentía más hijo de mis tíos que de ella. A veces me parecía que le importaba más la ausencia de mi padre, que la existencia de su hijo.

Es triste el confesarlo, pero por esos tiempos sentía más atracción sexual por mi madre, que cualquier otro sentimiento hacia ella. Y es que eso te consume, a los 18 las hormonas simplemente se desbordan y uno no puede pensar con claridad. Uno trata de concentrarse, pero hay días en que el cuerpo solo pide una sola cosa y no te deja pensar en más, hasta que logras satisfacer los íntimos placeres.

Más de una vez me la jalé pensando en ella, de hecho, era una fantasía recurrente en mis noches de manualidades. Había veces que estaba tan excitado que me tentaba a intentar algo con ella, aunque fuese verla desnuda una vez más. Nunca lo hice, y no era porque me faltasen ganas, sino porque no se prestaba la oportunidad, hasta que llegó aquel día.

Noche húmeda

Ese día llovía a cantaros, había comenzado desde las tres de la tarde y desde entonces solo parecía hacerse más intensa. Para las nueve de la noche la cosa ya era una terrible tormenta, de esas que los truenos hacen cimbrar toda la casa. Entonces hubo un corto eléctrico y todo el vecindario cayo en una perturbadora penumbra amenizada con los relámpagos furiosos en el cielo.

Desde los ocho años de edad me habían dejado de dar miedo la oscuridad, pero aquella noche encontré, precisamente en la penumbra, la oportunidad perfecta para acercarme a mi mamá, pues sabía que ella si le temía un poco.

Finalmente me armé de valor y me acerqué a su puerta. -¿Puedo pasar? -Le pregunté en la frontera de su habitación. -Pasa hijo. ¿Qué sucede? Ven, acércate. -Me respondía con cariño. -¿Puedo dormir contigo esta noche? Le pregunté mientras me acostaba a un lado de su cama, justo donde debería estar mi papá. -Claro que sí, ¿le tienes miedo a la tormenta? -Me cuestionaba. -Sí, un poco. -Le respondí, haciéndome el tonto.

A esas horas de la noche, ambos vestíamos ya nuestra ropa para dormir. Yo tenía el clásico conjunto de pijama de pantalón y camisa, y mi mamá una blusa ligera y un pequeño short de suave tala en la parte de abajo. Podía ver sin duda que no vestía nada debajo de la blusa rosada, la cual marcaba sus pezones con toda claridad, y casi que podía asegurar que tampoco tenía nada debajo de aquel short que le hacía conjunto.

Por supuesto que esa idea me tenía muy caliente, todo de ella me tenía así, aunque no era lo más sexy que le había visto vestir, era la primera vez que le veía así desde tan corta distancia, dibujando la redondez de sus hermosos senos delineados con toda claridad aún bajo la delgada tela de su pijama, y no podía creer que estuviese a punto de dormir con ella.

No había nada de malo, éramos madre e hijo, todo normal, pero así podría tener la oportunidad perfecta para abrazarla, olerla y quizá con algo de suerte acariciarle un poco las tetas mientras dormía. Eso era justamente lo que tenía en mente, mientras nos metíamos bajo las cobijas, acomodándonos para dormir.

-Que descanses. -Me decía mi madre. -Hasta mañana. -Respondí con los pulmones vacíos de la anidad que me provocaba mi perverso plan.

El silencio era abrumador, solo se podía escuchar la intensa lluvia golpeando la casa como si el cielo la quieres derribar, y los cristales de las ventanas parecían a punto de reventar. Con las cortinas cerradas, la habitación de mis padres estaba en completa oscuridad, iluminada apenas por los relámpagos que retumbaban intensamente, cada pocos minutos.

Habrían pasado unas dos horas, que me parecieron una eternidad. La lluvia no cesaba ni un poco, pero mi madre finalmente había caído dormida. No tenía la más pequeña duda pues ella roncaba con gran fuerza, aunque no tanto como la de aquellos rayos desgarrando el cielo.

Entonces me giré hacia ella y la miré con lo poco que mi vista me permitía, ahora aclimatada a la profunda oscuridad. Mi mano temblaba a medida que la acercaba poco a poco a ella, mi corazón palpitaba como nunca, haciendo mecer la cama. No podía creer lo que estaba a punto de hacer, pero no había cosa en el mundo qué más deseara.

Lentamente posé mi palma sobre uno de los senos de mi madre, y por primera vez en mi vida de sentir aquel suave y cálida sensación de una teta bajo mi mano. Esa primera vez, jamás la olvidaré, fue increíble; sentir su redondez y su suavidad, aunque fuese por encima de su pijama. Me encantó, y de inmediato el pene se me levantó como mástil en un segundo.

Continuaba acariciando su seno, con temor de que mi madre despertara en cualquier momento, recorriendo las yemas de mis dedos delicadamente, apenas rosando lo suficiente para sentir esa tierna textura, asegurándome cada segundo que se siguieran escuchando sus ronquidos, mientras mis dedos llegaban a su pezón.

Ya estaba satisfecho, pero sentir su agudo pezón erecto, simplemente me llevó al cielo, arrancándome un profundo escalofrío al recorrer mi dedo índice y medio sobre él, una y otra vez. Al ver que mamá no despertaba me animé a posar mi palma completa en su suave seno, incluso lo estrujé levemente, deleitándome con aquella sensación encantadora.

Creí que sería todo, es decir, ya estaba más que servido, pero en ese momento me di cuenta que nada había cambiado. La noche aún no acababa, la lluvia aún no se calmaba, y mi madre aún dormía profundamente. Entonces me acerqué un poco más a ella, y lentamente comencé a acariciarla desde sus pechos hasta su abdomen, pasando por su vientre, hasta llegar a su entrepierna. Ahí, suspiré profundamente para intentar calmar mi mano que no dejaba de temblar, a medida que se deslizaba sobre su pequeño short delgado, sintiendo poco a poco aquel intenso calor emanaba de su intimidad.

Podía sentir los bellos debajo de su ropa, corroborando que debajo de ésta, no tenía nada más. Finalmente, mis dedos llegaban hasta lo más profundo, entremetiéndose por sus muslos para tocar, aunque fuse sutilmente su vagina, por encima de su pijama.

Aquella nueva sensación fue mucho mejor, era muy cálida, casi como la que se siente al sujetar una taza de té caliente. Y la textura era simplemente encantadora y muy excitante; sentir sus labios vaginales cubiertos por la suave tela me hacían sentir cosquillas en las yemas de mis dedos, a medida que los acariciaba con toda la delicadeza que podía, intentando no despertarla, pero también disfrutando de cada centímetro de su intimidad.

La noche abrazaba el silencioso vecindario, el cual, sin energía eléctrica, ahora dormía sin un solo susurro, y dentro de aquella habitación el sonoro paliar de mi corazón tan solo era silenciado por los truenos rugiendo por los cielos, y los ronquidos de mi mamá, a su vez, dándome la certeza y tranquilidad de que aún dormía, mientas mi mano ahora se escabullía por debajo de su short, para poder sentir la piel íntima de mi madre de primera mano.

Primero me encontré con su vello púbico, el cual, aunque no estaba depilado, si lo tenía recortado muy corto, pero, a medida que me acercaba más a sus labios, podía sentir la suave y sensible piel de su vagina irradiando un fuerte calor. Enseguida comencé a tocarla con suavidad, esperando que no fuese a despertar, mientras mis dedos descubrían la nueva textura de sus labios mayores, haciéndose paso para poder sentir sus húmedos y calientes labios menores.

Estaba extasiado, nunca me habría imaginado algo así, pero me gustaba, y lo disfrutaba mientras mi dedo índice se entremetían más y más en su vagina, buscando la entrada a ella. Fue difícil, pero finalmente tras recorres de arriba abajo varias veces, finalmente pude meter mi dedo, aunque fuese un poco, para sentir aquella cálida humedad. En ese momento no lo sabía, pero estaba masturbando a mi mamá mientras descubría la anatomía femenina por primera vez.

Ya nada podía salir mal, aunque mi mamá me descubriera, no me importaría. Realmente estaba tan excitado con lo que estaba experimentando que no podía preocuparme por las consecuencias. Maravillado con la sensación de su lubricación íntima recubriendo mis dedos a medida que tentaban dentro de su vagina, al mismo tiempo estimulándola más y más, provocando que se humedeciera cada vez más.

Fue entonces cuando me di cuenta que ya tenía mis dedos completamente mojados. Sinceramente, en ese momento no sabía muy bien lo que estaba pasando con mi madre. No tenía muy claro porque estaba así de mojada, por esos días pensaba que solo los hombres eyaculábamos y no sabía nada de los tipos de lubricación de una mujer.

Finalmente le saqué mi mano de su short y me la llevé a la cara, la olí y casi por instinto la lamí un poco. Y fue increíble, era un olor muy intenso, mucho más fuerte que el semen, pero su sabor era muy dulce. Ese día descubrí porque las mujeres siempre se chupan los dedos después de correrse, quizá era por lo extasiado que estaba, pero realmente me gustó mucho aquel sabor.

Me había gustado tanto, que no podía esperar a repetirlo, pero en ese momento mi mamá se daba media vuelta, dándome la espalda. Maldecí por dentro, pero también lo vi como una nueva oportunidad, pues tenía el pito parado al cien desde hace mucho tiempo, de esas erecciones que hasta duelen, y así podía aprovechar para hacerme venir ayudándome un poco con las nalgas de mi madre.

Entonces, me acerqué, y con extrema pericia me estreché por detrás de ella y comencé a acariciarle sus suaves nalgas con la parte posterior de mi mano derecha, mientras me jalaba la pija con la izquierda. De inmediato sentí que me venía, no era para menos, estaba tan caliente que casi podría eyacular sin siquiera tocarme. Mi mano estaba completamente lubricada, tanto con mi lubricación como con la de mi mamá, estaba por experimentar el mejor orgasmo de mi vida, cando en un arrebato de locura me arrimé por detrás de mi ella hasta acoplar con extremo cuidado mi pene entre sus redondas nalguitas para masturbarme con su suavidad y calidez en la punta de mi glande, empujando mi pito justo en la entrada de su vagina, una sensación que me provocaba eyacular enseguida, mojando la tela de la pijama de mi mamá con mi semen, a su vez, mojada previamente con el suyo, fundiendo las eyaculaciones en una sola.

Fiebre de sábado por la noche

Desde aquella noche no había otra cosa que me ocupara mi mente más que ese momento tan excitante en mi vida. Aún ahora, no he tenido una experiencia más excitante que aquella primera vez con mamá.

Lo único que deseaba era repetir ese increíble momento, pero mi mamá se había puesto un más remisa con respecto a su privacidad. Yo no sabía porque se portaba así conmigo, pero analizando en retrospectiva, estoy seguro que al despertar ese día con su entrepierna totalmente manchada de nuestras eyaculaciones, habría sospechado. Aunque quizá podría haber pensado que todo ese semen era únicamente de ella, igualmente era suficiente para no querer pasar otro momento así, en la misma cama que compartía con su propio hijo.

Por ello fue, que por casi año y medio no pasó nada mas de relevancia, pese a que lo ansiaba con todas mis fuerzas. Hasta aquella noche de mucha, mucha suerte.

Parece broma, pero en verdad era sábado y yo estaba tan enfermo de gripe que me cargaba una fiebre de locos, aunque por fortuna nada grave. Lo suficiente como para mantenerme en cama todo el día.

Ya por la noche, con los medicamentos y eso, ya me sentía mucho mejor, aunque el cuerpo cortado y la fatiga aún me hacían parecer como un borracho impertinente. Quizá los medicamentos también hacían su parte. No lo sé.

Pasaban de las once de la noche y no podía dormir, pues ya había descansado prácticamente veinticuatro horas seguidas, por lo que me levanté a la sala para mirar la TV en lo que me vencía el sueño, o bien, amanecía. Sin embargo, al pasar por el dormitorio de mi mamá, me cortó las intenciones de tajo, regañándome para que regresara a la cama. Y entonces mi mente malévola se puso a trabajar.

Enseguida le respondí que no podía dormir, a lo que me contesto que lo intentara, pauta que aproveché para preguntarle si podía acostarme con ella. Primero lo dudo, y se negó, pero no tardo mucho en cambiar de opinión y aceptar.

Y yo estaba encantado, por fin la oportunidad que había estado esperando se me presentaba en bandeja de plata. Todos esos años, rogando por repetir el momento, se me aparecía en el momento que menos lo imaginaba.

Muy entusiasmado me acerqué a la cama de mi mamá, y antes de que cambiara de opinión me metí con ella bajo las cobijas, aprovechando para acomodarme cerca de ella, y con toda naturalidad, abrasarla por la cintura. Ella, quien estaba recostada mirado al techo, permaneció en silencio, aceptando mi muestra de cariño inocente.

Seguramente era por la fiebre, pero enseguida la cosa se puso realmente caliente, ambos estábamos sudando, pero, como el aire del ambiente estaba helado aquella noche, ninguno de los dos se atrevía a destaparse el edredón que nos cubría, pese a que ambos vestíamos también nuestros pijamas más ligeros; yo mi conjunto de camisa con pantalón, y ella tan solo un blusón, presumiblemente desnuda bajo de éste.

La noche avanzaba y yo no tenía ni un poco de sueño, tan solo estaba cansado, pero también muy excitado. Esa mezcla de fiebre junto con los analgésicos, estaban relajando tanto mi cuerpo que ya me habían inflamado la polla como tronco, la cual se restregaba en la pierna derecha de mi madre, inevitablemente. Era imposible que no lo sintiera en esa posición, pero aun así no dijo nada.

Envalentonado, me atrevía a acariciarle un poco su brazo izquierdo, pues era lo que tenía a la mano, sin embargo, en ese momento sentí como ella salía de la cama. Entristecí y maldije a mis adentros, pensaba que todo había acabado, mientras miraba a mi madre salir de mi habitación sin decir palabra y seguramente se habría ido a dormir a la sala, o quizá a mi recamara.

Ya resignado, me levanté de la cama para desnudarme por completo, pues no soportaba la fiebre que me cargaba y que me tenía sudando la gota gorda. Mis planes ahora eran masturbarme hasta hacerme venir fantaseado con mi madre, e intentar dormirme. Pero en ese momento mi madre entraba de regreso a mi recamara, tan solo había ido al baño y yo ya me había desilusionado. De inmediato mi corazón retomaba ritmo, como esa inconfundible sensación excitante de cuando estas a punto de satisfacerte sexualmente.

Esta vez no tomaría ningún riesgo, esperaría a que mi madre se durmiera antes de intentar algo, y aunque tardó casi una hora completa, la cual me pareció una eternidad, lo soporté, pues sabía que la paciencia me apremiaría.

Mi mamá comenzaba a roncar cual oso hibernando, señal inequívoca de que tenía camino libre para zacear mis más bajos sentidos. Entonces me arrimé a ella lentamente, y de nuevo comencé a tocarla con toda cautela. Le acaricié sensualmente sus senos, deleitándome con su suave redondez y ese calor que emanaba por todas partes. Con extrema lentitud recorrí mi palma por su abdomen y su vientre hasta posarla en las fronteras de su monte de venus. Ahí, desaceleré todavía más mi camino para disfrutar la bella sensación naciente de su vello púbico recortado bajo su ropa de dormir, solo para comprobar que debajo de éste, no vestía nada más.

Así, continuaba acariciándole sensualmente su entre pierna hasta llegar a sus labios vaginales, tocándolos con las yemas de mis dedos sobre la delgada tela de su blusón, el cual comenzaba a subirle con extremo cuidado para poder tocarla por debajo de éste.

No tardé mucho antes de poder subírselo lo suficiente para deslizar mi mano y tocarle su muy caliente vagina piel a piel. Enseguida comencé a acariciarle sus labios con mucha delicadeza, casi sin tocarla, deslizando mis dedos sin la mas mínima presión. De inmediato pude sentir como toda su vulva se inflamaba, endureciéndose un poco, mientras mis dedos encontraban camino hacía el interior de su vagina que se dilataba más y más con mis sutiles carisias.

Apenas conseguía meter la punta de mi dedo índice en las fronteras de su íntima cavidad, y pude sentir todo su líquido femenino recubriendo mi dedo casi como si lo estuviese metiendo en una boca húmeda y llena de saliva.

Su vagina estaba tan dilatada que decidí introducirle mi dedo medio junto a mi dedo índice, deslizándolos sin problema hasta lo más profundo que su extensión me lo permitía. A continuación, doblé mis dedos haciendo una cuneta con ellos, al tiempo que los meneaba lentamente en el interior de mi madre, estimulando sus estrechas paredes vaginales para llenarlos de su erótico líquido femenino, pues lo único que deseaba era saborear una vez más aquella dulce lubricación natural de mi madre.

Enseguida, le saqué mis dedos con todo el cuidado de no derramar su contenido para lamérmelos con extrema delicia. Acto que repetí al menos unas tres o cuatro veces, pues cada que regresaba mis dedos humedecidos con mi propia saliva, me encontraba la vagina de mi mamá más y más mojada, hasta que, en una de esas, al introducir mis dedos en ella y moverlos lentamente para recubrirlos de su dulce néctar, su sentí sutiles espasmos que contarían sus paredes estrechando mis dedos, lo que me hizo menearlos de una forma peculiar, estimulando la parte superior de su interior, casi sin pensarlo, haciendo pequeños círculos y presionando con un poco más de firmeza. Momento en el que sentí una humedad sobreabundante que me llegaba a mojar los dedos y la mano por completo, derramándose por todos lados, acompañado de más espasmos que se prolongaron por algunos segundos.

En ese momento no lo supe, pero acababa de masturbar a mi propia madre hasta hacerla venir a chorros, casi sin querer. Debí suponerlo, porque mis dedos habían quedado completamente mojados, al igual que su camisón, sus muslos y hasta un poco el colchón. Me limité a saborear todos esos jugos que impregnaban mi mano, pero en ese momento, ella despertaba.

Enseguida me hice el dormido, sintiendo los movimientos de mi madre indicándome que estaría abandonando la cama una vez más. Sin embargo, tras pocos segundos, regresaba bajo las cobijas a acompañarme en mi caliente noche.

En un principio creí que se había arrepentido de irse, pero en cuanto se acomodó de nuevo junto a mí, pude sentir su desnudo cuerpo frotándose contra el mío, piel contra piel. En ese momento supe que mi madre tenía tanto calor, que habría salido de la cama tan solo para quitarse su camisón.

Apenas lo podía creer, pero aquel día las cosas se habían dado de tal manera que, para ese momento, me encontraba con mi madre en la misma cama, estando ambos completamente desnudos. Podía sentir su piel tersa y suave a pocos centímetros de mí, me tentaba a tocarla, pero sabía que ahora estaría despierta, por lo que mantuve distancia por el momento, pretendiendo que dormía.

Esperé, con el alma apretándome la garganta. Jamás en mi vida había estado tan excitado como en aquella ocasión. Temblaba y sudaba, sentía a mi polla tan llena de sangre que llegué a creer que si no eyaculaba esa noche, seguramente me estallaría en las manos.

Pero mi mamá no se dormía. La lluvia en el exterior de la casa, arremetía nuevamente con mucha más intensidad, y dentro de la habitación, hacía tanto calor, que las cobijas se habían humedecido con nuestros fluidos corporales, especialmente los de mi mamá, que habían quedado impregnados con su olor a mujer.

Cada segundo parecía durar una hora, y yo, para ese punto, ya lo único que quería era desahogarme para poder dormir en paz, de esas veces que la excitación se apodera por completo y no puedes pensar en nada más, casi me sentía como si no fuese yo mismo, y necesitaba aliviar esas malditas ganas como fuese necesario.

Estaba atrapado, no podía hacer nada, pero lo que yo no sabía, era que, para ese momento de la madrugada, mi mamá no solo estaba tan caliente como yo, sino que también estaba igualmente excitada.

Ingenuamente esperaba a que se durmiera, pero ella se seguía moviendo, aunque esta vez, de una forma un tanto peculiar. Lo que percibía era como si se estuviese masajeando o acariciando, como cuando se intenta reconfortar una torcedura.

No quería pensar mucho, pero aquello parecía demasiado obvio, y mi corazón parecía como si estuviese en medio triatlón. Entonces no lo resistí más y me giré lentamente en torno a mi madre, quien al sentir mis movimientos de inmediato se congeló como estatua.

-¿No puedes dormir? -Me pregunto susurrando. Pero yo no le contesté. -Hijo. ¿Estás despierto? -Me insistió acercándose un poco más, y subiendo el tono sutilmente. -Pero yo sabía que debía permanecer en silencio, pues, si iniciaba una conversación todo se iría a la coladera.

Por ello seguía fingiendo que dormía, intentando controlar mi respiración y mis poderosos escalofríos, mientras percibía con todos mis sentidos, a mi madre regresando sus manos a su cuerpo para continuar masajeándolo sensualmente.

No podía creer lo que estaba pasando, pero no había duda, mi madre estaba tan excitada que se estaba masturbando en mi propia cama, conmigo a escasos centímetros de ella. Podía sentir perfectamente sus sensuales movimientos de su mano sobando su entrepierna, seguramente tan mojada de lo que la había dejado.

Ella estaba totalmente abierta de piernas, ligeramente dobladas y con los tobillos unidos, haciendo una silueta de mariposa. Era casi como si pudiese verla pese a la total oscuridad. Entonces, comencé a escuchar sonidos acuosos, muy diferentes a los que producía la torrencial lluvia en el vecindario. No, estos eran los sonidos que producían dedos empapados de mi madre moviéndose dentro de su jugosa vagina.

Y yo sentía que explotaba, ya no podía soportarlo un segundo más, escuchando tortuosamente el placer desenfrenado que mi madre se estaba dando, justo a un lado de mí, soltando incontenibles gemidos de placer que se acrecentaban cada vez más.

Entonces no lo soporte más y me acerque un poco a ella, apenas lo suficiente para que mi estirado pene le rosara sutilmente su pierna doblada. La idea era restregar mi pito en ella hasta hacerme venir, escuchando a su vez, como ella se masturbaba hasta el orgasmo. Pero todo fue muy diferente, pues justo en ese instante, ella se dio media vuelta hacía mí.

En un principio no sabía lo que pasaba, creía que ahora si lo había echado a perder, pero ya para ese punto, nada me importaba. Entonces mi madre preguntaba de nuevo. -¿Sigues dormido? -Casi rogándome que no le contestara, y por supuesto que no lo hice.

-¿Hijo? ¿Te estoy hablando? -Me replicaba la cuestión, como intentando asegurarse de que no fuese a despertar, al mismo tiempo que sentía su cuerpo arrimándose a mí, provocando que la punta de mi pene se acurrucará en su vientre, manchándola con las eyaculaciones que me habían mojado el glande.

Al sentirlo, mi madre de inmediato intentó apartarlo con su mano, o más bien acomodarlo para que le permitiera acercarse más. En tanto, yo podía sentir todo su calor irradiando frente a mi cuerpo, incluso podía sentir sus suaves tetas desnudas restregándose en mi pecho, y por supuesto su mano sobre mi hinchada polla que aún mantenía rodeándola.

-¿Estas bien? -Me preguntaba mi madre, una vez más, mientras comenzaba un sutil masaje en mi pito de arriba hacía abajo, haciendo que mi glande se lubricará aún más, hasta embarrar toda la palma de su mano sin haber eyaculado todavía. Sentía que me venía, pero aguanté. Sabía que se pondría mejor.

Y efectivamente, no tardé mucho en sentir su cálida mano dirigiendo mi duro palo hasta su entrepierna, bajándolo como una palanca hasta introducirla entre sus mulsos cerrados, justo a las entradas de su ardiente coño.

Enseguida, mi madre abrió un poco sus piernas doblando un poco la cintura hacia enfrente para hacer que la punta de mi pene se acomodara en la apertura de su vagina, siendo abrazado por sus labios íntimos completamente lubricados con sus fluidos.

Estaba tan excitado, que me tentaba a empujarle el pito de una sola vez, pero en cambio me mantuve en completa quietud, sintiendo como ella hacía todo el trabajo, haciendo deslizar mi polla dentro de su caliente cuerpo, al bajar las caderas para empotrarse con mi pene endurecido como nunca antes.

Ahí, por primera vez en mi vida pude sentir lo que era tener el pito dentro de una mujer, sin importarme nada que aquella mujer fuese mi propia madre. La sensación fue indescriptible, toda esa lubricación, ese calor y esas suaves carnosidades rodeando mi duro pene, fue lo mejor que me ha pasado. Más aún cuando mi madre comenzaba a menear las caderas con extremada sensualidad de delate hacia atrás.

Aquello fue tan insoportablemente excitante que me hacía eyacular casi al instante, llenándole toda la concha de mi fuerte y poderosa eyaculación. Sin embargo, ella estaba tan excitada, y seguramente tan mojada, que no se habría dado cuenta, pues siguió meneándose.

Ahí, creí que me dolería mucho por la prolongada agonía, pero extrañamente no fue así. Mi cuerpo estaba como desconectado de la realidad, me sentía tan estimulado que casi sentía como si todavía no hubiese terminado. La sensibilidad disminuyó un poco, lo normal, pero mi pito seguía igual de firme y completamente lleno de sangre.

Entonces, poco a poco sentía cómo los suaves movimientos de mi madre se aceleraban cada vez más, metiendo mi pene más y más adentro de su ser, empujando y apretando mi falo desde el escroto con los músculos internos de su pelvis, como si me estuviese ordeñando la polla con su vagina.

No puedo negarlo, mi madre folla como ninguna. Increíblemente estaba a punto de sacarme otra eyaculación y eso que acababa de terminar. Escuchaba como me gemía sensualmente en la cara, respirando agitada mientras se complacía con mi pene dentro de ella. Ahí supe que ella tampoco duraría mucho antes de hacerse venir. Entonces, por fin me decidí a entrar en acción, y comencé a acompañar los movimientos de mi madre con unas sutiles embestidas para que mi pene entrase todavía más adentro de ella, estimulándola de paso en los puntos en los que había aprendido que seguro le gustaba.

Así, pude descubrir cómo mi madre gozaba con un buen pito clavado en ella, haciendo su trabajo en las zonas más íntimas y erógenas de su cuerpo, haciéndola estremecer de placer en cada embestida. -Aah, aah. -Se quejaba sensualmente temblando en un torrencial de placer que le recorría todo su cuerpo, más y más, hasta que finalmente se venía con mi pene dentro, exhalando un profundo gemido incontenible en mi cara, acompañado de un desgarrador lamento que, a su vez, se encadenaba con un largo suspiro mientras su cuerpo se estremecía convulsionando las caderas al contraerse los músculos de sus piernas en un increíble orgasmo que terminaba de mojar todas las sabanas. Obligándonos a dormir en aquella cama mojada con nuestros fluidos corporales, pero con los cuerpos completamente desahogados.

Desde aquella noche, jamás se repitió algo así, y aunque nunca se ha hablado nada al respecto, ambos sabemos exactamente lo que sucedió aquel sábado de tormenta y fiebre.

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