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Papá me lame la cola

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Cuando estaba en la universidad, papá solía hacerme masajes. Fue en tercer ciclo cuando empezó a hacerlo. Recuerdo con claridad el momento. Me acababan de jalar en un examen de Mate 2 y llegué a casa frustrada y llorosa. Mi papá miraba tv en su sofá, me preguntó que me pasaba y le conté. Me calmó y me pidió que no me preocupara, que era joven, la universidad difícil y que ellos (él y mamá) estaban muy orgullosos de mí y confiaban en mi esfuerzo, que los resultados llegarían.

Me preguntó si quería un masaje para relajarme. Le dije que sí. Él siguió sentado en su sofá, me senté delante de él, sobre la alfombra, y me masajeó cuello y hombros. Fue delicioso, hacía un masaje realmente relajante y en pocos minutos estaba distendida y me fui a dormir una siesta.

Desde ese momento, con alguna regularidad, cuando llegaba a casa y lo encontraba viendo tv, le pedía que me haga masajes. En pocos minutos me sentía relajada y me iba a dormir. La rutina siguió por un par de años. Sin muchas variaciones, tal como fue la primera vez, él sentado en su sofá y yo sentada sobre la alfombra.

Cuando estaba en séptimo ciclo, tuve una temporada fatal. Terminé con mi novio por su infidelidad. Me fue terrible en los estudios. Perdí el trabajo temporal que tenía. Era un desastre completo. Una noche de viernes llegué a casa en crisis existencial. Había cenado con una amiga y al final de la cena la recogió su novio. Volví a casa pensando en mi “tragedia”, sin novio, mal en la universidad, sin empleo.

Ni bien abrí la puerta y entré, empecé a llorar. Mi papá me vio. Se levantó y me abrazó para consolarme. Me logró calmar un poco y tras unos minutos le dije que iría a mi cuarto a dormir.

Me desnudé en la habitación. Me quedé en tanga. Me puse el pijama e intenté dormir. Pero no podía dejar de sollozar. Quizás 30 minutos después mi papá tocó la puerta de la habitación y me preguntó si estaba bien. Llorosa le dije que no. Entró y se sentó a mi lado. Yo estaba boca abajo. Sollozando.

Mi papá no tenía muchas palabras que decirme. Con mi mamá siempre teníamos mucho de que hablar, pero con él muy poco. Cuando me hacía masajes o charlábamos comiendo, siempre eran preguntas sobre mis estudios o mi trabajo. En ese momento él no sabía que decir y finalmente me dijo “hijita quieres un masaje” y le dije que sí. Nunca me había hecho uno en mi cuarto, pero no me pareció mal.

Comenzó a masajear mi cuello y mis hombros. Pronto sentí bienestar, alivio, relajamiento. Nunca le pregunté a papá si había estudiado para masajes. Supongo que si pues no creo que pueda hacerse algo así sin estar preparado. Ya luego he tomado masajes profesionales y, quizás por el recuerdo idealizado, nunca he encontrado uno como los que me hacía mi papá.

Lo cierto es que tras unos minutos de masajes sobre mi cuello y hombros me sentía relajada. Papá me preguntó si quería masajes en la espalda. Le dije que sí. Me dijo que lo mejor sería que me saque el polo del pijama. No tenía brasiere, pero como estaba boca abajo no me pareció mal. Me saqué el polo y me quedé boca abajo. Con la espalda desnuda. En ese momento pensé que mi short de pijama era de un color crema muy claro y medio traslucido y que mi tanga era negra. Me dio un poco de vergüenza pues resaltaría, pero no pensé más en ello.

Papá comenzó a hacerme masajes desde los hombros. Bajaba poco a poco. Sus dedos firmes encontraban mis contracturas y en movimientos circulares las desactivaban. Me iba sintiendo cada vez mejor. Bajo con sus masajes hasta el borde de mi short de pijama. Justo por encima de donde empiezan mis nalgas.

Estuvo varios minutos así, en un masaje descontracturante que me reconstituyó. De pronto me dijo, hija, te voy a hacer un masaje “más relajante”. Para mis sus masajes eran relajantes. No lo entendí, pero le dije “sí papá”.

Cambió completamente de técnica. Sus dedos fuertes y firmes pasaron a ser caricias susurrantes sobre mi espalda. Comencé a sentir sus yemas flotar sobre mi piel y por instantes el ligero arañazo de sus uñas. De pronto se inclinó sobre mí y sentí su respiración sobre mi piel. A una distancia mínima, pero sin tocarme. El relajamiento que sentía se fue transformando poco a poco en calentura. Sus masajes eran ahora una caricia.

Mi concha se fue humedeciendo. Sin querer separé mis piernas. Mi papá se dio cuenta pues dejó un instante de “masajearme”. Pero luego continúo. Sus dedos ágiles bajaban desde mi cuello, recorriendo toda mi espalda hasta el borde de mi short de pijama.

En algún momento, sus dedos comenzaron a masajear mis nalgas. Sobre el short de pijama. Con la firmeza de sus primeros masajes, sentí una relajación distinta, mezclada con calentura. Con sus dedos gordos presionaba hacia dentro de mis nalgas, cada vez más cerca de mi culito.

La calentura mezclada con la relajación me hacía dar pequeños suspiros. Papá estaba, seguro, demasiado caliente ya. Yo lo suponía, pero entre nosotros no había palabras. Sus manos y dedos hablaban sobre mi cuerpo. Papá me preguntó, ¿quieres relajarte más?, suspirando le dije “si papá”.

Él hizo una pregunta indirecta. Yo le di una respuesta directa. Sin darme más tiempo a reaccionar, jaló mi short de pijama hacia abajo. Me lo sacó y quedé allí, boca abajo, nalgas arriba, sólo en tanga frente a papá.

Siguió con sus masajes sobre mis nalgas. Sus dedos gordos avanzaban cada vez más hacia mi culito. Mi concha era ya una sopa de tanto placer acumulado. Sin preguntarme nada sacó la tanga. Supongo pensó que preguntar cortaría el momento. Seguía boca abajo, ya completamente desnuda para los masajes de papá.

Sentí como sus manos, al masajear, separaban mis nalgas y dejaban expuesto mi culito. En ese momento, tenía 22 años, aún era virgen por allí. Poco a poco sus dedos gordos llegaron a mi culito virgen. Comenzaron a acariciarlo, a jugar con él, mientras los demás dedos seguían el juego del masaje.

Mis gemidos se hicieron eternos, todo el tiempo estaba gimiendo del placer que sentía. De pronto sentí algo húmedo en mi culito. Papá había puesto su lengua allí. Sólo empecé a decir “papá, papá, papá…” comenzó a lamerme los pliegues exteriores. Sus manos de quedaron quietas. Ahora todo era su lengua. Sus manos sólo separaban mis nalgas, mientras su lengua me recorría el culito. Los pliegues externos al inicio y poco a poco hacia lo más profundo.

Fueron muy pocos minutos. Ya estaba demasiado caliente. Tuve un orgasmo, el primero anal en mi vida, con la lengua de papá en mi culo. Ni bien llegué, papá me puso el calzón y el short. Luego, aún boca abajo, sin comprender a plenitud el momento, me besó en la mejilla y me dijo “duerme hija, ya estás relajada”.

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