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Polvos demasiado caros

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- “Hoy hace cuatro meses que nos dimos el primer beso”. 

- “Es buen recuerdo, pero prefiero celebrar los cuatro meses de la noche en que bebiste mi leche y te rompí el culo”.

Ese intercambio de mensajes es lo que leí en el celular de Noelia, mi señora.

Dos horas antes, sentados frente al televisor, ella había escrito algo en su teléfono para luego dejarlo sobre la mesa ratona antes de salir urgente al baño diciendo que se orinaba. Al momento sonó, indicando un mensaje entrante; simplemente miré por si era una llamada, pero no, se trataba del envío de un tal Marcelo. Cuando regresó le dije del sonido, respondiéndome que debía ser algo intrascendente de alguna amiga. Luego, después de preguntarme si deseaba tomar algo, se levantó llevando el aparato.

Por supuesto que esperé que se durmiera para ir a donde había dejado el celular cargando la batería y así sacarme la duda. No fue difícil acceder al contenido, pues cuando compró dicho teléfono aceptó mi sugerencia de usar como clave la fecha de casamiento.

El mensaje de él venía con dos videos agregados. En el primero la toma es desde arriba y muestra a Noelia arrodillada, desnuda, lamiendo una pija con los ojos cerrados y expresión de devoto placer. En seguida se escucha la voz del macho diciendo que está por correrse y quiere ver como esa boca hambrienta toma todo lo que le da. Para eso ella saca la lengua donde se apoya el glande, cuyo ojo expulsa varias escupidas de crema pastosa que la hembra traga golosa después de haberla saboreado.

El segundo es un poco más largo. La toma de costado enfoca a mi mujer desnuda, en cuatro, y mirando hacia la cámara. En esa postura recibe la pregunta <El cornudo, te hizo el culo> la respuesta, ya sabida por mí, fue <No, nunca lo dejé>, <Bárbaro, ahora a ese pelotudo, le voy a mandar la esposa con el culo bien abierto y roto>. A continuación hay un acercamiento a las posaderas de mi señora, una mano separa las nalgas dando un primer plano del anillo estriado y que los dedos abren lentamente dando espacio para que se pose la cabeza que, a modo de vanguardia, precederá al tronco intruso. El ingreso fue súbito, violento, como si quisiera ocasionar dolor y daño, sin preparación y con mínima lubricación. El grito de la hembra será testimonio de eso.

Después de la parálisis provocada por la sorpresa, con la poca cordura que me quedaba, me impuse comportarme como ni nada pasara, salvo suspender toda intimidad. Por supuesto que esa noche no logré conciliar el sueño a pesar de la pastilla que tomé.

El tal Marcelo podía ser el jefe de área de ella, a quien yo conocía pues trabajábamos en la misma empresa aunque en distintos departamentos. Por ser hijo del dueño le habían creado ese puesto a medida e inútil. La suposición no era aventurada ya que el individuo tenía fama de mujeriego y se rumoreaba que alguna empleada integraba la lista de trofeos logrados.

Y así yo, Roque, cumplidos los cuarenta, veía que mis diez años de matrimonio se iban a la mierda.

Al día siguiente, con la excusa de abundante trabajo y luego un asado en casa de mi hermano, no regresé ni a dormir.

Cuando pude pensar con claridad, y después de darle muchas vueltas al asunto, quedé persuadido de dos cosas. Ella había llegado a esta situación de manera intencional y eso lo demostraba evocando el primer beso como un hito trascendente en la relación. Por otro lado la expresión de ese recuerdo indicaba a las claras que esta nueva relación eclipsaba totalmente nuestro matrimonio.

Es sabido que cualquier operación, para ser exitosa, requiere una preparación, y que el tiempo que ella demanda excede por mucho el lapso de ejecución. En este caso el esfuerzo mayor de la fase previa lo tuve que dedicar a controlar la impaciencia generada por el rencor.

Decidí concluir nuestra unión previa venganza, y esa revancha debía provocar un progresivo desgaste de las defensas. Cuando fuera manifiesta su extrema debilidad sería el momento del corte definitivo. Desde luego que, de darse la oportunidad, le haría pagar caro al galán su insolente arrogancia.

Confirmado que su jefe era el amante hable con el responsable del servicio de vigilancia de la empresa, a quien me une una buena amistad. Después de contarle mi triste situación le pedí dos cosas. Que instalara una cámara en el cubículo del engreído y que hiciera las conexiones para poder observar, desde mi portátil, tanto el sector general de los empleados cuanto el despacho de aquel que disfrutaba de mi esposa.

Aunque representara remover dentro de la herida me esmeré en observar los encuentros, tratando de encontrar algunas rutinas que facilitaran mi accionar, y así elegí dos momentos para hostigarla e ir minando su ánimo. Por supuesto que eso no representaba impedimento para improvisar algo más según la situación.

Para el primer episodio contraté dos sicarios, compré una maza de un kilo y un celular robado. El día elegido fue un miércoles cuando Sara me dijo que se había acumulado trabajo y que seguramente llegaría tarde, por lo cual no la esperara a cenar. Me aposté a la salida de su trabajo en el horario habitual y al rato salieron, conversando animadamente en dirección al auto de él. Como era invierno y anochece temprano no tuve dificultades para pasar inadvertido mientras los seguía y alertaba a los ayudantes ejecutores. Fotografié el vehículo entrando al hotel y esperé la llegada de los convocados. Luego de recordarles lo que debían hacer estacioné el auto, prestado por un amigo, al lado de la salida y le envié a mi señora, desde el teléfono desconocido para ella, la fotografía recién tomada con un mensaje:

- “Tengan cuidado al salir, ese es un barrio peligroso”.

Cuando vi las dos tildes celestes al lado del mensaje remitido nos aprestamos. No hubo que esperar mucho.

De acuerdo con lo previsto, cuando las luces anunciaban la salida de un auto encendí el motor y, al comprobar la patente, me adelanté bloqueando la salida obligándolo a frenar. Ese era el momento de los contratados; uno llamaba la atención del conductor golpeando suavemente la ventanilla, y cuando los dos ocupantes volvían la vista hacia él, el otro rompía el vidrio del acompañante y sacaba la cartera de la mujer. Apenas empezó la acción de los sicarios yo seguí la marcha. Ellos, en motocicleta, salieron a contramano, reuniéndose conmigo a cinco cuadras para entregarme lo arrebatado.

La cartera, después de vaciarla a conciencia en una bolsa, fue descartada en un contenedor de basura y luego busqué al dueño del auto el cual me dejó en casa.

Imagino que la romántica parejita estaría intentando resolver algunos interrogantes acerca del mal rato que habían pasado, amén del probable ataque de nervios de mi mujer, que además debía pensar una explicación por llegar exaltada y sin cartera. Su teléfono tenía abundantes pruebas de la traición.

Simulaba mirar un partido por televisión cuando entró a casa, por supuesto mucho antes de lo previsto y sin haber cenado. Al preguntarle por su expresión alterada me respondió que a la salida del trabajo le habían arrebatado la cartera y tuvo que volver a pedir prestado dinero para tomar un taxi que la trajera. Sin comer tomó una pastilla contra el insomnio y se acostó.

El efecto del percance duró dos semanas, pues trascurridos quince días me anunció que saldría a cenar con sus amigas, volviendo tarde. Con la excusa de comprar comida me fui antes, pues había que vigilar su actividad. No fue errada mi desconfianza, él la esperaba en la puerta de un restaurant de moda.

Me tomé algo de tiempo para que fueran atendidos y les tomaran el pedido, y entonces con una fotografía de ellos, ingresando, mandé el texto al celular de él:

- “A veces la compañía inadecuada entorpece la digestión, aunque el barrio sea más tranquilo”.

Al ver la señal de mensaje leído me concentré en la puerta del local. Al rato nomás aparecieron, él con cara de malhumorado y ella con la mirada alerta ante una posible agresión. Rápidamente fueron hasta el auto sin cesar en su actitud vigilante mientras arrancaban e iniciaban la marcha. Cuando la velocidad no se correspondía con las revoluciones del motor, frenaron para darse con las cuatro ruedas casi desinfladas. Varios clavos <miguelitos> junto a cada rueda habían cumplido su cometido.

Nuevamente su vuelta se produjo antes de lo previsto. Yo, por el contrario, después de verla regresar en taxi me fui a un bar; la intención era aumentar su malestar al no saber de mí. Cuando llegué a casa se encontraba en la cama mirando televisión.

- “¡Regresaste temprano, no esperaba encontrarte!”

- “¡Y vos dónde estabas!”

Sin contestar me acerqué, con la mano derecha la tomé del cuello y, mientras presionaba quitándole aire, le respondí.

- “Si cambiás la manera de preguntar te suelto, de lo contrario sigo apretando”.

Su trastorno ante lo inesperado era evidente por la expresión desencajada y algunas lágrimas que aparecieron.

- “Perdón, es que me extrañó no encontrarte y me preocupé”.

- “Ahora hablamos otro idioma, cuando iba a comprar comida me encontré con un amigo y decidimos cenar juntos, tomando después alguna copa. Luego, mientras regresaba, tomé conciencia del tiempo que llevamos sin tener sexo. Por si acaso la rutina fue culpable hoy podemos romperla con algo nuevo, me hacés una buena mamada tomando toda la corrida y luego te doy por la colita”.

- “Estás loco, yo no hago eso”.

- “Qué lástima, un fracaso intentando componer la cosa”.

- “Si te hago una pregunta, me vas a contestar con sinceridad?”

- “En el tiempo que llevamos juntos siempre hemos sido sinceros el uno con el otro. No veo razón para cambiar. Escucho la pregunta”.

- “Me estás siguiendo?”

- “No es correcto responder con otra pregunta pero es lo que me surge. ¿Hay alguna razón para que tenga que seguirte?”

- “Ninguna”.

- “Entonces quedate tranquila, no te estoy siguiendo. De todos modos, si en un rapto de locura me diera por hacerlo, tu conducta irreprochable sería una manera de vengarte. Me harías sentir como un estúpido desequilibrado”.

Decidido a continuar el acoso me acosté como de costumbre y, al arrimarme simulé olerla.

- “Qué es ese olor que tenés y que me repugna? Parece la saliva de alguien con mal aliento”.

- “Estás alucinando”.

- “Puede ser, pero lo siento, y seguro la ropa de cama ya está impregnada. Levantate y cambiá sábanas y fundas”.

- “Ni pienso”.

- “Ya sé, te gustó la presión en el cuello, ahora lo vas a hacer sintiendo mi mano como tenaza. Si frenás te aplasto la tráquea”.

Por supuesto que la amenaza surtió efecto y, llorando, lo hizo. Al ver que intentaba acostarse nuevamente reanudé el ataque.

- “Ni se te ocurra meterte a la cama con ese olor. Si no te bañás bien, dormís en la otra pieza”.

Cuando salió de la ducha se acostó mirando para el otro lado lo que aproveché para dar la última estocada.

- “Mantenete alejada, no sea que te quede algo y me hagás vomitar”.

Así pasaron algunos días, siempre perseverando en la presión y a la espera del momento propicio para dar el corte definitivo.

Una mañana en el trabajo, mirando en la pantalla lo que mostraban las dos cámaras de mi interés, veo que ingresa al cubículo del conquistador, Claudia, compañera de trabajo y amiga cercana de mi mujer. Tan cercana y amiga que también compartía los favores de su jefe como había podido apreciar en otros momentos de observación. En esta oportunidad, él quería cogerla y ella le decía que no pues le había venido la regla. Entonces este mariscal de la pija adoptó una resolución que me vino como anillo al dedo.

- “Decile a la otra puta que venga”.

La emisaria salió a cumplir el encargo con una sonrisa de oreja a oreja y, al llegar al lado de mi señora, sin importar que alguien pudiera verla, señaló con un dedo el despacho de su superior para después completar el mensaje con el puño cerrado moviéndose en vaivén. Por supuesto que la recién llamada concurrió de inmediato.

- “Me llamaste”.

- “Sí, tengo ganas de coger, desnudate zorra, pero primero cerrá bien con llave”.

Ante eso baje al piso de ella. Siendo que su escritorio estaba vacío y la puerta del despacho de Marcelo cerrada, era evidente que nada había cambiado. Al verme llegar salió a mi encuentro Claudia, su amiga y confidente.

- “Noelia salió recién”.

- “Te agradezco la información, sé dónde buscarla”.

Mientras la mujercita, que intentaba cubrirla, tomaba con urgencia el teléfono, agarré el matafuegos que colgaba en una columna y seguí mi camino hacia la puerta que cubría el encuentro clandestino.

El golpe del pesado cilindro contra el picaporte hizo saltar la cerradura y la abertura quedó libre. La sorpresa paralizó a los protagonistas. Ella con el torso desnudo, sin bombacha, la falda arrollada en la cintura en cuatro sobre la alfombra. El sin pantalones ni zapatos, encaramado sobre la espalda de la hembra, tomándola de los hombros y con la pija horadando el culo femenino. Ambos compartían la cara de asombro y su vista fija en mi silueta, que recostada en el marco, filmaba tranquilamente la escena.

Él volvió en sí mismo primero, levantándose apresuradamente y por ello se enredó en los pantalones tirados en el piso, trastabillando y cayendo. Aproveché su postura para darle con la punta del zapato en la cara y tomándolo del cuello de la camisa lo arrastré afuera.

Entré nuevamente por mi mujer, que permanecía inmóvil sentada en el piso. Con una mano tomé su ropa y con la otra la agarré del pelo arriba de la nuca y la llevé al salón, teniendo la falda arremangada como única vestimenta.

- “Si alguien quiere tener un recuerdo de este momento poco común, donde una hermosa puta muestra sus íntimos encantos, aproveche para fotografiar o filmar. No creo que se presente otra oportunidad similar”.

La mantuve de pie y quieta durante un minuto y luego la empujé haciéndola dar de cara contra una columna.

- “Querida, cuando te repongas, pasá por casa a retirar tus cosas”.

Naturalmente hubo daños colaterales. Tuve que rescindir mi contrato con la empresa; no era razonable pretender seguir allí después de haber desfigurado al hijo del dueño. Las revistas que competían con la que publicaba los artículos de mi señora se hicieron un festín con el escándalo de su infidelidad, aunque no pudieran difundir masivamente las fotografías. Y por último me encargué de que el marido de Claudia recibiera un video de su esposa siendo enculada por el averiado galán.

Si habían compartido macho también podían compartir desgracia.

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