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¿Qué me dijo mi hermana Paca?

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Cuando mi marido y yo decidimos no divorciarnos y volvimos a hacer vida marital. Mi hermana, fue a verme una tarde para platicar conmigo. Le ofrecí un café, ella lo aceptó, pero más tarde dijo “Ahora, dame coñac, que necesito valor para decirte a qué vine” Me sorprendí, pero le serví una copa y me pidió que dejara la botella de “Hennessy” allí junto. Yo encendí un cigarrillo y la escuché.

–Me da gusto que hayas recapacitado y estén juntos otra vez Saúl y tú –asentí con la cabeza y esperaba una perorata moralista pues quizá ella supo que Saúl aceptó que continuara con mis amantes–. Deseo que sea para siempre y no vuelvas a involucrar a la familia en tus asuntos románticos.

–Si lo dices por lo que pasó entre Raúl y yo…–inicié con el señalamiento donde trataba de justificarme por haber seducido a su pareja y ser ello la causa de su separación.

–¡No! Eso ya pasó y lo que vine a decirte no tiene conexión con ello –me atajó la palabra de golpe– Déjame hablar– solicitó y le dio un sorbo a la copa para “darse valor” y seguir hablando–. Hace unas semanas tuve oportunidad de pasar una noche con Saúl, después de haberlo deseado durante muchos años –me soltó la confesión de golpe que me dejó callada.

–… –¡No lo podía creer! Mi propia hermana. “después de haberlo deseado durante muchos años”, ¿deseado ella?, ¿mi marido?, ¿ambos?, ¿desde cuándo?

–Iré despacio. Descubrí mi atracción por él, cuando ustedes comenzaron su noviazgo – y siguió contándome cosas que ocurrieron desde entonces.

Mi hermana tomó otro trago de coñac y yo también me serví una copa para soportar lo que ella me contaba.

–Algunos años después –continuó Paca–, cuando me estaba masturbando bajo la regadera con el jabón sin haberme dado cuenta que dejé la ventila inferior abierta; justo en el momento que terminó mi orgasmo, abrí los ojos y vi que Saúl me veía, recordarás que por esa ventila nosotras no podíamos ver bien, pero alguien con la altura de tu marido, esa ventila quedaba justo a la altura de sus ojos. De momento no lo reconocí y me cubrí las zonas con las mismas manos que me habían procurado el placer y me puse en cuclillas para que no me viera el mirón, quien empujó la ventila para cerrarla diciendo “Hay que cerrarla cuando te bañes”; reconocí su voz y me dio mucha vergüenza.

–Sólo faltaba que estuvieras fantaseando con él y hayas pronunciado su nombre…–exclamé moviendo negativamente la cabeza.

–No, todo fue en silencio –dijo, quizás aceptando que sí era Saúl el centro del pensamiento durante su gozo–. Confundida y creyendo que me vio todo el tiempo que tuve cerrados los ojos, me sequé y puse la toalla como turbante en el pelo. Colocándome la bata de baño salí y no lo vi. Caminé a la sala y él leía el periódico.

–¿Para qué lo buscabas?, lo normal es que te hubieras metido a tu cuarto que estaba en la puerta siguiente –precisé, pensando que había gato encerrado.

–Sí, así debería ser, pero… –no dijo más hasta haber tomado otro trago diciendo “más valor”– Le pregunté a Saúl “¿Por qué tenías que verme así?”, refiriéndome a la acción que yo había ejecutado. “Pues porque uno se baña desnudo, pero ni te vi completa, te agachaste de inmediato”, señaló, quizá para que yo creyera que no me vio masturbarme, pero me quedó la duda si me pescó o no masturbándome y cuánto tiempo. Pero resonaron en mí las palabras “ni te vi completa” y abrí la bata diciéndole “Ahora sí puedes verme bien…” Él se sorprendió, se puso de pie mirándome de arriba abajo y diciéndome “Sí, estás muy bonita”, ¡Me cerró la bata y abrochó el cinturón de ella! “Vete a vestir, bonita”, ordenó, dando media vuelta a mi cuerpo por la cintura y sobre la bata me dio una nalgada suave.

–¿Qué hiciste después? –pregunté y le di otro sorbo a la copa.

–Le obedecí. Me fui a vestir pues se me hacía tarde para salir. ¡Salud! –me dijo, ya entonada, y continuó–. Eso fue suficiente para mí, me emocioné bastante y soñé recurrentemente que Saúl me besaba al tenerme desnuda y cargada me llevaba a mi cuarto donde hacíamos el amor después que él se desnudaba para mí y me dejaba ver el vello negro del que salía un pene turgente y dispuesto...

–Eso te ayudó a la imaginación de estar frente a él encuerada, pero antes de esta vez que estuviste con él, ¿tú lo habías visto desnudo alguna ocasión? –pregunté pues ella había cerrado los ojos al mencionar las últimas palabras, como si lo recordara también.

–Sí, él era muy escandalosos al hacer el amor contigo. Me despertaba y corría a la puerta para escuchar mejor. Una vez tenían prendida la luz y pude ver algo por la orilla del marco y la regla que sirve de tope para cerrar la puerta –ambas dimos un trago más a la copa, levantándola como brindis, pero sin decir nada–. Al día siguiente, cuando él salió a trabajar y tú a comprar lo necesario para la comida, tomé un cuchillo grande como palanca y separé la regla un poco más, a todo lo largo, no tenía pegamento, sólo clavos. De esta manera no se notaba mi fechoría, pero fue suficiente para que la siguiente vez que tuvieron la luz prendida viera las escenas moviendo horizontalmente la cabeza para que la imagen se viera completa. ¡Ah, cuantas cosas ricas te hacía tu marido!, y qué apuesto se veía con el palo mojado por tus jugos –dijo otra vez esto último cerrando los ojos–. Dos años estuve así, masturbándome con sus jadeos y, a veces, cuando tenía suerte con la luz prendida, viéndolos y sintiéndome ser yo a quien Saúl tomaba del pecho, moviéndose hasta eyacular en mí.

–¿Ya no te atreviste a seducirlo otra vez?, claro, antes de hace dos semanas –aclaré.

–Sí, hace diez años, cuando ustedes estaban discutiendo siempre por tus aventuras con Roberto. Le dijiste que ya no lo verías, pero te volvías a salir con él cuando Roberto venía a la ciudad. Una vez escuché que le dijiste cruelmente a Saúl que mejor él se buscara a alguien que lo quisiera, que tú amabas a Roberto –ahora fui yo la que se tomó de golpe lo que quedaba en mi copa pues me he arrepentido de eso y otras pendejadas que le dije para humillarlo–. Saúl salió muy triste de la recámara, lo tomé de la mano y lo llevé a la mía; él se sentó en la cama a punto de llorar y yo me quité la blusa y el brasier, le ofrecí mi pecho, él abrió la boca y se puso a mamar, excitándose. Le bajé la cremallera del pantalón y al sacarle el pene, éste creció en mi mano. Me bajé el calzón y traté de sentarme en él. Mi teta se salió de su boca y me vio a la cara haciendo una mueca de sorpresa, bajó la mirada a mi pecho y cuando yo estaba a punto de colocarme su verga erecta en mi vagina, se levantó casi tirándome al piso. “¡No! Se parecen mucho, pero no”, me dijo, y se salió con el pene flácido colgando. Obvio, tú eres más bonita… –dijo Paca y ahora ella se tomó de golpe lo poco que quedaba en la copa; se sirvió más y me sirvió a mí.

–¿En ese entonces tú eras virgen? –pregunté.

–Sí, Raúl fue el primero, y Saúl el segundo, hace unos días… –Paca tomó otro gran trago volviendo a decir “valor, valor” y yo la secundé.

–¡Perdóname por haber roto tu felicidad! –dije al bajar la copa y con lágrimas en los ojos– ¡Perdóname, Paquita! ¡Perdóname! –grité y me tomé otro gran trago.

–De eso, no te preocupes –dijo volviendo a servir las copas– Él mostró que no valía la pena –y levantó la copa para completar el brindis antes de darle el trago –¡Gracias por enseñarme cómo era el canalla de Raúl! –y apuró gran parte de la bebida.

–¡Buaaa! –solté el llanto, al sentirme culpable y vacié mi copa –pero ella me sirvió más– ¡Perdóname!, lo mío solo fue una de los ataques de ninfomanía que me dan –me justifiqué.

–Ya pasó, Tita. Tú lo hiciste con Raúl, como con otros más, por esa enfermedad, pero lo que yo he hecho no sé cómo explicarlo. ¡Salud! Y ya no me interrumpas –dijo después del brindis–. El día que vino Saúl a reclamarte que habías vuelto a romper tu palabra pues vio que Eduardo acababa de salir de la casa. Se gritonearon y tú saliste del estudio gritando “¡No estoy loca!”. Yo traté de hacerte ver lo que Saúl te decía desde años atrás, que necesitabas apoyo médico y me corriste de mi recámara, a donde te habías refugiado. Salí y me entristeció la soledad en la que lloraba Saúl, mirando la cama del estudio con sábanas húmedas y ajadas, con vellos castaños y morenos, las cobijas revueltas, y el cuarto hedía a sudor y sexo. Al darse cuenta que lo observaba yo también con los ojos llorosos, él se levantó, y se despidió de mí con un beso en la frente. Me quedé muy preocupada y, al anochecer, cuando los niños y tú dormían, fui al departamento que Saúl ocupaba a unas cuadras de aquí, para ver cómo estaba.

–Nunca te oí salir, me quedé dormida después de haber llorado mucho –dije dándole vueltas a la copa entre mis manos y recordando esa escena reciente de la discusión.

–Sí, lo sé, también escuché cuando le hablaste a Eduardo pidiéndole que esa noche no viniera porque estabas indispuesta y diciéndole varias veces que luego le platicarías, seguramente ante su insistencia de contarle lo que te ocurría.

–Perdón, ya estoy borracha y te interrumpí, continúa –me excusé.

–Yo aún no me siento tomada, parece que esto no me aligera la pena –dijo volviendo a tomar un trago–. Llegué y tras la reja vi que la luz del departamento de Saúl aún estaba encendida. Esperé que llegara alguno de los vecinos y me colé. Subiéndome a la defensa de uno de los autos que estaban en la cochera, pude ver por la ranura de la cortina de la recámara que Saúl estaba desnudo, con tu fotografía a un lado, y acariciándose el pene, queriéndolo erguir para masturbarse. No perdí tiempo y toqué la puerta. “¿Quién es?”, preguntaba. “Yo, Paca”, le respondí. “Espérame un poco, déjame ponerme el pijama”, dijo y me abrió pronto. Se notaba que bajo el pijama no traía algo más, porque de la bragueta semiabierta le salían algunos vellos. “Pásale”, me dijo y, dándome la espalda, se arregló el pantalón cerrando los broches. “¿Pasa algo con Tita o los niños?, me preguntó. “Todos duermen, yo quería saber cómo estabas tú”. Saúl sonrió y me dijo “Te ofrezco algo?” Me dio gusto verlo bien, haberlo visto caliente y, entonces no supe de mí. “Sí, quiero esto”, le dije, metiendo mi mano por el resorte del pantalón y apreté lo que pude de su miembro mientras le daba un beso y me deshacía con la otra mano de mi blusa, yo tampoco llevaba ropa interior, ahora pienso que fui así de manera inconsciente. “Estás son iguales a las de ella”, le dije poniéndole una chiche en los labios y él abrió la boca, sentí cómo creció su miembro, le acaricie los testículos saqué ese pezón de su boca y le ofrecí el otro. Allí empezó todo… Él apagó la luz y me llevó a la cama. Estuvo como diez minutos entretenido en mi pecho. Nuestra ropa quedó en el piso o en otro lugar. Sin dejar de mamarme, me penetró y se movió como lo hacía contigo. Tu fotografía seguía allí, atrás de mi cabeza, iluminada con la tenue luz rosada de la pecera. Era evidente que pensaba en ti. “¡Nena, Nena! ¿Por qué eres tan puta?”, decía, y se movía con más enjundia. Cometí el error de despertarlo de su fantasía al decirle “Sí, sí, vente en mí”, cuando estaba a punto de eyacular, pues, aunque mi voz es parecida a la tuya, no es igual, además de que tú no le animabas a eso al hacer el amor. Saúl se salió de golpe y me baño el ombligo y los senos con tres chorros de esperma. “¿Por qué te saliste?”, pregunté con tristeza. “¡Perdóname, Paca!, creí que eras Tita, ¡perdóname!”

–¡¿Qué hubiera pasado si te embaraza?! –exclamé y terminé otra vez la copa– Sigue, le pedí a Paca arrastrando las palabras y me serví más coñac.

–Eso quería yo, tener el hijo que quería desde tiempo atrás... Ahora sí me está haciendo efecto, ya me siento tranquila –expresó y vació su copa.

–¡¿Querías un hijo de Saúl desde antes?! –pregunté sorprendida, tratándole de servir más coñac.

–No, gracias, ya dije lo que quería –me dijo impidiendo que le sirviera más bebida– Además, no quiero ofenderte ni decirte que ya no seas tan puta, porque ya estoy borracha. Era con Raúl con quien lo había acordado –Me lo dijo antes de quedar dormida con la cabeza sobre la mesa.

En medio de mi borrachera me quedé pensando en todo el daño que hice al no hacerle caso a tiempo a Saúl de ver a un psiquiatra. En realidad, no me enojó que mi hermana se haya tirado a mi esposo, tampoco que otras parientes lo hubieran hecho, tratando de consolarlo y ser premiadas con un embarazo. Todo eso lo provoqué yo, también obligué a mi marido a tener amantes, aunque yo no quiera. Él probó el sexo con otras y le gustó, ¡ése sí es un pinche puto!

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