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¿Quieres conocer el sabor de mi coño?

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Lo que os voy a contar ocurrió en una aldea de Galicia hace mucho tiempo, mirad si pasó tiempo que de aquella las mujeres consideraban que era de putas afeitar sus coños peludos y los hombres estaban orgullosos de tener pelo en el pecho.

Era una tarde de primavera, yo estaba sentado bajo un roble fumando un Winston y contando hormigas para matar el aburrimiento. Oí una voz que me decía:

-¿Me das un pitillo?

Levanté la cabeza y la vi, era mi sobrina Laura. Vestía un vestido de color verde que le llegaba a las pantorrillas y calzaba unas sandalias marrones. Le pregunté:

-¿Tus padres saben que fumas?

Laura tenía mucha confianza conmigo y sabía que no le iba a ir con el cuento a mi hermana, me respondió:

-No, fumo a escondidas.

-A escondidas y marca si dan.

-¿Me vas a dar el pitillo o no?

-Deja que te mire bien.

Dejó que pasaran unos segundos y después me preguntó:

-¿Qué ves?

-Una belleza morena, de estatura mediana, ojazos azules, cabello largo de color marrón que tiene un cuerpazo y que no debía fumar.

-Pensé que ibas a decir alguna barbaridad. Suelta el pito.

Eché la mano a mi entrepierna y le dije:

-No me lo digas dos veces que lo suelto.

Le dio la risa.

-Ese no, el de fumar.

-Este también se chupa.

-Sí, pero no sale humo.

-¿Y qué sale?

Me dijo con retranca:

-Vino blanco con gaseosa.

-Para premiar tu sabiduría tendré que darte ese pitillo.

Saqué la cajetilla y le di un cigarrillo. Me preguntó:

-¿Me das fuego?

-¿Quieres también que te lo fume?

Se mosqueó.

-¡Ay qué coño, tío! ¿Me das fuego o no?

Saqué el mechero, se inclinó y le di fuego.

-¿A dónde vas, Laura?

-A marcar.

Ir a marcar le decíamos en la aldea a ir en busca de pinos secos para luego ir a cortarlos de noche, así el dueño del pinar no te pillaba. Cómo no tenía nada mejor que hacer, le miré para las tetas con descaro, luego para la entrepierna y después le pregunté:

-¿Y a ti ya te marcaron?

Le echó una calada al cigarrillo y después me respondió:

-Esas no son cosas tuyas, pero no, no me marcó nadie.

-Si no te marcaron seguro que te marcas tu sola.

Marchándose dijo:

-Me voy que hoy te veo muy salido.

-Quinientas pesetas.

Se dio la vuelta y dijo:

-¿Qué?

-Que te doy quinientas pesetas por ver cómo te marcas.

No se escandalizó por la proposición indecente.

-Sí que andas salido, sí. ¡¿Me pagarías quinientas pesetas por ver cómo me hago una paja?!

-Sí, y por ver cómo te corres.

-¿Y no querrías nada más?

-Si hubiese algo más sería porque tú querrías que lo hubiese.

-Este no es lugar para hacerme una paja, pero mira, si se presentase la ocasión, en un lugar íntimo, la respuesta sería sí, aunque te costaría dos mil pesetas.

Era un dineral, pero ver a mi sobrina masturbándose lo valía.

-Las pagaría con mucho gusto.

-Créeme, el gusto iba a ser todo mío.

Se fue y volví a contar hormigas.

El caso fue que la ocasión se iba a presentar el día que mi mujer fue a hacerle de canguro a una vecina que fuera ingresada en el hospital para dar a luz, ya que yo llamé a Laura para que me hiciese de comer y de cenar.

El día que nos ocupa fui a trabajar. Al volver estaba la mesa lista. Comiendo un zanco de un pollo que había asado, me dijo:

-Esta noche podía hacer para ti aquello que me habías propuesto.

-¿Por dos mil pesetas?

-Por dos mil pesetas.

Hablamos de muchas cosas más, pero yo quiero ir al turrón.

Daban en el reloj de la pared de la sala de estar las once de la noche cuando entré en su habitación. La luz estaba encendida. Laura estaba echada sobre la cama vestida con un pantalón de pijama blanco con flores rojas y con una camiseta blanca ceñida donde se marcaban sus grandes tetas. Puse las dos mil pesetas encima de la mesita de noche y me senté en una silla. Me sonrió y me preguntó:

-¿Empiezo?

Cuando quieras.

Laura echó las manos a las tetas y comenzó a amasarlas. Me preguntó:

-¿Te gusta lo que ves?

-Mucho.

-A mí también me gusta que me mires.

No pensé que me iba a hablar mientras se masturbaba, pero me gustaba que lo hiciera.

-Y mí me gusta que te guste.

Bajó una mano y la metió dentro del pantalón del pijama. Viendo cómo se movía la mano allí abajo se me puso la polla tiesa. Me preguntó:

-¿Quieres ver mis tetas?

-Quiero.

Laura levantó la camiseta y dejó sus gordas tetas al aire, unas tetas redondas con areolas medianas y pezones gordos.

-¿Te gustan?

-Son preciosas.

Sacó la mano de dentro del pantalón del pijama y mojó con los jugos de su coño los dos pezones. Los acarició con dos dedos y después volvió a meter su mano derecha dentro del pantalón del pijama.

-Estoy cachondísima.

-¡Anda que yo!

Con una mano se masturbaba y con la otra se magreaba las tetas. Al rato me preguntó:

-¿Quieres ver mi coño?

-Enseña.

Quitó el pantalón del pijama. Completamente desnuda se abrió de piernas y se giró hacia mí. Mi polla se volvió loca dentro de los calzoncillos al ver su coño peludo. Me vino la diosa de la fortuna a verme cuando me dijo:

-Puedes tocarte si quieres.

Saqué la polla empalmada y comencé a menearla. Laura miró para mi polla y empezó a acelerar los movimientos laterales, verticales y circulares que hacía sobre su clítoris.

Me levanté y fui a su lado. Paró de masturbarse y se puso en guardia.

-Recuerda que es solo mirar.

La tranquilicé.

-Ya lo sé, pero es que quiero ver tu coño de cerca.

Con mi cara a escasos centímetros de su coño vi cómo sus dedos entraron y salieron de su vagina unas diez o doce veces y luego cómo los movía encima de su clítoris... De su vagina salían jugos transparentes con una consistencia cómo la de la clara de un huevo que bajaban hasta su ojete y acababan en la cama. Sus dedos entraron y salieron de nuevo de la vagina. Me preguntó:

-¿Quieres conocer el sabor de mi coño?

-En este momento más que cualquier otra cosa en este mundo.

Sacó los dedos del coño pringados de jugos, los puso sobre mi lengua y se los chupé.

-¿Te gustó el sabor de mi coño?

-Mucho.

Acarició su clítoris con los dedos hacia los lados, verticalmente y haciendo círculos sobre él y comenzó a gemir. Vi cómo su vagina y su coño se abrían y se cerraban. No pude ver más, ya que mi sobrina me cogió por la nuca, me atrajo hacia ella y puso su coño en mi boca. Corriéndome con ella lamí su coño y fui tragando los jugos de su deliciosa corrida.

Al acabar de correrse, sonrió y me dijo:

-Lo siento, tío, pero no pude evitarlo.

Obviamente me hablaba de haber cogido mi nuca, atraerme hacia ella y poner su coño en mi boca. Le dije:

-No lo sientas, me gustó que lo hicieras.

Siempre fui un hombre de palabra. Había pagado por mirar y no iba a intentar nada más. Guardé la polla, fui a la cocina y me eché una taza de vino tinto de esas de barro de comer el caldo. Me la mandé de una sentada. Después se dibujó una sonrisa en mis labios, no fue por el gustirrinín que me produjo el vino, no, fue porque en mi boca seguía el delicioso sabor de los jugos de su corrida. Sentí una mano sobre mi hombro, me giré y allí estaba mi sobrina, desnuda, descalza y sonriente. Me besó con lengua, me echó la mano al paquete, y me dijo:

-Quiero que me hagas mujer, tío.

Quería que la follara y la iba a follar, le dije:

-Apoya las manos en la mesa y abre las piernas.

Hizo lo que le dije. Mi lengua exploró su culo y su ojete, el ojete lo exploró en profundidad, después le froté la polla en el ojete y el coño empapado. Mientras magreaba sus duras tetas le metí la puntita de la polla en ambos orificios. Entraba tan apretada en uno cómo en el otro. Después le volví a lamer el culo y a explorar el ojete con la lengua. Laura me dijo:

-Aceite, tío.

-Caña es lo que te voy a dar.

-Dame caña después, antes unta la polla en aceite para que me entre mejor.

Al decirme lo de entrarle mejor ya fui a por el aceite. Cogí la botella de aceite de oliva virgen, unte las manos y le magree las tetas. Me dijo:

-¡Oh, sí! ¡¡Que gusto!!

Eché más aceite de oliva virgen y le unté las nalgas, la raja y el ojete. Le metí el dedo medio en el culo. Le entró como si fuera un supositorio. Laura exclamó:

-¡Qué gustito!

Le follé el culo con el dedo. Mi sobrina no paraba de gemir. Al quitar el dedo de su culo eché más aceite en las palmas de mis manos, con ellas unté la polla y después se la metí en el coño. La mezcla de flujos vaginales y aceite hizo que entrase apretada, pero de un tirón. Mi sobrina con toda la polla dentro de su coño, me dijo:

-Mis amigas me dijeron que la primera vez duele, pero no me dolió, al contrario, me gustó.

-Y más que te va a gustar.

La agarré por las tetas y magreándoselas la follé sin prisa, pero sin pausa... Poco después me dijo:

-Por tu madre, tío, no te corras dentro, no te corras dentro, pero no pares, no pares que yo, yo, yooo ya, ya, yaaa. ¡Me corro!

Al acabar de correrse se la froté en el ojete y luego muy lentamente se la metí hasta el fondo de culo. Con toda dentro, me dijo:

-¡Joder, parece que me entró un jabalí por el culo!

El jabalí al ratito le llenó el culo de leche.

Al acabar de correrme se dio la vuelta, la cogí por las axilas, la levanté y la senté en la mesa, le comí la boca, le comí las tetas, hice que se echara hacia atrás y le comí el coño. Se lo comí despacio para darle tiempo a mi polla para que se pusiese dura, y despacio mi lengua fue haciendo los mismos movimientos que hicieran sus dedos sobre el clítoris, movimientos laterales, verticales y en círculo, para después bajar a su vagina y entrar y salir de ella varias veces, y luego volver al clítoris y hacer los movimientos antes dichos. En mi séptimo recorrido y teniendo la lengua dentro de su vagina, me agarró la cabeza con las dos manos y moviendo la pelvis de abajo a arriba, de arriba a abajo, hacia los lados y alrededor se corrió cómo una loba. Fue una corrida larga y copiosa.

Al acabar se sentó sobre la mesa y me dijo:

-Quiero más.

Mi polla ya se había puesto dura. Le cogí el culo, la levanté en alto en peso y se la clavé hasta el fondo del coño, le metí la lengua en la boca, la arrimé a la pared y le di caña brava. Laura con sus brazos alrededor de mi cuello chupaba mi lengua, la lamía... Yo sentía sus duros pezones y sus duras tetas bajar apretadas por mi pecho cada vez que dejaba caer el culo para que los chupinazos le llegasen al fondo del coño. Jadeaba cómo una perra y cómo una perra se corrió. Al acabar de correrse me dijo:

-Quiero más.

Me temblaron las piernas. De aquella no había viagra... En fin, hice lo que pude para no quedar mal.

Quique.

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