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¿Quieres mamar mis tetas y venirte en mi culo?

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Rita cuando la recogí en el aeropuerto de Santiago vestía con una cazadora marrón y una camiseta blanca con un escote que enseñaba casi la mitad de sus enormes tetas, una minifalda marrón y unas botas de mosquetero. Era alta y sus piernas eran largas y bien moldeadas. Traía una maleta en la mano, una bolsa en la otra y un piercing en forma de aro en la nariz. Su media melena era rubia aunque en las fotos del Facebook la tenía negra. Llevaba encima una capa de pintura que ríete tú del gotelé, y un perfume agradable, cosa que olí al besarla en la mejilla. Además de las pintas que traía era una grosera, ya que lo primero que me dijo fue:

-En las fotos pareces más alto y menos feo.

Su grosería no pudo con mi galantería.

-Pues tú eres más linda en persona. ¿Tuviste un buen vuelo?

-Con dos horas de retraso no debías hacer esa pregunta.

Me lo dijo de otra manera, empezó con un: Vos sos..., y largó una retahíla de palabras, que al cambio vinieron a decir lo que os dije antes. Le pregunté:

-¿Cenaste?

-No, pero no tengo hambre.

En fin que nos fuimos al auto y allí, sentada en el asiento, le dije:

-Ponte algo sobre las piernas que se te ve más de la cuenta.

Se hizo la interesante.

-¿Te pongo nervioso?

-No. Coge...

Se enfadó cómo si le hubiese dicho que parecía la bruja Avería.

-¡Quién carajo te crees que eres!

-Tu primo, ese soy yo.

-¡Pues coge con tu mujer!

Me había mal entendido, pero había sido porque no me dejara terminar de hablar.

-Te iba a decir que cogieras mi chaqueta en el asiento trasero para tapar las piernas.

-Pues haber dicho que la agarrara.

-¿Para qué? ¿Acaso te crees que se iba a escapar?

-Boludo.

La acababa de conocer y ya me caía gorda. Mi paciencia tenía un límite, y con el tono que dijo aquella palabra y la cara que puso, lo había rebasado. Le dije:

-¡Si, de bolas no ando mal!

-Dime de que presumes y te diré de que careces. Palabras sabias de mi madre.

-Ya serán del refranero español.

En viaje hasta mi casa nos enfadamos tres veces y nos volvimos a reconciliar otras tantas. Llegamos bien entrada la noche. Mi esposa nos estaba esperando y mi madre, que era a quien venía a visitar, ya dormía. Mi esposa fue ver a Rita y poner mala cara. Se veía que no le gustaba tener en casa a una mujer veinte años más joven que ella y enseñando más de la cuenta.

Una semana después la llevé a un monte desde donde se divisaba la ría y al que se llegaba en auto hasta casi la cima. Llevábamos una tortilla de patatas con cebolla, una botella de Coca-Cola de dos litros rellena con vino tinto, pan y lo necesario para no comer con las manos ni beber a morro.

Rita mirando el paisaje que hacía la ría estaba pintando un cuadro que pusiera en un caballete. Yo miraba videos en la portátil, hablaba con ella y de cuando en vez le echaba un vistazo el cuadro. Pintaba bien y se lo dije.

-Te podías ganar la vida con la pintura.

-Prefiero vivir la vida loca.

-Sí, eso le dice tu madre a la mía.

-¿Qué le dice?

-Que estás loca.

Cambió radicalmente de conversación. Me preguntó:

-Oye. ¿Tu mujer y tú nunca cogéis?

-¿Por qué lo preguntas?

-Porque en los días que llevo en vuestra casa no se oye nada por las noches.

Hablaba, miraba para la ría y daba pinceladas. Mirándola, le dije:

-No queremos hacer ruido.

-Yo creo que hace mucho que no lo hacéis.

-¿Ruido?

-Coger.

Rita llevaba puesta una bata blanca y una boina francesa de color azul. Así estaba sexy, aunque le sobraba el piercing de la nariz.

-¿Y tú hace mucho que no follas?

Dejo de pintar y me preguntó:

-¿Tengo pinta de pasar hambre?

-Era solo una pregunta.

Me volvió a preguntar:

-¿Tengo pinta de pasar hambre?

Quise eludir la pregunta.

-Hablando de hambre. ¿Comemos?

-No me respondiste.

-No, no tienes cara de pasar hambre.

Se sinceró conmigo.

-Pues ya hace casi tres meses que nadie mueve los piercings de mis tetas ni el de mi clítoris.

Había revelado intimidades sin venir a cuento. Me olió que quería tema. Le dije:

-A ver si es por eso.

-¿Qué quieres decir?

-Que a los hombres les gusta follar con una mujer no con una chatarrería.

¡Cómo se puso! Casi me come.

-¡Todos mis piercings son de oro!

-No lo dije en ese sentido. A ver, Rita. ¿Te gusta más chupar una polla al natural o con una anilla por el medio?

-Hombre, visto así... Aún vas a tener razón.

-¿Comemos?

-Sí.

Se lavó las manos, se sentó y le entramos a la tortilla al pan y al vino. La conversación durante la comida giró en torno al sexo. Al acabar de comer echada sobre la hierba con las manos detrás de la nuca y mirando al cielo azul, me dijo:

-No me dijiste cuanto tiempo llevabas sin coger.

-Más o menos el mismo tiempo que tú.

-¿Sabes?

-¿Qué?

-Los piercings se pueden quitar.

-¿Los vas a quitar?

-¿Me los quieres quitar tú, primo? Tres meses sin coger es mucho tiempo.

-Sí que es mucho tiempo, si.

-Abre el piercing de mi nariz y quítalo.

Abrí el aro, se lo quité, y lo puse encima del mantel donde quedaba solo el vino y dos vasos. La miré y le dije:

-Eres bella de verdad.

Su voz se volvió más dulce.

-Gracias, pero sé que solo soy modosita.

Le di un pico, sacó la punta de la lengua y empezamos un beso en el que nuestras lenguas y nuestros labios mostraron todo lo que sabían hacer. Luego le abrí los botones de la bata. Allí estaban sus enormes tetas bajo una camiseta marrón. Se sentó y quitó la bata y la camiseta. El sujetador que llevaba apenas podía retener aquellas tetazas, lo abrió, se lo quité y vi sus areolas marrones con dos mariposas a los lados de los pezones. Me dijo:

-Agarra una mariposa y tira de la otra.

Hice lo que me dijo y en segundos puse el piercing de las tetas al lado del aro.

Agarré las tetas con las dos manos, las junté y lamí sus gordos pezones, después las acaricié y las chupé metiendo sus areolas en mi boca. Aquellas tetas, esponjosas con el tacto de la seda cuanto más las mamaba más me excitaban. Me echó la mano a la polla y la sobó, después me bajó la cremallera del pantalón y me la meneó muy despacito. Pringando de aguadilla su mano derecha, me dijo:

-Me pusiste re caliente.

La volví a besar en la boca, ella abrió la cremallera lateral de la falda. Al sentir el ruido dejé de besarla, le bajé la falda y sus bragas rojas y vi su coño pelado con un piercing atravesando su clítoris de lado a lado. Rita me dijo:

-Se desenroscan las bolitas de los lados.

Desenrosqué una bolita y quité la barrita con cuidado. El piercing fue a parar junto a los otros. Pasé mi lengua lateralmente por el clítoris y después de abajo a arriba. Rita se estiró, flexionó las rodillas, se abrió de piernas y puso sus brazos a lo largo de su cuerpo. Le abrí el coño mojado, metí mi lengua dentro de su vagina y después lamí sus jugos agridulces. Era una delicia de mujer... Lamí su coño, lo abrí con dos dedos, chupé sus labios, enterré varias veces mi lengua en su vagina, lamí su clítoris de todas las maneras, en círculos, hacia los lados, de abajo a arriba... Dándole una chupadita en él, me dijo:

-¡Vos si que sabes comer una concha!

O algo así me dijo, pero volvamos al turrón. Cuando estaba a punto de correrse le di la vuelta, le abrí las nalgas con las manos, lamí el ojete, le metí y saqué la lengua de él y sin más comenzó a temblar y dijo:

-¡Me vengo!

Se corrió cómo una angelita. Iba de dura, pero era dulce cómo un caramelo.

Al acabar de correrse y darse la vuelta lamí su coño para saborear su corrida. Lo tenía cómo una charca. Lo tenía cómo a mi me gusta comer un coño, encharcado, y se lo seguí comiendo. Sus manos acariciaron mis cabellos mientras le hacía otra vez lo que le había hecho antes. Con gemidos y caricias en mi cabello me iba diciendo lo que estaba sintiendo. Cuando levantó la pelvis y tiró de mis cabellos supe que se iba a correr de nuevo. Me lo confirmó:

-¡Me vengo otra vez, loco, me vengo otra vez!

Se volvió a correr cómo un pajarito. Era una maravilla beber de ella, sentir sus dulces gemidos y sentir sus sacudidas.

Al acabar tenía una cara de felicidad que aún la hacía más bella. Se puso de lado, me quitó la camisa, los zapatos, los pantalones y los calzoncillos y después hizo un recorrido con sus labios desde mi boca a mi polla... Besos con lengua, chupadas de mamilas, lamidas... Al llegar a mi polla mojada y empalmada, la levantó y me lamió y chupó los huevos mientras me masturbaba, después lamió y mamó mi polla a su aire, un aire que me encantó, tanto cuando lamía mi frenillo como cuando mamaba el glande, cómo cuando pasaba su lengua por la corona, por el meato... Me encantó porque sabía lo que hacía y porque lo hizo todo muy despacito. Cuando se hartó de polla, me dijo:

-Ahora voy a coger contigo cómo una perra y te voy a dejar los ojos en blanco.

Me montó. Yo le agarré las tetas. Rita en vez de meter la polla en el coño la frotó en el culo, empujó, la metió hasta la mitad y me besó. Era como si estuviera esperando a que yo empujara y metiera la otra mitad, cómo no empujé la sacó y la metió en el coño otra vez hasta la mitad y me volvió a besar. Sentía sus enormes tetas pegadas a mi cuerpo, pero tampoco esta vez empujé. Fue ella la que la fue metiendo hasta el fondo y después me folló a toda mecha. A punto de correrme, la quitó, jugó con ella en el ojete y la volvió a meter hasta la mitad. Esta vez se la clavé hasta el fondo. En sus labios se dibujó una sonrisa. Se saliera con la suya. Me folló despacito para que aún no me corriera. Cuando pensó que me tenía, me preguntó:

-¿Quieres mamar mis tetas y venirte en mi culo?

A mí no me iba a torear. Le di la vuelta, le quité la polla del culo, se la metí en el coño y le di caña, bueno, le di caña unos treinta segundos, que fue el tiempo que duré. Le llené el coño de leche mientras me miraba a los ojos y me daba picos en la boca.

Al acabar de correrme, me dijo:

-Me gustó coger contigo.

-Esto aún no acabó, bonita.

-¿Ah no?

-No.

Me metí entre sus piernas, y mi lengua comenzó a nadar en aquella piscina de leche y jugos. Rita, exclamó:

-¡¡Sos un capo!!

No tardó mucho en correrse de nuevo.

Quique

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