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¡Quítala, hija, quítala que te dejo preñada!

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Sandro se había roto los dos brazos y una pierna en un accidente de moto. Estaba en la cama con los brazos y la pierna escayolada. Su hija Iria le había puesto una bandeja con un filete y patatas en el regazo y le estaba cantando las cuarenta.

-... Aún fue poco, debiste romper también la otra pierna a ver si escarmentabas.

-Parece que está hablando tu madre.

-Bien que te avisó que te podía pasar lo que te pasó.

-Mejor sería que me avisara que me iba a meter los cuernos. ¿No te parece?

-No cambies de tema, te dijo mil veces que ya no tenías edad para andar con la moto por el monte.

-Mis amigos...

No lo dejó terminar.

-Tú y tus amigos queréis sentiros jóvenes pilotando esas máquinas de trial con exceso de caballos y hacéis el ridículo.

-Solo tengo 42 años.

Iria no quiso seguir regañando a su padre.

-Come que te enfría la comida.

Iria era una joven morena, de estatura mediana y con todo bien puesto, que digo bien puesto, muy, muy bien puesto. Vestía una falda larga de color verde, una camiseta blanca y calzaba unas zapatillas de deporte de color blanco. Iria cogiera unos días libres en el hospital donde trabajaba de enfermera para atender a su padre. Sandro le dijo:

-Trae un poco de vino que esto a secas no baja.

Iria fue a la cocina de su chalet a buscar el vino para su padre, padre que se había separado de la madre hacía algo más de dos meses, y que era un cuarentón, ni guapo ni feo, de ojos negros, alto y delgado.

Era el primer día de los muchos en que Iria iba a atender a su padre. Hasta aquí todo normal, pero lo que no fue normal fue lo que ocurrió al día siguiente cuando lo fue a bañar con una esponja, agua y jabón. Le preguntó:

-¿Podrás darte la vuelta para lavarte la espalda y el culo, papá?

Haciendo un esfuerzo Sandro se puso boca abajo. Iria pasó la esponja llena de jabón por su nuca, su cuello, por sus axilas, por su espalda, sus costillas, luego por sus pies y sus piernas y acabó pasándola entre sus nalgas para limpiarle el ojete. Al sentir la esponja acariciar su ojete Sandro tuvo una erección, luego mientras volvía quitando el jabón mojando la esponja en agua la cosa se le puso más y más dura. Al acabar, le dijo a su padre:

-Date la vuelta, papá.

No podía darse la vuelta. Su hija vería la erección y lo pondría a parir.

-Mejor me quedo así.

Iria estaba de vuelta y media, sonrió, y le dijo:

-Date la vuelta, papá, no es la primera erección que veo al lavar a un paciente.

Sandro le mintió.

-Yo no tengo ninguna erección.

-Cuanto más lo niegues más dura se te va a poner. Date la vuelta que no tengo ganas de volver a calentar el agua.

Sandro se dio la vuelta e Iria vio la verga de su padre. Era inmensa, a lo largo y a lo ancho. Le dijo:

-Bonito pene, papa, bueno, más que un pene parece un salchichón, pero es bonito.

Enjabonó su cuello por delante, su pecho, sus axilas, sus pies, sus piernas, sus huevos y su verga, a la que tuvo que tirar de la piel para enjabonar el glande, luego lavó todo con la esponja mojada y cuando le lavó la polla comenzó a salir leche de ella. Dejó que saliera, se la limpió y le preguntó:

-¿Cuánto tiempo llevabas sin correrte, papa?

-Desde que me dejó tu madre.

-¿No te habías masturbado?

-No.

-Entiendo lo de la eyaculación. Lo secó, y le dijo:

-Ya estás limpio. Ahora a ponerte el pantalón del pijama y listo.

Sandro estaba sorprendido con la frialdad de su hija.

-¿No te molestó lo que pasó?

-Para nada, las personas tenemos necesidades.

Le puso el pantalón del pijama y después se fue a vaciar el agua de las palanganas. Esa noche en su habitación hizo otras cosas, pero os jodéis, pues no os voy a decir que hizo con sus deditos imaginando la verga de su padre dentro de su coño.

Al día siguiente al ir a lavar a su padre Iria vestía un short blanco que dejaba ver sus estilizadas piernas y una blusa del mismo color con tres botones desabrochados, lo que dejaba ver el canalillo y parte de sus gordas tetas. Su cabello negro lo llevaba recogido en dos trenzas. Sandro, al verla, le preguntó:

-¿Viene tu novio a verte?

-No, date la vuelta.

Sandro se dio la vuelta, le enjabonó el cuello, las axilas, la espalda, entre las nalgas y después le metió el dedo medio en el culo.

-¡Qué haces!

-Te voy a estimular la próstata y te vas a correr cómo un pajarito.

--¡No, hija, no me hagas eso!

-¿Por qué no? Nadie va a ver lo que hagamos.

-Por dos razones, la primera es porque a un padre no se le mete el dedo en el culo y la segunda porque soy muy macho.

Iria se puso chulita.

-¿A qué hago gemir al macho?

-No digas tonterías.

Le siguió follando el culo con el dedo.

-Abusas porque no me puedo defender... ¡Coñooo!

-¿Te gusta?

-Sabes que sí, cochina.

-Pues ahora no te hago correr macho.

-¡Golfa!

Dejó de follarle el culo y limpió el jabón con la esponja mojada de agua.

Se quitó la blusa y acarició su espalda con las tetas. Sandro no conocía a su hija.

-¡¿Qué te pasa hoy, Iria?!

-Que tengo ganas de echar un polvo.

-No debemos, hija, no debemos.

Iria le abrió las nalgas y le pasó los pezones por el ojete.

-¿Te gusta, papa?

-Joder, decir que no sería mentir.

Le dio la vuelta y vio la tranca empalmada y mojada. Se quitó el short y al no llevar bragas su padre vio el pequeño corte del coño de su hija.

Nuria se abrió de piernas, subió encima de su padre y le puso una teta en la boca. Sandro no se puso resistir a aquella gorda teta con una pequeña areola color carne y con un pezón gordito y duro. Lamió, chupó, mamó, areola y pezón hasta que le dio la otra teta, teta que comió con las mismas ganas que comiera la anterior. Luego Iria puso sus manos en la cabecera de la cama y el coño sobre la polla de su padre. Empujó con el culo lentamente, ya que era demasiada verga para tan estrecho coñito, pero entró, con dificultad, pero entró. Al estar toda dentro se quedó sentada sobre la verga. Sintiendo cómo latía la verga y cómo latía su coño, le dijo a su padre:

-¿Te gustaría que me corriera en tu boca, papá?

-¡¿Me la vas a dar?! Es una de las cosas que más me gustan.

-Lo sé. Escuché muchas veces a mamá...

Sandro ya no aguantaba más.

-¡Quítala, hija, quítala que te dejo preñada!

Iria no la quitó. Tomaba la píldora, y aunque no la tomara no la iba a quitar, ya que también comenzó a correrse ella.

-¡Me corro, papá, me corro!

Sandro no dijo nada, de su verga comenzó a salir tanta leche que anegó el coño de su hija, hija que se había derrumbado sobre él y a la que le comía la boca mientras se sacudía y su coño le bañaba la verga.

Al acabar de gozar comenzó a follar a su padre. La verga ya entraba y salía sin dificultad, ya que la leche y sus jugos la habían engrasado.

Tres veces se corrió Iria antes de que su padre se volviera a correr dentro de ella, su quinta corrida se la dio en la boca, cómo a él le gustaba y cómo a ella le encantaba.

Quique.

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