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Sin querer queriendo

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Ya habíamos fantaseado con la posibilidad de que mi esposa tuviera aventuras sexuales con otro hombre diferente a mí. En principio mi propuesta le pareció un tanto extraña, pero no lo tomó a mal. Simplemente, servida la oportunidad de contar con mi complicidad, quizá la forma de llevar aquello a cabo le ocupaba su mente. Tal vez el cómo, cuándo y dónde eran las preguntas recurrentes y, pasados los días, realmente no nos poníamos manos a la obra y en consecuencia, no pasaba nada.

Si bien ella no rechazaba para nada la propuesta, pues tampoco es que mostrara mayor interés en promover iniciativas para encontrar el momento propicio y el candidato perfecto. Y tal vez eso hizo que las cosas, en principio, no se dieran naturalmente. Estuvimos andando por bares swinger y lugares de encuentros, pero, aparte de mirar cómo los demás se entregaban a las más locas aventuras, nosotros, especialmente ella, parecíamos estar ajenos al ambiente.

Dimos vueltas y vueltas, conociendo diferentes lugares y ambientes, charlando con varias personas, hombres solos y parejas, pero, por alguna razón, no éramos las personas que aquellos invitaran a compartir sus locuras. Nos contaban sus proezas, nos hablaban de cómo habían empezado en aquello, pero no nos hacían partícipes de sus andanzas. Y nosotros, principiantes, tampoco dábamos indicios de querer ser protagonistas de esas experiencias.

Era tan manifiesto nuestro aparente desinterés, que, ante aquella aparente apatía a la hora de inmiscuirnos en aquellos lugares, llegué a plantearle la posibilidad de ir a esos lugares cuando ella estuviera con ganas de tener sexo, lo cual, según ella, sucedía cada vez que se le acercaba el período. Perfecto, había dicho yo, pues di entonces cuándo es eso y no damos tantas vueltas. ¿No te parece? Sí, había contestado, me parece que es una buena estrategia, porque no sé qué tan lanzada sea en esas situaciones si estoy con ganas.

A partir de ese momento, entonces, la idea era que ella me contara cuándo estaba sexualmente dispuesta y ver si así, de pronto, las cosas se daban de otra manera. Lo otro, había sugerido yo, tenía que ver con su vestimenta, porque si no muestra la mercancía, los interesados no saben en qué se van a meter. Hubo algo de resistencia en ese sentido porque, siendo ella una señora criada a la antigua, el tema de vestirse como una puta, según ella, no estaba en sus cálculos. Un hombre se interesa en una mujer, vístase como se vista. Sí, había dicho yo, pero tiene que haber alguna señal, coquetería o luz verde para que los supuestos interesados se acerquen y algo suceda. Y, dado que no ha pasado nada anteriormente, tenemos que hacer algo diferente.

A regañadientes aceptó vestirse de minifalda, usar blusa con escote pronunciado y hombros descubiertos, depilarse la vagina y usar lencería en aquellas salidas. No había nada de malo en aquello, pero su idea de buen vestir en una dama no coincidía con aquello. Aunque le llamaba la atención, y hasta cierto punto le excitaba, observar a las damas vestidas de esa manera en las películas porno, una cosa era verlo y otra diferente hacerlo. Pero, había que probar, a ver si daba resultado el cambio de comportamiento.

Se llegó el día en que ella, finalmente, se atrevió a comentarme que estaba con unas ganas locas de estar con un hombre y que, de pronto, era la oportunidad que estábamos buscando. Bueno, había dicho yo, pero no es solo las ganas, sino que arranques insinuante y decidida, si de verdad hay la intención de llevar a cabo la aventura, que no es otra cosa que acostarse y tener sexo con un tipo que no sea yo. Sí, había dicho ella, lo sé. Pero una cosa es pensarlo y decirlo y otra cosa es enfrentarse a la realidad.

Ella es muy conservadora y, no obstante que se había definido que había la intención, aparecieron consideraciones de última hora, dimes y diretes, dudas e incertidumbres. Sin embargo, tal vez por no defraudarme, accedió a que saliéramos y nos fuéramos de cacería a uno de aquellos lugares que previamente habíamos recorrido. Llegados allí, mientras nos tomábamos unos tragos en la barra y observábamos uno de los shows de striptease que allí se acostumbraban, un joven, al parecer solo, se acercó y entabló conversación con nosotros.

Se presentó como Carlos y dijo haberse fijado en nosotros anteriormente, porque nos había visto por el lugar en varias ocasiones, lo cual era cierto, y, después de conversar sobre la calidad del ambiente y de las personas que frecuentaban el lugar, preguntó qué estábamos buscando. Bueno, dije yo, mirando a mi esposa, tenemos la fantasía de que ella tenga sexo con un hombre que no sea yo, su marido, pero, la verdad, aunque hemos intentado varias veces, por alguna u otra razón no hemos podido concretar la aventura. Al parecer espantamos la oportunidad, si es que en algún momento se ha dado. O es que no sabemos ver si algo tiene o no la posibilidad.

¿Y de dónde surge la curiosidad? Pues, la verdad, tanto ella para mí, como yo para ella, hemos sido únicos en la relación. No ha habido nadie más. Y, no sé, las conversaciones de las amistades, los ambientes en los que hemos coincidido, la televisión, las películas, la pornografía y demás, hacen que surja la pregunta. ¡Cómo será hacerlo con otra persona? Y creo que de allí nace la curiosidad. ¿Por qué no? Enseguida nuestro interlocutor fijo la atención en mi esposa y empezó a preguntarle de esta vida y de la otra, quizá tratando de encontrar la coincidencia que promoviera algo más que la simple conversación.

Carlos, un tanto desenvuelto, dirigiéndose a mi mujer, comentó que no encontraba razón para que ningún hombre, especialmente en aquellos lugares, no se fijara en una señora tan atractiva y que tal vez todavía no era el momento, porque, para involucrarse en esas aventuras, las personas debían estar muy seguras de lo que querían. Lo cierto es que mi esposa lo encontró un tipo agradable y pareció entrar en sintonía. Charlamos de manera informal de lo que allí sucedía, quiénes frecuentaban el sitio, qué se hacía, cómo se contactaban, cómo empezaba todo y un sinfín de detalles para ilustrar la conversación y amenizar la noche.

Parece que le caí en gracia a su esposa, me dijo Carlos en algún momento. ¿Me da permiso para continuar? Continuar, ¿con qué? pregunté inocente. Pues con la fantasía de ustedes, contestó. Mejor dicho, ¿me da permiso para culearme a su mujer? Bueno, si logra convencerla, ¡hágale!, respondí yo. Gracias, dijo él. Déjelo de mi parte. Espero que no se moleste si algo de lo que hago no le agrada, pero entienda que en este juego el hombre actúa como macho en busca de copular con la hembra en celo. Y me parece que su esposa está con ganas. Hay que averiguar qué tan dispuesta está. ¡Adelante!, comenté. No se preocupe. Haga lo que crea que debe hacer.

Y lo que hizo fue llevarla a bailar, como normalmente ocurre en aquellos. Algunas parejas lo hacen semidesnudas, otras aprovechan para tocarse, encenderse e iniciarse, nada de lo cual vi que sucediera. Lo que si vi era que bailaban muy juntitos, pegaditos, como enamorados, pero nada más. Lo vi normal, aunque me pareció muy confianzuda mi mujer ya que no se comporta así, pero, dado que la idea era que aquello funcionara, no parecía para nada equivocado lo que allí sucedía.

De un momento a otro, pasados los minutos, Carlos toma a mi mujer de la mano y la lleva a la sala de fantasías, un cuarto semioscuro donde las parejas desfogan sus energías sexuales como le apetezca. Pensé, bueno, si ella aceptó aquello la cosa va por buen camino. Sin embargo, una vez instalados allí, el tipo guío la mano de mi mujer para que palpara su endurecido miembro mientras él se daba mañas para excitar a mi mujer manipulando su vagina. La cosa, seguramente estaba funcionando, pero, de un momento a otro se interrumpió la escena y volvieron a la pista de baile. Y luego de un rato llegaron a donde yo estaba.

Parece estar animada y dispuesta, pero me ha dicho que ella no se siente cómoda aquí, comentó Carlos. Si le parece vamos a un sitio donde podamos estar alejados de los mirones. Creo que es eso. Y dónde sería eso, pregunté. No se preocupe, aquí al lado hay unos reservados. ¿Vamos? Sí, respondí yo. ¿Ella ya sabe? Lo mejor es que vayamos para allá, sin comentarios. ¡Hágale, pues, dije yo!

Carlos volvió a llevarla a la pista, bailaron un corto rato y, nuevamente, tomándola de la mano, abandonaron la pista de baile, pero esta vez con rumbo a los reservados que se había mencionado. Hubo que bajar una escalera hacia el primer nivel, salir del lugar y caminar unos pasos para ingresar al lugar donde alquilaban habitaciones por ratos. Y, llegados allí, mi mujer, nuevamente puso sobre el tapete diferentes consideraciones, que, si el sitio era seguro, que ya estaba muy tarde, que mejor otro día, etc., etc., lo cual hacía prever que las cosas, una vez más, no iban pasar de ahí.

Carlos me hizo señas de que me alejara y se quedó charlando con ella. Unos minutos después, apareció y me hizo señas de que los siguiera, conduciéndome hasta una habitación. No más entrar le pidió a ella que se sentara en la cama y procedió a desnudarse, frente a ella, con toda la calma del caso, exponiendo su herramienta, para ese momento erecta y totalmente endurecida. Una vez más, guío las manos de mi mujer para que se la tocara, acariciando su tronco de arriba abajo, sus grandes testículos y su brillante y lustroso glande.

El miembro erecto del hombre, desnudo, llamaba la atención. Tenía un cuerpo era proporcionado, algo delgado, por lo cual su pene destacaba y se veía ciertamente grande. Era curvado hacia arriba y duro al tacto, cosa que a mi mujer parecía atraerle, pues no dejaba de manipularlo. Pudiera decir que estaba fascinada con la experiencia.

En ese punto, de seguro ella estaba super excitada, pero, vestida, frente a él, a pedido de Carlos se atrevió a chupar aquel miembro. Y lo hizo con algo de prevención, muy delicadamente, mientras seguía acariciando aquel pene con agilidad y mucha intensidad. El, entonces, le dice que la va a ayudar a desnudarse, pero ella se resiste. No se deja quitar la blusa, pero permite que le suelte y le baje su falda y a despojarse de sus pantis. Nada más. El, delicadamente y sin prisas, le pide que se recueste en la cama y, una vez allí, separa las piernas de mi mujer y se inclina para chupar su sexo.

El tipo, para qué, pero era muy hábil lamiendo el sexo de mi mujer que, no sintiéndose invadida, permitió que él jugara con ella y tuvieran sexo de esa manera. Ella solo se limitaba a presionar sus labios y contorsionar su cuerpo mientras él hacía lo suyo. Y algo estaría haciendo bien, que, pasados los minutos, mi esposa empezó a gemir y a guiar la cabeza del hombre para que continuara en su faena. Y, en esa tónica, Carlos aprovechó para retirar su cara de repente y clavar su verga en la concha húmeda de mi mujer.

Ella no mostró sorpresa alguna y lo aceptó. Así que el hombre empezó a bombear dentro de mi mujer, sin condón ni protección alguna, algo que no pareció importarle a ella en absoluto, plegándose a la voluntad de aquel macho sin recato alguno. Carlos la agarraba de sus nalgas y la atraía hacia él conforme la taladraba con su dispuesta herramienta. Y ella… como sin querer queriendo, dejaba que aquel hiciera de las suyas. Quiso, en esas circunstancias, seguir desnudándola, pero ella, excitada y clavada como estaba, no lo permitió.

Entonces, Carlos, sin mayores opciones, siguió montado sobre ella, en posición de misionero, hasta que, después de tanto bombear y escuchar los gemidos crecientes de mi mujer, finalmente sacó su miembro para eyacular sobre sus piernas, que quedaron mojadas con su blanco y abundante semen. ¿Te gustó? Le preguntó. A lo que ella respondió sintiendo afirmativamente con su cabeza, pero sin decir una palabra.

Después de aquello, ella se entró al baño y se demoró una eternidad en salir. Tanto, que Carlos, que había quedado conversando conmigo, se vistió y se despidió. Laura, hasta luego. Hasta luego, respondió ella sin abrir la puerta. Bueno, hermano, otra vez será. Gracias por la experiencia, de seguro le gustó, pero está avergonzada, seguramente, porque jamás pensó que sería capaz de eso. Está bien, dijo Carlos, su primera vez, frente a usted, con alguien desconocido; la entiendo. Me voy. Nos seguimos viendo por aquí. No se pierdan.

Al rato, ido Carlos, mi esposa salió de su escondite. Tengo que confesarte algo, dijo. ¿Qué? pregunté. Todavía quedé con ganas. ¿Más sexo? No, contestó ella. Todavía quedé con ganas de tener sexo con otros hombres. Ah, caray, repliqué un tanto sorprendido. ¿No que era difícil pasar de la fantasía a la realidad? Si, replicó ella, pero dado el primer paso ya no hay vuelta atrás. Bueno, comenté, para haber sido sin querer queriendo, creo que estuvo bien esta primera aventura. Super dijo ella, quedé con ganas de repetirla, pero ahora decido y escojo yo… Será en una próxima, muy pronto, antes de que se pasen las ganas...

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