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¿Te follaste un desconocido?

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Hacía tiempo que te rondaba por la cabeza buscar algo diferente, aunque solamente fuera compartir experiencias, intercambiar opiniones… sin necesidad de poner cara a quien fuera tu confidente. Fue por ello que decidiste adentrarte nuevamente en el mundo de las redes.

Tras un tiempo paseándote que contenido ibas a subir, que Nick te ibas a poner, te abriste una cuenta en una red social, subiendo una foto de sus sugerentes pechos y un simple hola. En cuanto la gente empezó a ver esa foto te enviaban privados, comentarios y alguna foto sin más comentario. Empezaste a mirar perfiles de otros y otras personas, y si, con alguien hablabas, pero siempre era algo monotema. No había quien mereciera realmente la pena, hasta que apareció Él, un chico educado e interesante, y aunque era algo mayor que tú, enseguida conectasteis.

Después de cruzar algunas palabras, continuasteis la conversación por Skype, por donde seguíais hablando cada semana durante meses, descubriendo un mundo acerca de la sexualidad, pues a diferencia de Él, tus experiencias en ese momento eran escasas, algún acercamiento al mundo BDSM con alguna pareja que habías tenido. Además, en esa época eras una chica monógama, trabajadora… siempre preocupándose del “qué dirán”, y con más prejuicios de los que tienes hoy en día.

Charla tras charla subía la temperatura, y tu rol de inexperta sumisa despertaba su rol dominante. En ese momento tu estado de ánimo no era el mejor, pero él se esforzaba en intentar sacar de tu interior a esa zorrita que un día vio el sol pero que había desaparecido, pensando en que no encontraría en un chico lo que ella necesitaba.

Esto, sumado a alguna videollamada y alguna que otra fotografía erótica, iban despertando en ti cierto interés, deseo y excitación, incitándote a encontrarnos cara a cara. Pero no podías, sabía que si eso ocurría, nuestros cuerpos acabarían uniéndose, y tu conciencia te decía que no podía engañar de ese modo a la persona con la que estabas compartiendo tu vida. Siguieron sucediéndose conversaciones vía online, hablando de todo un poco, como harían dos buenos amigos, pero siempre con el trasfondo de aquella potente atracción sexual que existía entre ambos.

Pasaron unos meses, y tu cabeza estalló. Vinieron tiempos difíciles marcados por el dolor, ese que nace de lo más profundo y te desgarra por dentro. Pero ahí estuvo Él, apoyándote, siempre tan respetuoso, dejando a un lado vuestros sentimientos más obscenos.

Meses después y diversas circunstancias fueron necesarias para darte cuenta de que no podías continuar hundida en el fondo del pozo, que tenías que pensar más en ti y en lo que realmente querías… Te ibas a entregar a Él como sumisa.

Y así fue como una semana después te encontrabas delante del hotel donde habías quedado. Los nervios te invadían, pues jamás habías sido la sumisa de nadie, ni habías tenido una sesión como tal, pero en el fondo tenías la tranquilidad de que, a pesar de ser dos desconocidos, conocía tus gustos y tus límites, y tú confiaba plenamente en Él.

La puerta de la habitación se abrió y al cruzar por primera vez vuestras miradas, te distes cuenta que era YO. Algo se removió en tu interior. Nos saludamos con un “hola”, y entraste. Dejaste tus cosas, y tan apenas habíamos intercambiado cuatro palabras, cuando te viste sorprendida por un intenso beso.

–Desnúdate– te ordene, mientras tomaba asiento, dispuesto a disfrutar del espectáculo. Ahí estabas tú, de pie en medio de la habitación y sintiendo mis ojos clavados en ti. Te ruborizabas, te sentías como un objeto, observada mientras te ibas despojando de cada una de tus prendas hasta acabar completamente desnuda.

–Abre las piernas y coloca tus manos detrás de la cabeza–. Nuevamente obedeciste. Comencé a manosearme todo tu cuerpo de manera poco delicada, buscando tu humillación.

–Ahora vengo, no te muevas– te dije. No tarde en volver, trayendo conmigo tu nuevo vestuario: un par de medias, un liguero de vinilo y unos zapatos de tacón, todo ello de color negro.

Te vestiste torpemente sentada sobre mis rodillas, humedeciendo mi pantalón con tu sexo, y te pusiste en pie.

–Ven–.

Te situé frente a un espejo de cuerpo entero y te coloqué un collar, también negro. Un escalofrío te recorrió el cuerpo. La sensación de sentir como aquel adorno iba rodeando tu cuello era indescriptible.

–Mírate, ¿qué ves? – te susurre al oído.

Te veías extraña, poco acostumbrada a vestirte de ese modo, pero se apreciaba a una perrita preparada para ser utilizada por su Dueño.

–Desnúdame… y comienza por el cuello– te ordene.

Te diste la vuelta y empezaste a quitarme la camisa. Tus labios buscaron mi cuello, y fueron descendiendo por mi torso. Consciente de que YO observaba tu parte posterior en el espejo, tratabas de agacharte sugerente, de tal manera que tus nalgas quedaran bien expuestas. Cuando alcanzaste mi ombligo, te pusiste de rodillas y me quitaste el pantalón, evidenciándose mi erección bajo mi slip, el cual fuiste bajando a la vez que tus labios recorrían mis ingles.

Con mi miembro erecto frente a tu cara, miraste hacia arriba, y mi mirada penetrante te hizo retirar la tuya enseguida y centrarla en la delicia que tenías a escasos centímetros y que no tardaste en llevarte a la boca. Rodeaste mi glande con tus labios y comenzaste a ensalivarlo y a juguetear con tu lengua, que continuó su camino deslizándose por el tronco hasta la base, y subiendo de nuevo para esta vez introducir mi verga en tu boca.

Tras varios minutos inmersa en una felación en la que tratabas de poner todo tu empeño, te agarre de la cabeza y profundice hacia mi garganta, provocándote una arcada, la primera de varias que se sucedieron más adelante, pues hacía tiempo que deseaba follarte la boca. La sensación no era placentera, pero mi excitación era cada vez mayor.

- Sé que te gusta lo que te hago, pequeña zorrita. Te dije mientras una lágrima caía de tu cara.

Cuando lo considere, te retire, quedando varios hilos de saliva entre mi glande y tus labios. Te tumbe en el pequeño sofá que había en la habitación y te obligue a abrir las piernas, pudiendo así observar por primera vez tu sexo abierto. Acerqué mi boca y hundí mi lengua en tus jugos, iniciando así una especie de tortura con tu clítoris, buscando la zona más sensible y haciendo que te retorcieras.

–Vamos a la cama– te dije.

–A cuatro patas, zorra–. Obediente te colocaste en la posición, pero nada ocurría, tan solo se advertían tus jadeos de agitación, hasta que de repente su mano chocó contra una de tus nalgas, seguido de una leve caricia. Recibiste algún azote más, nada excesivo, pues YO era consciente de que primero debía valorar tu umbral del dolor.

–¿Tienes ganas de que te folle este cabrón? – Te pregunte. Tras tu respuesta afirmativa, escuchaste el sonido del envoltorio de un preservativo y coloque mi miembro en tu húmeda entrada.

–Ven a buscarla–. Y poco a poco tu interior fue abriéndose, acogiendo toda mi longitud. Comencé a follarte, subiendo progresivamente la intensidad, mientras agarraba tu pelo recogido en una coleta.

–Mírate, qué puta estás hecha–. – Necesitabas sentirte así, ¿verdad? Esa frase produjo que ti que tu lubricación aumentara hasta un punto al que jamás habías llegado.

Con cada embestida sentías que tus piernas cubiertas por las medias se iban deslizando hacia los lados, y sin poder evitarlo terminaste tumbada, atrapada entre mi cuerpo y las sábanas. Mi aliento rozaba tu nuca y una de mis manos se apoderó de tu cuello, dificultándote la respiración y provocando que tus gemidos se percibieran entrecortados. Te follaba sin piedad, y tu cara se iba transformando a cada segundo en la de una perra viciosa, porque cuando te volteaste ligeramente, te susurre al oído “zorra”. Y no pudiste evitar soltar un sonoro gemido junto con un orgasmo que hizo que mi miembro acabara empapado de ti.

Al rato salí de tu interior y me tumbé sobre tu espalda.

–Ahora te toca trabajar a ti– te dije. Así que servicial te subiste sobre mi para cabalgarme. Por primera vez ambos nos miramos fijamente.

–¿Te atreves con las pinzas? – te pregunte.

–Sí– dijiste.

Lo siguiente que sentiste fueron pinzas sujetándote los pezones. Para tu asombro, tu sexo se humedeció más aún y YO no pude contenerme en agarrarte de las nalgas y volver a follarte a mi manera.

Después, decidí cambiar las pinzas de lugar, y tumbada boca arriba, te coloqué dos en cada uno de los labios mayores y empecé a masturbarte. La sensación de placer mezclada con el dolor generado por esos pequeños objetos, te iba llevando al dulce camino de otro orgasmo, pero fue interrumpido por la repentina retirada de las pinzas. Un segundo después te clave nuevamente mi miembro y fue entonces cuando inevitablemente alcanzaste el ansiado clímax.

Como buena sumisa debías agradecer a tu Amo el orgasmo que te había dado. Conocías mis gustos por los juegos anales, así que no se te ocurrió mejor manera de corresponderme que introduciéndote algún que otro dedito sin que YO me lo pidiera, mientras me masturbaba, y a la vez lamías y succionabas mis testículos con tu boca. No tardo en brotar la leche, que cayó sobre mi abdomen. Limpias con tu lengua las últimas gotitas que quedaban en mi glande y ambos caímos extasiados en el colchón.

Esa es la mujer que quería conocer, esa era la mujer que quería que saliera en ti.

Mientras nos abrazábamos y nos comíamos a besos te dije una frase que sé que te gusto, - Para hacer el amor, mejor tu pareja, pero para follar… siempre tendrás a tu diablillo dispuesto.

Espero que os gustara este relato, que dejéis comentarios y valoréis, es gratis y se agradece.

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