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Trío sexual con pareja de desconocidos en una playa pública

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Adoro ir a la playa. Recostarme sobre la arena y sentir como el sol se me mete en cada rincón de mi cuerpo, es una experiencia que disfruto totalmente. Lo que pasó esa tarde convirtió a esa costumbre de un simple día de playa en algo maravilloso.

Llegué a la mañana temprano, cuando todavía no había mucha gente. Siempre me gusta caer a esa hora porque todavía puedo elegir el lugar en el que mejor me sienta. Pocos minutos después de instalarme, llegó una pareja que se ubicó a escasos metros míos. Ella, rubia, de muy buen cuerpo y una sonrisa radiante. Él, de cuerpo tonificado, calvo, pero muy poco agraciado de rostro. Hacían una pareja extraña, por lo que me dio curiosidad saber que era lo que los había unido. Los saludé e intercambiamos algunos comentarios sobre el lugar y el clima. Más avanzada la mañana, me invitaron a acercarme a tomar unos mates, lo cual acepté sin problema. Luego de algunos comentarios aislados de ella, la conversación se tornó en cuanto a lo sexual. Casi de la nada, me contaron algunas experiencias alocadas, pero dignas de ser plasmadas en un relato, que quizás escriba alguna vez.

Rato después, ella me pidió que si podía acompañarla al baño, cosa a la que accedí. En el lugar, sin mediar ninguna palabra, me tomó por el cuello y por la cintura, empujándome contra la pared y me besó. Beso al que respondí con muchas ganas. El roce de nuestras tetas, traje de baño de por medio, era totalmente excitante. La rigidez de sus pezones me hacía muchas cosquillas, por lo que no pude contener la necesidad de chuparlos. Corrí su corpiño y me los comí por un rato largo, mientras ella metía una de sus manos en mi concha y con la otra me apretaba el culo. Estábamos demasiado mojadas. Tan de repente como al inicio, cortó el encuentro en seco, me tomó de la mano y salimos del lugar.

Llegamos a nuestro sitio en la playa. Noté como su pareja estaba algo oculto por una gran sombrilla y unas tollas. Apenas podía ver sus piernas. “Pasa”, me dijo ella. Al ingresar al improvisado refugio, me lo encontré a él totalmente desnudo, masturbándose con la pija totalmente erecta, sonriéndome. Ella entró detrás de mí y me hizo una seña como diciendo “anda”. La cosa parecía ser sin preámbulos, así que corrí mi tanga y me senté lentamente sobre su pija. Al principio, me hizo doler un poco, pero las caricias de ella en mi espalda me tranquilizaron e hicieron que la cosa fluyera con más naturalidad. Lo cabalgué cada vez con más fuerza, mientras me besaba en los labios y ella me apretaba las tetas, arrodillada detrás mío. Sentí como su pija estallaba adentro mío, llenándome de abundante leche caliente.

Sin dejar pasar un solo instante, ella me ayudó a ponerme de pie y se sentó sobre la pija de su novio, de espaldas a él. Yo me arrodillé frente a ella y le chupé las tetas durante un largo rato, mientras me tocaba la concha con fuerza. Luego de unos minutos, ella sacó la pija de su concha y me hizo que se la chupe. La mezcla de sabores me fascinó. Me indicó me sentara frente a ella y me metiera la pija en la concha. Así lo hice. Volví a cabalgar, con ella de frente a mí que no dejaba de besarme y de chuparme la cara.

Esta vez fui yo la acabé en un estallido que casi me hace soltar un grito, pero que fue interceptado por la boca de ella a través de un beso dulce y apasionado. Luego de mi orgasmo, se vino el segundo de él. Cayó recostado, con ella en medio y yo arriba. Nos quedamos largo rato así, sintiendo como mis jugos y los de él descendían lentamente desde mi conchita hasta mis piernas. Luego, nos vestimos lo mejor que pudimos y decidimos ir al mar a lavarnos un poco. Ahí, nos besamos, nos tocamos un rato y jugamos con al agua. Al caer el sol, nos despedimos como grandes amigos, con la esperanza de volver a coincidir alguna otra vez.

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