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Un atardecer de agosto, un atardecer con mi primo
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Tiempo de lectura: 6 minutos

El otro día, hablando con un amigo, un amigo muy querido, hablábamos de las experiencias sexuales que habíamos tenido en las playas, me acuerdo que le contaba entre risas que ellos mejor que nosotras, por lo menos yo, que me lleno siempre de arena y no os diré donde, simplemente imaginarlo, le contaba que yo prefería estar dentro del agua que fuera, pero claro esta le decía riendo, la pasión y el deseo te puede pillar en cualquier sitio. Empecé a contarle una experiencia que particularmente a mí me marcó, aparte de que me encantó, fue algo inesperado, algo que me ocurrió ya hace unos años cuando todavía estaba en la universidad, algo que no esperaba, algo que vino y tal como vino se fue, uno de esos momentos que se quedan grabados, ya que con quien compartí aquel tórrido encuentro tan apasionado, además de ser uno de mis mejores amigos en la universidad, era mi primo con quien hoy todavía comparto no solamente familia sino una gran amistad y aunque nunca más volvimos hablar del tema, sé que nos reiríamos mucho recordándolo juntos.

Agosto, uno de los meses más calurosos del año, las costas de Cádiz, playas de arenas blancas interminables, de arena fina y ardiente sol, cinco amigos disfrutan de unas vacaciones merecidas tras haber superado uno de los años más difíciles en la universidad, desde finales del mes de junio empezamos a planear el irnos todo juntos de vacaciones, a la casa que tenían los padres de una de mis amigas, una casa en un pueblecito increíblemente bonito. Los cinco habíamos sido inseparables desde que empezamos en la universidad, había mucha complicidad entre los cinco, había risas y llantos, risas cada vez que salíamos por Madrid, llantos cada vez que alguno de nosotros se encontraba con algún problema y en esos momentos siempre estábamos como una piña para ayudarnos y darnos consuelo.

Pongámosles nombres, pero no caras, Raúl, Fernando, Verónica, Alicia y una servidora que os cuenta, los cinco arquitectos de una gran amistad que aun hoy perdura, aunque dos de nosotros tenemos un gran secreto que ninguno de los demás sabe y que hoy voy a contaros, a desgranar paso a paso para que sintáis lo mismo que sentimos los dos.

Era tarde ya y el sol empezaba a esconderse por el horizonte, una grande y hermosa luna le daba las buenas noches a la vez que empezaba a reinar sobre las playas de Cádiz, Raúl, Verónica y Alicia hacía tiempo que se habían marchado, habíamos quedado un poco más tarde para ir a cenar todos juntos, pero Fernando y yo nos habíamos quedado aprovechando los últimos rayos de sol, la playa casi desierta y más donde nosotros nos encontrábamos, en la parte más alejada para estar más tranquilos, sin ese bullicio de gente y de los niños que como es normal no dejaban de jugar, aparte de ser un sitio perfecto para hacer top less sin que ninguna mirada te incomodara y no porque nos importara realmente.

Fernando y yo hablábamos animadamente y sinceramente ya no me acuerde de que, de lo que si me acuerdo es de que Fernando decidió darse un último baño antes de que el sol se ocultasen para siempre ese día, me dejo sola tumbada boca abajo sobre una enorme toalla y no negaré que me alegro, ya que de alguna manera yo también quería robar los últimos rayos encerrándolos en mi piel, para tener esa piel morena que todas queremos y deseamos. Fueron los minutos más tranquilos del día, sin gente mi alrededor, sin ruido salvo el batir de las olas, unos momentos que invitaban a la relajación, que invadía mi cuerpo haciéndome soñar, me sentía viva, notaba que aquellos últimos rayos recargaban mi cuerpo hasta qué.

– ¡Joder Fernando!, te puedes apartar y dejarme de mojar. – Gruñí a mi primo, me despertaba sin compasión mojándome la espalda con las pequeñas gotas frías que caían de su cuerpo, me reía mucho con él, éramos casi inseparables pero me hubiera gustado matarle en esos momentos, Fernando se sentó a mi lado y empezó a dibujar con sus dedos sobre mi espalda, como si fuera un lienzo en blanco, a pesar del enfado, las caricias con sus dedos hacían que me relajara.

– Ves Lara, así mejor mi gruñona amiguita, sé que te gusta así que, no te resistas a mis encantos. – Me hacía reír, ya podía estar muy enfadada o tristes que él siempre conseguía sacarme una sonrisa, era de lo que no había, tan pronto te sacaba de quicio como que al segundo después te lo querías comer a besos.

– Si primo, me gusta, no te lo voy a negar, como que tampoco te negaré que sabías que no me iba a levantar de golpe, porque no tengo la parte de arriba del bikini y sabes muy bien que te has librado de una colleja por molestarme. – Le contestaba entre risas y gruñidos.

– Mmmm que sexy te pones cuando te enfadas querida prima, sabes que tienes una espalda perfecta, podría dibujar en ella sin problemas, el lienzo perfecto para mis pinceles. – Mi primo seguía recorriendo mi espalda con sus dedos, dejando sobre mi piel la humedad de sus dedos y realmente excitándome con cada movimiento cuando se acercaba al final de mi espalda, justo donde mi braga empezaba a tapar mis glúteos.

– Hay por favor Fernando para ya, déjame tranquila, quiero disfrutar antes de que caía el sol y al final vas a conseguir que tenga frío y me tenga que tapar con una toalla. – Le insistía entre pequeños escalofríos al paso de sus dedos, que ya no solo se deslizaban por mi espalda sino también por mi costado, acariciando con varios dedos la parte exterior de mis pechos.

– Mon amie, no me diga que tiene frío, pues no se preocupe que yo estoy para lo que necesite, no se preocupe mi amiga que yo la cubro con mi cuerpo. – Dicho y hecho, Fernando se tumbó encima de mí, mojándome todo el cuerpo, sintiendo el bañador mojado sobre mis glúteos.

– ¡Fernando! – Le grité riéndome, pero a la vez enfadada, me quería levantar, pero no podía, el peso de Fernando me paralizaba, los dos reíamos a la vez, los dos forcejeábamos, sentía su aliento en mi nuca, en mis oídos a la vez que me susurraba que si ya estaba caliente.

La verdad que caliente no, notaba como mi cuerpo había pasado de los cálidos rayos de sol a la humedad del agua del cuerpo frío de Fernando, pero realmente eso no fue todo, realmente sentía como al forcejear el pene de mi primo empezaba a golpear mis glúteos, notaba como sin querer los dos nos íbamos calentando interiormente poco a poco, que la sinrazón nos invadía internamente hasta que las risas se apagaron, hasta que sus manos se entrelazaron con las mías, hasta que sus labios besaron mi oído y sentía como su pelvis se frotaba con mis glúteos y que yo muy despacio le correspondía, notando como su miembro viril se iba agrandando cada vez más, endureciendo y sacando de mí una pequeña sonrisa cuando me mordía el labio inferior con los dientes.

– Fernando, para, para ya. – Susurraba sin apenas convicción, sin que yo misma me lo creyera, sin que mi cadera se empezara a mover de un lado a otro levantando mi pelvis empujando su pene contra mí, sintiéndolo tan duro, tan rígido.

– Lara, ¿seguro que quieres que pare?, si es así me quito, si es así deja de apretar mi mano – Me acababa de desarmar, acababa de darme el poder de seguir o parar, seguir hacia una locura incierta pero que deseaba, o parar y hacer como si nada hubiera ocurrido, que ganara la razón sobre la pasión.

– Tengo frío, además alguien puede vernos, – No le dije que si, pero tampoco que no y Fernando seguía rozando su pene sobre mis glúteos y dejando de entrelazar nuestros dedos de la mano izquierda, acerco una toalla enorme y de un golpe nos tapó a los dos de arriba abajo, mimetizándonos con la arena de la playa.

– Así mejor Lara. – Me preguntaba sin obtener ninguna respuesta por mi parte, más que el movimiento de mis caderas.

Note como la toalla nos cubría de pies a cabeza, la playa que antes se hallaba ante mí se oscurecía, de un solo golpe nos había hecho invisibles aunque solo fuera para las aves que volaban sobre nosotros, porque ya a esas horas la playa estaba desierta. Sentía como en mi interior la lucha había terminado, el deseo había ganado a la razón y notaba como mi vagina se humedecía, como mis manos se aferraban a él con más fuerza que antes y descubría mi cuello para él.

– Segura Lara, estás segura de lo que vamos a hacer.

– Y tu Fernando, ¿estás seguro?

– Sí, estoy seguro, pero ¿y tu Lara?

– Sí, estoy segura.

Nada más pronunciar esas palabras habría mis piernas un poco, notaba como su pene salía de su bañador ayudado por su mano y con la misma me bajaba un poco la braga de mi bikini, hasta dejar mi vagina libre de la tela que la cubría, sentía como su pene atravesaba mis muslos y como rozaba mis labios empapando su tronco. Debajo de la toalla se oían los primeros gemidos y de fondo una música perfecta, el batir de las olas, el sonido de las gaviotas al gritar esa letanía aguda y estirada al pasar volando sobre nosotros.

No, no estaba preparada cuando sentí como su pene empezaba a deslizarse dentro de mí, un grito sordo amaneció entre las toallas, un grito, un gemido de placer al notar como su pene se abría paso por mi interior, cerrando mis manos y apretando la suya y a¡con la otra mano llenándola y apretando un montón de arena cuando me hacía gemir, era algo que no me esperaba, ni yo misma me podía explicar que aquel atardecer estaría follando con mi primo, uno de mis mejores amigos, sintiéndole entrar en mí, salir de mí, mojado con los fluidos que hacía que su pene se deslizara tan libremente en mi interior, como si de un barco se tratase navegando en un mar de deseo y pasión.

Los gemidos de los dos ya al unísono, su cadera subía y bajaba penetrando dentro de mí, llenándome hasta el fondo con su sexo, dejando que invadiera el mío al son de los gemidos, la toalla caía a un lado y dejaba que aquellos movimientos antes ocultos dejaran de serlos, ya los gritos que salían de mí cuando recibía una nueva estocada con su lanza, rivalizaban con el resto de los sonidos de la playa, las olas y las gaviotas se rendían ante los gemidos de placer de los dos, mi pelvis se elevaba para sentirle más dentro de mí, sus empujones más fuertes, más placenteros para mí, mi vagina se contraía para no dejarle escapar, para que la fricción fuera máxima y el placer aumentase entre los dos, sus manos sobre mis pechos amarrándolos con fuerza con cada penetración, me estaba volviendo loca y por fin, aquellos espasmos, aquel ardor en mi cuerpo que desembocaba en un grito potente cuando mi vagina se inundaba de placer y varias penetraciones más, Fernando me sacaba el pene de mi vagina sin antes dejarme un pequeño regalo de su semen dentro de mí.

Esa tarde acabo yendo los dos abrazados y besándonos cariñosamente como si fuéramos novios hacia la casa de nuestra amiga, con la sensación de haber hecho algo terrible, pero con el placer de habernos compartido el uno al otro, recuerdo haber estado preocupada días más tarde cuando no me bajo el periodo a tiempo y el alivio que sentí cuando me puse mala, nunca se lo he llegado a decir, nunca supo que eyaculo dentro de mí, nada más sacármela su semen seguía saliendo golpeándome la entrada de mi vagina con los gemidos de placer que nunca más oiría, solo un atardecer nos perteneció, solo una hora en que nuestros cuerpos se unieron como en uno solo, solo un atardecer, aquel atardecer del mes de agosto cuando mi primo me follo.

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