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Un mal día (2 de 6)

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Parte 1: "Un mal día (1 de 6)"

Parte II

Media hora más tarde, Dua Lipa comenzó a cantar Don´t start now como todas las mañanas a las 7 en punto. Yo seguía de bruces, desnuda sobre el colchón. Solo abrí un ojo para mirar la ventana. Una intensa cortina de agua corría por el lado exterior del cristal.

—Mierda… Tengo que salir con tiempo. El tránsito va a estar fatal.

Cuando silencié el celular vi que tenía un mensaje de audio de Emiliano de hacía 10 minutos:

—Hola, Vero. Cuando estaba saliendo de casa Alberto me dijo que había tenido que cortar el agua de todos los departamentos “A”, porque la vecina del 7º está con una pérdida. Y parece que es del caño principal que baja del tanque. Yo me bañé temprano y no tuve problemas, pero fíjate...

—¡Mierda! ¡Justo hoy!

… Me estoy por meter al quirófano. No voy a estar disponible hasta el mediodía. Suerte con la entrevista. Tenés un inglés que me calienta un montón. Te quiero, nena. ¡Ah! Te dejé la llave del auto en la mesa de la cocina.

Tiré el celular sobre la cama sin evaluar siquiera en responderle y salté literalmente hacia el baño. No podía perder un solo segundo más. Me metí en la bañera y moví el control del monocomando hacia la izquierda. Inmediatamente comenzó a salir un hilo de agua que fue menguando hasta extinguirse definitivamente. Lo volví todo hacia la derecha, dispuesta a usar solo la fría, pero no hubo ninguna respuesta. Me quedé desnuda, con la boca abierta, mirando la flor de la ducha durante diez segundos con la esperanza de que el agua se apiadara de mí y comenzara a fluir como todas las mañanas, pero no sucedió. La impotencia inicial fue cediendo lugar a la desesperación. Ya fuera de la bañera, me afirmé sobre la bacha para encontrar un punto de apoyo y le hablé a mí propio reflejo.

—Tenés que pensar en algo, Vero. Tenés que pensar en algo YA…

La primera opción era vestirme y salir así, pringosa como estaba. No había ninguna posibilidad de no llegar a la entrevista. Me miré al espejo. En la mejilla izquierda, desde el mentón hasta la ceja, tenía una línea transparente que me tensaba la piel como una especie de cola vinílica. Repasando cómo se habían sucedido los hechos de aquella mañana, me toqué la nuca y pude palpar un mechón de pelo completamente tieso. Luego, la base de la espalda y el culo. Allí todavía había restos de semen fresco que al mínimo contacto se me adhirió entre los dedos. También me toqué abajo... Pude ver mi propia mueca de asco a través del espejo: Era un enchastre. Como una desquiciada comencé a frotarme la mano con la toalla, como si eso pudiera reemplazar una buena ducha, pero ni siquiera lograba quitarme el pringue de los dedos. Necesitaba agua. Ahí solté las primeras lágrimas del día. Todas de impotencia por no haber detenido a Emiliano a tiempo; por no tener agua justo aquel día clave de mi vida.

—¡Basta! —Le dije a mi reflejo —Tenés que pensar, Vero. ¡Pensar!

Volví al cuarto, tomé el celular y busqué entre los contactos el número de Alberto, el encargado.

—Hola, ¿Alberto? Soy Verónica del décimo.

—Sí, señorita Verónica. Buen día. ¿Qué necesita?

—Agua necesito, Alberto. AGUA.

—Tuvimos que cortar, señorita, todos los departamentos “A” del edificio están sin agua. La señora Adela del 7º “A” tiene el departamento inundando. Parece que es el caño que baja del tanque. Estamos esperando al plomero y al arquitecto.

No me interesaba para nada la vieja del séptimo, ni nada de lo que hubiera pasado con el puto caño. Solo necesitaba una solución.

—Pero, Alberto… Usted entiende que me tengo que bañar; ¡Que tengo una reunión de trabajo en menos de dos horas!

—Se le dije al Doctor cuando salió esta mañana temprano, señorita. ¿No tiene ningún conocido en el departamento “B”? En su piso está este chico… Ulises, ¿lo conoce?

—¿El vecino? ¿Él tiene agua?

—Claro, todos los departamentos “B” tienen agua. Es otro tanque.

Conocía a mi vecino del “B” solo de cruzarlo en el palier o en el ascensor. Se había mudado al edificio pocos días después que yo. En uno de esos encuentros fortuitos me contó que los padres le habían puesto un departamento en la capital para que estudie y le habían regalado un auto para que se maneje. Vivía solo y no trabajaba. Todo servido en bandeja tenía el nene. En los 10 pisos que nos separaban hasta planta baja me dijo también que estudiaba sistemas. Que no conocía a nadie y solo salía para cursar. Con Emi lo llamábamos “el nerd” del “B”.

Le agradecí a Alberto y corté la llamada. No había chance de ponerme a recorrer la mitad del edificio con mi aspecto de puta trasnochada, consultando a cada vecino si me podía prestar la ducha. El nerd parecía una opción posible.

Ya tenía preparado todo el outfit para la entrevista desde hacía dos días. Una pollera tubo negra hasta arriba de las rodillas y una blusa verde oliva abotonada, con un escote sobrio. Era tranqui, pero destacaba bien la cintura y el pecho en sus proporcionadas formas naturales. Algo elegante y sexy, y bien de verano. Puse todo en un bolso, junto a un par de sandalias negras de cuero. Con 1,72 de estatura, no necesitaba la incomodidad de los tacos. Saqué una toalla de adentro del placard y también la metí en el bolso. ¿Qué más? Miré la hora, eran las 7.20 de la mañana.

—¡Mierda! Se está haciendo tarde…

¡El maquillaje! Fui al baño y agarré una bolsa de nylon. Metí el brillo labial y el rímel. También saqué el champú y la crema enjuague de la bañera. Todo fue a parar al bolso. ¡La ropa interior! Elegí del primer cajón un conjunto blanco, no me convenció del todo, así que lo dejé sobre la cama para ver si se me ocurría otra opción. Allí estaba mi celular. Al verlo se me ocurrió que sería mejor mandarle un mensaje al chico para anticiparle la situación. Tomé el teléfono, busqué su número en el grupo de vecinos del edificio y le escribí: “Hola Ulises. Soy Vero, tu vecina del A. ¿Estás en casa? Tengo un problema y necesito pedirte un favor.”

Volví a tirar el celular sobre la cama y me vestí con el pantalón deportivo que solía usar cuando me quedaba en casa y una remera negra. No hacía falta perder tiempo con la ropa interior. Solo había que actuar, y rápido.

Volví a chequear el celular pero todavía no había respuesta. De hecho, ni siquiera lo había leído. Eran las 7.25… ¿Y si estaba durmiendo? O peor… ¿Y si ni siquiera estaba en casa?

La última pregunta me hizo correr un frío helado por la espalda.

—Tranquila, Vero. —Respiré profundo una, dos, tres veces… y volví a mirar el celular: Ulises no estaba en línea—. No hay tiempo. Hay que actuar —Agarré el bolso, las llaves de casa y salí del departamento.

Toqué el timbre y esperé. Debajo de la letra “B”, sobre la puerta, estaba la mirilla. La observaba con atención esperando ver algún reflejo que indicara movimientos del otro lado; nada. La impaciencia me estaba abordando. Suspiré y me volví a tocar los restos de semen seco de la mejilla como para confirmar que seguían allí y que el baño no era una opción negociable. Volví a presionar el pulsador del timbre. Esta vez lo sostuve con más insistencia. Desde el palier se podía escuchar el sonido agudo de la chicharra. ¿Si estaba durmiendo? ¿Lo escucharía desde su cuarto? ¿Sería suficiente como para despertarlo? Evité pensar en la siguiente pregunta.

Me colgué el bolso sobre el hombro y volví a presionar el pulsador con las dos manos, como si la mayor presión se transformara mágicamente en más decibeles. Todavía mantenía las dos manos sobre el timbre cuando mi visión se nubló. Los ojos se me llenaron de lágrimas. ¿Cuánto más tiempo iba a insistir? Liberé finalmente el pulsador y el silencio invadió el palier. ¿Y si Ulises no había pasado la noche allí? ¿Esa era mi última carta? ¿El sacrificio de estos últimos seis años dependía íntegramente de un vecino desconocido? ¿Tan frágil era todo al final? Las lágrimas se deslizaban por mis mejillas por segunda vez en la mañana… y todavía no eran las 8am.

—No me puede estar pasando esto… No voy a llegar.

Entonces se me ocurrió que quizás podría llamar al Sr. Iriarte para poner alguna excusa y posponer la entrevista. Eso implicaba dilapidar una imagen construida durante semanas basada en la responsabilidad, pero no había otra posibilidad. Le diría algo sobre la lluvia… Sin pensar más tanteé en los bolsillos del jogging para buscar el celular. No estaba allí. Lo había dejado olvidado sobre la cama.

—¡MIERDAAA!

Giré 180 grados sobre mis pies mientras orientaba la llave hacia la cerradura de casa cuando escuché el picaporte de mi vecino y el sonido de la puerta del departamento “B” abriéndose.

—¿Pasó algo?— Articuló mi vecino con el esfuerzo propio de alguien que lleva mucho tiempo sin usar la voz.

Cuando volví nuevamente sobre mis pies, un chico de 19 años, que parecía de 15, me observaba incrédulo desde el umbral de su departamento. Tenía los pelos rubios largos todos revueltos y vestía unos boxers negros elastizados como única prenda. El torso descubierto era blanco, flaco y desgarbado. Igual que sus piernas.

Me abalancé sobre Ulises y lo abracé como si se tratara de un amigo al que no veía desde hacía tiempo. En apenas un segundo, al sentir la tibieza de su cuerpo desnudo contra el mío, recapacité sobre lo desmedido de mi reacción.

—Perdón… Perdón por reaccionar así. Perdón por despertarte tan temprano. Soy Verónica, tu vecina.

—Sí, Verónica, te conozco…

—Claro… Somos vecinos, jaja…

—¿Estás bien?

Entonces noté que el chico me observaba detenidamente el lado izquierdo de la cara. El lado manchado… ¡Dios… Qué vergüenza! Muy en el fondo de mi mente sentí un odio irracional hacia mi novio. Pero no había tiempo para eso.

—Tengo un problema y necesito pedirte ayuda.

—¿Ajá…? —Ulises se rascó la cabeza en un gesto de intentar prestar atención.

—Tengo que estar en Retiro a las 9 para una entrevista de trabajo muy importante, ¡La más importante de mi vida! Y me levanté con el pie izquierdo —Obviamente, me salteé la conducta abusiva de Emiliano y el orgasmo frustrado de la primera mañana, y fui directo al grano—: Me cortaron el agua y necesito bañarme para ir presentable a la entrevista.

Su mirada volvió sobre mi rostro pero además giró levemente hacia mi cabello, como si hubiese detectado algo extraño. De ningún modo iba a darle explicaciones o excusas sobre aquello.

—¿Querés usar mi baño? —preguntó, intentando ir al grano.

—Exacto. NECESITO bañarme. Acá tengo la ropa, la tolla, todo... hasta el champú — Y le mostré el bolso— Solo necesito una ducha con agua. ¿Podrá ser?

Me miró de arriba a abajo con una parsimonia irritante dado mi estado de ansiedad.

—Claro. Pasá. —dijo finalmente él semidormido y sin pantalones. Y me abrió paso a su departamento.

—Acá está el baño. Deme un minuto que me lavo los dientes y te dejo.

—Claro, Gracias.

Ulises entró a su cuarto sacó unas cosas de allí y luego se encerró en el baño. Cada segundo que pasaba era una eternidad. Necesitaba saber la hora pero no tenía reloj y me había dejado el celu olvidado en casa.

—¡Disculpame! —Le grité desde el otro lado de la puerta— ¿Me podrás decir la hora?

—No tengo acá. Fijate en la compu, en mi cuarto.

Nunca había entrado a un departamento “B” pero sabía que eran más chicos que los “A”. Ahora lo comprobaba. Solo tenía un cuarto en lugar de los dos del ala “A”. De todos modos se me antojó demasiado para un adolescente solo. De hecho, comparado con mi vieja residencia estudiantil, era un lujo.

Entré al cuarto. Ulises tenía armado allí su bunker con una cama pequeña debajo de la ventana; frente a la puerta, ocupando la centralidad del cuarto, estaba la computadora con dos monitores de gran tamaño y una butaca estilo gamer. El escritorio donde estaban los monitores estaba atiborrado de cosas en un desorden total. A simple vista se veía un teclado iluminado con luces de colores, un mouse, comics, un desodorante en aerosol, auriculares gigantes, una caja de pizza abierta con dos porciones resecas, un cuaderno de espirales, un cepillo de pelo lleno de cabellos rubios, una caja abierta de pañuelos de papel, un casco se Darth Vader en miniatura que parecía ser una lámpara led, un lapicero lleno de biromes y marcadores, una botella gigante de coca cola destapada y a medio consumir, y miles de cosas más de menor tamaño.

Los monitores estaban oscuros pero solo bastó mover levente el mouse para que resplandecieran dos imágenes de comic estilo japonés. El reloj de la barra de tareas marcaba las 7:56. En un día normal nunca habría demorado menos de media hora desde casa hasta el estacionamiento de la Compañía. No podía tardarme más de 15 minutos en subirme al auto para estar tranquila. ¡Necesitaba meterme en esa maldita ducha de una buena vez! Volví en dirección al baño. La puerta seguía cerrada y no se escuchaba ruido de agua corriendo. Le di dos pequeños golpes con el nudillo tratando de disimular mi creciente ansiedad.

—Ulises, estoy realmente muy apurada, ¿podrías… —Pero la puerta se abrió y el crio me abrió paso.

—Listo. Ya podés pasar.

—¡Gracias! Te prometo que termino en seguida. Estoy super apurada.

Cerré la puerta sin darle tiempo a responder. Del otro lado escuché que decía algo así como que si necesitaba algo, él iba a estar en el cuarto.

—¡Gracias! —grité, mientras rebuscaba en el bolso los potes de champú y enjuague, y la toalla.

En menos de diez segundos me había quitado las únicas dos prendas que traía. Solo hice una pausa para hacer el primer pis de la mañana que, con todo el apurón, lo venía postergando demasiado. El chorro me pareció interminable, pero liberar la vejiga me regaló unos hermosos segundos de alivio. Dejé caer las últimas gotas y salté del inodoro para entrar directo al box de ducha. El agua salía tibia, abundante y con mucha potencia. Tomé el jabón que había en la jabonera y comencé a frotarlo con fuerza entre mis nalgas. Con el culo lleno de espuma pensé en lo mucho que debía agradecerle a Ulises el tremendo favor que me estaba haciendo. Quizá le compraría algún regalo de agradecimiento cuando tuviera tiempo de pensar en ello. Fregué mi sexo con la mano enjabonada para quitar la amalgama de semen, flujo y orina mientras el agua caliente impactaba directo sobre mi cabeza y mi espalda buscando quitar los restos de esperma reseco.

No tenía forma de calcularlo con certeza pero creo que tres minutos después ya estaba cerrando el grifo. Me sequé el cuerpo en velocidad récord dentro del box y envolví mi cabello con el toallón, estilo turbante. Todo estaba saliendo según lo planeado.

Salí de la ducha y volví inmediatamente sobre el bolso que había arrojado sobre el lavabo. Metí las dos manos y revolví una vez… dos veces… tres… Nada. No estaba la ropa interior.

—¡Mierda! ¡Mierda! ¡Mierda! —Repetí entre dientes mientras una imagen del conjunto blanco sobre la cama me invadía la mente—. Me olvidé de meterla en el bolso.

Empecé a hiperventilar. ¿Cuáles eran mis opciones? ¿Vestirme sin ropa interior y volver a casa para volver a desvestirme, ponerme la bombacha y el corpiño, y volver a vestirme? ¿Cuánto me llevaría todo eso? Además tenía que cepillarme y maquillarme… No era opción. ¿Ir a la entrevista sin ropa interior? Incómodo… Además, la blusa verde de gaza me iba a delatar… Y no quería quedar como una puta con mi futuro jefe. Otra vez sin opciones…

Excepto que…

—¡Uliseees! —llamé en un tono casi imperativo. Aguardé unos pocos segundos mientras miraba mi turbante improvisado a través del espejo del botiquín. Me imaginé a mi vecino enajenado en algún jueguito con sus auriculares puestos y volví a llamar aún más fuerte—: ¡ULISEEES!

—Si… ¿Pasó algo? —preguntó preocupado mientras abría completamente la puerta del baño.

Giré sobresaltada sobre mí misma intentando cubrir mi cuerpo desnudo con mis propias manos. No podía creer lo ridícula y vergonzosa que resultaba toda aquella situación. Quedé de espaldas a la puerta y a mi vecino, con una mano abierta intentando taparme el culo y con el otro brazo cruzado sobre las tetas.

—Lo siento. —dijo. Pero no se movió de allí ni un milímetro ni cerró la puerta. Solo desvió su mirada de mi cuerpo hacia la pared. Por un segundo pensé que el adolescente se había sentido intimidado por lo incómoda de la situación, Pero un segundo más tarde me di cuenta que tenía su vista clavada en mi sexo que se reflejaba brillante, depilado y completamente descubierto a través del espejo. Inmediatamente giré sobre mis pies y me abalancé sobre la puerta para cerrarla. A Ulises no le quedó más opción que dar un paso atrás para que no le rompiera la nariz de un portazo. Después de tres segundos de silencio en el que solo pensé en no desviarme de mi objetivo, volví a abrir la puerta apenas unos centímetros para continuar con el plan. Allí estaba el adolescente entre inseguro y excitado. Todavía seguía en calzones. No quise detener mi atención en la evidente erección que llevaba debajo.

—Perdón, pero… Escuché gritos y pensé que te había pasado algo. —se justificó, mientras llevaba sus dos manos a la entrepierna y desviaba su mirada de la mía.

—Si hay una mujer en el baño, no viene mal llamar primero, ¿no? —dije en tono de reprimenda indulgente.

—Sí. Lo siento, yo…

—Ya está. Es tu casa; es tu baño; y me estás haciendo un gran favor. Te lo agradezco. Pero necesito que hagas algo más por mí. —Entonces le tendí las llaves de mi departamento por la puerta entreabierta. Él las tomó y me miró desconcertado. —Me olvidé algo en casa… Mi ropa interior. Está sobre la cama. Entrás al departamento; pasando el comedor está el pasillo. Al fondo a la derecha, está mi cuarto. ¿Podrás hacerlo lo más rápido posible?

—Claro, Verónica. Ya mismo.

Y desapareció de mi vista con un movimiento torpe. Un momento después escuché la puerta del departamento cerrarse. Respiré hondo y me maldije por lo raro e incómodo que se estaba tornando todo aquello. Pero no había tiempo para eso. Tenía que ocuparme de mi cabello. Esta vez no hizo falta revisar el bolso. Estaba segura que no había agarrado el cepillo.

—¡No podés ser tan boluda, Verónica! —Me grité a mí misma. Pero a mi memoria volvió el escritorio desordenado de mi anfitrión. Allí había uno, junto al casco del puto Darth Vader.

Salí del baño a toda máquina, así en pelotas como estaba, sabiendo que tenía unos segundos de soledad. Allí estaba el cepillo. Lo arrebaté con torpeza para volver al espejo del baño cuando por accidente empujé la butaca, esta giró sobre su eje e impactó sobre el borde del escritorio. Los monitores se encendieron de golpe y por un momento el mundo se detuvo a mi alrededor. El cepillo simplemente se desplomó de mi mano porque mis dedos ya no ofrecían resistencia. No podía ser cierto lo que estaba viendo. La pantalla de la derecha mostraba una imagen perfecta, en alta definición y en tiempo real del box en el que me había duchado hacía algunos minutos. La de la izquierda también mostraba una imagen del mismo baño, pero desde un ángulo extraño, como si estuviesen filmando desde el suelo. Se veía gran parte del techo y de la pared.

Había una parte del mi cerebro que solo quería seguir adelante. Quería recuperar el cepillo del suelo y volver al baño para llegar a la maldita entrevista. Pero la otra parte de mi cerebro se apoderó de mí. Me abalancé sobre el escritorio y puse mi mano sobre el mouse. El cursor estaba sobre el monitor de la derecha. Fui hasta el borde inferior. A la izquierda había un punto rojo junto a la palabra “Live”. Pegado, un timer que marcaba 5 minutos, 32 segundos, 33, 34, 35…

Deslicé el cursor hacia la barra de reproducción y di click en el inicio. El reloj se volvió a cero pero nada nuevo apareció en la imagen. Adelanté 30 segundos y nada, pero cuando estaba a punto de volver a deslizar la barra, me veo a mí misma entrando al box de ducha.

—No puede ser… ¡Este pervertido hijo de puta me estuvo espiando todo el tiempo!

Era obvio desde el comienzo, pero hasta que no vi mi propia imagen completamente desnuda en la pantalla no quise creerlo. No podía creerlo. Me llevé las manos a la boca. No podía dejar de mirarme a través del monitor fregándome el culo y la vulva frenéticamente, mientras mis pechos subían y bajaban acompasados. Luego giré y la cámara me captó desde atrás mientras me lavaba la cabeza. Veía como la espuma caía por mi espada, mi cola y mis piernas y… y no lo podía creer. No daba crédito a semejante nivel de exposición… de violación a mi intimidad. Pero lo peor siempre se hacía esperar. ¿Era posible que siempre hubiera algo peor esperando aquella mañana?

Repetí la operación con el monitor de la izquierda, el que enfocaba el baño desde abajo, como si la cámara se hubiese tumbado. Llevé el contador a cero y la luz roja de “live” se apagó. Esta vez no hubo que esperar nada. A los 5 segundos entré en cuadro. Todavía llevada puesto el jogging y la remera negra. La cámara me tomaba en un ángulo inclinado desde abajo. Yo estaba de espadas removiendo el interior del bolso. Cuando encontré lo que necesitaba me quité la ropa a velocidad récord. Si el plano de mi cuerpo desnudo, enfocado desde aquel ángulo bajo, me resultaba realmente obsceno, no pude evitar sentir asco con lo que vino después. Mi culo se acercó a la cámara hasta completar todo el cuadro. El perverso hijo de puta de mi vecino había puesto una cámara escondida dentro del inodoro. No quise ver, pero no pude evitarlo. Todo mi sexo estaba expuesto. Mis labios mayores, abiertos, chorreaban un líquido blanquecino y viscoso. Mis labios menores temblaban levemente durante la salida violenta de la orina. Mientras descargaba mi vejiga, el propio reflejo muscular del suelo pélvico provocaba que mi ano se dilatara y contrajera en pulsos irregulares. Y todo eso podía apreciarse en detalle a través de la imagen en alta definición. Fue entonces que tuve que contener una arcada.

En ese momento escuché la puerta del departamento. Ulises estaba de vuelta y yo completamente desnuda en su cuarto. No sabía qué hacer. Ya no tenía tiempo de volver al baño, pero además volver al baño no era opción. De ningún modo iba a volver para continuar con el espectáculo. Entonces cerré la puerta, le eché llave y me dejé caer de espaldas sobre ella. ¿Qué debía hacer?

Del otro lado, podía sentir sus pasos acercarse en silencio.

Mi mente estaba perdida y mis ojos no se podían apartar del monitor de la izquierda donde mis labios menores en primer plano aun goteaban orina y semen.

—¿Verónica? ¡Acá tengo tus cosas! —anunció desde el otro lado de la puerta, con tono de querer ser el empleado del mes. Pero no recibió respuesta.

Tocó la puerta del cuarto.

—¿Estás acá? —Era una pregunta obvia. ¿Dónde más iba a estar?

Cuando me levanté del inodoro y toda mi intimidad salió de escena, una voz habló en mi cabeza. Era mi propia voz:

—No te olvides del objetivo. Estás acá por un objetivo. No la cagues ahora, por favor, todavía hay tiempo.

El reloj del monitor marcaba las 8:05. ¡Había perdido unos minutos preciosos! Pero todavía no era irreversible. El plan llegó a mi cabeza en un segundo y sin perder más tiempo se lo hice saber a los gritos.

—¡Quiero que metas toda mi ropa en el bolso, incluido lo que fuiste a buscar. Lo dejes al lado de esta puerta y te encierres en el baño! ¡NO TE QUIERO VER CUANDO SALGA, PAJERO, HIJO DE PUTA!

Primero hubo silencio. Después…

—Verónica, yo… —Le temblaba la voz—. No tenías que ver lo de…

—¡Pero lo vi, pervertido de mierda! ¡Te voy a denunciar a la policía por acoso! ¡Por violación a la intimidad! ¡Vas a ir preso!

—No… no tenías que entrar a mi cuarto… yo… —Estoy segura que pude escuchar su congoja, como si estuviera conteniendo el llanto. —No quise ofenderte, de verdad…

—¡No tengo tiempo para tus mariconadas de pendejo pajero! ¡Dajame el bolso del otro lado de la puerta con la ropa y la llave de mi casa y encerrate en el baño a hacerte la paja!

—¿La… la llave? No la traje.

—¡¿Cómo que no la trajiste?! ¡No te hagas el boludo que me tengo que ir ya mismo!

—No la tengo. La dejé en tu casa… En la mesa.

—¡¿CÓMO QUE LA DEJASTE EN MI CASA?!! ¡¿Y TE FUISTE Y CERRASTE LA PUERTA!?

La respuesta monosílaba fue un susurro pero llegó clara a mis oídos como una trompada de knock out:

—Sí…

Dejé deslizar mi espalda desnuda sobre la puerta hasta que el culo me detuvo contra el frío del porcelanato. Me agarré la cabeza, me arranqué la toalla que tenía enrollada y la tiré con violencia contra los monitores:

—¡AAAAH…!— Grité con impotencia.

No podía entrar a casa. No podía recuperar mi teléfono, ni mi billetera con los documentos, las tarjetas y el efectivo. ¡No podía usar el auto porque las llaves estaban en casa! ¿Podía tomar un taxi? ¿Iba a conseguir un auto en pleno diluvio universal? Y si lo conseguía, a pesar de la suerte que se había empeñado en acompañarme desde temprano, ¿cómo iba a pagarlo? Avisarle a Iriarte que no iba a llegar en horario a la entrevista era una mala estrategia. No poder llamarlo en absoluto, era mucho peor.

—Ahora sí que la cagaste, pendejo. La cagaste definitivamente.

Podría haber hecho cualquier cosa: llorar; salir y golpear al pelotudo de mi vecino hasta matarlo; romperle la computadora y todo lo que tenía en esa habitación asquerosa. Pero vi el cepillo tirado en el piso, lo tenía muy cerca de la mano. Entonces lo levanté y empecé a cepillar mi brillante, larga y lacia cabellera negra.

Habrían pasado dos minutos cuando Ulises preguntó:

—¿Estás… bien?

No esperaba que abriera la puerta, pero lo hice. Mucho menos esperaba verme allí parada, completamente desnuda, pero allí estaba. Lo miré a los ojos. Bajó la vista pero no pudo ir mucho más allá de mis pechos. Allí la detuvo.

—Pedime un Uber. ¡Ya!

—Ok

Yo recuperé mi bolso y volví a cerrar la puerta en su cara. La puerta de su propio cuarto.

Estuve peinada y vestida en tiempo récord. El maquillaje quedaría para otro momento. Salí del cuarto. Ulises seguía frente a la puerta, en calzones y parado en el mismo lugar.

—Puedo explicarte lo del baño… Yo…

—Ni se te ocurra decir una palabra sobre eso. Ya vas a tener tiempo de hablar con mi abogado. ¿Pediste el auto?

—Sí. Dice que llega en 50 minutos.

Imposible. Iba a tener que buscar un taxi en la calle, en pleno diluvio. En un barrio residencial en el que, de por sí, no solían pasar muchos taxis. No me importaba nada. Había llegado hasta allí a pesar de todo. No me iba a detener ahora.

Encaré hacia la salida del departamento de mi vecino sin despedirme ni darle las gracias por los servicios prestados. Tomé el picaporte para salir al palier y en ese momento vi algo que se me reveló como la luz al final del túnel. Sin pensarlo dos veces, tomé el llavero que colgaba junto a la puerta que decía “Toyota” y salí del departamento.

Entré al ascensor y presioné el botón para ir directo al estacionamiento. Actuaba por instinto. Sí, estaba dispuesta a robarme un auto porque el objetivo más importante de mi vida estaba a punto de desmoronarse. Durante el descenso terminé de arreglar mi cabello frente al espejo del ascensor. Luego me miré a mí misma y me gusté. Me gustaba esa mujer decidida. Dispuesta a todo para cumplir sus sueño. Esa mujer que siempre fui.

—Voy a torcer mi suerte. —me dije, muy segura de mí.

Cuando el ascensor se detuvo seguía sonriendo.

¿Qué más podría salir mal?

(9,40)