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Una hija rebelde y un padre severo

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12 de la noche de un día cualquiera. La habitación estaba pintado de rojo, en la pared del altar había un pentagrama invertido. Sonaba música de Gorgoroth. Sobre el altar había dos pergaminos, uno con las peticiones, a la izquierda, y otro con las maldiciones a la derecha, una vela blanca a la izquierda y otra negra a la derecha, una campana y un cáliz mediado de absenta. Olía a incienso y en la pared había cuadros oscuros.

Gregorio, un cuarentón, muy alto, agraciado físicamente, cirujano de profesión, vistiendo una túnica roja, encendió la vela negra, que estaba a su izquierda, luego la blanca, que estaba a su derecha y comenzó el ritual...

Tres días antes.

Judith, la hija de Gregorio, era una muchacha de 22 años, alta, rubia, de ojos azules... Era un cuadro de Kim Bassinger, cuando Kim era joven, solo que Kim Bassinger no se había quedado postrada en una silla de ruedas a los 18 años tras sufrir un accidente de tráfico en el que había muerto su madre.

Judith, adoraba a su padre, y después de haberla abandonado su novio el amor que sentía por él aún se acrecentó.

Una noche, después de haberse ido la mujer que la cuidaba, Gregorio, empujando la silla de ruedas llevó a su hija a la habitación. Allí le quitó las zapatillas, levantó las sábanas y la colcha, la cogió en brazos y la puso sobre la cama. Judith, le dijo:

—Duerme conmigo, papá.

Gregorio, quitándole la blusa, le respondió:

—¿Tiene mi angelito miedo de algo?

—No, papá, quiero tenerte cerca de mí.

Gregorio, bromeó.

—¿No querrás ser una niña mala?

—¡Quién pudiera aunque solo fuera mover las manos!

—No pierdas la esperanza.

—No creo en milagros divinos, papá, estoy paralizada de cuello para abajo y así moriré.

—No, si yo puedo remediarlo.

—No puedes, papá, y lo sabes.

Acabó de quitarle a ropa y la dejó en camiseta y bragas, bajo las que tenía un pañal, la tapó, y le dijo:

—Que descanses, hija —Judith, rompió a llorar—. No llores, hija, no llores que me partes el alma.

A Judith le había entrado un bajón.

—Para vivir así es mejor morir. Ojalá estuviese legalizada la eutanasia.

Gregorio tenía que consolarla.

—¡No digas eso, ángel mío!

—No soy un ángel, soy un trozo de carne muerta.

—Eres una mujer y muy bonita.

Gregorio la volvió a besar en la frente.

—Dame un beso en los labios, papá.

—¡Hija!

Judith, bajó la cabeza, y le dijo:

—Ves cómo soy un trozo de carne muerta.

Gregorio le levantó el mentón con un dedo y besó a su hija, Judith, le metió la lengua en la boca. Gregorio dejó de besarla, y le dijo:

—Traviesa

—Dame otro beso, por fa.

Gregorio vio sonreír a su hija y la volvió a besar en la boca. Al acabar de besarse con lengua, Judith, vio el bulto en la entrepierna de su padre, y le dijo:

—¿Algún día haremos el amor para que disfrutes tú y pueda sentirme yo mujer de nuevo?

—No, hija, no. Te lo hará otro y volverás a sentir.

Volvió a sonreír. El estado anímico de Judith había dado un giro de 180 grados.

—¡Andaaa! Sabía que mis besos gustaban a los hombres, pero no sabía que los volvía locos.

Gregorio la volvió a besar en la frente y le dijo:

—Qué descanses, hija.

—Te quiero mucho, mucho, mucho, papá.

—Y yo a ti, hija. Mi amor por ti no tiene límites.

Al llegar a su habitación, Gregorio levantó el teléfono, marcó un número, y una voz, le dijo:

—¿Ya te decidiste, Gregorio?

—Sí. ¿Que tengo qué hacer?

—Te mandaré por fax las cosas que necesitas y las palabras que tienes que decir. Más debo de advertirte una cosa, una vez que empieces tendrás que hablar con ellos y te pondrán una condición para que tu hija vuelva a ser la que era.

—Cumpliré esa condición.

—Más te vale, de lo contrario perderás tu alma y tu hija seguirá cómo está.

Tres días después. 12.30 de la madrugada,

Al acabar el ritual, Gregorio, fue a la habitación de su hija vestido con la túnica roja, se la quitó y se quedó en pelotas. Judith, dormía, la besó en la frente y despertó.

—¿Qué pasa, papa?

Gregorio encendió la luz de la lámpara de la mesita de noche, Judith vio a su padre desnudo y empalmado, sonrió y le dijo:

—¡Uyyy que salido me viene el diablillo!

Gregorio, serio cómo un palo (la condición que le impusieran para que su hija volviese a recuperar la movilidad era que copulara con ella), besó a Judith con lengua. Luego le quitó la camiseta y rindió pleitesía a sus tetas, unas tetas redondas, grandes, con bellas areolas color carne y pezones gordos y grandes, le rindió pleitesía con besos, caricias, chupadas y lamidas... De las tetas bajó a su ombligo, después le quitó las bragas y el pañal y le comió el coño, un coño rodeado de vello rubio... Le lamió los labios vaginales, se los chupó, le folló la vagina con la lengua, le levantó el culo con las dos manos y le lamió el ojete y el periné, luego pasó su lengua desde el ojete al clítoris y lo chupó y lo lamió.

Judith, exclamó:

—¡Papá!¡¡Siento tu lengua!!

—Disfrútala, hija.

—¡Es un milagro!

—Algo parecido, hija, algo parecido.

Judith sabía que su padre había hecho algo para que volviera a recuperar la sensibilidad, pero no hizo preguntas, estiró los brazos y le cogió la cabeza con las dos manos... Sintió como su coño se mojaba, como sus pezones se ponían duros... Pasados unos minutos, levantó la pelvis y se vino en la lengua de Gregorio, diciendo:

—¡¡Me corro, papa!!

Gregorio siguió los movimientos de la pelvis sin separarse ni un segundo del clítoris. Al acabar de correrse y echarse su padre a su lado, le llevó las tetas a la boca y le dijo:

—Cómelas, papá, necesito que me las comas.

Gregorio, empalmado a más no poder, comiéndole las tetas a su hija, le metió dos dedos en el coño y la masturbó, Judith, le cogió la polla y se la meneó... Al rato se corrían los dos, aunque antes le dijo Judith a su padre:

—¡Córrete conmigo, papa!

Gregorio le llenó la mano de leche a Judith y ella le llenó a él os dedos de jugos. Luego, Judith se lamió la leche de la mano y Gregorio se lamió y chupó los dedos pringados de babitas.

Se desató la lujuria, Judith subió encima de su padre y lo folló con arte, ahora despacito, ahora aprisa, ahora se paraba y le daba las tetas a mamar...

—¿Te gusta lo que te hago, Gregorio?

—¡Me encanta, hija!

—Llevaba tanto tiempo deseando hacer esto que me gustaría estar así horas...

—Horas, va a ser mucho, ángel mío.

—Pues mientras aguantemos... Quiero que me tarde en venir.

Ni un cuarto de hora tardó Gregorio en decirle:

—¡Sácate de encima que me voy a correr!

—Dámela. Quiero que estemos juntos para siempre.

Gregorio comenzó a correrse dentro del coño de su hija. Judith, al sentir la leche calentita dentro de su coño, explotó:

—¡¡Dameee, papá, daaame!!

Se corrieron jadeando cómo si fueran dos fieras... Al acabar, con la leche dentro de su coño, Judith, se lo puso en la boca y se la hizo tragar. Acabó de correrse, y sin descansar se la mamó a su padre hasta que se la puso dura otra vez. Jugó con ella en la entrada del culo, empujó y poco a poco se la fui metiendo. Con ella dentro, le dijo:

—No sé si estoy soñando, pero si sueño no quiero despertar hasta que rompa el día.

No estaba soñando, pero le quedaba toda una vida para poder hacerlo.

Quique.

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