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Una pareja de lesbianas me usó a su capricho

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Hace cinco años más o menos, en una conferencia-charla que dio un sindicato, me senté al lado de dos chicas treintañeras con una estética rapera. Una, que luego supe que se llamaba Emma, llevaba una visera que cubría su melena rubia, una camiseta, mono vaquero con tirantes y tenis. La otra chica, que descubrí que se llamaba Rosa, llevaba una gorra que cubría una cabellera pelirroja corta, blusa, pantalón corto vaquero y sandalias. De cara eran muy atractivas y hermosas las dos, con algunas pecas en las mejillas de Rosa.

La conferencia trataba sobre los libros “Doce pruebas de la inexistencia de Dios” de Sebastian Faure y “La Peste de Dios, La Bestia de la Propiedad y el Monstruo Social” de Johann Most.

Después de una hora de charla, los conferenciantes abrieron una tanda de preguntas. Varias personas levantaron el brazo para dar su punto de vista o para que les aclararan algunas dudas.

Para mi sorpresa, Emma levantó la mano para pedir la palabra y cuando le concedieron la vez, dijo:

–La creencia en Dios es perjudicial hasta para experimentar un orgasmo intenso, verdaderamente placentero. Quien cree que un Ser Supremo lo vigila las 24 horas del día, tanto en sus actos como en sus pensamientos, se inhibe, por su ingenuidad, y, o se convierte en un ser frígido, u obtiene orgasmos muy pobres al no disfrutar de la sexualidad con naturalidad. Solo siendo atea, una llega a desinhibirse completamente y a disfrutar de una buena follada, sin remordimientos.

Después de esta intervención, todos los presentes aplaudimos. En aquella reunión a nadie se le había ocurrido el unir la causa de la creencia en Dios con el efecto de obtener malos orgasmos. Fue una idea original.

Decidí romper el hielo con mis audaces vecinas de butaca y me presenté.

Cuando me dijeron sus nombres, Rosa apostilló:

–Para recordarlos, asocia el nombre de mi compañera con el de Emma Goldman y el mío con el de Rosa Luxemburgo.

–Muy interesante. Buenas referencias ideológicas y culturales –le contesté.

Me comentaron que trabajan en una gasolinera.

–Y tú, ¿a qué te dedicas? –me preguntó Emma.

–Yo soy artista freelance. No me gusta tener amos. Soy punk aunque también me gusta el Rap Metal.

–Pues esta noche hay un concierto tributo a Red Hot Chili Peppers organizado por diferentes grupos, ¿te apuntas? –me informó Rosa.

–¡Cómo no! Buena música y excelente compañía. ¡Qué más puedo pedir!

Decidimos hacer tiempo yendo de terraceo para refrescarnos e intimar más.

Yo no sabía a cuál de las dos chicas le gustaba. A mi radar le costaba dar algún indicio sobre el tema. Las dos eran muy simpáticas y agradables conmigo.

Después de dar varias vueltas por el centro de la ciudad y de hablar de todo un poco (música, tatuajes, filosofía, etc.), en otra de las terrazas en la que aterrizamos me decidí a preguntarles de forma directa y clara:

–Bueno, y a todo esto, ¿quién de las dos está interesada en mí? Porque no acabo de captar los mensajes subliminales.

Soltaron una carcajada las dos, a las que me uní yo también, después, al verlas reír con ganas. Al cabo, Emma me contestó:

–¿Por qué tiene que ser solo una la interesada en ti?

En ese momento mi verga comenzó a activarse. La conversación empezó a subir de tono y en momentos, me fui dando algunos piquitos con ellas de forma alterna.

Ya en la sala de conciertos, después de pedir unas consumiciones, nos fuimos acercando al escenario.

Yo le pasé una mano por la cintura a Emma, y acercando mi cara a la suya, le pegué un buen morreo. Ella me dijo al oído:

–No te olvides de Rosa, que también quiere su ración.

Por supuesto que no me olvidaba de su cachonda amiga. Le paso por su cintura el otro brazo, me acerco, y le doy su filete rebozado, también.

Para mi sorpresa, luego, observo que ellas dos se abrazan y se morrean con tal intensidad, que me doy cuenta que son algo más que compañeras de trabajo y de piso.

El concierto duró dos horas y media y en todo ese tiempo los magreos y besuqueos entre los tres fueron constantes, intercalados con bailes sensuales al ritmo de la música.

–Somos una pareja lesbi que de vez en cuando mete en la cama a un hombre para que nos haga el trabajo sucio, ¿no te importa, verdad? –me confesó Rosa.

–¡Qué me va a importar! Yo también debo confesaros que estoy casado. Somos una pareja abierta –le contesto–. Y el trabajo sucio, ¿en qué consiste? –le inquiero.

–Es que a mí no me ilusiona en exceso el hacer cunnilingus. Emma me los hace muy bien, me corro como una golfa. Pero cuando me toca a mí, no puedo con ello.

–Pues yo soy vuestro muñeco hinchable. A partir de ahora no busquéis más machos. Ponedme en plantilla como juguete sexual de recambio u apoyo a la pareja. Además, si os apetece, con el tiempo os puedo presentar a mi esposa. Ella es bisex y le apasiona el sushi.

Rosa se echó a reír y me dijo:

–Pues a mí el sushi no me va, y lo intento. ¡Vaya si lo intento!

Después, Rosa se acercó al oído de Emma para informarla de lo que hablamos.

Mi mujer me hace favores presentándome a algunas de sus amantes para que la distancia entre sus empotramientos extramatrimoniales mensuales y los míos no sea enorme. Yo, presentándole a estas dos pichoncitas, sé que la pondré muy contenta y me lo agradecerá.

Emma después de escuchar a Rosa, se me acerca y me dice:

–Si te portas bien y das la talla de amante discreto (de actor de reparto), te meteremos en nuestro grupo de WhatsApp. Lo de presentarnos a tu mujer, gracias pero no. Preferimos que la tercera persona sea hombre, por temas de celos.

Comprendí su postura y asentí con la cabeza.

Salimos de la sala de conciertos, cogimos mi coche y nos dirigimos hacia su piso.

Ellas iban sentadas en el asiento de atrás y se daban el lote con desenfreno.

Mi polla estaba a reventar con aquel espectáculo que a través del espejo retrovisor yo contemplaba.

Cerca de su vecindario no había dónde aparcar. Entonces, Emma me dijo que lo metiera en el garaje de su edificio y que aparcara en la plaza de unos vecinos que el finde suelen ir a la sierra. Así lo hice.

Al salir del coche no pude reprimir darles unos buenos lengüetazos por el cuello y la nuca a las dos. Había cámaras de seguridad pero no nos importaba. Emma y Rosa me palpaban el paquete por fuera del pantalón y me decían “Si te portas bien dejaremos que nos la metas”.

Yo no dejaba de lamerles y succionarles las orejas mientras les comentaba que eso era solo un aperitivo de lo que les haría en sus mejillones y ojetes anales.

Arrimados a una columna del garaje hicimos una buena exhibición de puterío para ponerle los dientes bien largos al encargado de ver los videos de seguridad.

Una vez ya dentro de su apartamento me enseñan la casa. Observo que en la mesita de noche de su alcoba hay un ejemplar de “La filosofía en el tocador” del Marqués de Sade.

–Es nuestro libro de cabecera –comenta Rosa, y adoptando una postura regia, continuó–. Franceses un esfuerzo más si queréis ser republicanos.

Y nos reímos recordando uno de los pasajes más sublimes del libro.

Emma puso música de La Mala Rodríguez y comenzó a hacer un striptease. Rosa y yo nos sentamos en un sofá a deleitarnos con el show. De repente, Rosa me desabrocha la cremallera de los vaqueros y me saca la picha toda tiesa ya. Empieza a masturbármela con cierta dejadez, sin poner mucho entusiasmo en el asunto. Curiosamente ese desdén me excitó más y se me puso más dura y palpitante aún si cabe.

Una vez que Emma quedó en pelota viva, le tocó el turno a Rosa. Emma se sentó a mi lado y continuó el pajeo que su novia me estuvo haciendo antes. Emma le puso más interés al ordeño. Yo ya comenzaba a sentir algún cosquilleo de placer por el interior del nabo.

Una vez acabado el striptease Rosa, decidieron colocarse de rodillas con las piernas algo flexionadas, una en frente de la otra. Mientras se sobaban e intercambiaban filetes, yo, acostado en el suelo les iba comiendo las panochas y ojetes, chupeteándoselos bien.

A continuación hice el amago de penetrar con mi rabo el coño de Rosa, y al comprobar que no oponía resistencia, se la fui introduciendo poco a a poco, hasta hacer tope en mi pubis.

Mientras lamía y martilleaba con mi lengua el coño y el esfínter de Emma, con mi falo perforaba con fuerza el chumino de Rosa.

Cuando Emma se corrió, llenándome la boca con sus jugos, cambié de posición. Comencé a hacerle un buen lavado de bajos a Rosa mientras le hincaba mi polla bien adentro en el berberecho a Emma.

Con la punta de mi lengua le martilleé el clítoris a Rosa con tanto ímpetu que no tardó mucho en vaciarse en mi cara.

No pude aguantar mucho más tiempo el ritmo del folleteo y me corrí en el chocho bien dilatado y chorretoso de Emma. Esta dijo:

–Le dejaste bien limpitos los orificios a mi hembra. Ahora déjame relucientes también los míos. Trágate tu propio esperma. Date prisa, está a puntito de salir de mi almeja.

Yo estaba tan encantado con estas dos jacas en celo que no quería disgustarlas. Para que me volvieran a llamar accedí a la petición de Emma.

Me coloco debajo de su cueva y comienzo a darle lengüetazos por la entrada de su vulva. Después le separo con mis dedos sus labios mayores y repito otra serie de lengüetazos, estos ya por el clítoris y la parte interna de la vagina. A los pocos segundos noto que inunda mi boca un chorro de mi semen. Tenía razón una novicia que conocí hace años cuando decía que el esperma tiene sabor a clara de huevo. Pero a mí no me gustan los huevos crudos. Gracias a sus deliciosos jugos vaginales fui camuflando el sabor de mi lechada.

Del interior de su vagina salieron dos o tres chorros más de esperma. Me los tragué casi sin saborearlos mientras le succionaba el mejillón buscando algo más de sus caldos. También le dejé el esfínter bien lamido y relamido.

–¡Así se come un chocho y un culo! La mayoría de los hombres lo hacen de prisa y corriendo, le ponen menos ganas que Rosa. Con qué pasión y dedicación hace el cunnilingus Jonathan. Aprende de este maestro, Rosa, a degustar un sushi –decía Emma con la voz casi ida.

Mientras yo recuperaba fuerzas, las chicas decidieron seguir con la juerga.

Emma se colocó un consolador con arneses. Rosa se puso a cuatro patas y esperó pacientemente a que su macho la penetrara con garra. Emma se la introdujo en dos embestidas. Con las manos en la cintura, adoptando una actitud de chulapa, le iba propinando buenos caderazos.

Ante aquella visión, mi polla comenzó a tomar cuerpo, a ponerse morcillona. Opté por acercarme a Emma, por la espalda, y agarrándola por la cintura le fui besando el cuello, nuca y orejas. Emma me dijo:

–Mientras me zumbo el chocho de Rosa, lámeme el culo. Hazme cosquillitas en el ojete.

Me puse manos a la obra y separando sus nalgas con mis manos, le pegué unos buenos morreos en el ano. Le metí la lengua bien adentro buscando petróleo.

Cuando Rosa llegó al clímax, después de estar cerca de un cuarto de hora jadeando y gimiendo como una perra, intercambiaron los papeles. En la postura de misionero, Rosa, después de colocarse el consolador con arneses, se iba follando el chumino de Emma a buen ritmo, mientras le chupeteaba los pezones. Yo adopté el mismo rol de antes, lamiendo y succionando esta vez, el esfínter de Rosa.

Emma alcanzó el orgasmo acompañado con unos espasmos y gemidos endiablados.

Nos tomamos un descanso y decidimos darnos una ducha, pues los tres estábamos bastante sudorosos. La melena rubia de Emma estaba humedecida y algo rizada por el acaloramiento que la sesión de sexo le estaba proporcionando.

¡La noche era joven y larga!

Me senté en un sofá y le propuse a Emma que se sentara sobre mi polla dándome la espalda. No lo pensó dos veces y se subió a mi cabalgadura. Mientras esta me montaba, le sugerí a Rosa que hiciera de mamporrera y nos lamiera el coño y la polla durante el folleteo. Rosa puso mala cara y no quise insistir.

Emma subía y bajaba a lo largo de mi mástil, su conejo comenzaba a chapotear. Yo, la sujetaba por la cintura. Le lamía la espalda a la altura de los omóplatos y le mordía los hombros.

–¡Qué diferencia el meterse en el chocho una polla de carne en lugar de una de látex! La de carne está calentita y palpitante. Teniendo un amigo de confianza, que no se vaya de la lengua, es preferible esta opción. Jonathan lleva camino de ser ese amigo que necesitamos. ¡Qué aguante tiene! –comentó Emma.

–Gracias Emma. Yo estoy a vuestra entera disposición. Y aguante, el que queráis. Solo me correré cuando vosotras decidáis –aseveré.

Emma, al poco rato se corrió, calcándose mi rabo con fuerza, chocando pubis contra pubis. Después, se desacopló dejándole el sitio a Rosa. Esta, una vez que ensartó mi falo en el interior de su conejo, empezó a hacer círculos con la cadera.

Emma no tuvo tantos escrúpulos a la hora de poner en práctica un buen cunnilingus, e iba lamiendo almeja y chorizo sobre la marcha del folleteo.

A Rosa le ayudé un poco con mis manos, que tenía sujetas a su cintura, a subir y bajar por mi nabo, ya que ella estaba algo cansada y prefería solamente hacer un ligero hula hoop.

Alrededor de unos veinte minutos después, Rosa alcanzó el clímax, reprimiendo un gritito y mordiéndose el labio superior. Se bajó del tiovivo dejándome la polla encharcada de sus jugos.

Emma, entonces, tuvo una ocurrencia y quiso ponerla en práctica.

Se tumbaron las dos, una enfrente de la otra, con las piernas en alto y con los pies formando una imitación de copa o de cuenco. Entonces, me dijo Emma que me masturbara y me corriera en el interior de ese improvisado recipiente, llenando las plantas de sus pies y los deditos, de mis descargas de esperma.

Siguiendo sus indicaciones, me la fui sacudiendo con energía, fijándome en las caras de guarras que iban poniendo para provocarme un calentón intenso que me llevara pronto a la eyaculación.

Mi polla por fin explosionó. Los primeros chorros los dirigí hacia la parte plantar de sus pies y el resto de las descargas las fui esparciendo por sus veinte deditos. Me la sacudí varias veces, hasta soltar las últimas gotas de esperma en el interior de aquel cuenco de carne.

En esto que Emma me dice:

–Ahora, lámenos los pies y trágate todo tu semen hasta dejarnos los pies bien limpitos y sequitos.

Me arrodillé y comencé a lamer las cuatro plantas de sus esbeltos pies. Tragándome casi sin saborear mucho, mi propia lefa. Emma y Rosa se reían al ver la desagradable cara que yo ponía.

Después fui chupando los veinte deditos, muy despacio. Succionaba y mordisqueaba cada uno de ellos. Lamía y relamía con verdadero placer cada uno de sus delicados dedos y recogía con mi lengua los restos de lechada que pudiera haber entre los huecos. Me tragué todo lo que fui recogiendo, dejando los cuatro pies tan relucientes como los chorros del oro.

Durante casi dos años seguí viéndolas una vez por semana por lo menos, haciéndoles el “trabajo sucio”. Pero un buen día, Emma me informó que habían roto, ella y Rosa. Emma había conocido a otra chica, que al parecer, le hacía unos buenos lavados de bajo, sin los escrúpulos insuperables de Rosa, y decidió cambiar de hembra. Por lo tanto, prescindieron de mis servicios.

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