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Unos detalles

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Respecto a mi relato “Bodas de oro”, Ishtar, una de las lectoras asiduas de mis relatos, me preguntó en un correo si podía precisar y extender en el relato la parte de la despedida que indica “Bailamos y seguimos haciendo el amor hasta la madrugada en que pedí descansar. Eduardo nos llevó a su recámara. Todos se despidieron dándome una felicitación efusiva, a cada uno le tocó un beso en la verga y una lamida en los huevos antes de salir de la recámara.”

¡Claro que se lo conté! Dado que mi marido regresará muy tarde (seguro que se fue a coger a su amiga Regina, grr) me dispuse a contestarle a Ishtar. Hace mucho que no me fumaba un porro de mariguana, así que, frente a la computadora, me desnudé, prendí la bacha, me senté con las piernas abiertas y disfruté unas fumadas atrayendo a mis memorias. Pero mientras escribía los detalles de lo que pasó esa vez, a mi mente llegaban otros recuerdos de muchos años atrás donde mi mente jugueteaba con las evocaciones, pero también con los deseos que había tenido en aquellos momentos, y que el día del festejo pude realizar.

Así, de la extensión de un párrafo salió lo siguiente. Aunque, confieso, me masturbé varias veces antes de terminar el pequeño escrito pues, según sé, no es una particularidad mía, algunas autoras lo revelan como una acción recurrente al escribir sus recuerdos, como mi amiga Mar. También otras, como declara la argentina Martina Paz, requieren masturbarse antes de escribir un relato imaginario y nos cuentan lo que imaginaron y “vivieron” con ayuda de sus dedos y manos. El texto es corto, pero me tardé bastantes orgasmos en escribirlo…

Esa noche, Eduardo nos llevó a la recámara donde remembraríamos la noche de bodas ocurrida medio siglo atrás. Nos conducía a la recámara principal, como sumo sacerdote, y atrás venía la cohorte de mis machos, todos desnudos.

–Éste es el tálamo nupcial donde fornicarán y descansarán a su gusto –Dijo Eduardo ceremonialmente, invitándonos a pasar la noche (lo que restaba de ella) en la cama matrimonial de él y Adriana, su esposa– Ahora, nos despediremos individualmente de la novia –expresó, acostándome con delicadeza, me abrió las piernas y se subió en mí mamándome una chiche y apretándome la otra.

Como si se tratara de un ritual religioso, Saúl, mi marido, y los demás (Othón y Pablo), al unísono nos veían con deleite y se acariciaban la verga subiendo y bajando el pellejo con las manos, recorriendo desde los huevos hasta el glande apenas me penetró Eduardo. Yo me sentía como en la primera vez que mi amante me penetró: una larga y deliciosa verga babeante se abría paso en mi mojadísima vagina y recordaba sus palabras al cogerme por primera vez: “Ahora ya eres mi mujer” y sentí su fuego dentro de mí. Me abracé a sus piernas con las mías y lo oprimí de las nalgas atrayéndolo hacia mí.

–¡Me vengo, mi mujer! –gritó convulsionándose, como en aquella primera vez.

–¡Vente mucho, papito, vente en tu mujer! –le respondí y lo obligué a besarme mientras lo exprimía con mi perrito.

Quedamos inertes después del orgasmo mutuo, así fue entonces cuando dormimos percibiendo uno el aliento de la otra. Sólo que, en esta ocasión, tenía que despedirme de otros dos más, antes de dormir con Saúl. Eduardo lo entendía y, agotado por la dicha de la eyaculación, tuvo que dejar paso a otro para que se despidiera de la novia. Al ponerse de pie, me senté para limpiarle el falo con mi boca… ¡Le volvió a crecer!, je, je, je… Me metí uno a uno sus huevos en mi boca y lo despedí con un jalón de escroto.

Siguió Pablo, quien, besándome y saboreando los residuos de la muestra anterior de amor, mientras me tomaba de las tetas, resbaló su tronco en mi pepa abierta y encharcada. En ese momento recordé otra ocasión, más de treinta años atrás, en que hice el amor con Pablo después que Roberto, mi primer amante, me había tomado menos de una hora antes. “Estás muy mojada, mi amor”, dijo entonces Pablo cuando me introdujo con facilidad el pene. “Es que ya estaba deseando mucho ver a mi muchachito”, le respondí como explicación. Lo de “muchachito” era porque Pablo es cinco años menor que yo y en esa época sí se notaba más la diferencia de edad entre nosotros. Él era un estudiante de maestría y yo una milf treintañera. En esa época, no pocas veces me tiraba a tres en el mismo día.

–¿Le gusta a mi muchachito cogerse a su amor ya cogida…? –le pregunté a Pablo.

–Antes de este día no me había tocado, ¡es muy rico! –contestó.

–Aunque no inmediatamente, ya te había tocado cogerme bien regada… –le confesé–, y varias veces fue así –rematé.

Recordé las veces que deseé cuando apenas me salía una verga ordeñada, me entrara otra con las mismas ganas de venirse como la que me había regado, para darle el mismo tratamiento, ¡y ahora lo tenía cumplido!

–¡Puta! –exclamó moviéndose más rápido, soltándome un chorro de esperma para quedar resoplando y tomando aire a bocanadas. Yo no lo solté, pues ya había iniciado un tren de varios pequeños orgasmos.

Al terminar, lo resbalé de mí y me puse a mamarle el miembro y lamerle los residuos en los huevos para dejarlo limpio y preparar el sabor del beso que le daría al siguiente y último invitado. Apenas se levantó Pablo y vi en mis ojos una polla babeante que me obligaba a mamar.

–Lubrícala mucho, para que no te duela, porque me voy a despedir de la colita que me tocó estrenar –me ordenó y yo le obedecí.

Me dio la vuelta, colocándome boca abajo, puso unas almohadas en mi vientre; me metió el falo tres viajes en mi panocha para humedecerlo bien; puso su pene en la entrada de mi culo, me agarró de las tetas y empujó. Otra vez sentí lo mismo que aquella primera vez cuando sacó la verga completamente mojada de mi raja y fue metiéndomela despacito en el ano.

–Ya no está tan apretadito como cuando lo estrené, Tita puta, ¡pero sigues estando riquísima! –dijo cuando sentí que sus huevos golpearon mis labios y clítoris.

–¡Sí, mi amor, es riquísimo! Deberías aceptar que te cojan por allí para que sepas qué hermoso se siente… –le repetí lo mismo que en aquella ocasión.

Veía que Eduardo miraba con envidia cómo disfrutaba yo el pene de Othón y seguramente recordaba la ocasión en que me dijo “Quiero ser el primero que te coja por allí”, a lo que entonces le dije “Ya te ganaron, pues cuando te lo pedí no quisiste y al llegar a mi casa se lo pedí a Saúl”. Tampoco mi marido quiso entonces, y Othón fue a quien se lo pedí tiempo después y me cumplió mi capricho de ver qué se sentía por atrás.

Othón me mandó un chorro en el ano y sacó su pene de allí para metérmelo por la vagina antes de que saliera un chorro más de semen.

–¡Hasta la próxima, mi amor…! –me dijo dándome un beso antes de levantarse. Le chupé la verga y los huevos antes de decirle “Adiós”.

De inmediato, Eduardo les señaló la salida de la alcoba y salieron todos, cerrando la puerta por fuera. Yo estaba verdaderamente cansada, las tetas amoratadas y las piernas notoriamente pringosas de las venidas se habían desbordado con tanto semen que me escurrió esa noche.

–Duerme, mi Nena puta, yo te limpio. ¡Feliz aniversario! –me dijo Saúl antes de lamerme la entrepierna y quisiera o no, le obedecí.

Allí terminó la extensión que me solicitó Ishtar y se la envié.

Cuando terminé de escribir el texto, escuché que Saúl metía el automóvil. Pensé “Ya surtió el pedido de Regina, ¡pinche puto!” pero me apacigüe de inmediato porque precisamente acababa de escribir sobre una de las muchas muestras de amor verdadero que he tenido de mi marido. Cuando entró a la recámara, mientras se lavaba las manos le bajé los pantalones y le chupé el pene. No. No tenía el sabor que deja la acción de haberlo usado. “¿Se habrá bañado con la puta de su amiga?”, me pregunté y olí su entrepierna, olía a sudor, no a jabón.

–¿Qué pasa, mi Nena? –preguntó extrañándose de mi conducta.

–Quería comprobar que te habías ido a coger a Regina. Vi en tu teléfono que ella te hizo una llamada –le respondí, mientras él se quitaba toda la ropa.

–Ja, ja, ja, celosa. No, a ella le toca mañana. Ahorita se me antoja una chichona mariguana que tiene los ojos inyectados –dijo y me tiró a la cama, con la boca abierta se fue sobre mi pecho.

–Puto… –le dije y abrí las piernas.

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