Aún con sus 58 años mi madre seguía teniendo su buen físico, “un tremendo lomazo” trabajado en el gimnasio y con su rutina de entrenamiento junto a su “personal trainer” que seguía siendo Vanessa, (un travestí muy bien dotado e hiperactivo que había conocido una noche de putas), tal seguía siendo el buen estado de mi madre que todavía los hombres, alguna que otra amiga y aún los más jóvenes seguían acosándola y provocándola hasta llevarla a la cama o bien tener con ella un “touch and go”, que era lo que generalmente le apetecía; ya nada de amantes temporales como en otros tiempos, sino más bien “un buen polvo y listo”. Yo con mis 33 años ya estaba casado y tenía un excelente sexo con mi mujer, con la que de vez en cuando provocábamos un encuentro swingers en nuestra casa o de vacaciones con algunos amigos, pero mi madre Laura aún seguí siendo mi deseo permanente y despertando mis erecciones en las noches o en esas madrugadas que me animaba para masturbarme con nuestras locuras y los secretos que aún guardábamos cómplices entre nosotros y los que provocaban alguna conversación erótica; pero hacía tiempo que no teníamos esos enérgicos encuentros lascivos y pornográficos en esos viajes al exterior o cuando en casa nos quedábamos solos.
Pero todo se vuelve a repetir en la historia y era hora que un excelente pretexto nos volviera a provocar el destino de estar en un viaje juntos, a solas y lejos de Buenos Aires. Ese viaje se daba ante el compromiso de mi madre en Viña del Mar, en Chile; como en estos tiempos de pandemia no había transporte, ni manera de viajar por avión o bus, —sería un buen motivo acompañarla—, pensé en un instante recordando aquellos tiempos de Yocasta y Edipo en Río de Janeiro o en Punta del Este o simplemente los que desatábamos en Buenos Aires. Estábamos esa noche de sábado cenando en mi casa junto a mi esposa, cuando mi padre me sugirió que viajáramos con mi auto y nos quedáramos una semana allí, hasta que mi madre terminara sus gestiones comerciales. Los ojos verdes de mi madre se clavaron en los míos, y yo mordiéndome los labios le guiñé un ojo; nadie se dio cuenta en la mesa, pero mi madre que estaba sentada frente a mí pasó su pierna por debajo de la mesa, cuando con su pie comenzó a acariciar mi entrepierna, yo le tomé el pie y lo sostuve firme hasta que ella sintiera mi erección, al momento que me devolvió un guiño de ojo. Al terminar la noche y despidiéndonos en la puerta, cuando mi madre me daba un beso y poniendo su mano en mi bulto me susurró al oído, —vamos a recordar viejos tiempos. Mi mujer que advirtió la escena, al volver a ingresar a casa, me miró y me dijo:
—¿Te la vas a volver a coger?, espero que me vayas contando los polvos que se echarán en el camino.
—¿Querés que te cuente?… ¿así fantaseas con tus amigas?
—Sí, y también con alguna buena pija que me atienda mientras no estas, esta vez te voy a hacer bien cornudo, pero me calienta que te cojas a tu mami, sabiendo que le rompes el orto llenándola de leche; todo se sabe amor. Me beso, me agarró el bulto y nos echamos un polvo en el medio del living tirados en la alfombra.
—Partime la cola antes que te vayas, dejame la leche adentro, así no te extraño tanto y no tengo celos cuando estés cogiendo y acabando dentro del vientre de tu putita preferida.
Mi mujer tenía razón, la putita preferida era y es mi madre, por ello en mi biblioteca tengo una fotografía muy erótica de ella y cerca de mis antojos; no faltó mucho cuando logramos un trío con mami y mi mujer al regresar de este viaje; pero eso queda para otro relato.
Esos días de verano estaba haciendo mucho calor en Buenos Aires, y aunque en el auto tengo aire acondicionado, mi madre viajaba con su short desflecado de jean y su camisa blanca anudada sobre su ombligo dejando al aire la belleza de sus pecosas tetas, pero apenas salimos de Buenos Aires, se quitó las sandalias y acomodándose en su asiento, comenzó a poner música romántica y a murmurar esas melodías; soltaba su cabello que había teñido de rubio con corte carré (al mejor estilo Farrah Fawcett) y suspiró:
—Vuelvo a sentirme libre y tengo ganas de gozar mucho. Mientras se quitaba el soutien liberando sus tetas.
—Tenemos unas cuantas horas hasta Viña del Mar, y sobre todo cruzar la cordillera, así que relájate mami.
—Qué lindo estar solos otra vez, vos y yo, me encanta y me haces sentir bien, solo con pensarlo.
—¿Recordar viejos tiempos, eso querés? —Le pregunté con tono provocativo.
—¿Recordar?, todo lo que quieras, pero también volver a hacer realidad nuestras fantasías.
—Pero vos seguís portándote mal con Vanessa, ¿o ya no?
—Si me faltaría Vanessa, esa pija y esa leche que tiene, no podría vivir.
—O sea, ¿todavía te atiende?
—Dos veces por semana tonto, todavía me gusta cuando acaba en mi boca y me sigue cogiendo duro… ¡si me faltara me muero!
—Y solo con Vanessa te portas mal, ¿o tenés algún otro “chongo”?
—¿Cuándo tu mami se conformó con una sola aventura?, el gimnasio también es un buen “telo”.
—Puta linda, —le dije mientras veía que sus pezones se marcaban bajo relieve en esa camisa blanca.
—Manejá tranquilo, que cuando lleguemos vamos a ver quién se porta mal o más peor que mal.
Caía el atardecer y con rumbo hacia el oeste la ruta se iba haciendo más oscura, los hoteles alojamiento iban apareciendo como una tentación para nuestra lujuria, instintos que se gritaban en silencio mientras seguía sonando la música, cuando mi madre deslizó su mano sobre mi pierna, jugando con su dedo hacia mi bulto que no tarda tanto en mostrarle el placer de sentirla. Pero nos detuvimos en un resto a cenar en plena ruta cuando ya anochecía, ella, mi madre, bajó del auto y no pocos giraron la mirada cuando entramos a ese “bolichongo” diciendo —buenas noches—; como estaba un poco cansado me levanté de la mesa dejándola sola frente a la mirada de muchos hombres que aún con sus mujeres, se baboseaban con la lujuria que despertaba la perra, que era mi madre.
—¿Esa mina que está en tu mesa, te habrá costado unos cuantos mangos? Me preguntó un tipo en el baño,
—No creo que tu billetera pueda bancar semejante puta con todos sus antojos, y eso que es mi madre.
El tipo se me quedó mirando, sacudió su pantalón y salió corriendo del baño, pero cuando volví a la mesa junto a mi madre, el mismo tipo no dejaba de mirarnos y murmurando con su mujer, se veía que se había quedado con la duda; por eso cuando salimos de allí, mientras abrazándola, (frente a la vista de todos) bajé mi mano hasta que sostuve las caderas de mi madre, provocando con un dedo al tipo que nos seguía con la mirada; me di vuelta, lo miré y le sonreí, se quedó con la boca abierta, cuando mi madre, me dijo: —Vamos hijo, tenemos mucho viaje y tenemos que descansar esta noche. Subimos al auto y seguimos el viaje, pero yo me había quedado caliente con lo que me había dicho el tipo por lo que tenía la pija hinchada.
—Que te dijo ese tipo en el baño, que lo sobraste cuando salimos del restaurante.
—¿Qué, cuanto me había salido la puta que está en mi mesa?
—¿Y qué le contestaste?
—Que no le alcanzaba la billetera para bancar semejante puta con todos tus antojos, y que eras mi madre.
—¿Y eso hizo que tuvieras esta erección? —Decía mi madre mientras pasaba su mano sobre mi bulto; ¿Querés que te alivie, así seguimos tranquilo el viaje?
Como pude… y bajando la velocidad, comencé a quitarme el jean quedándome solo con mi bóxer, mi erección era tal que mi glande comenzó a asomarse sobre el elástico; necesitaba acabar, pero los hoteles habían quedado atrás en la ruta. Mi madre comenzó a acariciar mis cabellos con un suave y sensual masaje, deslizaba su mano por mi pecho llevándola por debajo de mi remera, sintiendo al llegar a mi vientre que me había depilado todo.
—¿Estás depilado bebe?, ¡Que rico!
—Siii, me depilé para vos, para ver, como mi pija se pierde en tu garganta.
Mientras sostenía mi erección con su mano izquierda, con la otra comenzó a quitarse el short hasta que comenzó a masturbar su clítoris sobre la tanga negra. Inclinó su cabellera sobre mis piernas cuando sus labios comenzaron junto a sus manos a masturbarme; yo que había reducido la velocidad, dejaba que sintiera el palpitar de mi pija que entraba y salía de su garganta, provocándole pequeñas arcadas, a la vez que cerraba los ojos y gemía de placer.
—Cómo extrañé tu pija y tu leche, todos estos años desde que te casaste hijo.
—Seguí, seguí… Pero no dejes que una sola gota caiga fuera de tu boca. Le dije mientras sentía sus labios y empujaba mi pelvis hacia arriba enterrándome en ella; sus pecosas tetas revotaban en mis piernas, dejándome sentir sus pezones cada vez más rígidos. La siento disfrutar… subir y bajar con sus labios, en círculos que provoca su lengua envolviendo mi glande, el que saborea, —no suspira… ahora gime—. Siento que trata de no atragantarse y de no tener arcadas, entonces sube otra vez por mi pija provocando aún más mi erección.
—Seguí, le vuelvo a repetir; hasta que, levantando sus ojos hacia mí, le escucho decir:
—No acabes que estás muy rico, así todo depilado, me encanta sentir tu piel y ver que mami te provoca esta calentura.
Se aparta un poco con la boca, sin dejar de masturbarme y alzando la cabeza para mirarme a los ojos, me gime; —¿Querés que mami te trague toda la leche?, solo quiero sentir tu semen caliente en mi garganta, me muero de ganas de tragarme lo tenés contenido aquí dentro, —dice mientras acaricia mis bolas.
La sola idea de imaginarme chorros y chorros de semen atravesando otra vez la garganta de mi madre me hace estirar mis piernas y vuelvo a levantarle la pelvis, enterrándome en ella. Me sigue mamando con ansias, mientras alterna su boca con sus manos para chuparme aún más abajo, juega con mi esfínter y me sigue enloqueciendo.
—Quiero que acabes en mi boca, tragarme hasta tu última gota de “guasca”.
—Más despacio, le ruego jadeando, —no quiero acabar todavía. Me cuesta horrores contenerme, pero la dejo. Voy más despacio a la vez que siento mi glande golpeteando en su paladar y el mordisqueo suave de sus dientes.
Vuelve a ahogarse hasta el fondo de su garganta y le dejo escuchar mis gemidos de placer. —Seguís siendo la mejor “petera” de mi vida, le decía mientras tenía que contenerme ante su exquisita felación, sus tetas rodearon mi pija sin dejar de pajearme, pero su boca volvió a devorarme y sentí que un calambre me atravesaba desde la cabeza, desde mis sienes hasta el glande. No sé cuánto tiempo pasó, quizá minutos, quizá sólo unos segundos; noto que sigo clavándome en ella. Voy conduciendo despacio por la ruta que me permite relajarme cuando comienzo a sentir que brotan de mí, chorros y chorros de semen que no deja escapar de sus labios. Uno, dos, tres y hasta cinco “guascazos” que se atravesaron dentro de su boca. Ya no son gemidos los que sentimos, sino el grito del orgasmo que dejo expirar desde su garganta. Un buen rato tuvo que contenerse sin desprenderse de mí (como cuando se taponan dos perros) hasta que sentí que comenzó a tragarse todo el semen que le había precipitado en la boca.
—Nene, ¿estabas contenido o tu mujer no sabe cogerte? me decía, mientras con un dedo rescataba los restos de semen desde la comisura de sus labios para introducirlos en su boca, saboreando como lo haría si los tuviera llenos de crema.
—Es lo más delicioso que he probado nunca—, repite, cuando todavía se retuerce en el asiento masturbándose sobre su tanga, hasta que siento el grito final de su propio orgasmo, mojando el tapizado del asiento.
—Este viaje va a ser inolvidable, me sonríe, se quita la tanga mojada y la pasa por su boca y la arroja por la ventanilla.
—¿Qué hiciste?, le pregunto.
—Tiré la tanga, así alguien sabe que por aquí pasamos Edipo y Yocasta y nos echamos un buen polvo en la ruta.
—Que linda puta que sos, prepárate porque vamos a coger toda la semana.
—Eso espero hijo (…)
Aceleré y nos perdimos en la noche hacia una aventura, la que yo iba dibujando desde nuestras viejas fantasías, mientras mami se quedó dormida, pude cubrirla con una manta que habíamos dejado a mano.